Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.
Puede que los franceses sean considerados tanto por sí mismos como por los europeos occidentales y estadounidenses blancos como los mejores diseñadores de moda y maestros de la cocina cuyo lenguaje del «amour» es el más apropiado para lo romántico.
Con todo, los estadounidenses blancos, lo mismo que los alemanes y británicos, tienen una relación amor-odio con los franceses aunque a todas luces sienten más amor que odio, como demostraba recientemente la publicación en el The New York Times de un artículo de opinión destacado de Marine Le Pen, líder del Frente Nacional de extrema derecha.
Por lo que se refiere al resto del mundo, desde las Antillas a África del norte, occidental y central, Oriente Próximo y Sudeste de Asia, los franceses son considerados asesinos y torturadores expertos cuyo hermoso y refinado lenguaje no se utiliza para describir una suntuosa salsa cremosa o un profundo escote en un traje de noche, y menos aún para cortejar y coquetear, sino para infligir dolor y sufrimiento a incalculables millones de personas.
Aún así, la cultura francesa dominante insiste en verse a través de sus propios ojos y a la mayoría de los franceses les consterna que alguien en este mundo pueda siquiera poner en duda la refinada y halagüeña imagen que tienen de sí mismos.
Atrocidades coloniales
La razón de este contrate tiene relación tanto con la historia como con las actuales políticas francesas. Empecemos por la historia: un informe sobre las atrocidades coloniales en Indochina entre los años 1930 y 1933 tras el estallido del motín de Yen Bay en febrero de 1930 enumera algunos de los monstruosos métodos de tortura que a los oficiales franceses les gustaba aplicar. Según el célebre activista francés Andrée Viollis, entre los métodos de tortura se incluía, además del uso de la electricidad, la privación de comida, el bastinado (fustigar las plantas de los pies), el clavar alfiles bajo las uñas, el ahorcar a medias, la privación de agua y el utilizar tenazas en las sienes (lo que hace que los ojos se salgan de sus órbitas), entre otras cosas. Un método más refinado consistía en utilizar una «cuchilla de afeitar para cortar largos surcos en las piernas, llenar la herida con algodón y quemarlo».
En 1947 y 1948 las autoridades coloniales francesas recorrieron Madagascar saqueando y destrozando a su paso, asesinado y violando a la población, y quemando pueblos enteros como castigo por la Rebelión Nacional malgache. Algunas de las prácticas y especialidades de tortura más específicamente francesas desatadas contra el pueblo malgache incluían los «vuelos de la muerte» en los que desde aviones militares se arrojaban a personas al mar para ahogarlas y convertirlas en «desaparecidos».
Este método asesino era una especialidad de la que estaban tan orgullosos los franceses que las autoridades coloniales en Argelia la siguieron utilizando varios años después durante la Batalla de Argel en los años 1956 y 1957. En el caso argelino los paracaidistas argelinos decidieron modificar el método cuando los cadáveres de los argelinos empezaron a aflorar a la superficie y a sacar a la luz está práctica. La modificación consistió en atar bloques de cemento a los pies de las víctimas para garantizar que se hundían para siempre* (los generales argentinos apoyados por Estados Unidos lo encontrarían muy útil para su lucha para suprimir la resistencia a su dictadura a finales de la década de 1970).
Estos no son métodos de tortura ad hoc que los franceses inventaron sobre la marcha, sino unas crueldades muy estudiadas y practicadas. En la Argelia del siglo XIX el general Saint-Arnaud quemó vivos en cuevas a revolucionarios argelinos y sus soldados violaron a mujeres argelinas, lo mismo que hicieron los soldados franceses a lo largo de la revolución argelina en la década de 1950 y principios de la de 1960.
Se calcula que los franceses asesinaron a un millón de vietnamitas y a un millón de argelinos. Por lo que se refiere a Madagascar, se calcula que los franceses asesinaron a más de 100.000 personas. No son sino algunos ejemplos de las atrocidades coloniales francesas en algunas colonias, no es en absoluto una lista exhaustiva. Bajo el grandioso epígrafe de una mission civilisatrice [misión civilizadora, en francés] es evidente que el colonialismo francés no ha logrado civilizar, en especial a los propios franceses. ¡Al parecer, la mission sigue sin cumplirse!
Catolicismo laico
La cuestión de cómo se percibe a los franceses no se limita a la historia sino que también tiene relación con el presente. Aunque el punto central del programa colonial francés era que las personas nativas se adaptaran a las costumbres de la Francia colonizadora, esta filosofía ha llegado a perseguir a los franceses una vez que se retiraron parcialmente de las colonias y se dieron cuenta de que los inmigrantes africanos, árabes e indochinos, entre otros, no se «adaptan» a las costumbres de los «franceses». Parece que solo los inmigrantes alemanes, rusos, españoles, italianos y húngaros, por supuesto, en Francia se pueden adaptar hoy a la sociedad francesa, pero no los inmigrantes más oscuros y especialmente no cristianos.
La masacre de argelinos franceses cometida por la policía francesa en octubre de 1961, claramente inspirada en los «vuelos de la muerte» especialidad del ejército francés en Argelia y Madagascar, provocó la muerte de más de 200 manifestantes musulmanes (algunos cálculos llegan a los 400 muertos) al disparar contra ellos o arrojarlos al río Sena.
Hasta 1998 el gobierno francés dominado por católicos no reconoció que había matado solo a 40 de las entre 200 y 400 personas musulmanas francesas. Las víctimas del gobierno dominado por franceses católicos consideran que estos actos crueles y bárbaros son un rasgo fundamental de la cultura francesa católica, incluso una definición de ella. Esto no es exclusivo de los musulmanes franceses (en la Argelia del siglo XIX las autoridades coloniales francesas inventaron la categoría de «Français musulmans» [musulmanes franceses, en francés] para exigir legalmente a los argelinos que denunciaran la «ley islámica», incluida la poligamia, si querían acceder a la plena ciudadanía francesa), también los judíos franceses consideran que el antisemitismo católico francés es un rasgo fundamental de la cultura francesa católica.
A fin de cuentas, en 1806 Napoleón sometió a los judíos franceses a la misma prueba decisiva (¿o era católica?) por la que tuvieron que disipar los temores de Napoleón de que las leyes de la poligamia y del divorcio judío que contradijeran las leyes estatales franceses no se practicaban como condición para la emancipación judía. Por supuesto, resultó que estas leyes estatales francesas eran acordes con la monogamia católica, pero no con la poligamia judía. ¡Aún así, los franceses siguen considerándose y presentándose ante el mundo y ante sí mismos como amantes sensibles y responsables, intelectuales engagés [comprometidos, en francés] y defensores del laicismo o «laïcité«!
Este último punto es el que se ha convertido en parte de las campañas racistas y sectarias tanto oficiales como extraoficiales de los católicos franceses gobernantes, «laïcs«, por supuesto, contra los musulmanes franceses y para qué hablar de los musulmanes de fuera de Francia. Estas campañas consideran que los musulmanes franceses tienen sus orígenes geográficos, religiosos y culturales fuera de Francia, algo de lo que nunca se acusa a los ciudadanos franceses de orígenes inmigrantes italianos, alemanes, rusos, españoles o húngaros.
Si los católicos franceses insistieron en que los musulmanes y los judíos argelinos tenían que convertirse en franceses en la Argelia bajo dominio francés (se dice que los judíos franceses de origen argelino de Argelia completaron esa transición desde el Decreto Crémieux de 1870 que los transformó legalmente de argelinos en ciudadanos franceses, un estatus que posteriormente fue revocado bajo el régimen colaboracionista de Vichy durante la Segunda Guerra Mundial, lo que demostró la fragilidad de la tolerancia católica francesa), los mismos católicos franceses insistirían en que los franceses de origen musulmán argelino en Francia también deben asimilarse a una fantasmagórica francesidad que supuestamente es laica o «laïc» y categóricamente no es cristiana.
No está claro si los bretones, corsos o vascos y alsacianos (en 2011 el presidente Nicolas Sarkozy creía que todavía vivían en Alemania) ya están totalmente asimilados a esta francesidad o todavía están esperando instrucciones.
Valores de la república
Tras el ataque a la oficina de la revista Charlie Hebdo perpetrado por dos musulmanes franceses y el ataque a un supermercado judío francés por un tercero (los medios de comunicación franceses identificaron inmediatamente los orígenes geográficos de los padres de estos hombres como algo relacionado con sus crímenes, si no fundamental en ellos), el ex presidente francés de orígenes católicos húngaros (su abuelo materno es un judío griego que se convirtió al catolicismo) propuso «expulsar a todo imán [musulmán francés] con ideas que no respeten los valores de la República».
No está claro si Sarkozy estaría de acuerdo con la propuesta de expulsarlo a Hungría o Grecia en caso de que él mismo expusiera opiniones «que no respeten los valores de la República». Tampoco está claro si este debería ser el destino que les espera a los sacerdotes católicos franceses y a los rabinos judíos franceses si resulta que no son respetuosos con esos valores, aunque la situación de los judíos bajo Vichy si sirve de indicativo, los rabinos tampoco se librarán.
En contra de la percepción que tienen de sí mismos de la mayoría de los católicos franceses el problema de la cultura católica («laïc») francesa dominante contemporánea es, en todo caso, su falta de refinamiento. El racismo francés a menudo se articula de la más burda de las maneras, sin ningún tipo de paliativo o de eufemismo. En esto los franceses son diferentes de sus pares de los entornos estadounidense y británico, donde el racismo a menudo se expresa con un lenguaje más aceptable socialmente que esconde la misma vulgaridad racista. Con todo, la vulgaridad del racismo católico francés es más similar al racismo judío israelí, el cual suele carecer de circunloquios o de otros afeites lingüísticos.
Continúan las actuales políticas y crímenes del gobierno francés en Mali, Libia y Afganistán, por nombrar solo los tres emplazamientos principales de las intervenciones militares francesas. Cuando los soldados franceses dispararon contra un coche particular en 2011 y asesinaron a tres civiles en Afganistán, incluida una mujer embarazada, el ministro francés de Defensa Gerard Longuet expresó su «profundo pesar» por las muertes, pero afirmó que los soldados habían actuado en defensa propia ya que el coche «no se había detenido a pesar de las reiteradas advertencias».
El actual apoyo francés a los yihadistas sirios, incluida la facilitación francesa y de la OTAN, si no el fomento de que los musulmanes franceses se unan a las batallas en Siria, es contradictorio con el horror oficial francés ante el auge del Estado Islámico de Iraq y Siria (ISIS, por sus siglas en inglés) y sus prácticas de decapitación. Quizá los miembros musulmanes franceses del ISIS asimilaron demasiado bien la cultura católica francesa, en especial en lo que se refiere a la intolerancia y la decapitación puesto que la práctica «laïc» del Estado francés de ejecutar a los criminales por medio de la guillotina continuó hasta 1977 y casualmente la última persona decapitada era un criminal musulmán francés.
¿Quién se debe asimilar?
Esta Francia es la Francia que acusa a su población musulmana de negarse a asimilarse a sus costumbres, pero nunca se pregunta por qué considera que ella no debería asimilarse a las de ellos puesto que también los musulmanes franceses forman parte de Francia y de su cultura tanto como los católicos franceses, y puesto que Francia ya no es propiedad exclusiva de los católicos franceses para hacer con ella lo que les parezca. Quizá los católicos franceses (¿deberíamos llamarlos simplemente galos?) podrían aprender algo de tolerancia de los musulmanes franceses.
A fin de cuentas, los musulmanes franceses son quienes han soportado y siguen haciendo todo lo posible para tolerar el racismo y la intolerancia de décadas de los católicos franceses. ¿Podrían los católicos franceses, por su parte, aprender a tolerar la tolerancia de los musulmanes franceses? Por chocante que esta idea resulte a los católicos franceses y los racistas sectarios (que, por supuesto, son «laïc«), estas mismas personas nunca pensaron que fuera chocante cuando como minoría colonial trataron de forzar a la mayoría de personas colonizadas a asimilar sus costumbres, fueran cuales fueran, por supuesto.
No se sabe si se espera que los musulmanes franceses adopten la tortura y los métodos asesinos de los católicos franceses, y su intolerancia «laïc» como parte de su proceso de asimilación. En efecto, si esto es lo que se exige, entonces los tres únicos musulmanes franceses asimilados con éxito no son sino Cherif y Saïd Kouachi, los hermanos que atacaron Charlie Hebdo, y Amedy Coulibaly, que atacó el supermercado judío.
Aunque parezca mentira, el gobierno francés se negó a reconocer lo bien asimilados franceses que eran los hermanos Kouachi y pidió al gobierno argelino que permitiera enterrarlos en Argelia, un país en el que nunca habían estado, en vez de en Francia donde se habían asimilado de manera ejemplar. Como era de esperar, el gobierno argelino se negó a que enterraran a ambos hombres en su territorio. Francia obtuvo la misma respuesta de gobierno de Mali, que denegó la petición del gobierno francése de enviarles el cuerpo del ciudadano francés Coulibaly para enterrarlo.
A pesar de la espantosa magnitud de lo que hicieron los tres hombres, sus crímenes siguen siendo numéricamente modestos en comparación con las mucho más crueles monstruosidades católicas y «laïc» francesas que han alcanzado proporciones genocidas en todo el planeta. No obstante, de vivir los hermanos Kouachi y Coulibaly, todavía habrían necesitado muchas más lecciones de crueldad e intolerancia violenta antes de estar totalmente asimilados en la verdadera francesidad católica y «laïc».
El resto de los musulmanes franceses son quienes se niegan a ser asimilados en la francesidad católica y «laïc», y siguen negándose a seguir el ejemplo de los intolerantes racistas católicos y «laïc» franceses y de sus pocos emuladores musulmanes. Y es que la respuesta de la mayoría de los musulmanes franceses a estas invitaciones católicas y «laïc» francesas a asimilarse es un explícito «muy amable, pero no, muchas gracias» o en el refinado lenguaje de los franceses: «Merci, très peu pour nous!».
* Es lo que se conocía con el macabro nombre de las «gambas Bigeard», por el nombre del oficial francés que lo inventó. Véase, Henry Alleg, La question, Hiru, Hondarribia, 2010, y http://www.rebelion.org/noticia.php?id=108897 (N. de la t.)
Joseph Massad es profesor de Política árabe moderna e Historia intelectual de la Universidad de Columbia. Su libro más reciente es Islam in Liberalism.
Nota del editor: este artículo se ha corregido. Anteriormente se afirmaba, según el artículo publicado en The Daily Mail, que Amedy Coulibaly había nacido en Mali. Según los medios de comunicación franceses, en realidad nació en [el barrio de la periferia de París] Juvisy-sur-Orge, Francia, el 27 de febrero de 1982.
Fuente: http://electronicintifada.net/content/assimilating-french-muslims/14205