El presidente francés tomó medidas económicas en sintonía con lo que dictan los mercados. La última, el «pacto de responsabilidad», que reduce los costos de mano de obra a las empresas.
El giro en la política económica decidido por el presidente francés, François Hollande, atizó las llamas de la fractura entre la presidencia y el Partido Socialista francés. La distancia entre el traje de François Hollande candidato a la presidencia (2012) y el que viste hoy el mandatario es un abismo de renuncias, de vueltas hacia atrás y de acomodos cosméticos de las promesas que están muy lejos de rozar la plataforma que él mismo presentó. Entre los muchos que existen, el objeto de la discordia es la última invención de Hollande: un llamado «pacto de responsabilidad». Se trata de un dispositivo que implica una reducción de costos de la mano de obra para las empresas por un monto de 35.000 millones de dólares de aquí al 2017. A ello se le suma una reducción del gasto público que llega a los 50.000 millones de euros. Los aliados de Hollande elogian lo que llaman con cierta bondad «su capacidad de síntesis», mientras que el ala izquierda del PS no puede sino comprobar que el Presidente cambió de sendero para deambular con la biblia liberal en la mano derecha.
El jefe del Estado había hecho nacer en Francia y en Europa la esperanza de que, pese a todo, otra política era posible. En poco más de un año de mandato demostró que lo posible era sólo lo que dictan los mercados. Con un insignificante porcentaje de popularidad del 19 por ciento según las últimas encuestas, Hollande ha sembrado su presidencia con una colección de semillas de renuncia: la política económica en primer lugar, el tema de los inmigrantes y, en particular, la expulsión de los gitanos, la renegociación del pacto fiscal europeo, firmado por su predecesor Nicolas Sarkozy e ideado por la canciller alemana Angela Merkel, la política impositiva, la ley sobre la familia y uno de sus dispositivos, la inseminación artificial para las parejas. Todo fue a parar al jardín de los aromas congelados.
Entre tantos giros, un sector del PS se despertó para elaborar un duro alegato contra el jefe de Estado. El texto del PS fue elaborado por las corrientes más a la izquierda del partido. Entre éstas figuran los miembros de la corriente Ahora a la izquierda, de la diputada socialista Marie-Noëlle Lienemann, allegados al ministro del Consumo, Benoît Hamon, agrupados en el círculo «Un mundo adelantado», el ex ministro de Comunicación, Paul Quilés, o el ex primer secretario del Partido Socialista, Henry Emmanuelli. En ese texto titulado «No hay sólo una política posible», la coalición interna fustiga la política «solitaria» del jefe del Estado, al tiempo que resalta que «la orientación en materia de política económica suscita desacuerdos e inquietudes en nuestros rangos».
Los firmantes de esta moción vuelven al mundo de antes del liberalismo social de Hollande y estiman que la izquierda debe «mantener viva la promesa» hecha por Hollande en el famoso discurso que pronunció en enero de 2012 y que, en gran parte, determinó su victoria frente a su rival de entonces, el conservador Nicolas Sarkozy. Hollande había dicho una frase que dio la vuelta al mundo: «Mi enemigo no tiene nombre, no tiene rostro ni partido, nunca presentará su candidatura y jamás será electo; sin embargo, ese enemigo gobierna. Ese adversario es el mundo de las finanzas».
El «enemigo», sin embargo, se volvió el gran hermano de la política hollandista. Ahora, la izquierda del PS acota que «no nos reconocemos en el discurso que tiende a hacer de la disminución de las cargas sobre la mano de obra la condición de la recuperación del crecimiento». El regalito a las empresas implícito en el «pacto de responsabilidad» es un plato que se digiere mal: «Las propuestas comprendidas en el pacto de responsabilidad son desequilibradas», escriben los autores del contraataque. Las economías de 50 mil millones de euros decididas por el Ejecutivo entran igualmente en la controversia. Para los rebeldes, ese ahorro en el gasto público hace correr «riesgos mayores» y, entre ellos, el peligro de ver «encogerse el modelo social francés».
En una declaración hecha al vespertino Le Monde, la diputada socialista Pouria Amirshahi argumenta que «François Hollande puso fin a la síntesis con su giro social liberal, impuesto sin discusión. Hemos decidido entonces agruparnos más allá de las capillas de las corrientes para trazar una alternativa a la política y a la estrategia del Ejecutivo». La izquierda de la socialdemocracia blanda y amorfa que representa Hollande está huérfana. Sus enunciados históricos quedaron sepultados por una política gubernamental tan obediente a los mercados y al dogma liberal como un militar de guardia en un cuartel. De manera más global, los huérfanos de la izquierda constatan un hecho nuevo y poderoso: «A pesar de que la izquierda está en el poder, las ‘derechas’ y sus valores están en plena dinámica». Esta observación puede corroborarse con el resurgimiento de las derechas radicales y católicas cuyas protestas contra la ley del matrimonio entre personas del mismo sexo los volvieron a ubicar en el camino de la historia. Están presenten, son eficaces, y lograron reinyectar sus valores en la sociedad.
La prioridad de esta izquierda «protestante» es «favorecer el empleo y la inversión productiva en contra de la renta». El marco ideológico y económico dominante se presta poco a ello. Durante su campaña electoral, Hollande había propuesto «una hoja de ruta que no oponía la producción a la redistribución, la oferta a la demanda, la eficacia económica a la justicia social». Una vez en la presidencia, el argumento cambió de rumbo, y la política también. Las corrientes críticas con la política gubernamental amplían su protestas al ámbito europeo y claman por una «reorientación de la política europea» tal y como la había planteado el candidato Hollande.
Las cifras son, en este contexto, espeluznantes: 12 por ciento de desempleo en Europa y una deuda pública que, entre 2008 y 2012, pasó del 62 por ciento del PIB al 85 por ciento. Como lo señalan los firmantes del documento, en Francia «10 por ciento de la población concentra el 60 por ciento del patrimonio mientras que los cuatro primeros bancos franceses tienen un balance equivalente al 400 por ciento del PIB». El socialismo recompuesto encarnado por Hollande tiene días densos, con un desempleo creciente y dos citas electorales complicadas, donde los sondeos le vaticinan una derrota monumental: las elecciones municipales de marzo y las europeas de junio. Son seguramente los intendentes locales quienes pagarán en las urnas la extensa y repetida serie de renuncia a sus promesas que ha protagonizado Hollande.
El socialismo liberal le ha cambiado el nombre para llamar a esos derroteros «síntesis». Sólo que, aquí, lo que se sintetizó fue el alcance del término de socialdemocracia para ampliar las medidas propias a su adversario ideológico.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-239967-2014-02-17.html