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Coalición alemana: confirmación de hegemonismo

Fuentes: Cuarto Poder

No deben hacerse ilusiones quienes piensan que la coalición política que gobierna en este momento Alemania va a modificar sensiblemente el panorama europeo actual, marcado por un protagonismo alemán creciente que está evidenciando los absurdos, las contradicciones y las negaciones de la construcción comunitaria. La reciente coalición alemana entre conservadores y socialistas es una experiencia […]

No deben hacerse ilusiones quienes piensan que la coalición política que gobierna en este momento Alemania va a modificar sensiblemente el panorama europeo actual, marcado por un protagonismo alemán creciente que está evidenciando los absurdos, las contradicciones y las negaciones de la construcción comunitaria. La reciente coalición alemana entre conservadores y socialistas es una experiencia que la República Federal ya ha vivido en más ocasiones antes y después de la Segunda Guerra Mundial, y reúne dos grandes partidos, la CDU y el SPD, cuya historia confirma la alta similitud de prácticas y perspectivas.

El programa común de gobierno que ha acordado esa «gran coalición» resulta rotundamente continuista e incluye, en prudente y calculada mezcla, una línea básica de austeridad (amenazadora) y cierta jerga tranquilizadora (inocua), con lo que ambos partidos atienden a su clientela y confirman que todo en la Europa comunitaria deberá seguir como hasta ahora: consolidando el control alemán y marcando en profundidad las diferencias con los países débiles del Sur, hacia los que deberán seguir administrándoseles tanto las medicinas que marca el Banco Central Europeo (BCE, secuestrado de hecho por Alemania) como el tratamiento, distante y peyorativo, de socios indolentes y pretenciosos que deberán aprender a comportarse.

A la medicina disciplinaria a aplicar a los PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España, acompañados según la circunstancia por Irlanda) corresponde en este programa pactado por la nueva mayoría la continuidad en los recortes del gasto público en general por mor de un déficit estatal considerado alto (sin motivo), así como la vigilancia implacable sobre una deuda también alta (que los bancos alemanes quieren cobrar); y a la consolidación de la sumisión y al aumento de las diferencias va encaminada la política monetaria del BCE, consistente en definitiva en garantizar el predominio de la economía germana, con ganancia creciente de productividad y financiación estatal gratis (o casi). La UE seguirá sometida, pues, a la ortodoxia neoliberal pese a que está más que demostrado que agrava la crisis y las diferencias, con el expreso mandato de que el BCE no intervenga como auténtico banco central, prohibiéndosele aliviar y más aún financiar la deuda pública con los llamados eurobonos.

La novedad de la vinculación de los socialdemócratas alemanes a este programa continuista carece de cualquier capacidad benefactora o suavizadora, y no augura cambio decisivo alguno. Pesa en esta impotencia la trayectoria que ya recorrió el SPD durante su último mandato con el canciller Gerhard Schröder en coalición con los Verdes (1999-2005), y las medidas en política económica y social que adoptó la «gran coalición» que siguió (2005-2009); en total, diez años de consolidación de la unidad nacional recobrada y de implacable marcha alemana hacia el dominio sobre la UE. Siendo canciller Schröeder, en efecto, su gobierno adoptó un descomunal plan de austeridad, con privatizaciones significativas, que fue considerado «el mayor recorte del gasto público de la historia de Alemania», tomando como objetivos a maltratar los parados y los pensionistas; y favoreciendo a las empresas con una notable reducción del impuesto de sociedades y a las familias con ciertas ayudas por natalidad.

Recordemos que el siempre sonriente Schröder fue premiado, tras su retiro (y como otros conocidos exlíderes socialistas y laboristas europeos), con una suculento puesto en Gazprom, consorcio ruso-alemán que él mismo contribuyó a crear poco antes de dejar la Cancillería en 2005 para construir el gasoducto que unirá Rusia con Alemania por el fondo del Báltico; consorcio al que su gobierno concedió un aval que cubría el crédito de 900 millones de euros necesarios para llevar a cabo la primera fase, cosa que hizo cuando ya había perdido las elecciones.

El SPD se ha coaligado otras veces con la derecha desde su creación (1875) y en especial desde la derrota tras la I Guerra Mundial. Guerra, por cierto, que apoyó alineándose con las posiciones del kaiser Guillermo II y su camarilla; tras su aquiescencia con la guerra de los expansionistas e imperialistas y la hecatombe que siguió dominó la política en los inicios de la Republica de Weimer, siendo el socialdemócrata Ebert el primer presidente del nuevo Estado surgido en 1919, y haciéndose los socialdemócratas responsables de políticas anti obreras que la historia recoge con duro juicio. El SPD reconstituido tras la II Guerra Mundial llegó a considerarse, a partir del liderazgo de Willy Brandt (canciller en 1969), como uno de los fundamentos de la Europa comunitaria y por eso carece de capacidad crítica para afrontar los problemas de la UE con criterios y motivos distintos a los de la derecha más «fundacional». Una de las pruebas de la continuidad, cuasi perfecta, con que el SPD se desempeña en el marco de los intereses tradicionales de Alemania fue la consecución en 2004 del ingreso en la UE de ocho países (Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Chequia, Eslovaquia, Hungría y Eslovenia) de su área de expansión histórica; integración que podemos considerarla absolutamente errada y contraproducente desde todos los puntos de vista menos uno: el de que interesaba a la expansión económica, comercial y financiera de Alemana en calidad de hinterland dependiente. En estos días, la influencia alemana se deja ver en las agitaciones pro UE en Ucrania (país al que ha invadido dos veces en el siglo XX) con el apoyo al líder del partido UDAR, mostrando su interés, también histórico, por vincular a su esfera ese suculento mercado de 50 millones de habitantes (con sus recursos agrícolas, mineros y energéticos) sobre el que ejercería un predominio incontestable.

El actual Gobierno alemán cuenta con seis ministerios bajo control socialdemócrata, de escasa trascendencia si exceptuamos el de Exteriores; pero que, por el contrario, sí contienen claras posibilidades para el desgaste y el desprestigio: como es el caso de Trabajo y Asuntos Sociales, Medio Ambiente y Familia (el sexto es el de Justicia). Ni siquiera debe considerarse decisivo el ministerio de Economía y Energía, atribuido al líder del SPD, Sigmar Gabriel, por no controlar lo esencial de la política económica, que en este momento es monetaria, fiscal y financiera; a cambio, habrá de lidiar con el espinoso asunto del «abandono» de la energía nuclear (proceso en el que pocos creen, dentro y fuera de las élites políticas alemanas). A los socialdemócratas, como era lógico esperar, se les hurta la alta responsabilidad económica, que sigue en manos de Wolfgang Schäuble, ministro de Finanzas y mano derecha de Angela Merkel, así como representante insuperable -en contraste con su invalidez física- del hegemonismo alemán en la UE y del permanente diktat que este Estado ejerce sobre millones de ciudadanos humillados e inermes.

La ortodoxia que seguirá habrá de agudizar la situación de los países más débiles de la UE, pero también repercutirá negativamente en el propio pueblo trabajador alemán, que no debiera exacerbar su patriotismo, como otras veces, ante el engaño de esa amplia coalición que lo «representa» en un 80 por cien. Alemania, pues, sigue haciéndonos la guerra económica arrasando con la Europa social, que era el verdadero (y quizás único) valor que podía justificar a la UE ante los pueblos.

(*) Pedro Costa Morata es ingeniero, sociólogo y periodista.

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