Las elecciones del próximo domingo se presentan con importantes incógnitas sobre el futuro del actual presidente, Lukashenko, del sistema diseñado durante las últimas décadas, y del propio país, Bielorrusia. Además, pueden abrirse las puertas para un nuevo guión de las llamadas revoluciones de colores y un cambio de régimen.
Bielorrusia es considerado por algunas autores como “el centro geográfico de Europa”, ubicando éste en la ciudad de Polotsk. También se le conoce como el “corazón olvidado de Europa”, y a pesar de ello, su ubicación geográfica le ha conferido históricamente una importancia geoestratégica, que se ha incrementado en los últimos años.
Esa situación entre Rusia y “Occidente” ha marcado la política exterior de Lukashenko estos años, buscando en todo momento ubicar la balanza a su favor en función de los intereses de los actores exteriores. Así, ante el cinturón rusófilo que conforman Polonia, Ucrania y los estados bálticos, Minsk se ubica junto a Moscú a cambio de “precios especiales” en el petróleo y gas rusos. Cuando Moscú decide no continuar con esa relación, Lukashenko vuelve su mirada hacia Occidente, con quien su relación se asemeja a un círculo, “del alejamiento a la luna de miel y de vuelta al alejamiento…”
En estos momentos, Bielorrusia afronta un complejo contexto económico, con una importante deuda externa, una caída en los ingresos por el colapso del precio del petróleo y una recesión a la vista de la mano del COVID-19. Si a eso añadimos el deterioro de las relaciones con Moscú, la pérdida de popularidad del actual presidente y el giro de éste hacia Occidente, el panorama puede complicarse en los próximos meses.
En estos momentos la atención mediática se centra en torno a Lukashenko y su futuro. A pesar de su impopularidad en Bruselas, Washington y Moscú, el apoyo y el carisma hacia su figura todavía es elevado en el país. Una serie de factores han jugado a su favor en el pasado. Tras la debacle del espacio soviético, logró el éxito económico del país, a través del empleo y la seguridad mantuvo el orden, y hasta ahora ha sabido maniobrar ante las presiones extranjeras.
Definido como un camaleón político y un sobreviviente nato, ha sido muy hábil a la hora de explotar sus oportunidades. Ha buscado una simbiosis en la identificación nacional de Bielorrusia y la defensa de su independencia; una actitud ambivalente hacia Rusia y Occidente; una devoción al orden; un agudo sentimiento de parentesco con la gente del campo; un apego a lo que define como democracia directa en oposición a la democracia representativa; un rechazo al fundamentalismo del mercado y una devoción a la equidad social; defender el nacionalismo cívico (en oposición al étnico) para Bielorrusia; y un apoyo en el ejército y la poderosa KGB local.
Uno de los pilares del éxito de Lukashenko ha sido el modelo económico desarrollado. Evitando la privatización salvaje y la terapia de choque neoliberal que se implementó en el antiguo espacio soviético en la década de los noventa, el político bielorruso ha desarrollado una “economía de mercado orientada socialmente”. Caracterizada por un papel significativo del sector público, el peso de la seguridad social universal; el mantenimiento del empleo, la prevención de quiebras mediante restricciones presupuestarias suaves y la inversión en salud, educación y bienestar.
Consciente de las limitaciones y las presiones exteriores, y mirando el desarrollo que se ha producido en otros países exsoviéticos, Lukashenko afirmaba en una entrevista: “es mucho más fácil enriquecer a mil oligarcas que crear una vida normal para millones”.
La sombra de un cambio de régimen también planea sobre Bielorrusia. Algunas fuentes apuntan a la posibilidad de que esté en marcha un nuevo intento de “revolución de colores”, o una especie de Maidán ucraniano, e incluso se aventuran a señalar la posibilidad de que se repita una estrategia similar a la que se vivió en Turquía hace unos meses.
Los defensores de esas teorías señalan la campaña “I/We are the 97%”, que busca extender la falsa imagen de que Lukashenko sólo contaría con el apoyo del 3%. El guión ya es de sobra conocido: deslegitimar las elecciones; que Occcidente no reconozca un posible triunfo de Lukashenko; incluso si triunfa, aumentar la campaña en su contra para debilitarlo; utilizar la tecnología y las movilizaciones populares para sacudir el país y dividir a la élite política.
Evidentemente no se buscaría sólo la eliminación de Lukashenko como presidente, sino el retorno del país a los años 90 y abrir la puerta al desarrollo de las recetas neoliberales de entonces. Un cambio de régimen, tanto económico, como político, y evidentemente con incidencia en las relaciones exteriores del país.
No obstante esa hipotética agenda también tiene obstáculos ante sí. Si bien las manifestaciones de estos días contra Lukashenko son importantes, éste todavía sigue teniendo apoyos elevados en la sociedad y en estamentos claves del país. Además, como ya ha ocurrido en el pasado, en ocasiones loa gestores del cambio de régimen tienden a presentar una visión distorsionada del país, que ellos mismos se acaban creyendo, y que se sustenta en ocasiones en la búsqueda de aliados que sólo dicen lo que esos actores quieren oír.
Como señala un analista local, “aunque Bielorrusia históricamente ha estado en contacto con Occidente, no es una cultura profundamente occidental. En consecuencia, debe tratarse como tal, no como una especie de patología sociocultural que necesita ser curada”.
La pregunta del millón, ¿sobrevivirá Lukashenko? Y si lo hace, ¿cómo será el panorama bielorruso? Hasta ahora, los candidatos opositores no habían logrado credibilidad entra la población. A día de hoy, la alianza opositora recién formada está logrando importantes apoyos y movilizaciones. Pueden abrirse grietas y maniobras en sectores que hasta ahora apoyaban a Lukashenko. No obstante, incluso para sectores que puedan sentirse cansados de la presidencia de Lukashenko, el panorama de la vecina Ucrania y otros países del antiguo espacio soviético les puede llevar a repensar “el voto del cambio”.
¡Muchas veces no vemos las cosas como son, sino como somos!
Txente Rekondo.- Analista internacional