Las elecciones legislativas celebradas el pasado domingo en los Las elecciones legislativas celebradas el pasado domingo en los Países Bajos vienen a revelar que un nuevo núcleo contestatario se está gestando como respuesta al orden político europeo de los últimos decenios. Acostumbrados, como estamos, a vivir sin mucha información procedente del norte del continente, los […]
Las elecciones legislativas celebradas el pasado domingo en los Países Bajos vienen a revelar que un nuevo núcleo contestatario se está gestando como respuesta al orden político europeo de los últimos decenios. Acostumbrados, como estamos, a vivir sin mucha información procedente del norte del continente, los meridionales deberíamos saber que el proceso electoral refleja en esta zona algo más que el ascenso de la ultraderecha y la formación de coaliciones arco iris (rojo, verde, azul).
En dichos comicios, la respuesta a la desprotección social no ha ido dirigida a las listas de partidos racistas y xenófobos, sino, mayoritariamente, al Partido Socialista (SP), cuyo protagonismo saltó a la palestra en 2005 cuando éste abanderó el rechazo holandés a la Constitución Europea. A la postre, el «No» venció al «Sí», y el carisma del líder socialista, Jan Marijnissen, subió como la espuma. La consecución de 26 escaños convierten al SP en la tercera fuerza política del país de los tulipanes.
Pero es cierto que, pese a la debacle sufrida por la Lista Pim Fortuyn -nombre que rinde honor al populista xenófobo asesinado en 2001-, la cual desaparece del mosaico parlamentario, el testigo ha sido recogido por el Partido de la Libertad, declaradamente anti musulmán. Sus nueve escaños son poco más que la expresión de una furia colectiva y desorientada contra la agresión en materia social que sufren todos los holandeses. Es verdad que la excusa de los inmigrantes constituye un blanco baladí y fácil. Aún con todo, al retroceso salarial, la deslocalización y la privatización de empleos públicos, entre otros desencadenantes, es lógico que se les responda.
De hecho, la ultraderecha tanto belga -bien sea flamenca o valona- como holandesa dedican escaso margen en su programa a los valores clásicos del fascismo y del nazismo -como la rehabilitación de los antiguos «colaboracionistas», la negación del derecho al aborto o al matrimonio homosexual, la superioridad de la raza- para dedicarse exclusivamente al inmigrante en su versión laboral -«nos quitan el trabajo», o «tres millones de parados igual a tres millones de deportados».
Lo que en definitiva parece estarse resquebrajando es la dicotomía habitual entre el poder político y las siglas partidistas históricas. La pérdida de confianza hacia los democristianos y socialdemócratas ha abierto, definitivamente, un nuevo e incierto espacio parlamentario alejado de las mayorías absolutas. Ecologistas, racistas, demócrata-liberales, humanistas, marxistas, e incluso partidos pro pensionistas o en defensa de los animales se disputan este inédito marco a partir de alianzas imprevistas. Queda por ver quién arraigará más sus valores entre la ciudadanía.
Encrucijada belga
Bien distinta es la situación en Bélgica después de las elecciones comunales y provinciales del pasado 8 de octubre. Estableciendo el recuento por regiones, en Valonia (parte francófona) destaca el desplome del poderoso partido socialista de Elio Di Ruppo, aquejado por problemas de corrupción. En Bruselas, no obstante, los socialistas consiguieron mantenerse en el poder.
Sin embargo, el escenario en Flandes (parte neerlandesa) es aún más complejo. El temido ascenso del Vlaams Block (VB), partido de extrema derecha, se produjo, pese a que su carismático líder, Philip DeWinter, no alcanzó a imponerse en Amberes, feudo de esta formación.
Este hecho fue el que orientó a los medios de comunicación belgas a proclamar, desde un primer momento, el freno de los xenófobos y el triunfo de los democristianos. Pero el escrutinio final, que reflejaba un aumento de más de 200 diputados provinciales para el VB, compensó la ralentización que sufrió este último en las grandes ciudades (Amberes, Gante). El «cordón sanitario» (1) confirmó que seguía haciendo estragos.
Un sondeo que data de hace seis años apuntaba a que la mayoría de votantes del VB pertenecían laboralmente a sectores competitivos y en auge. Sin menoscabar las variaciones probables acaecidas desde entonces, este informe diferencia a los electores de ultraderecha europeos, como los que auparon a Le Pen (muchos de ellos parados y obreros de rentas bajas), a los del Vlaams Belang.
Probablemente, el rasgo hipernacionalista del VB -es el único partido que proclama, sin medias tintas, la secesión de Flandes- convence a un abanico más amplio de ciudadanos. Tras la reforma constitucional (1970 – 93), que condujo de un Estado unitario a un Estado Federal, con repartición de competencias entre las comunidades y las regiones, las tensiones, fundamentalmente lingüísticas entre flamencos y valones, no se han minimizado, sino que se han incrementado. Luego es posible que la extrema derecha flamenca abiertamente independentista evolucione hacia una «derecha moderada» con una amplia base de apoyo, tomando el ejemplo español en Cataluña y el País Vasco.
De cualquier manera, el «cordon sanitario» tiene justificadas razones para seguir existiendo.
* Pablo García es miembro de IU-Valladolid y estudiante en la Universidad de Lieja (Bélgica).
Nota:
(1) Alianza anti-extrema derecha que establecieron los partidos políticos tradicionales para evitar que esta formación pudiera entrar en los ayuntamientos.