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Gracias a un hada madrina de las Naciones Unidas, que vino a verme en La Habana, supe que mi padre y mi hermano Alan estaban vivos.
¿Sirven para apagar incendios los submarinos?
A mí me gusta la bandera chilena.
No porque algún exaltado nacionalista nos contase el conocido chascarro de que en un concurso internacional se la declaró la más linda del mundo.
Sino porque a mí me gusta el cielo.
Chile realizó todas las “reformas” ordenadas por la doxa neoliberal: privatizó el agua, la energía, la Educación, la Salud, la Previsión, concesionó el resto, destruyó la Legislación del Trabajo, o sea la protección social de los trabajadores, facilitó la inversión nacional y extranjera, le vendió las joyas de la familia al peor postor, redujo o simplemente eliminó los impuestos del riquerío y de las grandes corporaciones… para aterrizar donde todo esto aterriza: en la generalización de la corruptela.
En estas líneas solo me detendré en su política exterior, alineada –el dedo meñique en la costura del pantalón– con los intereses de los EEUU. ¿A qué viene la docilidad que lleva a Chile a sumarse a la agresión contra Venezuela para mostrarse obsecuente con el imperio? Chile, país regido por una Constitución impuesta en dictadura, acusa a Venezuela de no ser una democracia…
También se exhibió impúdicamente, como argumento, una supuesta proeza científica, pretendidos avances tecnológicos alcanzados por SQM que ni los chinos, ni los rusos, ni siquiera los yanquis están cerca de descubrir, Benjamin Franklin, Charles de Coulomb, Louis Pasteur, Thomas Edison y Alessandro Volta son una alpargata al lado de Ponce Lerou, se ve que la virgen del Carmen está con el yernísimo, lo protege y lo datea que es un primor.
Acomodarse con la institucionalidad pinochetera no es algo que le cueste demasiado a esta albóndiga compuesta de Frente Amplio y Concertación new wave aderezada con reminiscencias comunistas, mientras las urgencias las definan los empresarios.
Servidor, alejándose -una vez no es costumbre- del lenguaje que afecciona, declara que ese “texto final” se lo pueden acomodar en el orto.
Reflexión hecha caí en la cuenta de que Chile tampoco es una República.
Quienquiera hace el elogio del consenso, intenta estafarnos. Busca pasar catas por loros, caballa por atún. Con el meloso discurso de la paz y el paraíso en la Tierra no desea sino hacer de cada ciudadano un incapaz jurídico y mental.