Cada oración que sentencia es una muestra de una vida dedicada a la investigación política y social. De mirada profunda y de hablar pausado -con un encantador acento araucano- Marta Harnecker se toma su tiempo para explicar las ideas que surcan su mente. Las experiencias vividas por más de 40 años en actividades políticas, de […]
Cada oración que sentencia es una muestra de una vida dedicada a la investigación política y social. De mirada profunda y de hablar pausado -con un encantador acento araucano- Marta Harnecker se toma su tiempo para explicar las ideas que surcan su mente.
Las experiencias vividas por más de 40 años en actividades políticas, de educación popular y periodísticas, la han llevado a comprender que en una entrevista «no se debe hacer caer o pillar» a la persona inquirida, sino que hay que darle la confianza suficiente para que sus respuestas sean más cercanas a la verdad posible.
Su paso por Ecuador -es la cuarta vez en su carrera- se debe a la invitación de organizaciones sociales, entre ellas Alianza PAIS, para que la escritora política dé conferencias en la Universidad de Guayaquil sobre «El instrumento político para la sociedad que queremos construir».
Radicada siete años en Venezuela, la investigadora chilena ha emprendido un análisis sobre la tendencia progresista en América Latina y, especialmente, sobre sus principales actores: los movimientos sociales.
La literata recuerda que en su segundo viaje a Ecuador -en 1991- pudo conocer de cerca el surgimiento de la dirigencia indígena y de un desconocido Pachakutik, que en esa época se presentaba como la gran posibilidad para reivindicar los derechos de ese colectivo social.
En la actualidad ve con pesar que cierta parte de la dirigencia indígena haya adoptado posiciones semejantes a las de los partidos de derecha y, además, considera estéril que tanto indígenas como representantes del actual Ejecutivo se enfrasquen en discusiones y peleas sin sentido, teniendo en cuenta que ambas partes tienen objetivos comunes. Sobre este y otros temas trata su último libro: Ecuador: Una nueva izquierda en busca de la vida en plenitud que se presentará mañana, en la Casona en Guayaquil, y en Quito el 23.
En su nuevo libro analiza el auge de varios movimientos sociales que a la larga incursionaron en la política. ¿Qué pudo encontrar en Ecuador?
Yo he estado muy interesada en los procesos políticos que se han dado desde 1991, cuando hubo el primer levantamiento indígena en el país. Estuve invitada ese año, cuando estaba el auge del movimiento indígena, a un encuentro con ellos. Y debo confesar que en aquella época me interesó la experiencia de Pachakutik, que era el partido político que había surgido de los núcleos indígenas. Me entusiasmaba enterarme que en los inicios de esta organización se pretendía que cuya dirigencia fuese controlada por las bases y respondiera ante ellas y no se despegara y viviera en un mundo aparte como los representantes burgueses.
Estuve siete años viviendo en Venezuela en donde comencé, en 2007, a desarrollar el programa denominado «El instrumento político para el siglo XXI» y a sus actores, como los movimientos y sectores sociales. En ese contexto me pareció indispensable comenzar a investigar sobre Pachakutik aun cuando ya sabía que por desgracia no se había logrado consolidar el proyecto original.
¿Qué otras experiencias regionales pudo investigar?
El libro también recoge experiencias sobre el MAS (Movimiento al Socialismo) de Bolivia, de un pequeño partido en Paraguay el PMAS (Partido del Movimiento al Socialismo) que surge del movimiento estudiantil. Aún nos resta por publicar la historia del Partido de Trabajadores de Brasil.
Regresemos al ámbito ecuatoriano. ¿Cómo se desarrolló el trabajo con la dirigencia indígena?
Hubo ciertas complicaciones, porque hubo sectarismos durante el trabajo, porque, por ejemplo, también asistiría Virgilio Hernández, que había abandonado Pachakutik, por lo cual muchos compañeros no quisieron sentarse a la mesa. Entonces solo logramos que participaran Blanca Chancoso y el asambleísta Hernández.
Con estas dificultades iniciales, ¿cómo se fue redactando el libro y a qué conclusiones se llegó?
Como el Gobierno de Correa se consolidaba decidimos incluir también la experiencia de Alianza PAIS. Así fue que durante dos años conseguimos otras entrevistas como, por ejemplo, una muy amplia con Ricardo Patiño sobre el tema.
Después de esas horas de grabación ¿qué pudo detectar al interior del movimiento indígena?
Entre otras cosas, como dice Miguel Lluco, ex coordinador de Pachakutik, el discurso tan agresivo del presidente Rafael Correa, por más que solo apunte sus críticas a algunos dirigentes, hace que todos los indígenas se sientan atacados y reaccionen en forma defensiva. Aglutina al movimiento en contra del presidente.
Al tener este acercamiento con uno de los frentes sociales más importantes del país, ¿qué visión tiene de la participación de estos en la realidad nacional y su relación con el Ejecutivo?
Yo estoy muy entusiasmada con lo que he visto del actual proceso político, pero creo que la parte más débil es justamente esta relación Gobierno-movimientos sociales. Coincido con varios de los entrevistados cuando dicen que el discurso que mantiene el Presidente no ayuda, pero también hay que tener en cuenta que en los procesos de cambio, las dirigencias de los frentes sociales suelen no estar en sintonía con las verdaderas aspiraciones de las bases y, en muchas ocasiones, no las representan. Mi pregunta, porque aún lo investigo por lo que no puedo dar una afirmación, es cuán avanzadas están las bases indígenas en comparación a su dirigencia. Eso todavía no lo sé. Porque amplios sectores de la población ecuatoriana respaldan a Rafael Correa y me sorprende la beligerancia que tienen hacia el mandatario los dirigentes indígenas, entonces habría que ver si esa posición también la tienen las bases de ese colectivo. Otro caso que no entiendo es este rechazo total de la Conaie a la designación de Ricardo Ulcuango como embajador a Bolivia, siendo un representante de las verdaderas aspiraciones indígenas.
¿Palpa, entonces, un divorcio entre el Gobierno y la dirigencia indígena?
Hay que entender que los gobiernos progresistas, como los que hay en la región en estos momentos, tienen su gran fortaleza en los movimientos organizados. Es fundamental que haya una alianza, un proyecto común entre el Ejecutivo y las organizaciones populares. Por eso me es tan complicado, tan doloroso ver que a pesar de que el Gobierno plasmó las aspiraciones indígenas en la Constitución, y que haya proyectos comunes, todavía tenga enfrentamientos con la dirigencia indígena.
Nosotros en Chile, durante el Gobierno de Salvador Allende, tuvimos ese defecto. Uno de los motivos por el cual el golpe de Estado tuvo éxito fue porque mientras los conservadores estaban unidos, nosotros, en la izquierda, no superábamos nuestras diferencias y no comprendíamos que las discrepancias son secundarias en comparación al proceso revolucionario. Me preocupa que en Ecuador todos los que comparten un proyecto están separados. Y es culpa de todos, no solo del discurso del presidente, sino también de las respuestas de las dirigencias de los movimientos. Hablaba sobre la participación actual de los frentes sociales junto con los gobiernos en la actualidad de la región.
¿Cómo ve los enfrentamientos de justamente de un importante sector social -los universitarios- con el Ejecutivo en su país?
Hay que empezar por comprender que Sebastián Piñera es un liberal completo. Si pensamos en América Latina, desde que triunfa Hugo Chávez en 1998, hay un cambio cada vez mayor consolidándose hacia lo progresista, hacia un abandono del neoliberalismo. Y Chile era uno de los países que mantenía las posiciones de derecha, junto con México y Colombia, porque Perú, por más crecimiento económico que ha tenido últimamente, en sus últimas elecciones dio un paso hacia la izquierda.
En Chile había mucho escepticismo, nadie se movía, pero todo llega hasta su límite y eso creo que ha sucedido con el movimiento estudiantil. Lo interesante es que el proceso actual no se queda en los universitarios, sino que está convocando a la sociedad entera. Es innegable que estamos viviendo una época de cambios, sino que lo diga la primavera árabe, que también era una situación impensable.
¿En qué período cree que se encuentra Latinoamérica?
Sin dudas que estamos pasando por una época de revolución. Pero quienes están en los procesos deben entender que ahora contamos con el poder del Estado, a diferencia de los procesos de izquierda en el siglo XX. Nuestras izquierdas no entienden este lento caminar hacia la meta y quieren que hagamos cosas que no podemos hacer, no porque no querramos hacerlo, sino porque no tenemos la fuerza necesaria para hacerlo. Y por eso es que pienso que la clave del éxito es que seamos capaces de construir esas fuerzas que nos permitirán avanzar más rápido y seguro, y esas fuerzas ¿dónde están?, en nuestros pueblos. Si nuestros pueblos se unen, se organizan, si presionan con propuestas podremos lograr ese avance que todos deseamos.
Permítame saltar a otro tema coyuntural. Usted se autocalifica como una sicóloga de formación, pero periodista de formación. ¿Cuál es su opinión del trabajo que desarrollan los medios de comunicación en nuestros tiempos? Se lo consulto porque es un tema que se debate -con ideas, pero también con pasionismos- en nuestra región.
Lo primero es tener en cuenta lo que dice Noam Chomsky, cuando manifiesta que la propaganda en las democracias es como el látigo en las dictaduras. Los medios de comunicación, que por lo general están en manos de unos pocos, logran a veces mantener los sistemas opresores, convencen a la gente de que no hay alternativas, porque los engatusan con el tema del consumo. A mi parecer, los sectores conservadores saben que su arma más importante son estos medios. Ya no se necesitan bombas, ya no se necesitan fusiles.
Estas son las bombas que tiene la oposición. Cuando se trata de tocar el dominio que ellos tienen estallan pero de una forma increíble. En Venezuela hay libertinaje de prensa, en Chile -el movimiento estudiantil- dice «El Mercurio miente». En nuestra época nosotros hicimos un movimiento para rechazar este comportamiento de este diario, pero aun así lo de El Mercurio era mucho menos sesgado que lo que Globovisión o El Universal plantean. En estos procesos hay una fuerte defensa de lo que se tenía. Cada reforma, cada transformación es una guerra, pero hay que ganarla porque nuestros pueblos tienen derecho a estar informados y lo que sucede es que la prensa en la actualidad desinforma.
Pero también nuestra prensa, la progresista, tiene que ser capaz de informar de lo bueno y de lo malo, tiene que hacer conciencia crítica de lo que sucede en el Gobierno. Eso nos pasó en Chile porque no sabíamos hacer prensa desde el Gobierno, desde el proceso. Estábamos acostumbrados a ser prensa opositora y es toda una cultura de la izquierda, que estaba acostumbrada a ser destructiva y lo que necesitamos ahora es una izquierda constructiva. Una izquierda que está bien que critique, pero que también dé propuestas.
Fuente: http://www.telegrafo.com.ec/index.php?option=com_zoo&task=item&item_id=12711&Itemid=2