Con la derrota electoral y la salida del poder de varios movimientos progresistas en los países de América, es posible hacer un balance de los distintos sujetos políticos que están jugando un papel importante en la reconfiguración de los gobiernos y alianzas a nivel continental. Esta reconfiguración de la política estaría sentando las bases para […]
Con la derrota electoral y la salida del poder de varios movimientos progresistas en los países de América, es posible hacer un balance de los distintos sujetos políticos que están jugando un papel importante en la reconfiguración de los gobiernos y alianzas a nivel continental. Esta reconfiguración de la política estaría sentando las bases para lo que podrían ser los futuros conflictos regionales que se manifestarán en los próximos años. En nuestra opinión existen tres grandes grupos que se disputan la hegemonía en nuestro continente, a estos tres actores los denominaremos del siguiente modo: los liberales, los neoconservadores y los nacional-continentalistas. Ante todas estas propuestas faltaría la acción concertada de los radicales, nuestro cuarto actor que todavía no ha entrado al escenario, plenamente conscientes de su papel en esta lucha por el futuro de América.
En primer lugar, estarían los liberales, compuestos por un amplio espectro político de fuerzas unidos por un fin común en la globalización. Este grupo incluye a todos los representantes políticos de lo que algunos llaman el «centro extremo». En él se encuentran actores tanto de la «derecha» como de la «izquierda» política/ ya sea en su vertiente neoliberal como socialdemócrata. Esta facción está compuesta por instituciones internacionales como la ONU, la OEA o Mercosur, así como por multinacionales, ONGs, asociaciones civiles y económicas que hoy constituyen los primeros cimientos para la instauración de una gobernanza mundial sustentada en la entrega progresiva del poder soberano a la sociedad civil, al libre mercado y a las empresas. Instaurando finalmente una República Universal, representada por las grandes capitales financieras y comerciales del planeta como Londres, Nueva York, Dubai, Singapur, etc… Su objetivo sería el desmantelamiento de los Estados nacionales y el reemplazo progresivo de la política, basado sobre el dominio de los hombres, por la administración de las cosas. Entre sus proyectos estarían la sustitución de la democracia por un orden gobernado por profesionales (jueces, médicos, economistas, sociólogos, antropologías, etc.) quienes encarnarían los valores progresistas de la democracia liberal, los guardianes de un orden social liberal amenazado por masas populares ignorantes que votan equivocadamente y defienden un orden contrario a los dictámenes de la sociedad moderna. En este proyecto convergen tanto tecnócratas como grandes poderes financieros, partidos políticos de todos los colores, la burocracia internacional e incluso movimientos separatistas indigenistas (como los mapuches), que buscarían la creación de un nuevo orden social liberal. En esencia, son los defensores de un liberalismo económico y cultural. En lo económico son favorables al libre comercio, la intervención estatal en la economía allí donde sea necesaria y adaptan toda clase de medidas encaminadas a unir comercialmente las naciones bajo asociaciones público-privadas: un liberalismo organizado que se opondría a una anarquía sin causa. En lo cultural son acérrimos defensores de las libertades individuales que consideran inalienables: el aborto, el matrimonio homosexual, la legalización de las drogas y la ingeniería social para liberar a los individuos de cualquier heteronomía de la voluntad: trátese de la religión, la familia, la cultura, la sociedad, la clase o el sexo. Este grupo lo compone por expresidentes como Juan Manuel Santos o Vicente Fox, al igual que mandatarios en el poder como Justin Trudeau, Mauricio Macri, Sebastián Piñera, Iván Duque y más recientemente Lenin Moreno.
La otra corriente que resurge con fuerza en los países de América serían los neoconservadores: en él habría toda una gama de sectas fundamentalistas evangélicas y políticos nacionalistas que basarían sus plataformas en un retorno a los principios calvinistas y capitalistas: una moral rígida sumada a una ética del trabajo sustentada en la prosperidad económica y el enriquecimiento. En gran medida se trataría de una reacción teológico-política opuesta a ciertos elementos de la globalización, pero que conservaría los ideales sustentados en una clase media, artesanal y comercial defensora de la propiedad privada. Entre sus objetivos estarían la reducción del Estado a su mínima expresión, la supresión de casi todos los programas sociales, la rebaja a los impuestos a los estratos superiores de la pirámide social, el endurecimiento de la acción contra la delincuencia y el impulso decisivo a los valores religiosos tradicionales (como la recuperación de la oración en las escuelas, la defensa de la familia, la condena del aborto). Finalmente, se caracterizarían por una escatología apocalíptica en la cual los predestinados de Dios se enfrentarían a las fuerzas del caos representadas por los pueblos orientales y sureños (Rusia, China, Irán, el Islam o el comunismo, pero también las «razas de color») que serían las hordas malignas de Gog y Magog dispuestas a arrasar la civilización cristiana. De allí una defensa a ultranza de una alianza entre las naciones cristianas e Israel, ya que según su teología la segunda venida del mesías solo podría ser posible gracias a la restauración del Estado judío en su lucha contra los pueblos infernales de Eurasia. Esta doctrina escatológica es la responsable de un terrorismo teológico esparcido por todas partes gracias a cruzados y misioneros, profetas de calamidades que siembran la inseguridad desde hace cientos de años. Pero también estaría representada por las «doctrinas de seguridad nacional» de los distintos aparatos gubernamentales que mantendrían al mundo en un permanente estado de «guerra civil mundial» a punto de estallar. Como es una fuerza en ascenso, cuyo peso se ha sentido en las guerras en el Oriente Medio y en las fronteras de Europa, al igual que en el ascendente conflicto con China, es posible calcular que su impacto aumentará en un futuro. Entre sus representantes se puede contar el creciente peso de los cristianos evangélicos en las elecciones políticas en los países suramericanos, así como las victorias de Donald Trump en Estados Unidos y la de Jair Bolsonaro en Brasil, al igual que la elección de Jimmy Morales en Guatemala.
La tercera gran corriente que existe hoy, pero que ha recibido duros golpes en los últimos años, estaría representada por los gobiernos del socialismo del siglo XXI. Esta corriente reúne a un variopinto conjunto de fuerzas que incluye progresistas, socialistas, militares nacionalistas de izquierda y sectores de la Iglesia Católica influidos por la teología de la liberación. Estos grupos habrían llegado al poder a inicios del nuevo milenio con la intensión de llevar a cabo una integración política y económica de las naciones latinoamericanas. Sin embargo, al interior de este movimiento es posible señalar la existencia de dos corrientes, dos almas, las cuales fracturarían su unidad y son la causa de múltiples contradicciones al interior del mismo. Primero, existiría una corriente socialglobalista, formada por toda clase de socialdemócratas y liberales de izquierda que serían el punto de apoyo de las relaciones internacionales de la mayoría de estos gobiernos. Los socialglobalistas estarían integrados por facciones de los partidos socialistas de la Unión Europea como el PSOE o el partido laborista inglés, sumados al apoyo de países como Cuba, la Unión Europea, Suecia o el Vaticano. En segundo lugar, existiría una corriente nacional-continentalista, la cual impulsaría un bolivarianismo integrador cuyo objetivo es la creación de un bloque continental basado en la asociación de naciones soberanas para la creación de un Estado industrial continental. Geopolíticamente abogan por un mundo multipolar, promoviendo alianzas con otras naciones del Tercer Mundo (sobre todo en Medio Oriente), así como con potencias regionales y países en ascenso en el plano internacional como Rusia, China, Irán y Turquía. A la primera corriente pertenecería el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero, el Papa Francisco, Jeremy Corbin o los gobiernos de Lula, Correa, Dilma Rouseff y Cristina Fernández de Kichner. A la segunda corriente pertenecerían Evo Morales, Nicolás Maduro, los sectores izquierdistas de los ejércitos nacionales, los peronistas de izquierda, al igual que ciertos intelectuales, en su mayoría argentinos, como los ya fallecidos Norberto Ceresole y Alberto Methol Ferré, o los actuales Marcelo Gullo y Miguel Ángel Barrios. La lucha entre ambas facciones esta ahora alcanzando su máxima radicalidad en Venezuela, sumiendo a su gobierno en una crisis insoluble, mientras cada vez se encuentra más y más asediado por sus enemigos externos. En cuanto al gobierno de Cuba, consideramos que hoy día hace parte de los socialglobalistas, marcando la reforma constitucional y la visita del príncipe Carlos a la isla como la entrada formal de la isla al club de las socialdemocracias occidentales.
Ahora bien, ante este escenario faltaría la acción concertada de los radicales, es decir, los guerreros cuyo lema seria la JUSTICIA. Hoy día, los radicales, al carecer de plataforma propia, terminan siendo instrumentalizados por estos distintos actores en sus luchas partidistas. Será a este cuarto actor al que le corresponderá alzar las banderas de la justicia social unida a las virtudes trascendentes en contra de la disgregación de los lazos sociales, producida tanto por la economía de mercado como por el egoísmo individualista y el narcisismo. Hasta que estos últimos sean capaces de convertirse en sujetos políticos conscientes, el escenario que hemos descrito seguirá hundiendo en la inequidad y la miseria a nuestros pueblos.
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