«Un nuevo credo recorre el mundo. Un dogma alumbrado en las últimas décadas acomete y ha logrado instalarse como verdad revelada. Debemos aprender a competir. La competitividad es la moderna virtud que resplandece en los decálogos del progreso y, simplemente, de la supervivencia. Profetas y gurúes levantan su voz recordando el imperativo ético de la […]
«Un nuevo credo recorre el mundo. Un dogma alumbrado en las últimas décadas acomete y ha logrado instalarse como verdad revelada. Debemos aprender a competir. La competitividad es la moderna virtud que resplandece en los decálogos del progreso y, simplemente, de la supervivencia. Profetas y gurúes levantan su voz recordando el imperativo ético de la hora actual: competir. ¿Quiénes son los destinatarios del mensaje? Los países, las empresas, y, en la base del tejido social, cada uno de nosotros, protagonistas de una ideología posmoderna que se despliega desde los dominios teórico de una nueva racionalidad, hasta los concretos territorios de un nuevo contrato social.» («Los limites a la competitividad «/ «Como se debe gestionar la idea» Global -grupo Lisboa, Ricardo Pétrea/ Presentación, Pág.11 universidad nacional de Quilmes, Editorial Suramérica, Buenos Aires, 1996.)
Aquí, en Republica Dominicana, este es el credo del Consejo Nacional de la Empresa Privada (/CONEP), de la Asociación de Bancos Privados, de la Cámara Americana de Comercio y de la mayoría de las organizaciones corporativas controladas por el gran capital; así como de los pasados, presentes y posibles gobiernos balagueristas, perredeístas y peledeístas, y también del Estado neoliberal.
La competencia sin límites, dentro y fuera de las fronteras, entre actores desiguales -acompañada de la engañosa propuesta de alcanzar a los más poderosos y a los que tomaron la delantera- en condiciones en que los grandes pueden tragarse fácilmente a los chiquitos y medianos, incluye también asociarse con el capital extranjero y convertirse en ensambladores o importadores, dejando al garete productores nacionales pequeños y medianos (incluso a algunos grandes desfavorecidos) imposibilitados de competir en un supuesto «libre mercado» plagado de desigualdades crónicas.
El mercado es el nuevo Dios del progreso, aunque éste no pueda calibrar el futuro porque ciertamente es muy corto de vista.
El Grupo de Lisboa que dirige Riccardo Petrella lo dice con estas palabras:
La dinámica de la competitividad, como ideología rectora de las relaciones sociales, económicas y políticas conduce a la catástrofe porque es incapaz de resolver los problemas comunes de un mundo al que crecientemente podemos percibir como una nave común en la que estamos todos embarcados. Además, en su base, la propia lógica de la competencia implica, necesariamente, el que haya ganadores y perdedores. Por ello, es esencial al modelo la exclusión de quienes no son capaces de sobrellevar con éxito el desafío competitivo. Es intrínseco al modelo orientado por el nuevo credo de la competitividad el crecimiento de la pobreza y la marginalidad. Lo es, también, la tendencia a la homogenización que no respeta las tradiciones y las formas culturales propias de cada pueblo. (Obra Citada, pag. 13)
Una gran mentira
Por eso es una gran falsedad de la Cuarta Convención Empresarial del CONEP decir que con solo «reorientar el modelo», que es el neoliberal, y dándole continuidad el credo de la competitividad, se puede crear «una sociedad mas competitiva e inclusiva».
Esto no es verdad ni hacia fuera ni hacia adentro de nuestras fronteras.
La sociedad dominicana está dominada por monopolios y oligopolios privados amalgamados o asociados a determinadas facciones de las cúpulas partidocráticas enriquecidas y, en consecuencia, a la nueva burguesía burocrática y a un emergente narco-empresariado.
Unos: magnates capitalistas supuestamente criollos, pero realmente dependientes. Otros extranjeros y otros asociados y/o subordinados a las transnacionales.
Esto sucede en todas las vertientes de la vida en sociedad: comercio importador y exportador, bancos, minería, energía, salud y seguridad social privada, servicios diverso, fármacos, medios de comunicación, universidades, partidos políticos…
Los resultados en la competencia, como los acuerdos y las pugnas entre oligarcas y entre representantes del gran capital en áreas similares y diferentes, pueden ser inciertos y o azarosos; no así lo correspondiente a la competencia de ellos con los pequeños y medianos capitales y con su accionar contra casi toda la sociedad.
La ley de la competencia entre desiguales es la concentración de riqueza y poder a costa del empobrecimiento de los pueblos. El credo de la competitividad es totalmente inverso y contrario a la inclusión social. Es dínamo de la exclusión en todos los órdenes.
Hacia el exterior la competitividad sin límites solo favorece a los capitalistas más grandes asociados al capital trasnacional y tiende a acentuar la concentración del capital capital, las ganancias y la explotación del trabajo; más aun, dentro del actual esquema mundial de relaciones de propiedad y de poder, salvando ciertas excepciones en la que se registra el crecimiento y la expansión audaz de ciertos capitales medios que logran emerger en circunstancias muy especiales.
En la lógica de la competencia -reiteramos- siempre hay ganadores y perdedores, y en una sociedad con esta composición social y estas relaciones de propiedad, los perdedores en los mercados dominados por oligopolios y grandes corporaciones siempre serán los más débiles.
Los TLC subordinados a EEUU son creaciones de ese credo y aquí ya los productores nacionales están sufriendo sus negativas consecuencias. Pasa así en todas partes; amén de la existencia de Estados antinacionales que por razones de clase y de dependencia, procuran nutrir sus planes asistencialistas, sus servicios públicos y sus intendencias y operaciones de mercancías importadas agenciadas por empresas conexas, profundizando el mal.
El cambio verdadero
Una sociedad más justa y solidaria exige de una lógica distinta, de una relación social diferente, de estructuras de propiedad armónicas al interés colectivo en lugar de motivadas por el lucro privado desmedido y abusivo.
Igual de un alto grado de autodeterminación que revierta la desnacionalización, que redistribuya justamente los excedentes de la actividad económica del país, del producto del trabajo material e intelectual de la sociedad.
Que democratice todos los poderes y erradique todas las opresiones y discriminaciones (de clase, género, generaciones y edades, racistas…) funcionales a la explotación y sobre-explotación de nacionales y extranjeros, promotoras a la vez de grandes desigualdades.
Que armonice la relación de los seres humanos con el resto de la naturaleza a fin de lograr un desarrollo ascendente, integral y sustentable.
Que impulse renovaciones tecnológicas, métodos innovadores, gestiones eficaces y nuevos patrones tecno-científicos en sintonía con nuestra realidad y nuestro patrimonio natural, en interés del bienestar colectivo de las presentes y futuras generaciones y en oposición al afán de lucro de las élites sociales capitalistas y la partidocracia basura.
Todo esto exige desprivatizar, no precisamente para estatizar y burocratizar, sino para cooperativizar, cogestionar, asociar productores y distribuidores; hacer coexistir diversas formas de propiedad, y democratizar procesos económicos, políticos, educativos y culturales.
Exige hablar, no solo en sentido general, de reforma fiscal integral, sino de precisar su carácter no regresivo, basada fundamentalmente en los impuestos directos y progresivos a las ganancias privadas, a la gran propiedad y al consumo de lujo.
Exige universalizar los sistemas de salud, seguridad social, educación, deporte imprimiéndole carácter público y social, y erradicando su conversión en escenario del lucro privado.
Alerta incluso con el 4% o el 6% en boca de EDUCA y el CONEP, al tiempo de su silencio sobre la apropiación por bancos y empresarios privados de los fondos de pensiones y de parte de los fondos para accidentes laborales.
Porque si el aumento del presupuesto educativo se destina «a la demanda» y no a la oferta pública en educación -como malmente plantea su llamada «Estrategia para el Desarrollo»- gran parte de esos fondos se lo tragará el sector privado y la educación como negocio, tal y como sucede hoy con los fondos de pensiones y accidentes laborales depositados en bancos privados.
El cambio necesario exige además optar por la integración latino-caribeña no subordinada a EEUU y Europa, anulando los actuales TLCs.
Exige, en fin, no simplemente «reorientar el modelo» y el capitalismo en crisis, sino comenzar a abrirle caminos a un nuevo modelo y a un sistema solidario, cooperante y participativo; y a una nueva institucionalidad realmente democrática, a partir de la creación de sus bases constitucionales por una Asamblea Constituyente creada por elección y con participación popular y ciudadana.
La gran burguesía dependiente e imperialista, como clase innecesaria-parasitaria, bien podrá hacer teatro y simulaciones más o menos elegantes, o más o menos burdas; podrá hacer demagogia cara o barata, pero jamás atacar las causas profundas de esta crisis sistémica, ni reemplazar los pilares de su modelo de dominación, que es capitalista-neoliberal.
Parte de esa demagogia es lo de «ROMPER LA INERCIA», que nada tendrá que ver con su inercia hacia las grandes ganancias y la apropiación de valiosos recursos naturales, que junto al robo descarado de la partidocracia asociada al gran capital, es causa básica del empobrecimiento de esta sociedad y del país,
A ella, como a la partidocracia basura (en especial a sus elites), hay que condenarlas a muerte y prepararles a ambas sus respectivos entierros; si no, pronto no habrá vida para nuestro pueblo.
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