El país más dividido de Europa celebró el lunes su «fiesta nacional», justo una semana después de que Yves Leterme, su primer ministro, presentara su dimisión. Se trata de un aniversario que parece tener los días contados.
«Un accidente de la historia», dijo de Bélgica Leterme en una ocasión. La semana pasada, el primer ministro belga presentaba su dimisión, incapaz de conciliar las posturas entre flamencos y valones en torno al grado de autonomía que ambas comunidades consideran deseable. Éste es el desencuentro que ha mantenido al país sin gobierno durante nueve meses, y que plantea serias dudas sobre su futuro a corto plazo.
«Hemos sobrevivido a crisis mayores que ésta», asegura Jean-Jacques, valón, a la salida de una misa oficiada en honor de los veteranos de guerra como él. Si entendemos ambas guerras mundiales como «crisis», está claro que sí.
Pero más que la Catedral es el céntrico Parque de Bruselas, junto a Palacio Real, el lugar que más gente congrega. Las familias pasean pertrechadas de paraguas entre los que destacan los azules con estrellas amarillas, pero sobre todo los que despliegan los tres colores de la bandera belga, cortesía del periódico francófono «Le Soir».
«Estamos hartos de esta situación», asegura Marie, valona de Bruselas. «Ahora hablan de que el futuro de Bélgica pasa por un estado confederado; que de otra manera no hay Gobierno posible. ¿Significa eso que tendremos un rey y dos jefes de Estado? Ya no somos el corazón de Europa, sino el hazmerreír de todo el mundo», se queja, mientras ayuda a su hijo Phillipe a vestirse un neopreno.
Coronas tricolores
Muy cerca del puesto de escafandrismo se encuentran los Bakker. Abdula y Fatya llegaron de Marruecos hace ya más de veinte años. Ella se sigue cubriendo la cabeza, como buena musulmana, y sus dos hijos adolescentes lo hacen hoy con unas coronas tricolores hinchables dispuestas para la ocasión.
«Nuestra vida está en Bélgica. Queremos que todo siga igual», confiesa Abdula, que dice estar más excitado por lo inminente de su viaje de vuelta a Marruecos para pasar las vacaciones de verano. Ésa será, muy probablemente, la tónica general entre los más de 500.000 inmigrantes del millón de habitantes de Bruselas. Eurócratas incluidos.
Saliendo del parque en dirección hacia el Palacio Real, un reducido grupo baila bajo los paraguas al son de un grupo de rock que canta en francés. Justo enfrente, la gente se amontona en el stand de la Comisión Europea, probablemente más interesados en guarecerse de la lluvia que en los folletos sobre la futura ampliación de la Unión.
A Thomas le preocupa mucho más el futuro inmediato de su propio país que el ingreso de Macedonia en la UE.
«Yo soy belga, Bélgica es mi país», asegura este treintañero hijo de valón y flamenca. «Si el país se rompe, yo me romperé con él», añade.
Y es que en la capital de Europa las cosas son más complicadas de lo que pueden parecer a simple vista: están los valones que reclaman una identidad propia además de la belga, pero también los hay que sueñan con una unión, un anschluss, con el Estado francés.
Por su parte, un pequeño porcentaje de los flamencos desearía un futuro con Flandes integrada en los Países Bajos, con quienes comparten una lengua común, mientras que la mayoría de ellos apuesta por un mayor grado de autonomía, o incluso la independencia.
Incógnita alemana
Y luego está la pequeña comunidad alemana, al este de Valonia. Fueron integrados en Bélgica tras la Primera Guerra Mundial, recuperados por Berlín durante la Segunda, y represaliados, «por colaboracionistas», al final de la misma.
Actualmente nunca dicen una palabra más alta que la otra y todavía resulta una incógnita cuál será su opción cuando Bélgica no dé más de sí.
A cinco minutos a pie del Palacio Real, en la Casa Flamenca, Christian no alberga dudas ni incertidumbre alguna sobre su propia identidad.
«Los flamencos somos el 60% de la población de este país y celebramos nuestro día nacional el 11 de julio. Apenas queda nada que nos una a los valones», dice Christian, editor jefe de «Meervoud», una publicación «independentista y de izquierdas», en sus propias palabras. [El euskara aparece en su página www.meervoud.org].
«Vivimos un momento histórico», continúa. «Estamos asistiendo al final del federalismo en Bélgica. Ahora la única alternativa posible es una confederación. Y, si no, la independencia», afirma categórico.
En un día como el de la «Fiesta Nacional» no podía faltar el desfile militar, apoyo aéreo incluido, de las Fuerzas Armadas de Bélgica.
«Tenía que haber ido», apunta Ludo, también flamenco. «Probablemente habrá sido el último», bromea. O no.