El proceso que, salvo sorpresa mayúscula, culminará con la reelección de Barroso al frente de la Comisión Europea, va quemando etapas. El jueves presentó su pliego de «orientaciones políticas» y esta próxima semana será examinado por los diputados europeos. Previsiblemente, le darán el visto bueno el 16 de este mismo mes, y en noviembre se repetirá el proceso con los comisarios designados. Antes, el 2 de octubre, los irlandeses darán su veredicto sobre Lisboa.
José Manuel Durao Barroso, el candidato que la Unión Europea se sacó de la manga como último recurso hace cinco años tras el rechazo británico a Guy Verhofstadt (propuesto por Berlín y París), se juega su reelección en menos de doce días. El pasado jueves presentó su programa, los próximos martes y miércoles pasará examen ante el pleno del Parlamento Europeo y los diputados votarán, presumiblemente, el día 16 (si así lo deciden los presidentes de los grupos parlamentarios el día 10).
La reelección de Barroso ha sido una de las serpientes de verano en el ámbito comunitario, debido tanto a la incertidumbre en torno al futuro del Tratado de Lisboa como a las críticas que gobiernos y diputados europeos han dirigido contra su figura. En las horas previas al Consejo Europeo de junio, Angela Merkel y Nicolas Sarkozy publicaron un artículo conjunto en la prensa alemana y francesa con un pliego de exigencias que Barroso acató sin rechistar en el documento que remitió al inicio de la cumbre. Ahora, ha presentado un programa «político» que, al igual que entonces, recoge exactamente lo que los diputados europeos críticos le achacan. Barroso es un político sin personalidad, dispuesto, al parecer, a cualquier cosa con tal de seguir cinco años más al frente de la Comisión Europea.
Los socialdemócratas y los Verdes le exigieron más acento social y ecológico para darle su voto, así que el político conservador portugués no paró de hablar el jueves de desempleo, cambio climático y energía.
En cualquier caso, el candidato propuesto por los Veintisiete sólo cuenta de momento con el apoyo declarado del Partido Popular Europeo, de los diputados euroescépticos derechistas británicos y checos, de aproximadamente la mitad de los parlamentarios del Grupo Liberal de Verhosftadt y de los socialdemócratas portugueses y españoles. Con estos votos se acercaría ya a la mayoría simple -de los diputados presentes en la Cámara- exigida por el Tratado de Niza, que es el que sigue marcando las reglas del juego institucional en la Unión.
Es probable que sean finalmente más los que voten a favor de su reelección el día 16, pero no será porque su programa les haya convencido, puesto que el documento titulado «Orientaciones políticas para la próxima Comisión», expuesto el pasado jueves ante los medios de comunicación, no es más que un pliego de buenas intenciones y tipica retórica comunitaria. En 52 páginas (aunque ocho están en blanco, algo que no casa muy bien con su recién descubierto ecologismo), no hay ninguna novedad o idea reseñable. Únicamente un buen número de lugares comunes que no dicen nada: «Creo en una Europa ambiciosa y de valores, una Europa que sitúa a las personas en el centro de la agenda»; «debemos reiniciar el crecimiento económico hoy y garantizar la sostenibilidad a largo plazo y la competitividad durante el futuro»; «combatir el desempleo y reforzar nuestra cohesión social»; «convertir el desafío de una Europa sostenible en una ventaja para nuestra competencia»; «garantizar la seguridad de los europeos» y «reforzar la ciudadanía y la participación en la UE».
Es decir, nada. José Manuel Durao Barroso habló para no molestar a nadie y trató de utilizar más veces los términos que los críticos le piden, para que éstos puedan decir más fácilmente que le otorgan su voto.
La única parte que llama la atención de su documento son las últimas cinco páginas, en las que, bajo el epígrafe «Cómo debería trabajar Europa», trata de mostrar una fortaleza que no tiene cuando proclama -o pide, quién sabe- que la Comisión Europea es el motor del proyecto europeo y que la autoridad del presidente es vital para garantizar la colegialidad, la coherencia y el papel especial de la Comisión. Barroso se apresura a decir todo esto porque piensa, o espera, que diciéndolo en voz alta alguien le va a creer. Vano intento, porque ni su Comisión ha sido ni es el motor del proyecto europeo, ni ha sido capaz de garantizar la colegialidad, la coherencia y el papel especial de la Comisión Europea. Y él es prefectamente consciente de ello, porque, por ejemplo, propone ahora revisar el código de conducta de los comisarios.
Es probable que no sea el único culpable de la actual falta de liderazgo y capacidad de iniciativa de la Comisión, pero es obvio que es al menos corresponsable. La Comisión Europea es una de las víctimas de la actual indefinición y deriva del proyecto de integración europeo, de ahí que a los grandes estados tampoco les interese en este momento ni una Comisión fuerte ni un presidente del colegio de comisarios con empuje e iniciativa. En esta fase gris, Barroso es el candidato perfecto. Por lo tanto, puede pedir la Luna, aunque todo el mundo sepa que nada de lo que pueda prometer depende de él. Como él mismo sugiere, la Unión Europea necesita reinventarse, reformar el presupuesto, fijar sus límites y reorientar el rumbo. El referéndum irlandés del 2 de octubre sobre el Tratado de Lisboa servirá para saber dónde estamos y despejar las incertidumbres, en uno u otro sentido.
Menos apoyo
A este respecto, vuelven las dudas. Cuando parecía que los sondeos auguraban una ratificación relativamente tranquila, el campo del «no» vuelve a recuperar terreno, hasta el punto de que el Gobierno irlandés (que pide el «sí» a Lisboa) reconoce que lo tiene complicado. Queda ya menos de un mes; en dos semanas ni tan siquiera el culebrón Barroso podra desviar la atención de los demonios de la Unión.