El pueblo de Guatemala continúa viviendo un viacrucis histórico. La explotación, opresión y miseria siguen siendo los principales problemas que no permiten que su situación cambie radicalmente hacia condiciones de buen vivir. Es más, en el marco de su dominio, el que adolezca del conocimiento histórico sobre las estructuras económicas, políticas, sociales y culturales, impide […]
El pueblo de Guatemala continúa viviendo un viacrucis histórico. La explotación, opresión y miseria siguen siendo los principales problemas que no permiten que su situación cambie radicalmente hacia condiciones de buen vivir. Es más, en el marco de su dominio, el que adolezca del conocimiento histórico sobre las estructuras económicas, políticas, sociales y culturales, impide que se pueda asumir como sujeto en la búsqueda por decidir su proyecto y camino hacia su efectiva libertad. Contrariamente, el predominio de la superstición, la esperanza sin fundamentos y su sumisión, hacen que cada cuatro años, haga parte de la zarabanda y se engañe al creer que elige a un nuevo administrador del Estado, con la falsa creencia, además, que éste será la salvación y solución para sus problemas, sin considerar que es más seguro que vote por otro verdugo que ahondará su sufrimiento.
Hoy, 14 de enero de 2012, estamos ante otra puesta en escena del poder formal del Estado. Himno, banderas, bandas, trajes de «alta costura», peinados y perfumes de ocasión, discursos de «me voy con la frente en alto» o de «seremos el gobierno para la gente», forman parte de esta comparsa serán parte de la misma. Obviamente, los discursos sin contenido y las presencias de poder que legitiman la sucesión: la oligarquía y cámaras empresariales, los presidentes de organismos estatales, los curas y pastores, las edecanes, así como las porras partidarias, hacen parte del momento en que se invistan con banda presidencial, preámbulo para el festín donde quedarán, ahora sí, sólo los escogidos, los del poder, los que desde fuera y dentro del Estado tomaran las decisiones fundamentales y estratégicas. No falta, en efecto, el capitán general, los oidores y los corregidores procedentes de la Embajada estadounidense, quienes en acto oculto ya habían untado las túnicas de la nueva administración como expresión del «indirect rule«, con el cual aparentan ser simples cooperantes de un país supuestamente democrático y de un Estado soberano.
Escenarios y descripciones mediáticas hacen de éste un evento de consumo masivo y con el cual pretenden quedar bien con el nuevo supuesto «mandamás» que, en eso sí, tendrá la capacidad de decidir sobre flujos y montos de dinero público para satisfacer, por la vía de la propaganda gubernamental, la voracidad de medios televisivos, escritos y radiales.
No faltarán, asimismo, los cañones, los blindados, los guaruras y las botas militares, así como de los lenguajes corporales de prepotencia de quienes hoy se sienten poseedores de la verdad y capaces de agarrar al león de sus parte nobles. Todo esto es parte de la comparsa de una sucesión de gobierno que para el pueblo puede estar representando muchas cosas: un «que me importa» y «será más de lo mismo», una solución a los problemas compartidos, una nueva oportunidad para salir adelante, un signo venido de los cielos al cual hay que rendirle obediencia, o una vuelta al pasado de genocidio y militarismo, una profundización de la miseria, la explotación y la opresión, una nueva frustración histórica.
Lo cierto del caso es que asistimos a la toma de posesión de un gobierno que -aun con sus matices-, al igual que Arzú y Berger principalmente, pero también de la misma forma que los gobiernos de Cerezo, Serrano, de León, Portillo y Colom, darán continuidad al modelo de acumulación de capital, que por la vía de la explotación o el despojo (de recursos naturales, de recursos del Estado, del ahorro de miles de trabajadores, de la privatización, de las concesiones, de la apropiación del espacio público, etc.) han hecho crecer las históricas y nuevas fortunas de la oligarquía y la burguesía local, y de las transnacionales que antes y ahora impulsan el expolio y el desangramiento de la clase trabajadora del campo y la ciudad.
No me cabe la menor duda, que muchas organizaciones y movimientos sociales procedentes de las clases explotadas, de los pueblos que configuran la nación guatemalteca y otros segmentos en condiciones de opresión, discriminación y exclusión, continuarán sus luchas para resistir y hacer avanzar sus demandas históricas, tratando de salir de la marginalidad en la que hoy nos encontramos. Nos enfrentaremos, eso sí, ante un gobierno de derecha que se preocupará por servirse a sí mismo, a sus financistas, a quienes detentan el poder real en el país y en los territorios regionales, y al imperio estadounidense, al cual rindieron pleitesía desde antes de la toma de posesión y en su propia territorialidad. Y en esto, no es difícil pensar en que pueda recurrir a los métodos de siempre: la cooptación, el desprestigio, la amenaza y hasta la represión sistemática e institucionalizada, focalizada en líderes y resistencias.
En este marco, será un reto que las personas, organizaciones y movimiento sociales, como expresiones conscientes de este pueblo en condición de opresión e ignorancia, encontremos la sabiduría y la decisión, para articular nuestras luchas, recuperando programa político coherente, una dirigencia renovada y colectiva, una estrategia acertada y una cultura política popular y revolucionaria.
Es mi saludo, entonces, a ese pueblo que desde siempre se ha ganado el derecho a ser sujeto de su propio destino: libre, digno, soberano y solidario, y no comparsa del poder, «de los del Norte y los de acá», que históricamente nos ha explotado y oprimido.
Mario Sosa es Coordinador de Comunicación y Propaganda del Frente Popular, Guatemala.
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