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El mundo ve a los generales de Myanmar y a su ejército como a «una panda de matones». El problema, sin embargo, es que no se les trata como tal.
No hay nada ni nadie con el poder suficiente para silenciar a toda una nación. O eso creíamos. En una verdadera muestra del poder del pueblo, la ciudadanía de Myanmar ha demostrado que sí tiene la capacidad.
Cortar un dedo a un cadáver para robar un anillo de boda es un acto de auténtico salvajismo, pero solo uno más que añadir a las numerosas atrocidades recientemente cometidas por los soldados de la junta de Myanmar. En este caso, la víctima era un religioso de 30 años, padre de dos hijos y de un bebé todavía por nacer.
Myanmar se está convirtiendo, día a día, en una nación en clandestinidad. Casi podríamos decir que se trata de un juego nacional del «escondite». Pero, por supuesto, es un juego con consecuencias potencialmente fatales. Que te encuentren significa la detención, la tortura e incluso la muerte.