Traducido por Juan Vivanco
Con 500.000 viajeros por día, la Gare du Nord de París es la estación más importante de Europa. Más que una estación es un monstruo tentacular, por el que pasan los viajeros de los trenes de largo recorrido, incluidos los del TGV y el Eurostar, los trenes de cercanías y el metro. Pero no sólo pasan, también consumen, pues en sus locales hay 105 tiendas y un número incalculable de vendedores de sustancias ilícitas. Si el barón James de Rotschild, que fundó la estación en 1846, volviera con nosotros, se sentiría orgulloso al ver en lo que se ha convertido lo que empezó llamándose L’Embarcadère. Lugar donde se mezclan turistas, ejecutivos y masas suburbanas, el monstruo es difícil de vigilar por la policía, que recurre al tándem posmoderno videovigilancia-comandos de intervención. Porque en la Francia actual las clases viajeras son también clases peligrosas [1]. Gran parte de los usuarios de la Gare du Nord son suburbanos del «Neuf-Trois» (el 93, número del departamento de Seine Saint-Denis), famoso bastión de la «chusma» que Nicolas Sarkozy había prometido limpiar con salfumán. Y el martes 27 de marzo pasó lo que tenía que pasar: un motín en la Gare du Nord. Todo empezó a las 16:30, cuando los revisores de los ferrocarriles abordaron con malos modos a un pasajero que resultó ser un ejemplar perfecto de «chusma»: para empezar era negro -congoleño-, además viajaba sin billete y para colmo iba indocumentado. François Baroin, el hombre que el día antes acababa de suceder a Nicolas Sarkozy en el ministerio del Interior, resumió así el pedigrí del hombre: «un reincidente que ha entrado ilegalmente en el territorio y está fichado por 22 delitos de agresión». En una palabra, como diría después Le Pen al comentar el motín que estalló tras la detención, hay un «clima casi insurreccional» que es «la consecuencia directa de la política de inmigración masiva y aberrante aplicada por los gobiernos que se han sucedido en los últimos 30 años». Para el marqués Philippe de Villiers de Saintignon, candidato a la elección presidencial, nos enfrentamos a «bandas étnicas y bárbaros».
El motín que estalló tras la detención tenía todos los ingredientes de un rebelión lógica, y no fueron únicamente jóvenes de las barriadas con la cara tapada quienes hicieron frente a las fuerzas antidisturbios que llegaron al lugar del incidente. Por supuesto, hubo algunos saqueos de tiendas y algunos escaparates rotos, como sucede en todas las algaradas. Al final hubo que esperar a que partieran los últimos trenes periféricos, hacia la una de la madrugada, para que volviera la calma a este templo del transporte de pago para mano de obra de consumidores (recuerdo la época -hacia 1970- en que la gratuidad del transporte era un asunto muy debatido por los sesentayochistas. También recuerdo que, según un estudio, si el transporte fuera gratuito para todos, la RATP -la compañía del metro parisino- saldría ganando… Qué lejos queda ya todo eso).
Toda Francia pudo ver en las noticias de las ocho de la tarde de France2 a unos policías armados hasta los dientes dedicados a la caza del hombre por los pasillos de la Gare du Nord, imágenes dignas de la mejor película de acción y rodadas por un cámara llamado Nouknouk.
En cuanto se conoció, el motín de la Gare du Nord dio materia para las críticas de los contrincantes electorales de Sarkozy. Empezando por Ségolène Royal, según la cual el motín suponía «el fracaso total de la derecha en el tema de la seguridad». Acusó a su adversario de la UMP de haber convertido al país en «la Francia de los enfrentamientos» e hizo votos por «un ministro del Interior que restablezca el orden justo». Eso fue en Canal +. El mismo día, más tarde, durante un mitin en Blois (la ciudad de su fiel Jack Lang), moderó sus palabras en un discurso vacío que llamaba a «salir de la lógica del enfrentamiento para ir hacia unas lógicas de concordia». François Bayrou, por su parte, evitó atacar a Sarkozy y se limitó a pronunciar unas frases sedantes, muy centristas, sobre un «clima de enfrentamiento perpetuo entre la policía y una parte de los ciudadanos» que era «malsano para todo el mundo». Según el candidato de la UDF, «se vuelve tan tenso, tan crítico, que cada gesto resulta peligroso». Para salir del atolladero François Bayrou propuso que se devolviera a la policía «su función de prevención y acompañamiento». En fin, nada nuevo bajo el sol de los políticos.
Dejo para el final las palabras de Gilles Sainati, vicepresidente del sindicato de la magistratura: «Los incidentes de la Gare du Nord son el resultado de una política de seguridad que se viene aplicando desde hace 10 años. Estallaron a raíz de la detención de un pasajero que viajaba sin billete. Esta es una práctica corriente tras la publicación de la ley del 15 de noviembre de 2001, en virtud de la cual toda persona que viaje de manera habitual en un transporte sin tener billete será castigada con 6 meses de privación de libertad. Votada por la mayoría socialista y la derecha, que hicieron piña después del 11 de septiembre de 2001 en el marco de la ley de seguridad interior, este texto es un buen ejemplo de penalización de la miseria… Induce a la policía a practicar esta clase de detenciones, que no guardan una proporción con el hecho de viajar sin un billete válido. Así es como la ley y la actuación del anterior ministro del Interior, obsesionado con un aumento constante del rendimiento de la policía, han deteriorado la confianza de la población hacia las fuerzas del orden… Por este motivo se manifestaron los sindicalistas policiales de la UNSA Police en Marsella el 27 de marzo de 2007».
Nota
[1] Alusión al famoso libro del historiador Louis Chevalier Classes laborieuses, classes dangereuses (Clases laboriosas, clases peligrosas) sobre las luchas de clase y su apreciación en el siglo XIX.
Posdata del 31 de marzo
El congoleño por el que estalló el motín no era ni mucho menos «un reincidente que ha entrado ilegalmente en el territorio y está fichado por 22 hechos violentos» ni estaba en trámite de expulsión, como había declarado François Baroin, que empieza francamente mal su carrera de efímero ministro del Interior. Angelo Hoekelet, nacido en Congo en 1974, entró en Francia legalmente en 1985 en el marco de una reagrupación familiar. En cuanto a los «22 delitos de agresión», se trata en realidad de 15 informes policiales por delitos menores: hurto de comida y utensilios de cocina en un Monoprix y un Prisunic (supermercados), resistencia e insultos a agentes de la fuerza pública, posesión de una navaja, resistencia a una expulsión… En marzo de 2003 había pasado tres meses en la cárcel por «ultraje a una persona encargada de una misión de servicio público y a un depositario de la autoridad pública». La orden de expulsión dictada contra él fue anulada por el tribunal administrativo en septiembre de 2006. «Este es el gran delincuente que nos presentan», ha comentado su abogado Boccara con motivo de la comparecencia de su defendido ante el juez. «Es un hombre que procede en realidad del cuarto mundo». Angelo será juzgado el próximo 2 de mayo.
Fuente: Basta!
Fausto Giudice y Juan Vivanco son miembros de Tlaxcala. El segundo es también miembro de Cubadebate y Rebelión.