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No cabe duda que los jóvenes fueron quienes encabezaron el arrasador triunfo del Apruebo y Convención Constitucional en Chile. Algunos de ellos votaban por primera vez y lo hicieron junto a aquellos ya mayorcitos que desafiaron las amenazas y la pandemia que deja más de 14 mil muertos en el país, para consolidar la ruta de salida del neoliberalismo.
Lo importante, más allá de los contundentes resultados, es que en los once meses que duró el gobierno de facto de Jeanine Áñez, el Movimiento al Socialismo (MAS) logró entender la nueva etapa, revisar sus propios errores y generar nuevos apoyos y alianzas y nuevos liderazgos. Ni siquiera unida la derecha hubiera logrado imponerse en Bolivia, pero quizá hubiera logrado acercarse a una segunda ronda.
El gobierno argentino, tras comprender que el informe Bachelet, aprobado con su voto en la Organización de las Naciones sobre violaciones a los derechos humanos en Venezuela, era un paso para acusar a los principales referentes del gobierno venezolano ante la Corte Penal Internacional y desestabilizar el país, se desmarcó de la maniobra.
En una actitud complaciente con la política exterior estadounidense, el gobierno argentino votó en contra de Venezuela en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. La cancillería, a cargo el ministro Felipe Solá, siguiendo las estrictas instrucciones del presidente Alberto Fernández, coincidió y respaldó plenamente un informe injerencista elaborado por la ahora funcionaria de Naciones Unidas, la expresidenta chilena Michelle Bachelet.
Debemos pensar en otro mundo, el pospandémico, donde cientos de millones de personas quedarán sin empleo y por ende, al borde de la pobreza y el hambre. El principal problema de la humanidad será la democratización del hambre y garantizar la alimentación de todos y todas.
En un Brasil jaqueado por el coronavirus, la crisis económica, social y sanitaria, y gobernado por el ultraderechista Jair Bolsonaro y su cohorte de militares y grandes empresarios bendecidos por Washington el abanico progresista aparece fraccionado de cara a las elecciones municipales del 15 de noviembre, antesala de las presidenciales de 2022.
Es triste que en dos décadas de gobiernos progresistas no hayan surgido (o no han dejado surgir) liderazgos en las nuevas generaciones, con una visión de la actualidad y, sobre todo, del mundo que sobrevendrá a las dos pandemias: la neoliberal y la del coronavirus.
Con el triunfo de Allende en Chile comenzó una revolución pacífica que fue cercenada con un sangriento golpe de Estado. En Uruguay el Frente Amplio intentó el acceso al poder también por la vía pacífica, pero esa primera experiencia también terminó con golpe de Estado en 1973. ¿Será que la vía pacífica siempre termina en golpe?
¿Será que perdimos la capacidad de indignación? Vemos fotos y videos de cadáveres tirados en las calles en Guayaquil o La Paz, a diario recibimos noticias sobre el genocidio de nuestros pueblos originarios por desatención sanitaria. La “limpieza” étnico-política que sucede a nuestros alrededor parece no inmutarnos siquiera.
Eduardo –Gius, Edu, Dudi, Abu- es hoy un legado de millones de palabras, escritas en numerosos libros, dichas en múltiples discursos, convertidas en texto, sonido e imagen, retomadas por miles y miles de jóvenes y adultos, hombres y mujeres inconformes a lo largo y ancho de este planeta, en las entrevistas concedidas, en todas esas frases que rondan Internet…