No se trata del libro que publicara hace algunos meses el historiador peruano-estadounidense Miguel La Serna. Ni de la consigna que publicitara en un momento el MRTA para diseñar lo que considerara un imbatible binomio de victoria.
Es más bien una reflexión referida a una dura experiencia nacional vivida en los últimos años del siglo pasado, y de la que aún tenemos una herencia que pesa en la conciencia de muchos peruanos
En realidad, el MRTA tuvo una vida corta. Sus inicios pueden precisarse en enero de 1984, cuando un destacamento adscrito al movimiento atacó el cuartel de la Guardia Civil en Villa El Salvador. Y su ocaso, en las humeantes ruinas de la residencia del embajador del Japón en el Perú, luego de los sucesos ocurridos allí el 22 de abril de 1997. El 2016, el MRTA oficialmente se disolvió, y resolvió reinsertarse en el escenario político nacional. Pero ya estaba inactivo.
Los 13 años que separan el inicio del fin de esa organización, fueron sin duda violentos. Comenzaron espectacularmente con acciones armadas en la zona Nor Oriental del país y generaron una cierta ola de simpatía en determinados sectores de la sociedad que percibieron una opción guerrillera y juvenil enfrentada a regímenes carcomidos por la descomposición global del capitalismo dependiente, como los de Fernando Belaunde y Alan García.
Pero fue más bien durante esta última gestión que alcanzó mayor protagonismo. Sus incursiones en Juanjui, Soritor. Nuevo Progreso y otras localidades de la selva alta; culminaron en ese periodo con la espectacular fuga de los dirigentes del movimiento que se encontraban encarcelados en un Penal capitalino. El hecho -julio del 90- cerró una etapa del Movimiento y abrió otra, que se operó en el régimen Fujimorista.
Hubo de todo en ambos momentos de la historia. No todo estuvo borlado por el romanticismo de una lucha abierta y arriesgada. También se registraron -muertes incluidas- deformaciones que dieron lugar a acciones deplorables, como el secuestro de personas y maltratos consumados contra ellas. Por eso, los estudiosos del fenómeno. hablaron de luces y sombras que sellaron un camino convulso de la vida peruana.
La expresión final de la confrontación entre el MRTA y el Estado, fue la captura de la residencia nipona, en diciembre del 96, y la Operación “Chavín de Huántar”, que puso fin a la misma en abril del año siguiente. Aunque en el plano interno el caso se considera formalmente “cerrado”, la justicia supra nacional guarda reservas respecto al modo cómo se ejecutó ese operativo en el que un Comando denominado “Los Nazis”, habría desarrollado acciones condenables.
Lo real es que luego de estos episodios se sucedieron los juicios penales, las sentencias y el cumplimiento de ellas. Hoy, varios de los dirigentes de entonces del MRTA cumplieron las condenas y viven en libertad, aquí o en el exterior. Dos de ellos, sin embargo, no solamente siguen encarcelados, sino que afrontan nuevos procesos ciertamente “rebuscados”. Y es que hay quienes viven empeñados en asegurar que nunca más vean la luz del sol, Esa situación es la que amenaza a Víctor Polay y Miguel Rincón. Sobre ambos -que nunca se acogieron a beneficios penitenciarios, se encuentran pronto a concluir sus sentencias. asoma un nuevo proceso, un juicio sin asidero alguno.
En América Latina se conocen diversos casos de personas que, en un momento de sus vidas, tomaron las armas para hacer política. Después, cumplieron funciones de gobierno y hasta fueron recibidos con alfombra roja en Naciones Unidas. Fue el caso de Fidel y Raúl Castro, y Ernesto Guevara; pero también el de Daniel Ortega, Tomás Borge y sus compañeros Sandinistas; pero también el de “Pepe” Mujica -ex Presidente del Uruguay-, Gustavo Petro -el actual mandatario colombiano; y Dilma Rousseff, que integrara la guerrilla VAR Palmares en la lucha de su pueblo contra la dictadura militar, que fuera brutalmente torturada y luego electa Presidenta de Brasil. Incluso, Salvador Sánchez Cerén, antiguo guerrillero, fue Presidente de El Salvador y hasta Nayib Bukele formó parte del FMLN. Y es que la vida de las personas, no siempre acaba con una experiencia episódica.
Si alguien fue condenado, lo que puede esperarse es que cumpla su sentencia y recupere su libertad. No es sano prolongar con pretextos y odios irracionales, castigos indebidos rebuscando temas, ni pergeñando “delitos” inexistentes. Las sanciones no pueden ser eternas.
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