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La actual crisis de la inflación que sacude al mundo es distinta a las anteriores. Un grupo de grandes economías está intentando dejar atrás los combustibles fósiles para evitar el cambio climático. Ese viraje tuvo una incidencia determinante en los mercados globales de carbón e hidrocarburos, en muchos minerales y en la agricultura, y todos ellos contribuyeron a la inflación. Al mismo tiempo esa alteración climática que se quiere contener, ya tiene consecuencias, tales como sequías o inundaciones, que producen mayor volatilidad y precios en algunos alimentos, contribuyendo a la inflación. La invasión de Rusia a Ucrania aceleró y acentúo todas estas problemáticas.
La discusión sobre la gestión de los recursos naturales aunque siempre presente en Argentina, se ha acentuado después de las protestas ciudadanas contra la minería en el sur o frente a la intención de explotar petróleo en la costa atlántica.
Al cerrarse el año 2021, cualquier balance de la situación ambiental en América Latina fácilmente terminaría alertando sobre un deterioro ambiental que persiste, que ocasiona a su vez múltiples impactos sociales, y que las medidas gubernamentales siguen sin revertir.
Bajo la sombra del Covid19 se han acentuado profundos cambios en las concepciones y prácticas de la política que conocemos. Muchos de ellos ya estaban en marcha bajo crisis previas, como la pobreza, violencia o degradación ambiental, pero se acentuaron aprovechando la pandemia. Esa transformación se profundizó por sucesivos pasos en estos casi dos años bajo la pandemia, alimentados por el temor a la enfermedad y la muerte. Es el tiempo de la necropolítica.
Cambiar las “babas cerronistas” por “mocos aranistas-mendocistas-caviares” fue la imagen que empleó el periodista Aldo Mariátegui para criticar a la nueva premier peruana, Mirta Vásquez, y a todo el recambio ministerial encaminado por el presidente Pedro Castillo (1).
Jorge Basadre, el gran historiador, hace casi un siglo atrás, sostenía que Perú era un problema y una posibilidad, y en muchos sentidos esa advertencia sigue vigente. “Las inmensas riquezas del oro y la plata coloniales, el guano y el salitre de la primera República, el petróleo y el cobre actuales no han servido de mucho”, afirmaba el historiador en 1931, en la edición original de su clásico libro “Perú: problema y posibilidad”.
Los “enganchadores” eran elegidos por las “Compañías” entre viejos ladinos de la pampa. Su misión era engatusar a los mocetones ebrios del sueño de la fortuna, haciéndolos viajar al norte para alcanzar allí la riqueza. Esta descripción, que toma las palabras de Andrés Sabella en su “Norte Grande”, publicada en Chile en 1944, se refería a las condiciones bajo las cuales se expandió la minería del salitre. Evoca a un protagonista que no desapareció.
Educar al nuevo presidente de Perú sería la solución. Esa es la alternativa para superar los claroscuros en Pedro Castillo y para enfrentar a Vladimir Cerrón, el líder el partido político que cobijó al triunfante candidato, y cuyo papel en el poder no sería tal sino una exageración de la derecha.
Existen momentos en que las reacciones defensivas son las que revelan que se está avanzando, más de lo que muchos suponen, y eso acaba de suceder en Chile.
En pocos días se elegirán a los integrantes de la Convención Constituyente, con lo que se dará un paso clave para atender la demanda ciudadana de refundar el acuerdo político básico en Chile. Ese reclamo, desde el estallido social de 2019, ya no pudo ser acallado, y exigía abordar problemáticas como la democratización de la arquitectura y funcionamiento del gobierno, la representación ciudadana o la atención a la inequidad.