La fotografía de la periodista Nilüfer Demir -el retrato de un grito- recorrió el mundo entero. Ese grito provenía de un cuerpo muerto, el de un niño. Aylan Kurdi, de tres años, falleció en las costas de Turquía, junto a su madre, de treinta y cinco años, y su hermano, de cinco. Ellos, en un […]
La fotografía de la periodista Nilüfer Demir -el retrato de un grito- recorrió el mundo entero. Ese grito provenía de un cuerpo muerto, el de un niño. Aylan Kurdi, de tres años, falleció en las costas de Turquía, junto a su madre, de treinta y cinco años, y su hermano, de cinco. Ellos, en un precario bote repleto de gente -eran doce personas-, sin salvavidas ni implementos de seguridad, intentaban llegar, precariamente, desesperados, desde Siria a las costas griegas… (El «capitán» de la nave, según relató Abdullah Kurdi, el padre de Aylan, se arrojó al mar bravío, cuando el bote se desestabilizó -en un intento de nadar y tratar de salvarse-, y lo dejó «al mando».)
«Cuando vi al niño de tres años, realmente se me heló la sangre. En ese momento ya no se podía hacer nada. Estaba tirado, con sus pantalones cortos azules y su camiseta roja subida casi hasta la mitad del vientre. No podía hacer nada por él. Lo único que podía hacer era tratar de que su grito, el grito de su cuerpo tirado en el suelo, fuera escuchado», dijo Demir.
Un dolor indescriptible, tristeza, bronca, indignación, profunda pena, son las primeras reacciones (sensaciones) que surgen de ver -o entrever; así sea por sólo un segundo- ese pequeño cuerpo, solo, abandonado, arrojado por las olas, ahogado, a la vera de la playa.
La hermana de Abdullah Kurdi, residente en Canadá, contó que anteriormente había sido rechazada la solicitud de asilo que hizo para la familia: «fue devuelta porque estaba incompleta y no respetaba las exigencias reglamentarias»; carecían de un «número de identificación de la Organización de las Naciones Unidas expedido por Turquía», dijo. Ahora, tras conocerse los acontecimientos, el gobierno Canadá le ofreció a este hombre (que perdió todo), la posibilidad de ir a residir allí… Kobani -la ciudad siria desde la que escapó esta familia-, envuelta en conflictos sociales y tribales, injerencia imperialista y guerra civil, verá regresar al padre -tal dijo que es su dolida voluntad-, ahora solo.
«No voy a culpar a Canadá de lo que pasó. Culpo al mundo entero», dijo la hermana. Y tiene razón. Y agrego: este mundo culpable es el que ha ido generando el capitalismo, con sus fronteras nacionales y aduanas, su militarismo y guerras; el interés geopolítico, económico (¡el petróleo de Medio Oriente!), del imperialismo. La muerte de este niño -y la muerte de miles y miles de inmigrantes que huyen de la crisis económica y la desocupación, del hambre y las guerras- es un grito contra el sistema: el emergente que miramos (y que nos mira) de un sistema completamente irracional, burocrático, perverso, destructivo; donde las maravillas de la producción en masa de alimentos y vestimenta, vivienda, ciencia, cultura y tecnología son negados permanentemente a la gran mayoría de la humanidad. Como conclusión: humanidad (nosotros) y capitalismo son (somos) incompatibles. Este sistema se basa en la más amplia «socialización» (amplitud) del trabajo bajo el mando de los propietarios de los medios de producción, cambio y comunicación (Bancos, monopolios industriales, militares y empresas mediáticas, privados y estatales). La explotación de los recursos naturales y humanos, puestos al servicio de la ganancia y el lucro privados (los parásitos que viven del trabajo ajeno, de la desocupación y el sufrimiento). Es la barbarie que genera el sistema -por más que el gatopardista Papa lo admita y lo lamente en sus piadosos discursos- urbi et orbi. Imperialismos como Francia y Alemania están dispuestos a dar asilo a los desesperados… «en cuotas» o «cupos» (por no hablar de la «preocupación zoológica» del primer ministro británico Dave Cameron por la invasión de «enjambres» de inmigrantes, o el planteo del jefe de gobierno español Rajoy sobre la «inmigración irregular por razones económicas»). Mientras, quienes tratan de cruzar las fronteras gritan también «No camp! No camp!» en Hungría (leyes «de emergencia», trenes repletos de inmigrantes, «campamentos» -Campos- y largas alambradas de púas recorren la frontera del país -gobernado por el ultraconservador primer ministro Viktor Orban- con Serbia).
En uno de sus últimos escritos («El marxismo y nuestra época«, publicado en 1939 cuando comenzaba aquella otra gran barbarie capitalista, la Segunda Guerra Mundial) León Trotsky planteaba la imperiosa, urgente necesidad de reorganizar la economía bajo un plan socialista -que por supuesto no es el plan burocrático del estalinismo que terminó gobernando (y hundiendo) a la URSS-, dando trabajo a todas las manos disponibles. Decía: «se podría asegurar a todo el pueblo un nivel de vida alto y cómodo, basado en una jornada de trabajo extremadamente corta.
«En consecuencia, para salvar a la sociedad no es necesario detener el desarrollo de la técnica, cerrar las fábricas, conceder premios a los agricultores para que saboteen a la agricultura, transformar a un tercio de los trabajadores en mendigos, ni llamar a los maníacos para que hagan de dictadores. Ninguna de estas medidas, que constituyen una burla horrible para los intereses de la sociedad, es necesaria. Lo que es indispensable y urgente es separar los medios de producción de sus actuales propietarios parásitos y organizar la sociedad de acuerdo con un plan racional».
La constante miseria, degradación y muerte que genera el sistema hace que el socialismo, como salida a la crisis, como horizonte, se (re)plantee nuevamente… ¿Cómo hacerlo? Por medio de la lucha de clases. Por medio de la organización solidaria, internacionalista, de todos los trabajadores y sectores explotados y oprimidos de la sociedad (en comisiones, sindicatos, comités, ligas, coordinadoras). Generando lazos para combatir al enemigo común, en busca de estos objetivos: conquistar una fuerza social y política (un partido) que luche por poner en pie un gobierno de las clases trabajadoras, que reorganice democráticamente la economía en beneficio de las mayorías.
Trotsky decía que, una vez garantizada la posibilidad de trabajo para todos/as (lo que debe contemplar una planificación de los recursos naturales no renovables y todos los temas relacionados con la contaminación del medio ambiente), satisfechas las necesidades, palabras como «pobreza», «crisis» y «explotación» «saldrán de circulación». Y es de esperar que imágenes -fotos, gritos- como las del niño Aylan Kurdi también. Que sean un viejo (y mal) recuerdo de la «prehistoria» humana de quienes (mal)vivimos en el capitalismo.
Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/Aylan-Kurdi-retrato-de-un-grito