Recomiendo:
0

El grito acusador del escritor, tras la matanza de Castel Volturno

Carta a Gomorra

Fuentes: La Repubblica

Traducido para Rebelión por S. Seguí

Los responsables tienen nombre, tienen rostro, tienen incluso un alma. O quizá no. Giuseppe Setola, Alessandro Cirillo, Oreste Spagnuolo, Giovanni Letizia, Emilio di Caterino y Pietro Vargas están llevando a cabo una estrategia militar violentísima. Están autorizados por el boss prófugo Michele Zagaria y se esconden en la zona de Lago Patria. Entre ellos se deben de sentir como combatientes solitarios, guerreros que intentan que todos la paguen, últimos vengadores de una de las más desventuradas y feroces tierras de Europa. Esta debe de ser su explicación.

Pero Giuseppe Setola, Alessandro Cirillo, Oreste Spagnuolo, Giovanni Letizia, Emilio di Caterino y Pietro Vargas son cobardes, en realidad: asesinos sin ningún tipo de habilidad militar. Para matar descargan cargadores como locos, para colocarse se llenan de cocaína y se hartan de Fernet Branca y vodka. Disparan a personas desarmadas, tomadas de improviso o por la espalda. Nunca se han enfrentado a otros hombres armados. Ante éstos, temblarían; en cambio, se sienten fuertes y seguros matando a personas inermes, a menudo ancianos o chicos jóvenes. Engañándoles y matándolos por la espalda.

Y yo me pregunto: en vuestra tierra, en nuestra tierra hace ya meses y meses que una cuadrilla de asesinos se mueve sin trabas masacrando sobre todo a personas inocentes. Cinco, seis personas, siempre las mismas. ¿Cómo es posible? Me pregunto ¿cómo se ve a sí misma esta tierra, cómo se representa a sí misma, como se imagina? ¿Cómo imaginan ustedes su tierra, su país? ¿Cómo se sienten cuando van al trabajo, de paseo, cuando hacen el amor? ¿Se plantean el problema o simplemente se dicen: siempre fue así y siempre será así?

¿Es cierto que les basta con creer que nada de lo que sucede depende de su compromiso o de su indignación? Que en el fondo todos tienen de qué ir tirando, y por consiguiente basta con vivir nuestra vida cotidiana y nada más. ¿Les basta a ustedes con estas respuestas para ir tirando? ¿Les basta con decir: no hago nada de malo, soy una persona honrada, para sentirse inocentes? ¿Les basta dejar pasar las noticias sobre la piel y sobre el alma? Después de todo, siempre ha sido así. ¿O no? ¿O bien es que delegar en asociaciones, iglesia, militantes, periodistas y demás la tarea de denunciar los tranquiliza? Con una tranquilidad que les permite acostarse por la noche no felices pero en paz. ¿Les basta, realmente?

Este grupo de pistoleros ha asesinado sobre todo a inocentes. En cualquier otro país la libertad de acción de una cuadrilla de asesinos así habría generado debates, encuentros políticos, reflexiones. En cambio, aquí se trata sólo de crímenes considerados naturales en un territorio considerado una de las provincias del culo de Italia. Y, por consiguiente, los investigadores, los carabinieri, los policías y los cuatro cronistas que siguen la historia están solos. En el resto del país ni siquiera los lectores de periódicos saben que estos asesinos utilizan siempre la misma estrategia: se hacen pasar por policías. Recurren a un truco barato para matar con más facilidad. Y viven como animales: en masías, vaquerías, casas de la periferia, garajes.

Han matado a dieciséis personas. La matanza comienza el 2 de mayo hacia las seis de la mañana en una vaquería de Cancello Arnone: asesinan al padre del arrepentido Domenico Bidognetti, primo y ex fiel seguidor de Cicciotto.

Umberto Bidognetti tenía 69 años y solía ir acompañado del hijo de Domenico, que precisamente esa mañana no había conseguido saltar de la cama para ayudar a su abuelo. El 15 de mayo matan en Baia Verde, municipio de Castel Volturno, a Domenico Noviello, de 65 años, titular de una escuela de conducción. Noviello se había opuesto al grupo mafioso ocho años antes. Había tenido protección policial durante un tiempo, pero luego le fue retirada. No sabía que pudiera estar en el punto de mira, no se lo esperaba. Le disparan 20 tiros mientras se dirige en su Panda a su habitual parada en el bar antes de abrir la autoescuela. Su ejecución era también un mensaje a la Policía, que tres días después celebraría su fiesta precisamente en Casal di Principe; era asimismo una clara declaración de principios: aunque pase casi un decenio, los casaleses no olvidan.

Antes, el 13 de mayo, destruyen con un incendio la fábrica de colchones de Pietro Russo en Santa Maria Capua Vetere. Russo es el único de sus objetivos que lleva escolta, porque ha sido el único que, junto a Tano Grasso, intentó organizar un frente contra los mafiosos en territorio casalés. Más tarde, el 30 de mayor, en Villaricca disparan en el vientre a Francesca Carrino, una muchacha de 25 años, sobrina de Anna Carrino, la ex compañera de Francesco Bidognetti, arrepentida. Estaba en su casa con su madre y su abuela, pero fue ella quien abrió la puerta a los asesinos que se hicieron pasar por agentes de la Direzione Investigativa Antimafia (DIA).

El mismo día, en Casal di Principe, matan a Michele Orsi mientras se dirige al Roxy Bar después del almuerzo. Empresario de basuras cercano al clan, que, arrestado un año antes, había comenzado a colaborar con la magistratura desvelando la conexión basuras-política-camorra. Es un homicidio de gran repercusión que plantea polémicas y suscita manifestaciones de los representantes del Estado. Pero no se consigue arrestar a los asesinos.

El 11 de julio, en la playa La Fiorente, asesinan a Raffaele Granata, de 70 años, gestor del establecimiento de baños y padre del alcalde de Calvizzano. También él paga por no haber cedido, años antes, a la voluntad del clan. El 4 de agosto matan en Castel Volturno a Ziber Dani y Arthur Kazani, mientras estaban sentados en la terraza del Bar Kubana y, probablemente, el 21 de agosto a Ramis Doda, de 25 años, ante el Bar Freedom, de San Marcellino. Las víctimas son albaneses que llegaban a fin de mes gracias al trapicheo, pero que tenían permiso de residencia y trabajaban en la construcción como albañiles y yeseros.

Más tarde, el 18 de agosto abren fuego indiscriminado contra la casita de Teddy Egonwman, presidente de los nigerianos de Campania, que se bate desde hace años contra la prostitución de sus compatriotas. Lo hieren gravemente y también a su esposa, Alice, y otros tres amigos.

Vuelven a San Marcellino el 12 de septiembre para asesinar a Antonio Ciardullo y Ernesto Fabozzi, muertos mientras daban mantenimiento a los camiones de la empresa de transporte propiedad del primero. Tampoco éste había obedecido; a Fabozzi lo matan por estar presente.

Por último, el 18 de septiembre, acribillan primero a Antonio Celiento, titular de una sala de juegos en Baia Verde, y un cuarto de hora más tarde abren fuego, disparando 130 proyectiles de pistola y kalashnikov, contra los africanos reunidos dentro y fuera de la sastrería Ob Ob Exotic Fashion de Castel Volturno. Mueren Samuel Kwaku, 26 años, y Alaj Ababa, de Togo; Cristopher Adams y Alex Geemes, 28 años, liberianos; Kwame Yulius Francis, 31 años y Eric Yeboah, 25, ghaneses; hieren gravemente a Joseph Ayimbora, 34 años, también ghanés. Solo uno o dos de ellos tenían quizás tratos con la droga, los demás se encontraban en ese lugar por casualidad, y trabajaban, duro, en la construcción o donde podían, incluso en la propia sastrería.

Dieciséis víctimas en menos de seis meses. Cualquier país democrático, en una situación parecida, se habría conmocionado. Aquí, entre nosotros, a pesar de todo ni siquiera se ha hablado del asunto. Ni tampoco de si de Roma hacia el sur se conoce este rastro de sangre y terrorismo que no habla árabe ni tiene estrellas de cinco puntas, pero que manda y domina sin oposición.

Matan a quien se les opone. Matan a todo el que se les pone por delante, sin respetar a nadie. La lista de muertes podría ser más larga, mucho más larga. Y durante todos estos meses nadie ha informado a la opinión pública de que estaba en marcha esta orgía de fuego. Nadie ha revelado los nombres hasta tanto no han comenzado a asesinar en Castel Volturno.

Pero son siempre los mismos, usan las mismas armas, aunque intentan modificarlas para despistar a la policía científica, lo que indica que tienen pocas a su disposición. No entran en contacto con sus familias, se mantienen rigurosamente agrupados. De vez en cuando, alguien llega a entreverlos en el bar de cualquier poblacho, donde hacen un alto para llenarse de alcohol. Y desde hace seis meses nadie consigue atraparlos.

Castel Volturno, territorio en el que han sucedido la mayor parte de los delitos, no es un lugar cualquiera. No es un suburbio degradado, un gueto de marginales y explotados como se puede encontrar en otros lugares, si bien algunas de sus zonas se asemejan ya más a los townships africanos que al lugar turístico de baños para el que se construyeron las pequeñas villas. Castel Volturno es el lugar donde los Coppola edificaron la mayor urbanización ilegal del mundo, el célebre Villaggio Coppola.

Tiene 863.000 m2 de cemento y uno de los mayores pinares marítimos del Mediterráneo, ilegalmente apropiado. Es ilegal el hospital, el cuartel de carabinieri, abusivos los correos. Todo al margen de la ley. Aquí vinieron a vivir las familias de los soldados de la OTAN. Cuando se fueron, el territorio cayó en el más total abandono y se convirtió en feudo de Francesco Bidognetti y a la vez territorio de la mafia nigeriana.

Los nigerianos tienen una mafia potente a la que los casaleses se aliaron. Su país es una de las plataformas del tráfico internacional de cocaína, y sus organizaciones son potentísimas, capaces de invertir sobre todo en el money transfer, los puntos a través de los cuales todos los emigrantes del mundo envían su dinero a casa. A través de éstos, los nigerianos controlan dinero y personas. Desde Castel Volturno se envía la cocaína africana directamente sobre todo a Inglaterra. Las tasas sobre el tráfico que impone el clan no son sólo el porcentaje sobre la venta al por menor, sino acuerdos que constituyen una especie de joint ventures. Hoy día los nigerianos son potentes, potentísimos, como lo es la mafia albanesa, con la que los casaleses están en tratos.

Así pues, el clan se está desmembrando y teme no ser ya reconocido como el que manda en primera y última instancia en el territorio. Y he aquí que en el vacío se insinúan los hombres del gatillo. Matan a pequeños camellos albaneses como acción demostrativa, hacen matanzas de africanos -entre los que no había ninguno de Nigeria-, golpean a los eslabones últimos de la cadena de jerarquías étnicas y criminales. Mueren chicos honrados, pero, como siempre en esta tierra, para morir no es preciso que haya razones. Y basta poco para ser difamado.

Los chicos africanos se convirtieron automáticamente en traficantes de droga, del mismo modo que se convirtieron en camorristas Giuseppe Rovescio y Vincenzo Natale, asesinados en Villa Literno el 23 de septiembre de 2003 por haberse parado a tomar una cerveza junto a Francesco Galoppo, miembro del clan Bidognetti. Ellos también fueron bautizados inmediatamente como criminales.

No es la primera vez que sucede en estos lugares una matanza de inmigrantes. En 1990, Augusto La Torre, boss de Mondragone, salió con sus más fieles en dirección de un bar que, aunque gestionado por italianos, se había convertido en un punto de encuentro de africanos dedicados al trapicheo de droga. Todo era normal en la carretera estatal Vía Domitiana, en Pescopagano, pocos kilómetros al norte de Castel Voltorno, pero ya en territorio de Mondragone. Mataron a seis personas, entre ellas el dueño del bar, e hirieron a muchas otras. Se había tratado de la culminación de una serie de acciones contra los extranjeros, pero los casalenses, que sin embargo aprobaban las intimidaciones, no aceptaron la matanza. La Torre recibió pesadas críticas de parte de Francesco Sandokan Schiavone. Pero ahora los tiempos han cambiado y se permite que ejerza su violencia indiscriminada un grupo de cocainómanos armados.

Pregunto de nuevo a mi tierra qué imagen tiene de sí misma. Lo pregunto también a todas las asociaciones de mujeres y hombres que, siempre en silencio, aquí trabajan y se esfuerzan. A los pocos políticos que consiguen seguir siendo creíbles, que resisten a la tentación de la colusión o la renuncia al combate contra los poderes de los clanes. A todos aquellos que hacen bien su trabajo, a todos los que intentan vivir honradamente, como en cualquier otra parte del mundo. A todas estas personas, cada vez más numerosas pero cada vez más solas.

¿Cómo os imagináis esta tierra? Si es cierto -como dijo Danilo Dolci- que cada uno crece únicamente si es soñado, ¿cómo soñáis vosotros estos lugares? Nunca se ha prestado tanta atención a vuestras tierras y a lo que os ha sucedido y aún os sucede. Sin embargo, no parece que haya cambiado mucho. Los dos boss que mandaban siguen mandando y siguen en libertad, Antonio Iovine y Michele Zagaria. Doce años escondidos. También se sabe donde están: el primero, en San Cipriano d’Avesca; el segundo, en Casapesenna. En un territorio grande como un pañuelo de tierra, ¿cómo es posible que no se consiga sacarlos a la luz?

Es una historia antigua, la de los escondidos buscados en todo el mundo y luego encontrados precisamente en su hogar. La novedad es que ahora han hablado de ello los periódicos y la televisión, y que políticos de todos los colores han prometido hacerlos arrestar. Pero entretanto el tiempo pasa y no sucede nada. Ellos están allí. Paseando, encontrándose con gente y charlando con ella.

He visto que en mi tierra han aparecido escritos en mi contra: Saviano, mierda; Saviano, gusano. Y un enorme tanatorio con mi nombre. Y además insultos, denigraciones continuas a partir de la más corriente y banal: «Éste se ha forrado». Con mi trabajo de escritor consigo vivir y, afortunadamente, pagarme mis abogados. ¿Y ellos? ¿Y los que comandan imperios económicos y se hacen construir villas faraónicas en lugares donde ni siquiera hay carreteras asfaltadas?

Ellos que, para la eliminación de vertidos tóxicos han conseguido cobrar en una única operación hasta 500 millones de euros, y han embutido nuestra tierra de venenos hasta el punto de hacer aumentar en 24% la ocurrencia de determinados tumores y en 84% las malformaciones congénitas. Dinero real que genera, según el Observatorio Epidemiológico de Campania, una media de 7.172 muertes anuales debidas a tumores en esta región. ¿Seré pues yo quien se esté enriqueciendo con las desgracias de esta tierra, por medio de mis palabras? ¿O serán los carabinieri y magistrados, los periodistas, todos aquellos que con libros, películas o de cualquier otro modo siguen denunciando? ¿Cómo es posible que se dé una inversión tal de perspectiva? ¿Cómo es posible que hasta personas honradas se unan a este coro? Aún conociendo mi tierra, ante todo esto permanezco incrédulo y turbado, herido hasta el punto de costarme hallar mi propia voz.

Porque el dolor conduce al enmudecimiento, y la hostilidad a no saber a quién hablar. ¿A quién podría dirigirme? ¿Qué podría decir? ¿Cómo decir a mi tierra que cese de ser pisoteada por la arrogancia de los fuertes y la cobardía de los débiles? Hoy, en esta habitación donde me encuentro, huésped de quienes me protegen, es mi cumpleaños. Pienso en todos los cumpleaños pasados así desde que tengo escolta: un poco nervioso, un poco triste y, sobre todo, solo.

Pienso que no podré nunca celebrar un cumpleaños normal en mi tierra, que ya no podré volver a pisarla. Como un enfermo terminal, suspiro por todos los cumpleaños pasados, a los que traté como una fecha cualquiera y un nuevo año igual a los anteriores. Ahora se ha abierto un torbellino en el tiempo y el espacio, una herida que no podrá nunca volver a cerrarse. Y pienso, sólo y sobre todo, en quien vive en mi misma condición y no tiene como yo el privilegio de escribirla y hablar de ella a muchos.

Pienso en mis amigos protegidos, en Raffaele, Rosaria, Lirio, Tano, pienso en Carmelina, la maestra de Mondragone que denunció al asesino de un camorrista y que desde entonces vive bajo protección, alejada, sola. Abandonada por el novio con quien iba a casarse, juzgada por sus amigos que se sienten abatidos por la valentía de Carmelina y por su propia mediocridad. Porque no ha habido solidaridad con su gesto; al contrario, ha recibido críticas y abandono. Sólo ha seguido la voz de su conciencia y por ello ha debido arreglárselas con el magro subsidio que da el Estado.

¿Qué hizo Carmelina? ¿Qué hicieron otros como ella para tener una vida destruida y desarraigada, mientras los boss siguen viviendo protegidos y respetados en su tierra? Y pregunto a mi tierra: ¿qué es lo que nos queda? Díganmelo. ¿Sobrevivir, hacer como si no pasara nada? ¿Seguir subiendo escaleras de hospitales fregadas por cooperativas de limpieza que les pertenecen? ¿Seguir llenando el depósito en estaciones de servicio que son de su propiedad? ¿Vivir en casas construidas por ellos, beber el café de la marca que imponen (cada marca de café, para ser despachada en un bar, debe tener la autorización del clan), cocinar en sus sartenes (el clan Tavoletta gestionaba la producción y venta de las marcas de sartenes más prestigiosas)?

¿Comer su pan, su mozzarella, sus hortalizas? ¿Votar a sus políticos, capaces, como declaran los arrepentidos, de llegar a los más altos puestos de la nación? ¿Trabajar en sus centros comerciales, construidos para crear puestos de trabajo y dependencia debida al puesto de trabajo, sin pérdidas, porque gran parte de las empresas son suyas? ¿Estáis orgullosos de vivir en el territorio con los mayores centros comerciales del mundo junto a una de las más altas tasas de pobreza? ¿Pasar vuestro tiempo en locales gestionados o autorizados por ellos? ¿De sentaros en el bar junto a sus hijos y los hijos de sus abogados, sus empleados de cuello blanco? ¿Y encontrarlos simpáticos e inocentes, a fin de cuentas personas agradables, porque sólo son muchachos, y qué culpa tienen de quienes son sus padres?

De hecho no se trata de establecer culpabilidades, sino de dejar de aceptar y soportar siempre, dejar de pensar que al menos hay un orden, que al menos hay trabajo, y que basta con no arañar la superficie, no alzar el velo, seguir adelante por su propio camino. Que basta hacer esto y estaremos en nuestra tierra en el mejor de los mundos posibles, o quizá no, pero en el único mundo posible, seguramente.

¿Cuánto debemos seguir esperando? ¿Cuántos de los mejores deberemos ver emigrar y cuántos resignados quedarse? ¿Estáis seguros de que todo va bien así? ¿De que puedan bastar las veladas que pasáis cortejando, riendo, discutiendo, maldiciendo el pestazo de las basuras quemadas, charlando un ratito? Queréis una vida simple, normal, hecha de cosas pequeñas, mientras en torno a vosotros hay una verdadera guerra, y quien la sufre, la denuncia y la expresa pierde todo. ¿Cómo hemos llegado a estar tan ciegos? ¿Tan serviles y resignados, tan mansos? ¿Cómo es posible que solo los últimos de los últimos, los africanos de Castel Volturno que sufren la explotación y la violencia de los clanes italianos y de otros africanos han sido capaces, por fin, de sacar más rabia que miedo y resignación? No pueden creer que un Sur tan rico de talentos y fuerzas pueda realmente contentarse con esto.

Calabria tiene el PIB más bajo de Italia, pero Cosa Nuova, es decir la N’Dranguetta, factura tanto o más que todo un movimiento financiero italiano. Alitalia puede que esté en crisis, pero en Grazzanise, en un territorio que apesta a camorra se está a punto de construir el más grande aeropuerto italiano, el mayor del Mediterráneo. Una tierra condenada a hacer circular enormes capitales sin rastro alguno de verdadero desarrollo, y que en cambio tiene dinero, beneficio y cemento con sabor a saqueo, no a crecimiento.

No puedo creer que sólo consigan resistir algunos individuos excepcionales. Que la denuncia sea ya tarea de unos pocos individuos, sacerdotes, maestros, médicos y los pocos políticos honrados y grupos que interpretan el papel de la sociedad civil. ¿Y el resto? ¿Los demás están callados y quietecitos, amortecidos por el miedo? El miedo. La principal justificación. Hace sentir a todos bien porque en su nombre se protege a la familia, los afectos, la propia vida inocente, el propio sacrosanto derecho a vivirla y construirla.

Pero dejar de tener miedo no sería difícil. Bastaría actuar, pero no solos. El miedo va del brazo con el aislamiento. Cada vez que alguien da marcha atrás crea otro miedo, en un crescendo exponencial que inmoviliza, erosiona y, lentamente, arruina.

«¿Se puede construir la felicidad del mundo sobre los hombros de un único niño maltratado?», pregunta Ivan Karamazov a su hermano Aliosha. Pero ustedes no quieren un mundo perfecto, quieren sólo una vida tranquila y simple, una cotidianeidad aceptable, el calor de una familia. Contentarse con esto os parece que os va a poner a resguardo de ansias y dolores. Y quizás lo consigan, encontrar una dimensión en la que hallen la serenidad. ¿Pero, a qué precio?

Si vuestros hijos debieran nacer enfermos o enfermarse, si otra vez debierais dirigiros a un político que a cambio de un voto os dará un trabajo sin el cual hasta vuestros pequeños sueños y proyectos acabarían en el vacío, cuando os canséis de intentar conseguir un préstamo hipotecario para vuestra casa mientras los directores del mismo banco estarán siempre disponibles para el que manda, cuando veáis todo esto quizás os deis cuenta de que no hay resguardo, no hay ningún ámbito protegido y que la actitud que considerabais realista y sabiamente desencantada os ha apestado el alma con un resentimiento y un rencor que quita todo gusto a vuestra vida.

Porque si todo esto es triste, la cosa más triste es la costumbre. Acostumbrarse a que no haya otra cosa que hacer que resignarse, ir tirando o marcharse. Pregunto a mi tierra si todavía es capaz de imaginar que tiene opciones. Le pregunto si es capaz de realizar al menos ese primer gesto de libertad que consiste en pensarse de otro modo, pensarse libre. No resignarse a aceptar como un destino natural lo que, en cambio, es obra de los hombres.

Esos hombres pueden ligarte a tu tierra y tu pasado, quitarte la serenidad, impedirte encontrar una casa, escribir insultos contra ti en las paredes de tu tierra; que pueden hacer el desierto en torno a ti. Pero no pueden extirpar lo que sigue siendo una certidumbre y, por lo mismo, una esperanza. Que no es justo, no es en absoluto natural someter un territorio al dominio de la violencia y de la explotación sin límites. Y que no debe avanzar porque siempre ha estado así. Entre otras cosas porque no es cierto que todo haya estado siempre igual, sino que está empeorando.

Porque la devastación crece proporcionalmente a sus negocios, porque es irreversible como la tierra una vez que ésta ha sido apestada, porque no conoce límites. Porque ahí afuera siguen en libertad seis asesinos embrutecidos e intoxicados, con licencia para matar y no mandato, que no se detienen ante nadie. Porque ellos están hechos a imagen y semejanza de lo que hoy reina sobre estas tierras y de lo que les espera mañana, pasado mañana, en el futuro. Es preciso hallar la fuerza para cambiarlo. Ahora o nunca.

* * *
Fuente:
http://www.repubblica.it/2008/09/sezioni/cronaca/caserta-sparatoria/saviano-omerta/saviano-omerta.html

Noticia relacionada:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=73579

Roberto Saviano (Nápoles, 1979), periodista y escritor italiano. En sus escritos usa el reportaje y la literatura para contar la realidad económica y territorial de la Camorra y de la criminalidad organizada del sur de Italia en general. En 2006, publica Gomorra, con gran éxito, en el que describe los negocios de la camorra.

S. Seguí pertenece a los colectivos de Rebelión y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, el traductor y la fuente.