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                        El asalto de Hamás del 7 de octubre puede compararse a un terremoto que sacude un viejo edificio. Las grietas ya empezaban a aparecer, pero ahora son visibles en sus mismos cimientos.
 
                            
                         
                            La deshistorización de lo que está sucediendo ayuda a Israel a aplicar políticas genocidas en Gaza.
 
                            Resulta difícil mantener el propio sentido de la moralidad cuando la sociedad a la que uno pertenece –dirigentes y medios de comunicación por igual– se arroga la superioridad moral y espera de ti que compartas la justa ira con la que han reaccionado ante los acontecimientos del pasado sábado, 7 de octubre.
 
                            Los manifestantes que han puesto en jaque a Netanyahu están motivados por lo que podría llamarse la fantasía de Israel: la de un Estado democrático laico con suficiente capital moral para justificar dentro y fuera del país su ocupación de Palestina.
 
                            El último brutal ataque de Israel contra la Franja de Gaza reveló una vez más la respuesta hipócrita e inmoral de Occidente a la política genocida de Israel en los territorios ocupados. La continuación de estas políticas despiadadas y las respuestas de los gobiernos occidentales, especialmente los gobiernos estadounidenses y británicos, pueden conducir naturalmente a la desesperación y la parálisis.



 
                            
                         
                            
                        