Por las declaraciones que realizan asiduamente el alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, todo hace indicar que cada uno tiene un bunker para esconderse si estallara la Tercera Guerra Mundial.
En su odio visceral contra Rusia y la intensión de destruir por cualquier medio al gigante asiático, si se llegara a semejante locura, se destruiría casi por completo el planeta y los que sobrevivan padecerán enormes sufrimientos por la falta de alimentos y una altísima contaminación nuclear con las consecuentes enfermedades.
Si Moscú y todo el territorio ruso resultaran arrasados, también lo serían las principales urbes del mundo porque una vez desatado el conflicto no se sabrán cuántas bombas serán destinadas a cada lugar.
Se calcula que en la actualidad hay más de 12 500 ojivas o cabezas nucleares en manos de nueve países. Encabezan la lista Rusia (5 889)y Estados Unidos (5 244), todas muchas veces más potentes y devastadoras que las lanzadas por Washington contra Hiroshima y Nagasaki en 1945.
También poseen armas nucleares China (420), Francia (290), Reino Unido (225), Pakistán (170), India (164), Corea del Norte (30) e Israel (90).
¿Quedará algún ser vivo sobre la tierra?
Borrell ha insistido en reiteradas ocasiones que se le deben entregar más armamento de largo alcance a Ucrania y darle autorización a Kiev para que ataque a Rusia en la profundidad de su territorio.
En una conferencia con el canciller ucraniano, Dimitri Kuleba, reafirmó que “el armamento que proporcionamos a Ucrania debe tener pleno uso y las restricciones deben ser levantadas para no impedir que los ucranianos sean capaces de apuntar a los lugares desde donde Rusia los bombardea”.
El alto representante ha insistido una y otra vez en su enfermiza idea de destruir a Moscú por la fuerza y aupa a los miembros de la UE a continuar entregándole a Vladimir Zelenski fuertes sumas de dinero, misiles estratégicos y drones.
Por su parte Stoltenberg afirmó que la ofensiva ucraniana sobre la región rusa de Kursk, lanzada el pasado 6 de agosto, es legítima y que “soldados, tanques y bases rusas son objetivos según el Derecho Internacional”. Claro se le olvidó hablar sobre los ataques y represiones que ha llevado a cabo Ucrania contra civilesindefensos que han dejado numerosos muertos y heridos.
En unas declaraciones públicas, el jefe de la OTAN celebró el apoyo a Ucrania de países como Alemania y Polonia y ha instado a los aliados de Kiev a brindarle más ayuda para que finalmente pueda ganar.
Ucrania inició una incursión terrestre sobre Kursk a través de la región fronteriza de Sumi. Sus tropas tomaron el control de cerca de 100 localidades y 1 300 kilómetros cuadrados de territorio, aunque según los últimos informes de Moscú esas tropas estás desgastadas y cercadas.
El objetivo era distraer a Rusia para que detuviera los avances en Donbas lo que hasta el momento no le ha dado resultado. El Ministerio de Defensa informó que al menos 4 700 militares de las fuerzas ucranianas han fallecido y centenares de vehículos y equipo militares destruidos en el marco de la incursión.
Mientras Ursula Von Der Leyen ha insuflado caldo de cultivo a la Unión Europea al reiterar que Occidente no puede permitir que Rusia gane la guerra en Ucrania.
La situación no puede ser más tensa y las amenazas contra Moscú se convierten en inaceptable.
Como para rematar esa obsesión bélica, al comentar los ataques ucranianos contra la central nuclear de Zaporiyia, que podría causar una catástrofe peor que la de Chernobil en 1986, Borrell declaró en entrevista con el diario español El País, «La ciudadanía de Europa tiene que estar dispuesta a pagar un precio para mantener el apoyo a Ucrania y a la unidad de la UE».
Los comentarios huelgan.
Hedelberto López Blanch, periodista, escritor e investigador cubano, especialista en política internacional.
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