Hace unos día, el cuatro de junio de este año, se cumplieron diez años de la muerte del filósofo ecuatoriano-mexicano Bolívar Echeverría (BE). Los homenajes académicos preparados para la ocasión se vinieron abajo por una pandemia que quizás él hubiese sido capaz de interpretar lúcidamente. Aquí, en un esfuerzo distinto al de las Universidades, tratamos de pensar en los sentidos y apropiaciones que puede tener la obra del filósofo para quienes se empeñan en cambiar el mundo.
Nacido entre las montañas de Ecuador en 1941, muy joven dejó su país para sumergirse en una aventura por Europa, particularmente por Alemania. Buscaba acercarse a los más prestigiados espacios y personajes del pensamiento filosófico de la época. El viejo mundo de posguerra no coincidía con el terreno idílico que se había hecho el joven latinoamericano. Parafraseando a Juan Gelman, el aroma de aquella época en Europa no era el de lo viejo, en el sentido de lo preciado, añejado o refinado al paso de los años, sino el fétido olor de una humanidad asesina y asesinada. Ante ese nauseabundo horror, producto de la innovación tecnológica puesta en práctica primero en la guerra, luego en la vida cotidiana y en la guerra neocolonial más allá del continente, surgía allá un movimiento débilmente revolucionario, que no tenía la fuerza de combate de las luchas del Tercer Mundo, pero les imitaba.
Sin duda esos años en Europa le permitieron a BE formarse sólidamente, aunque distaran mucho de sus expectativas iniciales. Había ido a Europa para empaparse de su cultura mientras allá los jóvenes denunciaban su barbarie. Vivió el alzamiento juvenil de Berlín occidental en 1967, conoció a esa generación de militantes-intelectuales de los que Rudi Dutschke resulta la mejor imagen y se sumergió por entero en ese ambiente desde una visión latinoamericana. Diversas circunstancias lo llevaron a regresar a donde miraban los jóvenes rebeldes europeos hartos de su sociedad. Llegó a México en el convulso 1968 y desde entonces vivió en la Ciudad de México hasta su muerte, salvo estancias intermitentes en otros países. La mayor parte de su vida fue profesor en la Facultad de Economía y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Tuvo pocas interacciones políticas, con corrientes sindicales del SUTERM, con el EZLN y con movimientos estudiantiles. Emprendió diversos esfuerzos editoriales de los cuales el que tuvo más impacto y duración fue Cuadernos Políticos. Y fue en este país donde más avanzó en dejar su principal legado, su obra filosófica.
BE desarrolló una producción teórica con base en el pensamiento de Karl Marx en una línea original, rigurosa, erudita y al mismo tiempo subversiva. En un momento en que dominaba un marxismo dogmático, subordinado a los fines e intereses de la Unión Soviética -aún en autores latinoamericanos- aportó una relevante interpretación de autores como György Lukács, Henryk Grossman, Rosa Luxemburg, Karl Korsch, Ernst Bloch y Jean Paul Sartre. Además, fue capaz de incorporar elementos de la lingüística de Ferdinand de Saussure y de Louis Hjelmslev a la lectura de la teoría del valor de Marx. También recuperó en un sentido crítico el historicismo de Fernand Braudel y a diversos autores de la antropología y la teoría de la cultura.
Gracias a él, por primera vez en México, se pudo leer a Martin Heidegger desde un enfoque distinto al academicismo germanofílico y en función de la crítica radical de la modernidad. Por él pudimos acceder a una de las primeras lecturas en América Latina de la Escuela de Frankfurt que no despolitiza ni quita radicalidad a su contenido. Son clave sus lecturas de Theodor Adorno, Marx Horkheimer, Hebert Marcuse y de Walter Benjamin. Sin mencionar las importantes traducciones de obras poco conocidas de Karl Marx, Alfred Koslik, Horkheimer y Benjamin.
En su primer libro, El discurso crítico de Marx -publicado por Ediciones ERA en 1986 y recientemente re editado por el Fondo de Cultura Económica e Ítaca- expone de manera muy densa su lectura marxiana. No es un libro fácil. Se tiene que leer una y otra vez. Conlleva varios dolores de cabeza entenderle, pero hay que hacerlo. Los ensayos abren un camino a los grandes temas del marxismo: enajenación, fetichismo, nación, crisis, acumulación, la técnica y las fuerzas productivas, la teoría del valor, el materialismo. A partir de una lectura muy profunda y cuidadosa, ofrece importantes explicaciones a la vista de la necesidad de comprender críticamente las dinámicas del mercantilismo simple, el mercantilismo capitalista y la posibilidad de la revolución comunista.
Sus estudios de cultura complementan la crítica radical al capitalismo como crítica de la modernidad realmente existente. Es importante conocerlos y adentrarse en ellos. Al respecto su lectura del barroco es un punto de acceso a la comprensión del complejo entramado cultural mexicano y latinoamericano, como forma de enfrentar, resistir y sobrevivir a la modernidad capitalista. Porque tenía muy claro que el pensamiento crítico no sólo debe de exaltar las posibilidades revolucionarias sino también las formas en que la vida se adapta a la dominación.
Sin restarle importancia, nos distanciamos aquí de la visión que predomina en el ámbito académico, la cual recupera de BE sus estudios de la dimensión cultural, despolitizando su mirada. Al mismo tiempo nos distanciamos de algunos intérpretes que han querido ver en esta parte de su teoría una visión reformista. A nuestro parecer sólo se puede llegar a una conclusión de ese tipo si se ignora (u omite) el contexto político-intelectual que vivió el autor cuando produjo estos textos (la caída de la URSS, la derechización y fascistización de varios sectores de la sociedad, la capitulación de muchos intelectuales y movimientos al proclamado fin de los relatos, etc.) exacerbado por la soledad que rodea a las formas convencionales de actividad intelectual, y desligando sus ensayos sobre cultura de los ensayos explícitamente marxistas. Mientras las hordas de intelectuales de “izquierda” se sumaban a la ola del fin de la historia y renegaban de su pasado, él de modo discreto se animaba a resaltar -no sin advertir los riesgos de un ambiente sumamente hostil- que sólo se trataba del final y fracaso de una versión de socialismo que no rompió con la modernidad capitalista, y que su caída abría la posibilidad de repensarlo de modo distinto.
Tenía muy claro que el marxismo no podía explicar todo. También comprendió que era parte de una triada indisociable, si de radicalidad se trata: Marxismo-Izquierda-Comunismo. Cada vez más alejado de los grupos que se autodefinían como de izquierda y ante la ausencia de proyectos comunista, sostuvo un marxismo erudito y original bastante silencioso frente a las publicaciones e intervenciones del mainstream académico. Poco a poco fue volviendo a hablar de Marx y ya por el 2007 volvió a dar un curso sobre el Tomo I de El Capital de Karl Marx frente a una población de jóvenes, ajenos a la izquierda de la que él se había distanciado, que abarrotaban su salón para acercarse a un Marx para ellos desconocido.
Su crítica de la modernidad es fundamental y ahí recupera también las diversas acepciones del término a la luz de la crítica contenida en Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer. Su critica profunda sobre la blanquitud ayuda a comprender cómo esta idea se articula con la forma de ser del capitalismo y rebaza las formas aparenciales. Su crítica de la modernidad americana no puede ser entendida de un modo superficial como negación de los procesos de resistencia existentes en las entrañas del monstruo, sino a partir del pesimismo de la reflexión de quienes desde “el patio trasero” tenemos que comprender las trasmutaciones de la modernidad que se han instalado como dominantes y contra las que tenemos que batallar no sólo desde la resistencia, sino desde la revolución.
BE vivió poco más de la mitad del siglo XX y pocos años del XXI. Desde su vivencia comprendió que la vuelta de siglo sólo podía entenderse a partir de la batalla que se libró durante todo el siglo XX entre dos formas de modernidad. Pero en esa derrota y a pesar del pesimismo que a veces lo acosaba -y que es extensivo a quienes ejercen la vida intelectual desligada de la fuerza cotidiana con la que sostienen su vida y luchan los más humildes- nunca dejó de insistir en que la posibilidad de realización de otra modernidad seguía latente y que esa modernidad necesitaba resignificar el concepto de revolución alejado de la visión burguesa eurocéntrica.
Recuperar a los muertos es una tarea de los vivos. Honrar su memoria tiene usos y fines. Sin duda en la academia los homenajes van ligados a engordar el currículum, en puntos que se traducen en dinero, a mostrarse como los herederos privilegiados de su pensamiento, etc. Hay hozados esfuerzos por desacralizarle y recuperarle de otro modo. Sin embargo, no hay que perder de vista que más allá del horizonte estrecho del debate entre teóricos, hay también otro ejercicio de la memoria que podemos hacer: el de rastrear los elementos subversivos que su pensamiento brinda a los oprimidos, dominados y explotados para salir al combate nuevamente.
BE rechazaba tratar a Marx como un clásico. Cuando en mayo de 2008, la UNAM homenajeó a Marx a “190 años del nacimiento de un clásico” en la sala Alfonso Caso, con la plana mayor de funcionarios (varios de los cuales querían borrarlo de la currícula académica) y algunos académicos destacados, Bolívar Echeverría se negó a participar en esa ceremonia, porque considerarlo clásico era la mejor manera de decretar su falta de vigencia, otra forma de enterrarlo. No le bastó rechazar la invitación, a la misma hora en que se realizaba el homenaje, optó por impartir una conferencia en un cubículo de estudiantes de la Facultad de Economía en la que se concentró en explicar por qué Marx era un revolucionario y no podías considerársele como un clásico.
Acerquémonos a leer a BE desde el aporte que puede darnos para las luchas. Recuperemos el sentido revolucionario de lo que puede ser la izquierda, el marxismo y el comunismo a partir de su lectura.
Nota:
Algunos de sus textos se pueden leer desde el sitio: www.bolivare.unam.mx