El siguiente texto está dirigido, por el autor, a uno de los editores de Rebelión.org
San José, 20 de noviembre del 2010
Mi estimado Salvador,
Te escribo a ti porque es a ti a quien escribo cuando tengo algo para publicar en Rebelión, aunque no seas, necesariamente en este caso, el destinatario de esta carta. Y te escribo, como lo sabes, como costarricense, desde San José de Costa Rica.
Lo que me mueve esta vez es la tristeza de ver en las páginas de Rebelión una «caricatura» de Costa Rica, en alusión a su diferendo fronterizo con Nicaragua.
Explico el porqué.
Si entiendo bien la caricatura (que apareció al final de la página del sábado 20 de noviembre), lo que presenta es la presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, pidiendo ayuda, en inglés. ¿A quién? ¿A Estados Unidos?
¿En eso se resume el conflicto? ¿En un gobierno entreguista (el de Costa Rica) pidiendo ayuda a Estados Unidos para enfrentar a los sandinistas?
Te advierto que aquí hay quienes lo quisieran, aunque no creo que sea esa la voluntad de la mayoría de los costarricenses.
Pero si eso puede pasar hoy siquiera por la cabeza de alguien es, entre otras razones, porque, en el país, hay presencia de tropas extranjeras, en este caso, nicaragüenses.
Y tu, que acompañas con interés y preocupación el conflicto saharaui (por citar solo este, muy actual), sabes las consecuencias de esas ocupaciones, lo dramático y humillante, lo inaceptable que son. La naturaleza del conflicto, el número de muertes y destrucción (diferente en los dos casos) no disminuye la indignación, ni lo inaceptable de cualquier ocupación armada de territorios ajenos.
Dirán algunos que, en el caso de Costa Rica y Nicaragua, no es así, que el territorio, hoy motivo de la disputa, es nicaragüense.
Supongamos, por un momento, que lo fuera (cosa que no comparto). En todo caso, en los mapas (de Nicaragua y de Costa Rica) era de Costa Rica, y en el terreno, estaba ocupado por costarricenses.
El conflicto surgió cuando, a raíz del dragado del río San Juan, sobre el cual ejerce soberanía, Nicaragua decidió cambiar su curso en la desembocadura, evitando curvas y enderezando su salida hacía el mar Caribe, para lo cual tenía que abrir un canal por el territorio de Costa Rica.
Como la margen derecha del río es la frontera, eso cercenaría un centenar de kilómetros de territorio costarricense, que pasarían a ser nicaragüense.
Nicaragua decidió imponer su criterio manu militari. Mandó soldados, arrió la bandera de Costa Rica, expulsó a los lugareños, instaló sus tropas en el lugar y ha procedido a despalar la zona para abrir el canal que le permitirá cambiar el curso del río.
Además de argumentar que el territorio es suyo, Nicaragua alega una necesaria presencia militar para combatir el narcotráfico.
Conozco la zona. Ahí no ha habido nunca base militar permanente destinada a combatir el narcotráfico donde, ciertamente, está muy activo. Cualquiera que vea un mapa se dará cuenta que está justo a medio camino entre las áreas productoras de Colombia y el mercado consumidor de Estados Unidos.
Pero no es solo ahí donde están los narcotraficantes. También conozco la otra frontera nicaragüense, con Honduras, donde, de repente, surgen mansiones en medio de la nada, rodeadas de mar y bosque.
Que las tropas se instalaron en el delta del San Juan para combatir el narcotráfico no es más que un pretexto para tratar de dar sustento a esta acción. No hace falta instalar tropas ahí para eso.
Es fácil entender también que, en el momento en que las tropas nicaragüenses entraron a ese territorio, lo que podía ser un conflicto fronterizo más adquirió otra dimensión. A la disputa se sumó el agravio, que crece cada minuto, entre otras cosas porque sigue la presencia militar y avanza la construcción del canal en territorio que consideramos costarricense.
Esa disputa tendrá que ser resuelta, finalmente, en los tribunales internacionales, hacia donde ya apuntan las demandas.
Pero el conflicto tiene otras consecuencias, de naturaleza política, tanto nacionales como internacionales. Solo me referiré a las internacionales.
La primera, y la más evidente, es el aislamiento de Nicaragua, que terminó arrastrando a esa posición a Venezuela, los dos únicos países que se opusieron a la propuesta del Secretario General de la OEA para resolver la disputa, que no entraba a dirimir el conflicto de límites, pero pedía el desalojo de la zona de fuerzas armadas, ya fuera el ejército nicaragüense o la policía costarricense (pues, como se sabe, Costa Rica no tiene ejército, disuelto después de una corta guerra civil, en 1948). Aislamiento que se repitió al votarse la convocatoria de la reunión del órgano de Consulta, el máximo organismo de la OEA, para el próximo 7 de diciembre. Como Nicaragua decidió no asistir a la reunión, nadie acompañó a Venezuela en su oposición a la convocatoria.
Pero no es el único efecto. Como ya comentamos, surgen voces que se atreven a sugerir la venida de tropas extranjeras a Costa Rica, lo único que la caricatura de marras vislumbra, aunque lo haga, desde mi punto de vista, fuera de contexto.
En fin, me parece que los lectores de Rebelión no se merecen una imagen tan simplista y distorsionada del conflicto. Tampoco se merecen una visión tan reaccionaria.
Me he alargado algo, porque el tema obliga. Concluyo con un texto que he hecho circular, con mi punto de vista sobre la situación, con la intenció de buscar apoyo en los dos lados de la frontera. Te lo agrego, con la idea de compartirlo también con los lectores de Rebelión y la esperanza de que inspire alguna caricatura diferente:
ANTE EL CONFLICTO FRONTERIZO ENTRE COSTA RICA Y NICARAGUA
San José, Managua, 15 noviembre del 2010
Isla Calero, una porción de tierra de 151 km2, ubicada entre los pueblos de Barra del Colorado y San Juan, se ha trasformado en un tema de disputa entre Costa Rica y Nicaragua.
Reivindicada por los dos países, un conflicto se ha planteado y deberá ser resuelto en las instancias que corresponda que, desde luego, no son las de las armas.
Planteado el conflicto, surgen las voces exaltando el «nacionalismo» y la «defensa de la patria», que suponen amenazada por el vecino. Es fácil despertar esas pasiones y, a veces, muy difícil apagarlas. Nos parece que el tema despierta pasiones que es conveniente desarmar. Nuestros enemigos no están al otro lado de la frontera.
Los firmantes de esta declaración -costarricenses y nicaragüenses- no desconocemos la existencia del conflicto ni estamos, necesariamente, de acuerdo en el fondo del problema, que se refiere a quién pertenece ese territorio.
En lo que estamos de acuerdo es que el diferendo necesita ser resuelto a la brevedad y definitivamente, en la instancia que corresponda; y con el necesario amojonamiento del terreno, que permita definir, de una vez por todas, esa frontera. O sea, resolver el conflicto y no exacerbarlo.
Pero estamos también de acuerdo en algo más. Nicaragua y Costa Rica son dos países intrínsicamente hermanos, con todo lo que esto implica: una relación entrañable, que no solo es ya profunda, intensa, sino que lo será cada vez más en el futuro. Esto no excluye, como en toda familia, eventuales conflictos, que deben resolverse por los canales adecuados.
No está en discusión la soberanía sobre el cauce del río, que es nicaragüense, ni el derecho de Nicaragua de dragarlo, con los necesarios cuidados ambientales. Son los pueblos de la región -nicas y ticos-, los principales interesados en que se respete el ambiente.
En el caso de este conflicto, en particular, tampoco nos parece que ayude a ninguna solución la presencia de tropas que, hasta hace tan solo un mes, no estaban en el lugar. Desmilitarizar al zona -lo que no quiere decir abandonarla al narcotráfico- es necesario para avanzar hacia una rápida solución. Eso no quiere decir que nadie renuncie a sus intereses legítimos, y lo reconocemos así, hasta que se llegue a una resolución definitiva.
San Juan de Nicaragua y Barra del Colorado son dos pueblos estrechamente vinculados por familias comunes y por intereses comunes. El intercambio en la zona es muy conveniente para la vida de las dos poblaciones, que conviven en una lógica muy distinta al encono que, fácilmente, se puede despertar en ciudades más alejadas, o en nuestras capitales. Nos parece indispensable respetar esa realidad.
Como ciudadanos costarricenses y nicaragüenses queremos reivindicar nuestro espacio y nuestro derecho a enfrentar el problema con la convicción de que hay que resolverlo por las vías del acuerdo o el arbitraje pero, sobre todo, con la clara idea de que cualquier solución debe servir para incrementar esa hermandad, y no para ahondar en falsos nacionalismos y gestos patrioteros, inaceptables entre dos pueblos hermanos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.