La principal ventaja de una integración política o económica, lógicamente, es tener acceso a un mercado mayor. Pero si estamos hablando de integración a una determinada zona, y no a todo el mundo, es porque esa zona a la que uno se integra tiene o va a tener un cierto arancel externo común, o sea, […]
La principal ventaja de una integración política o económica, lógicamente, es tener acceso a un mercado mayor. Pero si estamos hablando de integración a una determinada zona, y no a todo el mundo, es porque esa zona a la que uno se integra tiene o va a tener un cierto arancel externo común, o sea, un cierto proteccionismo, désele ese nombre o no. Proteccionismo, por supuesto, no es autarquía, pero sí implica una cierta distorsión de los flujos supuestamente «naturales» que el comercio tendría bajo condiciones de total libertad de transacciones. Pongo entre comillas la calificación de «natural» al comercio supuestamente libre, porque en realidad no hay tal cosa. El comercio no tiene nada de natural, es una cosa totalmente artificial, puesto que se basa en las condiciones productivas, tecnológicas y legales de cada país, que son un artificio del hombre sobre la naturaleza. Como artificiales que son, esas condiciones, competitivas o no, son resultado de procesos históricos que no tienen porqué ser aceptados como definitivos en sus consecuencias actuales.
De ahí se llega al conocido concepto de «ventajas comparativas dinámicas», en vez de estáticas. Claro está que no es fácil cambiar esas ventajas, pero eso es lo que han hecho todos los países que han tenido éxito económico, incluyendo al Brasil, que, a pesar de sus altibajos ha podido radicar un parque industrial que hoy genera aprehensiones en los propios Estados Unidos. Por qué en algunos países el proteccionismo, unido a dirigismo estatal, ha fracasado, o sufrido fuertes percances, se debe a múltiples razones, más políticas que estrictamente económicas, especialmente percances del aparato estatal, a su vez debidos a convulsiones políticas, de las que hemos tenido tantas. Raro es que no estemos aún peor.
Las ventajas del mercado ampliado son obvias, pero las dificultades también existen. La primera, desde ya, se presenta si esa unificación de un mercado mayor implica libertad de movimiento de personas. Muchos teóricos de la apertura comercial total e indiscriminada vacilan al llegar a este punto, y argumentan que «es un tema especial». Por cierto que lo es, y hay que caminar despacio en esa dirección, para evitar resistencias de los trabajadores locales ante lo que pueden considerar una invasión de mano de obra barata. Pero, a la larga, habrá que incorporar también esa libertad de movimientos, como lo han hecho los europeos (para miembros de sus países integrantes, claro está). Hay una fuerte posibilidad de que el futuro económico esté signado por un mundo dividido en grandes bloques, cada uno de los cuales actúe de manera relativamente proteccionista. El proteccionismo, a pesar de ser la bestia negra de la economía neoliberal, se está fortaleciendo en los más diversos ambientes. Para Paul Krugman «la fundamentación intelectual del proteccionismo es hoy más sólida que en el pasado, y los argumentos a favor del comercio libre son a menudo exagerados». A ello agrega que la opinión de que «la creciente propiedad extranjera de bienes norteamericanos es una amenaza a nuestra soberanía se tendía a descartar como claramente tonta, cuando nosotros éramos los que queríamos invertir en otros países. Ahora que el zapato está en el otro pie, el argumento parece más sólido«.
¿Qué pasaría en América Latina si una ola neoproteccionista se afirmara en las grandes potencias mundiales? En una eventualidad de este tipo, la existencia de un núcleo de naciones intervinculadas, como sería una Unasur con capacidad de implementar acuerdos comerciales eficaces, facilitaría la resistencia y la adaptación al nuevo clima mundial. Para orientarse en ese laberinto hay que tener en cuenta varios puntos:
– Primero de todo, el proceso europeo ha llevado cincuenta años para fructificar, desde los tiempos de la Comunidad del Carbón y el Acero, que sólo involucró a seis países, cuyos niveles de desarrollo eran bastante parecidos, lo que podría ser el equivalente de nuestro Mercosur. – En segundo lugar, esa integración económica se redujo a dos o tres rubros (acero, carbón y mineral de hierro), e implicó una gran cantidad de medidas provisorias de adaptación, creando cupos y aprobando subsidios a los productores con problemas.
– En tercer lugar, hubo desde el comienzo toda una estructura de administración y de resolución de conflictos eventuales, y de representación de los diversos países en una institucionalización que se fue ampliando progresivamente. El robustecimiento del ya existente Parlamento Latinoamericano estaría en esa dirección.
– Cuando se amplió el proceso de integración económica, las reservas de mano de obra barata en Portugal, Grecia, España o el sur de Italia eran muy significativas, casi mayoritarias en sus países. Pero hay que tener en cuenta que sus números, proporcionalmente a la población del núcleo más próspero, eran reducidos. En Sudamérica la situación es distinta, y eso es un escollo que habrá que operar con mucha prudencia para evitar encallar en él.
Tenemos que tener presente, entonces, que para que las ventajas económicas de un mercado común se consoliden y tengan estabilidad, es necesario darle instituciones legislativas (eventualmente electas por el pueblo directamente), judiciales, y ejecutivas, y a la larga una moneda común. El camino va a ser largo, pero sin eso se está siempre en riesgo de medidas unilaterales. No puede haber confianza de inversores, ni aceptación por parte de grupos de interés involucrados (principalmente industriales y sindicales) mientras no existan instituciones que garanticen una «cancha pareja». Esas instituciones deben garantizar también la existencia de una serie de medidas de adaptación, o sea de interferencia y canalización de las mismas fuerzas de mercado que se desea liberar, pero como las aguas de un río, que para ser usadas deben antes pasar por un sólido dique.
La institucionalización de una Unión ayudará a estabilizar también la política en los países miembros, sobre todo entre los de menor desarrollo económico o político, pero también entre los otros. Ya el Mercosur ha actuado de esa manera, sobre todo en las crisis paraguayas, donde contribuyó hace unos años a evitar un golpe de Estado, pero el campo se ampliaría al pasar al estadio de Unión.
La vinculación, tanto de individuos como de empresas y economías de los diversos países de América del Sur con Estados Unidos, Europa o Japón seguirá existiendo, aunque más regulada. Como es probable que en esas áreas se vaya imponiendo un significativo proteccionismo, es necesario contar con recursos para negociar las adaptaciones en cada caso. Es obvio que ir en representación de un grupo de naciones, en que de una vez por todas las tentaciones de «cortarse solos» hayan sido superadas, dará más solidez a esas negociaciones.
Fuente: http://www.revistadebate.com.ar//2010/05/21/2900.php