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Berta Cáceres, otra víctima del capital

Fuentes: Rebelión

«Berta fue una mujer excepcional, lideresa nata que condujo a su pueblo Lenca más allá de las reivindicaciones básicas, para elevarlos a la conciencia de pueblo indígena, de pueblo digno, de pueblo con derechos y con voluntad para defenderlos» (Guido Eguigure) Honduras era su país, Lenca era su pueblo, Berta Cáceres era su nombre. Ha […]

«Berta fue una mujer excepcional, lideresa nata que condujo a su pueblo Lenca más allá de las reivindicaciones básicas, para elevarlos a la conciencia de pueblo indígena, de pueblo digno, de pueblo con derechos y con voluntad para defenderlos» (Guido Eguigure)

Honduras era su país, Lenca era su pueblo, Berta Cáceres era su nombre. Ha ocurrido quizá en el país más peligroso del mundo, donde la desigualdad, la represión y la impunidad campan a sus anchas. El gran capital hostiga, explota, acecha, amenaza, soborna, chantajea, y utiliza todos sus resortes contra los osados (sean personas u organizaciones) que se atreven a cuestionar su poder y su fuerza. Y cuando todo ello no les vale, como en el caso de Berta Cáceres, recurren al asesinato directo, frío, vil y traicionero. Y así, la gran dirigente indígena y luchadora incansable de los movimientos ambientalistas de su región, ha sido asesinada de forma violenta, y con ello, el capital ha eliminado el obstáculo que ella representaba, un obstáculo para quienes continúan ejerciendo un sistema de dominio y explotación para el pueblo hondureño. El antes y el después lo podemos fijar en el derrocamiento del Gobierno de Manuel Zelaya, en 2009, desalojado del poder mediante un cobarde Golpe de Estado perpetrado, como siempre, por las fuerzas desestabilizadoras del capital. Berta había participado encabezando las protestas contra dicha usurpación ilegítima del poder.

Berta siempre lo tuvo claro, porque de casta le viene al galgo. Ella pertenecía a la mayor etnia indígena de Honduras, y su madre, Berta Flores, según nos cuenta la Wikipedia, fue partera, enfermera y alcaldesa, y dio amparo a muchos refugiados procedentes de El Salvador. Según la tradición lenca, los espíritus femeninos están en los ríos, y las mujeres son sus principales guardianas. Quizá por ello el espíritu de Berta seguirá siempre vivo, iluminando las siguientes generaciones de activistas. Berta siempre denunció la expropiación de los territorios a su gente, así como las carencias en los sistemas de salud y agrícola, y rechazó la instalación de bases militares estadounidenses en el territorio hondureño. Por todo ello, Berta estaba situada en el ojo del huracán. En abril de 2015, Berta Cáceres fue galardonada con el mayor reconocimiento mundial que se otorga a los activistas medioambientales, el Premio Medioambiental Goldman. Berta era una hermosa flor de la Humanidad, una flor que ha sido cortada, pero parafraseando al maestro Pablo Neruda, aunque corten todas las flores, no detendrán la primavera.

En Honduras existe, como en tantos otros lugares de América Latina, un Gobierno corrupto arrojado en manos de las fuerzas vivas del capital, formado por la oligarquía hondureña, apoyada por el soporte y la complicidad de las grandes empresas transnacionales y, por supuesto, por el criminal gobierno norteamericano. Pero Honduras y sus pueblos indígenas y nativos constituyen un rico arsenal de naturaleza viva, en constante enriquecimiento, pero también en constante destrucción por parte de estos agentes del capitalismo más salvaje y depredador. Y cuando, como en el caso de Berta, les salen auténticos líderes populares, valientes contestatarios que se enfrentan a su indecente poderío, ellos siguen recurriendo al crimen para eliminar a todos aquéllos y aquéllas que molestan a sus negocios, que alzan su voz rebelde, que se atreven a enfrentarse a su poder, que intentan frenar su demoledora y destructiva capacidad. Y así, los gobiernos hondureños continúan asesinando impunemente, con la ayuda de estos voceros del capitalismo, de estos grandes agentes de la malvada «globalización», de estos siervos de la destrucción y de la codicia.

De hecho, antes que Berta, decenas de periodistas reivindicativos, de campesinos rebeldes, de activistas sindicales y de líderes de movimientos populares, así como defensores de los derechos humanos, activistas animalistas, defensores ecologistas, maestros, ambientalistas, y un largo etcétera de activistas sociales han sido el blanco de los asesinatos de esta mafia capitalista. Lo más triste de todo es que su impunidad es prácticamente total. Nada les impide llevar a cabo sus fechorías. Nada puede ensombrecer su poder. Los crímenes suelen quedar impunes, nada se investiga con la suficiente entidad, nada se esclarece, y así la corrupción, el saqueo y el asesinato son moneda de cambio ante la inacción y la pasividad de un Gobierno cómplice que se lava las manos ante tanta barbarie. Y ante ello, seguro que la prensa de los medios de comunicación dominantes no contarán esta noticia, seguro que no saldrán grandes voces a escandalizarse ante tanta corrupción, seguro que ningún dirigente político del mundo «occidental» y «civilizado» alzará su voz para denunciar tanto salvajismo, tanta injusticia y tanta impunidad. Seguro que ante el asesinato vil y despreciable de Berta no saldrán los grandes «defensores de los derechos humanos» para denunciar a la mafia capitalista hondureña y a sus cómplices de tan horrendo crimen.

Como nos cuenta Carlos Iaquinandi desde SERPAL, Berta Cáceres fue una de las fundadoras del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH) en 1993. Encabezó las movilizaciones contra los megaproyectos de grandes empresas mineras y energéticas, cuyas prácticas depredadoras intentaban aniquilar los ecosistemas naturales de los pueblos nativos de la región, así como expoliar los recursos naturales de los mismos. De hecho, había conseguido en varias ocasiones desmontar los planes de varias grandes empresas hidroeléctricas. Era frecuente verla, megáfono en mano, lanzando al pueblo sus mensajes, para concienciarles de sus derechos, y de las desastrosas consecuencias de lo que las grandes empresas venían practicando en sus territorios históricos. Y así, Berta luchó y defendió el agua, los ríos, la tierra, los bosques, en fin, la misma naturaleza que ella había vivido y habitado desde pequeña, y que había sido contexto natural de la convivencia de estos pueblos indígenas. En palabras de su propio hermano: «Ella defendía la riqueza indígena, los árboles, las aves, el agua, el derecho para que la gente tuviera un vaso, un plato de comida, calzado, etc. Su única arma era su voz«. Y de madrugada, diversos testigos señalan que dos sicarios forzaron su vivienda, asesinando despiadamente a tiros a la dirigente indígena. Todo ello tiene la pinta de otro asesinato por encargo, el habitual procedimiento que se ejecuta contra los activistas sociales hondureños. Hasta siempre, Berta, tu muerte es la muerte de millones de activistas por todo el mundo, que luchan incansablemente contra las fuerzas del capital, y tu muerte también es la de todos nosotros, lo que creemos y luchamos por otro mundo, otro mundo que es posible y necesario.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.