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La derrota de la izquierda brasileña tiene raíces profundas que van más allá de la «guerra cultural» o las políticas «identitarias». La extrema derecha ha capitalizado el desencanto y movilizado fuerzas, mientras la izquierda permanece en silencio o capitula ante la presión. Para cambiar esta correlación de fuerzas, es esencial aprender de la historia, movilizar socialmente y enfrentar los desafíos de fondo que han dado poder al bolsonarismo y a su proyecto neofascista.
En este artículo el autor sostiene que lo que está en disputa en torno a los apoyos al gobierno de Lula por parte de la izquierda el destino de la lucha contra la extrema derecha, que no se puede conseguir sin Lula y el PT.
El bolsonarismo no es solo una reacción pasajera: es una ofensiva contra los derechos conquistados por los trabajadores, que avanza bajo el disfraz de una rebelión antisistema, pero con un programa profundamente reaccionario.
El lulismo, o la lealtad política a la experiencia de los gobiernos dirigidos por el PT, ha permitido ganar apoyos entre los más pobres. Pero la izquierda brasileña ha perdido la hegemonía sobre su base social de masas original.
El 25 de abril de 1974 cayó la dictadura más antigua del continente europeo. La rebelión militar organizada por el MFA fue fulminante.
Una serie de acontecimientos están volviendo inestable el escenario político. Han vuelto las movilizaciones sociales y la economía crece, pero hay amenazas como el estallido de la violencia y el chantaje derechista. El gobierno necesita entrar en la contienda, pero aún no se ha dado cuenta de ello.
El bolsonarismo no es un tigre sin dientes y sigue siendo necesario construir una nueva relación social de fuerzas. Para ello, el gobierno de Lula necesitará de la movilización social, porque «en frío», Brasil no cambia.