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A pesar de que el libre mercado es un modelo hipotético y que realmente todos los mercados están regulados en mayor o en menor medida por acuerdos colectivos (Chang, 2012), el argumento en favor de la explotación capitalista apela al supuesto de que la aplicación de un conjunto de “estrategias de libre mercado” constituye el motor que impulsa el desarrollo socioeconómico. Este postulado ideológico asume que, aunque la libertad de mercado absoluta nunca llegue a alcanzarse, la ausencia de políticas de libre mercado en el funcionamiento de una economía provocaría al empobrecimiento de un país.
En los siglos XX y XXI los movimientos de izquierda impulsaron revoluciones que pretendían abolir la explotación de los trabajadores y articular sistemas socioeconómicos que superaran las contradicciones y las injusticias del capitalismo.
Han pasado más de treinta años desde que aconteciera la caída del Muro de Berlín, hito que marcó un antes y un después, como una especie de cicatriz que divide en forma invisible la flecha vectorial del tiempo y de la historia.
Corría el año 1844 en la ciudad británica Rochdale cuando un grupo de tejedores, que tenían unas condiciones de trabajo miserables y unos salarios muy bajos, decidieron mancomunar recursos y esfuerzos para acceder a los bienes de consumo básicos a un precio asequible.