El presidente Nicolas Sarkozy figura entre las partes civiles querellantes contra quien aparece como el instigador de un complot para implicar a personalidades políticas en una sucia trama de cuentas bancarias en Luxemburgo.
Todos los ingredientes de una de esas películas de política ficción que llenan las salas de cine convergen hoy en la sala muy real de un tribunal de París. Los protagonistas del llamado caso Clearstream pertenecen a la alcurnia del poder: hombres políticos, altos magistrados, espías, fabricantes de armas y el mismísimo presidente francés, Nicolas Sarkozy, que figura entre las partes civiles querellantes contra quien aparece como el instigador de esta trama, el ex primer ministro Dominique de Villepin. Clearstream es un complot organizado en el corazón del Estado para implicar a personalidades políticas de primer plano en una sucia trama de cuentas bancarias secretas en uno de esos paraísos de lavado de dinero que Europa protege con una hipocresía devastadora, Luxemburgo.
Esta rocambolesca saga político-financiera tiene como telón de fondo los años previos a la elección presidencial de 2007, cuando Nicolas Sarkozy y Dominique de Villepin, que en ese momento era jefe de la diplomacia francesa -2004-, cruzaban las espadas por la candidatura presidencial de la derecha. Entre mayo y octubre de ese año empezaron a llegar misteriosamente a manos de la Justicia unos listados con nombres de personalidades que supuestamente tenían cuentas bancarias en Luxemburgo. Los listados fueron acompañados luego por la pluma de un denunciante anónimo que acusó a personalidades de la industria y de la política, entre ellos Sarkozy, de tener cuentas ocultas en la cámara de compensación de Luxemburgo, Clearstream. Según esas cartas, por allí transitaron las comisiones pagadas por la venta a Taiwan de fragatas de la empresa Thompson. El esquema no podía ser más sabroso para la Justicia, excepto que el juez al que le llegaban las cartas, Van Ruymbeke, conocía perfectamente a quien las escribía: se trata de Jean-Louis Gergorin, ex vicepresidente del consorcio europeo EADS, una megaempresa líder en el campo aeroespacial y las armas sofisticadas.
En un primer momento, la Justicia asimiló los listados y las cartas anónimas a una vulgar querella entre gigantes de la industria del armamento. Pero el caso Clearstream cambió de curso cuando, en enero de 2006, Nicolas Sarkozy, que en ese entonces era ministro de Interior del gobierno presidido por Dominique de Villepin, se convirtió en parte querellante. Sarkozy sospechó que su primer ministro desempeñó un papel determinante entre los conjurados con el objeto de liquidar su carrera a la presidencia. La Justicia aceleró los procedimientos y puso en juego medios fuera de lo común para desentrañar el origen de la maquinación. De los seis acusados, es Dominique de Villepin quien acapara el escenario. El ex jefe del Ejecutivo está bajo la sospecha de haber movido los hilos para que llegue hasta la justicia la historia de los listados cuando, en realidad, él sabía desde un primer momento que éstos eran falsos. Dominique de Villepin acude al tribunal bajo los cargos de «complicidad en una denuncia calumniosa». Desde el comienzo, de Villepin acusó al general Philippe Rondot, un hombre clave en el seno de los servicios secretos franceses, de ser el jefe de los conjurados. Y sin embargo, por curioso que parezca, a Rondot le gustaba mucho escribir y guardar en su computadora y en su casa las cosas que escribía. Así, son las notas que Rondot escribió con cotidiana pulcritud las que condujeron a la Justicia a seguir la pista del origen: ésta extiende sus caminos hasta el ex presidente francés Jacques Chirac, hoy protegido por la inmunidad que le otorga su estatuto de ex jefe de Estado.
Dominique de Villepin y sus partidarios dan vuelta el arma que los apunta y argumentan que Nicolas Sarkozy estaba al corriente desde el comienzo de la historia, y que dejó que el asunto tomara cuerpo para aparecer como la víctima. Clearstream es el capítulo más oscuro de la sorda lucha entre Dominique de Villepin y Nicolas Sarkozy por el sillón presidencial. De Villepin siempre clamó por su inocencia, pero a finales de 2008 la fiscalía de París dio marcha atrás y abrió el camino para el procesamiento del ex primer ministro francés. Las cartas han cambiado de mano. Hoy, desde el palacio presidencial, Sarkozy podrá contemplar con incontenible satisfacción cómo sus adversarios de siempre se hunden un poco más en el fango.
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