Como en 2017, la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2022 enfrentará a Le Pen con Macron. Éste ha obtenido casi el 27,85%, Le Pen el 23,15% y Mélenchon el 21,95.
Pero la victoria de Macron en la segunda vuelta parece menos automática que en 2017 (cuando obtuvo el 66% de los votos en la misma) y este nuevo duelo no debe enmascarar las profundas diferencias de la situación electoral tras la primera vuelta.
La abstención ha aumentado en más de un 4%, con un 26,3% de los votantes registrados. Desde 2007, viene aumentando de forma regular, tanto en las elecciones presidenciales como en las legislativas que vienen a continuación (más del 50% en 2017). Entre la juventud (de 18 a 35 años) se sitúa por encima del 40% (hace cinco años fue del 29%) y entre los trabajadores y trabajadoras en más del 33% (29% hace cinco años). Globalmente representa aproximadamente una cuarta parte de las y los votantes registrados.
Además, estas elecciones marcan un nuevo colapso de los dos partidos tradicionales de la V República, el Partido socialista (PS) y el partido gaullista Los Republicanos (LR). Entre los dos sólo suman el 6,5% de los votos emitidos. En 2017, al final del quinquenio de Hollande, el PS había perdido casi el 80% de sus votos. En 2022, la candidata de LR, con un 4,78%, habrá recibido una cuarta parte de los votos obtenidos en 2017. En diez años y dos elecciones presidenciales, estos dos partidos pilares del sistema se han hundido. El sistema presidencialista ha terminado devorando a quienes lo crearon. En 2017, el candidato Macron ya se benefició del apoyo de una parte importante del electorado tradicional del PS. En estas elecciones, una parte importante del electorado que le quedaba al PS ha votado a Mélenchon, y el electorado gaullista se ha desplazado mayoritariamente hacia Macron, pero también hacia Zemmour.
Dos ejemplos ilustran estos cambios:
•El de París, una ciudad con mayoría del PS durante 20 años. En 2012 Hollande obtuvo casi el 35% de votos. En estas elecciones, la candidata del PS, la propia alcaldesa de París, Anne Hidalgo, solo ha recibido el 2,17% de los votos, mientras que Macron ha obtenido el 35% y Mélenchon el 30%.
•Otro ejemplo es Neuilly sur Seine, un suburbio chic de la capital, bastión histórico del partido gaullista y de la derecha tradicional desde la Liberación, donde Nicolas Sarkozy fue alcalde. En 2017, el candidato gaullista obtuvo el 64,92% de los votos y Macron el 23%. En 2022, Macron ha duplicado sus votos, alcanzando casi la mayoría absoluta, Zemmour recogió casi el 19% y Valérie Pécresse sólo el 15%.
Estos dos ejemplos ilustran la triple polarización sin precedentes que ha emergido en estas elecciones, afectando a los demás candidatos: alrededor de Macron y la extrema derecha por un lado y Mélenchon, candidato de la izquierda radical, por otro. Tanto Macron como Le Pen y Mélenchon han aparecido como el voto útil para una categoría del electorado, marginando a los otros nueve candidatos por debajo del 10% o incluso del 5%.
Macron se ha consolidado claramente como el candidato del bloque burgués. Al igual que en 2017, en 2022 el MEDEF, la organización patronal, ha renovado su apoyo a Macron, que desarrolla toda una agenda neoliberal en todos los aspectos y cuyos nuevos puntos programáticos han parecido satisfacer a los grupos capitalistas; ya sea sobre la reducción de los impuestos, las ayudas a las empresas o continuar con las ofensivas liberales en la sanidad y la educación. Mostrándose capaz de oponerse a las movilizaciones de los chalecos amarillos y a las de los jóvenes de los barrios populares contra la violencia policial, afirmándose como defensores de las fuerzas represivas, Macron se ha consolidado frente al electorado reaccionario desde 2017. Además, ante la interminable crisis del PS y de LR, Macron aparecía como el candidato más fiable para ese campo.
El resultado ha sido un claro refuerzo de su base electoral, que mantiene el grueso de los votos procedentes de la socialdemocracia, entre los estratos altos de las y los asalariados y los pensionistas acomodados, arrastrando votos de LR, y apareciendo como garantía de estabilidad e incluso como baluarte contra la extrema derecha. Por eso, incluso entre el electorado que tradicionalmente vota a la derecha o a la socialdemocracia en otras elecciones (municipales o regionales), en el marco del hiperpresidencialismo francés, Macron ha aparecido, como un garante de la seguridad de las capas sociales a salvo, en su mayoría, de la precariedad y las dificultades cotidianas. Obviamente, esta necesidad de estabilidad para estos estratos sociales se ha visto reforzada por la crisis de la pandemia y la guerra en Ucrania.
La especificidad del sistema electoral francés, en el que el dominio del sistema gubernamental se basa exclusivamente en un individuo y no en un programa y una representación proporcional, ha provocado el hundimiento de los partidos que han sido su pilar durante los últimos cincuenta años.
La extrema derecha se ha reforzado espectacularmente en esta campaña electoral con la consolidación de Agrupación Nacional (Rassemblement National-RN) de Marine Le Pen y la irrupción de la candidatura de Zemmour.
Macron, que junto a los principales medios de comunicación venía cultivando desde hace tiempo y ampliamente los temas de la identidad nacional y de seguridad, al igual que François Mitterrand convirtió a Jean Marie Le Pen en su mejor enemigo en los años 80, durante los meses previos a las elecciones ha alimentado la idea de un nuevo e inevitable duelo con Marine Le Pen, presentándose como un baluarte contra la extrema derecha, y pensando que volvería a beneficiarse del fiasco que vivió la candidata de RN en la segunda vuelta de 2017.
Por otra parte, desde hace tiempo, distintas personalidades de la extrema derecha intentan salir de esta trampa presentando el proyecto de una recomposición de los sectores más extremos de la derecha, construyendo una alianza del ala más reaccionaria de LR con corrientes de extrema derecha, con el objetivo de prolongar la unión lograda durante las manifestaciones anti-LGBT, de La Manif pour tous contra el matrimonio gay y el PMA, una alianza especialmente con los sectores próximos a François Fillon. El objetivo es construir una alternativa que promueva la homofobia y la islamofobia, así como el culto a los valores tradicionales franceses, y acoja sin complejos a las corrientes neonazis que Le Pen mantiene alejadas en aras de la respetabilidad. Fue de esta alianza, con el apoyo del grupo mediático de Vincent Bolloré y el de Marion Maréchal, sobrina de Marine Le Pen, de donde surgió la campaña de un polémico periodista de derechas proveniente de la prensa gaullista, Éric Zemmour, que lleva años difundiendo las ideas más reaccionarias, y que ha sido condenado en varias ocasiones por sus comentarios racistas e islamófobos, desbordando a Marine Pen por la derecha y tendiendo la mano a las corrientes más fascistas de LR para una recomposición política. Su momento de gloria fue en el otoño de 2021, con una omnipresencia mediática en la que planteó la idea de que una tercera candidatura de Marine Le Pen conduciría a un nuevo fracaso.
Ahora bien, al final, fue el efecto boomerang de este argumento el que marginó a Zemmour, dado que para el electoral tradicional lepenista el voto a Le Pen aparecía como la única forma de derribar a Macron. Ha sido este argumento del voto útil el que ha limitado el impacto electoral de Zemmour al 7% y también el del tercer candidato de extrema derecha, Dupont-Aignan.
Desgraciadamente, esta primera vuelta ha confirmado el voto a Le Pen como primer voto entre las y los asalariados y trabajadores, así como su fuerte presencia en las zonas obreras del Norte, del Este y de la región mediterránea. Además, para tratar de reforzar su peso electoral en el electorado obrero, enfatizó su imagen como «la única candidata que puede derrotar a Macron» desarrollando un discurso que pone menos el acento en las cuestiones de seguridad que en el aumento poder adquisitivo, la reducción de los impuestos y las cotizaciones sociales de los salarios bajos. Y, al mismo tiempo que cultivaba esta imagen popular, hacía todo lo posible por parecer creíble ante el MEDEF y totalmente compatible con el marco de la Unión Europea.
La novedad de esta primera vuelta ha sido la casi total desaparición del PS del panorama presidencial y la consolidación electoral de Jean-Luc Mélenchon. También en este caso, este tercer voto útil vació al resto de candidaturas ala izquierda, no sólo la de Anne Hidalgo, la candidata del PS reducida al 1,75%, sino también la de EELV -verdes-, la del PCF y las del NPA y LO.
Tanto en las ciudades y barrios obreros como en las Antillas, mucha gente optó por el voto a Mélenchon para bloquear a la extrema derecha desde la primera vuelta y evitar de ese modo tener que votar de nuevo a Macron para eliminar la amenaza de Le Pen en la segunda. Pero el voto a Mélenchon también ha arrastrado el voto de las los jóvenes de los barrios que luchan contra el racismo, la discriminación y la violencia policial. En este sentido, en la región de París, fue la candidatura más votada en el antiguo cinturón rojo, perdido por el PCF desde los años 2000, superando el 50% en Montreuil, La Courneuve, Aubervilliers, y sumando casi el 50% en el popular departamento de Seine Saint-Denis. Del mismo modo, la evolución de su discurso sobre la energía nuclear [por el cierre en 15 años] y el lugar ocupado por la lucha por el clima han permitido que su voto apareciera como un voto a favor de la acción contra el cambio climático, siendo la candidatura más votada entre los jóvenes de 18 a 35 años. Son estos temas los que han dominado su campaña, borrando de la escena su declarada simpatía por Putin, especialmente durante la guerra civil en Siria, y su ambigua posición sobre la agresión rusa en Ucrania. Así pues, en las semanas previas a las elecciones se produjo una creciente polarización en la izquierda para reforzar el voto de Mélenchon y posibilitar que llegase a la segunda vuelta.
Pero, jugando a fondo su papel de futuro presidente, Mélenchon ha hecho una utilización desmesurada de la personalización de esta elección y de su función, una personalización que se corresponde también con el carácter gaseoso de su movimiento, La France Insoumise, un movimiento sin ninguna estructuración democrática.
Ahora bien, para esta campaña, el propio Mélenchon puso en pie en torno a él el Parlamento para la campaña de la Unión Popular, con el objetivo de jugar el papel de puente entre su candidatura y los movimientos sociales. En este sentido, reincidió en la actitud del PCF a finales de los años 90, tratando de imponerse como portavoz de los movimientos sociales al incluir en sus listas a portavoces del movimiento sindical y antiglobalización. De la misma manera, desde el inicio de la campaña, France insoumise ha querido imponer el voto a Mélenchon como el único voto útil de la izquierda, presionando explícitamente a las otras candidaturas de izquierda, mientras que, desde el otoño de 2020, él mismo ha buscado desde el principio afirmar su propia candidatura sin buscar nunca el más mínimo debate o acuerdo unitario con el resto de fuerzas de la izquierda y la extrema izquierda. Por lo tanto, el fracaso de Mélenchon, que se ha quedado a las puertas de la segunda vuelta, es también el de una política hegemónica, y no es principalmente responsabilidad de los candidatos que, como él, han ido por libre.
Sin embargo, su fracaso y la división de las fuerzas de izquierda que, sin embargo, en conjunto, han obtenido un número de votos comparable al de la extrema derecha (ambos en torno al 32%), ahora pone sobre el tapete un problema político de envergadura. Las fuerzas sociales y las corrientes militantes intentan superar los fracasos y las traiciones de la izquierda socialdemócrata y su sumisión al liberalismo capitalista. Pero aún no se ha realizado el debate necesario sobre este fracaso y sobre los ejes de una necesaria movilización política y social frente a los estragos del capitalismo.
El rechazo a resignarse a esta situación fue uno de los mensajes esenciales de Philippe Poutou y de la campaña del NPA frente a la emergencia capitalista. Por otra parte, el éxito de Mélenchon pone de manifiesto la realidad y el vigor de estas fuerzas, pero su fracaso en la primera vuelta se ha debido, también, a la ausencia de una voluntad de convergencia y de acción común. Desgraciadamente, por el momento, más allá de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, para France Insoumise parece evidente que el único futuro político de la izquierda tiene que darse bajo la bandera de la Unión Popular, comenzando por las elecciones legislativas del próximo mes de junio para las que ya se han designado sus candidatos con el fin de mantener y aumentar su grupo parlamentario en la Asamblea Nacional.
Sea como sea, lo que tenemos por delante es la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, y aunque los primeros sondeos den por ganador a Macron, las diferencias son mucho más estrechas que en 2017.
En el electorado popular, unos sectores se sumarán a la abstención, pero muchos otros pondrán en la urna una papeleta de Macron para bloquear a Le Pen, como ocurrió en 2017. Este voto se dará a regañadientes, auo an cuando Macron, tras haber liderado cinco años de ataques violentos contra las clases trabajadoras, después de haber sido el fiel defensor de los intereses capitalistas, de cara a la segunda vuelta busca adornarse con un lenguaje social y un barniz antifascista para ganar votos en la izquierda, incluso modificando parcialmente su proyecto de nuevos ataques contra las pensiones. Porque, tras haber ganado ya los votos de la derecha tradicional, la única reserva electoral que le queda para ganar la segunda vuelta es la aportación de los votos de la izquierda. Pero mucha gente no podrá olvidar los ataques orquestados contra los chalecos amarillos, la juventud de los suburbios, la violencia policial impune, la reforma del seguro de desempleo y la promesa de nuevos ataques a las pensiones, así como los incesantes regalos a los grupos capitalistas o el desprecio colonial hacia las poblaciones de las Antillas, Kanaky y Córcega.
Ahora bien, una posible elección de Marine Le Pen, a pesar de la fachada de respetabilidad que ha intentado ganarse en las últimas semanas -utilizando incluso a Zemmour como argumento para mostrar su moderación-, no sería baladí. Es la heredera y depositaria de todas las corrientes más reaccionarias de la extrema derecha francesa, e incluye en sus filas a ideólogos y defensores de las tesis racistas y xenófobas, heredero también de las corrientes más hostiles al movimiento obrero y a las luchas por la emancipación de los pueblos. Representa la muleta de los grandes empresarios franceses para apoyarlos cuando la clase obrera se levanta para defender sus derechos y el orden social se ve amenazado. Así que en ningún caso un voto a Le Pen podría ser un arma para defenderse de los ataques realizados o futuros de Macron. Por el contrario, la elección de la candidata de RN sería sinónimo de un empeoramiento cualitativo de la situación de las clases trabajadoras, de la profundización de las divisiones en el campo de las y los explotados y oprimidos, de la exacerbación de las discriminaciones y ataques a las clases trabajadoras racializadas, y de nuevos ataques a los derechos colectivos de los trabajadores y trabajadoras y sus organizaciones, así como a las libertades democráticas. Por último, un resultado alto a su favor, lejos de ser una advertencia para sancionar la política reaccionaria de Macron, sería un estímulo adicional para él en el camino de su política ultraliberal y securitaria.
En cualquier caso, aunque estos últimos años la combatividad social se haya manifestado ampliamente en la Francia metropolitana y de ultramar, en los barrios y en las empresas, la construcción política de nuestro campo social para actuar y defender un proyecto de emancipación, sobre los escombros de la socialdemocracia, está por realizar. El éxito electoral de Mélenchon puede ser un punto de apoyo si no es sinónimo de arrogancia y voluntad hegemónica y ausencia de debate. En cualquier caso, la fuerza afirmada de la extrema derecha y el anuncio de nuevos ataques de Macron a las pensiones y al sistema público de salud, la sordera y pasividad del gobierno ante la emergencia climática, el deterioro galopante del poder adquisitivo, etc., muestran la urgencia de construir, sin demora, un frente político común de acción en torno a las urgencias del momento en la lucha contra el capitalismo. Esta cuestión se planteará en las próximas semanas, sea cual sea el resultado de la segunda vuelta.