Lo destacable de las elecciones británicas no es el triunfo pírrico del Partido Laborista por tercera vez consecutiva. Los comicios son significativos de otro hecho. La ciudadanía se difumina sobre un amasijo de infames procesos de mediación en los que se pierde la conciencia. Una de las luchas políticas más importantes de las clases populares […]
Lo destacable de las elecciones británicas no es el triunfo pírrico del Partido Laborista por tercera vez consecutiva. Los comicios son significativos de otro hecho. La ciudadanía se difumina sobre un amasijo de infames procesos de mediación en los que se pierde la conciencia. Una de las luchas políticas más importantes de las clases populares en los siglos XIX y XX fue la conquista del derecho al voto. No sólo para los hombres, sino también para las mujeres. El recuerdo de las sufragistas es parte de la historia de los movimientos democráticos. Sin embargo, en el siglo XXI su ejercicio consagra en el poder a sujetos mentirosos, corruptos y sin escrúpulos. El Partido Laborista británico, miembro de la Internacional Socialista, no tiene otro candidato para primer ministro que Tony Blair. Así, el ciudadano británico de convicciones socialdemócratas se ve abocado a tomar una decisión que rompe la relación entre votar por un candidato avalado por su trayectoria ética y su responsabilidad de elegir por afinidad ideológica. Lo último transforma las elecciones en ritual. En las sociedades occidentales se elige por aproximación. Los militantes socialdemócratas y su masa electoral, que en Gran Bretaña es una proporción respetable, abdican y apoyan el cartel. No de otra manera se puede interpretar el triunfo del Partido Laborista y con ello el de Tony Blair como cabeza de lista. La siempre maniquea pregunta ¿acaso es preferible que gobiernen los conservadores?, se cierne sobre quienes plantean otra manera de presentar el problema.
Veamos, no siempre es ésta la salida. George Galoway, ex diputado laborista, expulsado de su partido por incitar a los soldados británicos a desobedecer órdenes ilegales de intervención en Irak, ha sido electo por una coalición de izquierda en detrimento de la candidata laborista del mismo distrito, obteniendo un total de 15 mil 801 votos, tan sólo 823 votos, cuestión que da más sentido a la victoria. Sus primeras palabras son contundentes: «Señor Blair… toda la gente que usted ha matado, todas las mentiras que ha contado, retornan para perseguirle. Lo mejor que el Partido Laborista puede hacer ahora es echarle». Pero el Partido Laborista no seguirá el consejo de un izquierdista antipatriota. Prefiere no perder el poder y controlar los hilos que facilitan el control de Downing Street. Nada como lavar los trapos sucios dentro de casa. «La familia que reza unida permanece unida.»
Los laboristas harán su transición de liderazgo sin traumas y buscando cerrar heridas. Tony Blair pactará su retiro desde el despacho de primer ministro con honores de figura emblemática, sin parangón en la historia del laborismo, y pasará página sobre sus bochornosas actuaciones. Recordemos que tiene en su haber político, antes de comprometerse en la guerra contra Irak, otra de las ignominias más grandes de su historia reciente. Fue uno de los principales conspiradores de la trama que dejó sin efecto la orden de extradición para juzgar por crímenes de lesa humanidad al tirano Augusto Pinochet Ugarte. En connivencia con José María Aznar y Eduardo Frei Ruiz Tagle, y los ministros Abel Matutes, José Miguel Insulza y Jack Straw. Fue Blair quien dio el visto bueno a la trama médica solicitada por la defensa para lograr la incapacidad del tirano y con ello sortear la extradición. Baste señalar el argumento de la neurosicóloga María Wyke sobre Pinochet, que Blair considera concluyente para que su ministro lo deje en libertad: «el general muestra un deterioro moderado/severo de funciones intelectuales más allá de lo que corresponde a su edad. Era una persona de inteligencia superior, y en la actualidad funciona dentro de la banda baja/media». Y más adelante: «su principal dificultad -concluye su valoración médica- consiste en retener información pasado cierto tiempo. No hay pruebas de que pretenda simular incapacidad. En mi opinión, no sería capaz de afrontar las complejidades legales de un proceso». La neurosicóloga estima inteligente matar, asesinar y cometer genocidio. Sobre este criterio tan científico, Blair y Straw deciden la puesta en libertad por incapacidad mental del tirano. Recuerden el nombre: María Wyke. Sin embargo, este informe, para hacerlo más contundente, se acompañó del diagnóstico médico de sir Jhon Grimley Evans. La respuesta a esta patraña la realizaron ocho médicos siquiatras españoles de reconocido prestigio. Dichos informes llegaron a las manos del primer ministro y de Straw. Pero al igual que en el caso de las armas de destrucción masiva sirvió poco. Esto fue lo que señalaban los especialistas: «No es un informe, es una consulta clínica… No se presentan ni argumentos ni evidencias que demuestren en el procesado alteraciones de su capacidad de coordinación, recuerdo, retención, comprensión y entendimiento… En los informes ingleses no se emplean instrumentos de evaluación neurosicológicos ni sicopatológicos que tengan valor predictivo como para poder confirmar ningún diagnóstico… Los test practicados y las observaciones realizadas no son los más idóneos para determinar la incompetencia para comparecer en un juicio y los resultados pueden estar influenciados por el tipo de test que se utiliza, por la forma en que se aplica…» Este informe médico fue simplemente desautorizado. A pesar de ello, Blair y su ministro Straw proceden a no extraditar a Pinochet.
Tres años más tarde informes falsos sobre la existencia de armas de destrucción masiva son la excusa para invadir Irak, en contra de los datos aportados por los miembros de la comisión de expertos y delegados de Naciones Unidas negando su existencia. No importaba. La experiencia con Pinochet fue un referente para Blair, Straw y Aznar. Si se había logrado engañar y ufanarse de ello en privado, ahora con la complicidad de la CIA y Estados Unidos se podía mejorar la puesta en escena. Y así fue. Se invade, asesina y tortura sobre la base de argumentos ilegítimos e inmorales. Hoy sus responsables piden que se olviden dichos actos y que se piense en el futuro. ¿Cuál futuro? El de niños mutilados. El de un país asolado por la muerte y el esquilme de sus riquezas históricas y naturales. El de una sociedad cuya cotidianidad está sometida a las decisiones arbitrarias de fuerzas invasoras. Los británicos socialdemócratas actuaron con su característica flema. No expresaron su sentimiento de repulsa frente a la invasión a Irak, no votaron por la izquierda, salvo unos pocos. Decidieron de forma cobarde defender a su asesino y sellar su pacto de complicidad. Mientras la economía doméstica funciona, los iraquíes muertos no afectan las conciencias de los votantes en las islas británicas. El Imperio es el imperio.