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El laborismo despedazado

Blair se despide

Fuentes: Rebelión

El descontento contra la gestión de Tony Blair, que viene acumulándose desde hace tiempo, por fin estalló. Y la explosión vino desde sus propias filas. Blair anunció este jueves que dejará su cargo antes de un año, en un intento por calmar la crisis política que lo amenaza. Un secretario de Estado y siete otros […]

El descontento contra la gestión de Tony Blair, que viene acumulándose desde hace tiempo, por fin estalló. Y la explosión vino desde sus propias filas. Blair anunció este jueves que dejará su cargo antes de un año, en un intento por calmar la crisis política que lo amenaza.
Un secretario de Estado y siete otros altos cargos renunciaron luego de exigir la dimisión inmediata del primer ministro. El Canciller de los Escaques británico, Gordon Brown, señalado por muchos analistas políticos como el sucesor de Blair, declaró que apoyará cualquier decisión que se tome. La asunción de Gordon Brown no supondría un cambio radical en las actuales políticas del Gobierno laborista. A Brown se le ha llamado el canciller prudente por la manera moderada con que ha regido la economía del país.
El curioso título de Canciller de los Escaques comenzó a usarse tras la conquista normanda en 1066 porque se utilizaba un tablero de ajedrez para cobrar los impuestos. Viene del latín scaccarium que era un alto cargo en la curia regis o corte real, la administración de la monarquía. Corresponde el Ministro del Tesoro o de Finanzas.
A Blair le ha costado su impopularidad actual su sometimiento a Bush y a su política aventurera, belicista y rapaz en el Oriente Medio. Brown también se halla muy identificado con Estados Unidos pero tomaría alguna distancia decorosa, según los analistas, para marcar una relativa autonomía de la llamada «política atlántica», del Reino Unido. Su visión está algo más a la izquierda que la del primer ministro.
Blair ha sido el hombre que liquidó el viejo laborismo. El laborismo de nuevo estilo abolió las aproximaciones al socialismo radical, que nunca fueron extremas, y se acercó más a la social democracia. Todos esperaban que Blair hiciera un gobierno de izquierda, un gobierno de cara a los anhelos populares, un gobierno preocupado por el beneficio social de las grandes mayorías. Sin embargo, ha sido uno de los más reaccionarios y pendencieros neocolonialistas que ha conocido Gran Bretaña. Su sumisión ante los Estados Unidos ha sido lastimosa y lo ha degradado haciéndole perder prestigio.
Pese a la masa de votos que lo encumbró y reeligió, Blair ha decepcionado a su pueblo. El mal de las vacas locas y la epidemia de fiebre aftosa han sido letales para la industria agropecuaria británica. El desplome del otrora ejemplar sistema nacional de salud ha provocado que cientos de miles de enfermos aguarden desesperadamente una asistencia que nunca les llega.
Blair también ha jugado a la politología. Junto a Gerhard Schröeder firmó un documento llamado «La tercera vía«, que pretendía modernizar sus programas al tiempo que mantenía sus ideales tradicionales. Por una parte apoyaba la justicia social, de la otra mantenía su adhesión a los principios del libre mercado, con su dinamismo económico y su supuesta creatividad. Según los apóstoles de la Tercera Vía ya no existe un primero, segundo y tercer mundo. Al terminar el socialismo estilo soviético y el campo socialista, así como los imperios coloniales, africano y asiático, se ha producido una mayor nivelación.
A Gran Bretaña solamente le quedaba aceptar el liderazgo de Estados Unidos, una posición realista salida dictada por el balance de los recursos demográficos, tecnológicos y de capital existentes en el mundo. Mientras Estados Unidos siga siendo el poder dominante en un Occidente unido, el llamado mundo occidental puede seguir siendo determinante en la conducción política de nuestro planeta. Esa era argumentación del nuevo laborismo entreguista.
El Partido Laborista nació de la necesidad de algunos sindicatos de tener representación en el Parlamento pero el laborismo de Blair pertenece a tecnócratas y empresarios y no tiene nada que ver con la clase obrera. Latente se mantiene el problema de una vieja monarquía debilitada por su alejamiento del pueblo, endurecida por el esnobismo aristocratizante y desprestigiada por la escandalosa vida de sus vástagos. Se trata de determinar si hay que liquidar ya esa carcomida institución por un republicanismo de nuevo cuño.
Gran Bretaña siempre se ha considerado una potencia marítima e imperial que ha vivido del comercio, la libertad de los mares y la explotación de sus colonias. Durante siglos la diplomacia británica luchó por mantener un equilibrio de fuerzas en el continente europeo y cada vez que se desataba un poder hegemónico recurría a las armas para rebajar esa preeminencia y retornar a la estabilidad.
Así sucedió con Francia y Alemania en diferentes ocasiones. Ahora esa vieja pugna ha cedido ante el llamado «atlantismo»: las relaciones especiales con Estados Unidos permitieron a los británicos convertir esa nación norteamericana en una entidad europea mediante el pacto militar de la OTAN. El laborismo británico está necesitado de un renacimiento que lo extraiga del descrédito, la sumisión y la deshonra política.