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La presentación del libro está a cargo del escritor Nicolás Poblete, el poeta Cristian Basso y el periodista Francisco Aedo.
Pero esta noche es imposible. Es impensable. Sigo imaginando por cuenta propia.
Y entonces oí, como digo, la peor noticia que podrían haberme dado allí, en la mesa de dinero.
—Tienes que avisar si sales.
—¿A quién? ¿Por qué? No tengo nada pendiente…
—A nosotros. A cualquiera de nosotros (trató de involucrar a los que nos estaban mirando de soslayo). Somos un equipo, tenemos que trabajar como equipo, tenemos que cuidarnos entre todos.
Nada más decirlo y como en un sueño me transporté hacia las escaleras del edificio: un salto temporal, unos fotogramas extraviados en mi vida. O un fenómeno paranormal, de esos en los que no puedo creer. Nada más bajar por las escaleras en penumbra sentí —lo afirmo con toda seriedad— que empezábamos a hundirnos en los peldaños de concreto, cada vez un poco más, y luego cada vez más abajo, con cada paso por las veredas, como si la tierra no fuese lo suficientemente densa para sostener nuestro peso y su desasosiego. Sumergiéndonos bajo el presente, podría decirse.
Para producir el cortometraje Helmut se lo llevó a vivir por seis meses a una casa de playa al sur de Matanzas, un lugar solitario y muy ventoso al borde de un acantilado. Una forma más sofisticada de secuestro, tal vez. Ariel se pasaba unas nueve o diez horas por día recortando las figuras de los fotogramas y montándolas sobre unos escenarios fantásticos que Helmut había fabricado con sus propias manos.