La miseria y la desigualdad social persisten como características centrales de las naciones latinoamericanas en general, y para enfrentarla es necesario entender sus raíces históricas. Para ello, destacamos en este ensayo el papel y el carácter de las burguesías latinoamericanas, analizando las principales razones por las que esta clase dominante se opone históricamente a los procesos nacionales que buscan una mayor autonomía y la superación de la pobreza en esta región situada en la periferia sistémica del capitalismo.
Los debates sobre la llamada “cuestión nacional” se iniciaron hace más de cien años, pero siguen siendo fundamentales para la interpretación de las particularidades históricas de nuestra América (en términos de José Martí). Por lo tanto, deben orientar la táctica y la estrategia de las luchas para superar la explotación y la sumisión a los intereses externos, condición de la que aún hoy somos rehenes. En este nuevo siglo, con el agravamiento de la crisis estructural del capitalismo, este escenario se agrava, lo que se observa en una serie de golpes de Estado “modernos” y retrocesos sociales que han estado ocurriendo por toda América.
Sobre la cuestión nacional
En las primeras décadas del siglo pasado se produjeron importantes avances en la lucha de clases, la organización de la clase obrera y la producción teórica –tanto en el mundo como especialmente en América. En el contexto latinoamericano, hacia la década de 1920 se hizo evidente el impacto de la Revolución Rusa: se crearon varios partidos comunistas en las naciones del continente. A raíz de este impulso organizativo, la recién fundada Tercera Internacional (la Internacional Comunista) comenzó a considerar con mayor atención a las naciones americanas, fomentando los debates sobre la cuestión nacional en nuestra América.
Bajo la influencia dialógica de la nueva Internacional, a principios del periodo de entreguerras, todavía dirigida democráticamente por Lenin, se empezaron a sistematizar las aportaciones críticas a una interpretación de la realidad histórica y social de nuestras naciones. Los análisis producidos en el período cuestionaron los dogmas positivistas y eurocéntricos que dominaban las tesis de la Segunda Internacional (la Internacional Socialista, de orientación parlamentaria y pacifista). Sin embargo, a pesar de estos avances analíticos, las limitadas perspectivas socialistas de la Segunda Internacional, anquilosadas por la influencia del positivismo evolucionista del siglo XIX, pronto volverían a tener la hegemonía del movimiento comunista internacional, cuando Stalin subió al poder –con la burocratización política y el materialismo mecanicista que oscurecería la anterior libertad del pensamiento crítico dialéctico.
A pesar de este retroceso, grandes pensadores americanos han mantenido una defensa coherente de un análisis efectivamente dialéctico de la realidad de sus naciones nacientes, manifestándose en contra de las concepciones artificialmente trasplantadas de Europa a América.
En este sentido, buscamos aquí promover una reflexión sobre la cuestión nacional en América Latina, analizando problemas y rasgos fundamentales comunes a la mayoría de los pueblos americanos, en particular: la tesis socio-histórica del evolucionismo social (etapismo, o evolución social por etapas); y su consecuente derivación política práctica, el aliancismo (la alianza sumisa que deberían hacer los trabajadores con porciones supuestamente “nacionalistas”» de la burguesía, según la idea de un supuesto primer momento “democrático-burgués” de la revolución, que sería anterior a la etapa propiamente socialista).
Entre los análisis producidos en este período, los temas más relevantes para pensar la cuestión nacional son: las interpretaciones de la formación social de los países americanos y, en consecuencia, la investigación de las particularidades de los procesos revolucionarios independentistas; la lucha contra el imperialismo, especialmente el de los Estados Unidos; las alianzas serviles de las élites nacionales con las extranjeras; la cuestión agraria (latifundio, etc.), como uno de los principales factores de la formación política, económica y social de nuestras naciones.
Del “sentido externo” de la colonización al imperialismo
Como premisa de las causas fundamentales que subyacen a las desigualdades producidas en los países latinoamericanos, señalamos el “sentido externo” de nuestra colonización –concepto desarrollado por Caio Prado Júnior (2000)–, proceso que vincula el vector mercantil de nuestra evolución nacional a la expansión del mercado mundial. A través de la colonización, sometidos a una metrópoli dominante, nos insertamos en un sistema de poder en el que los circuitos comerciales y financieros seguían la lógica del intercambio desigual, basado en el precepto de “comprar barato y vender caro”. Esta lógica –materializada a costa de la expoliación de la riqueza, el genocidio y la esclavización de los pueblos originarios americanos y africanos– fue la base de la acumulación primitiva de capital (MARX, 2013), convirtiéndose en el fundamento de la formación social de los países de América.
Es importante señalar que la inserción de los países latinoamericanos en la acumulación primitiva está en la base de su formación económica y social. Mientras esto permitió una acumulación sin precedentes a los países centrales, impidió el desarrollo en las colonias, al extorsionar sus riquezas enviándolas al exterior (CUEVA, 1983). Este proceso, mantenido durante más de tres siglos, configuró la herencia colonial y la matriz económica, social, cultural y política de nuestras naciones.
De hecho, el propio Caio Prado generalizó a los demás países del continente su clásica afirmación del “sentido de colonización” brasileño, o sea: el Brasil como siendo parte del negocio capitalista europeo (PRADO Jr., 2000). En “Zonas tropicais da América” (1936, manuscrito del Fundo Caio Prado Jr./Arquivo IEB-USP), él extiende su idea de Brasil a la América Latina en general, en un interesante ensayo desafortunadamente poco conocido –aún no publicado como libro por problemas de derechos de autor (ya que sus herederos siguen teniendo los derechos patrimoniales sobre los escritos y obstruyendo la difusión de las ideas del marxista).
Tomar esta afirmación caiopradiana por su raíz, supone entender la formación que aquí se produce como una experiencia única de colonización, que somete el sentido de la construcción de toda nuestra estructura social a los intereses del mercado europeo (VIEIRA, 2018). La particularidad de nuestra colonización tiene como tríada básica: el latifundio; la tendencia al monocultivo; y el trabajo obligatorio (en el límite, la esclavitud). Como resultado de esta combinación, cristalizó una sociedad segregada que respondía a las necesidades de acumulación exigidas por las economías centrales del capitalismo.
La degradante herencia colonial no fue superada por las independencias políticas –restringidas e incompletas– que se produjeron en el siglo XIX. Estos procesos de independencia truncados sólo respondieron a los cambios en la dominación de los países centrales, y representan un patrón oligárquico-dependiente de desarrollo capitalista (CUEVA, 1983). Las sociedades latinoamericanas, generadas a partir de los procesos de independencia, siguieron teniendo su modo de producción basado en la esclavitud, la concentración de la tierra y la producción de bienes primarios, dirigidos principalmente al mercado externo.
La emancipación del estatus colonial, además de no significar la superación de determinantes fundamentales del período anterior, mantuvo su núcleo y proporcionó la profundización de sus raíces, especialmente por la mayor inserción de los países en el mercado mundial, a partir de los intereses del nuevo dominio imperial que se impuso: el de Inglaterra.
Así, la decadencia de los países ibéricos (Portugal y España), primeros usurpadores de los pueblos y territorios americanos, y la puesta en marcha de procesos de independencia política no supusieron una ruptura de las condiciones de intercambio desigual y de orientación de la producción en función de las demandas externas. Por el contrario, algunos países se integraron más activamente en el mantenimiento de la misma lógica. Esta mayor integración en el mercado mundial se produjo a partir de dos vectores: las condiciones reales de cada país y los cambios derivados del avance de la industrialización en los países centrales del sistema capitalista. De esta manera, se insertaron primero Chile, Brasil y luego Argentina, que habían desarrollado una infraestructura económica en la fase colonial y fueron capaces de producir condiciones políticas estables (MARINI, 2017).
El final del siglo XIX estuvo marcado por importantes cambios en el centro sistémico geopolítico: nuevas potencias se proyectan hacia el exterior, especialmente Alemania y Estados Unidos, este último con una política especialmente centrada en el continente americano. En los países centrales también hay una reorganización de la producción, basada en el aumento de la industria pesada y la tecnología. De este modo, la economía comenzó a concentrar sus unidades productivas, creando las condiciones para la aparición de monopolios. Esta característica es la marca principal de la nueva fase de desarrollo del capitalismo: el imperialismo.
Según Lenin (1987), hasta la transición del siglo XIX al XX, la base del sistema económico era la libre competencia y el libre comercio, en el que la concentración de la producción y el capital, y la aparición de monopolios eran las principales características. A partir de la aparición de los monopolios, marca fundamental del imperialismo, el proceso de acumulación capitalista produciría una tendencia cada vez mayor a la concentración, tanto del capital industrial como del financiero. El resultado de esta reorganización fueron grandes monopolios sedientos de nuevos mercados y nuevas fuentes de materias primas, que obligarían a la anexión de regiones del planeta menos desarrolladas industrialmente. En sus palabras “el capitalismo se transformó en un sistema universal de opresión colonial y asfixia financiera de la gran mayoría de la población del planeta por un puñado de países ‘avanzados’”.
Esta nueva división internacional del trabajo, orquestada por las naciones imperialistas, les permitió obtener grandes beneficios y transferir a otras naciones los costes sociales y económicos de mantener su riqueza. De esta manera, pudieron mantener su posición de dominación hegemónica a través de la reproducción del subdesarrollo, la pobreza y la dependencia de las naciones que subyugaron, como las de América Latina.
En este contexto, vale la pena caracterizar el papel asumido por las burguesías en los países latinoamericanos, pero para ello es necesario destacar primero una característica fundamental de la economía de los países periféricos (con su economía basada en la exportación): a diferencia de los países centrales, en los que la actividad económica está subordinada a la relación existente entre las tasas de plusvalía y la inversión, en los países dependientes el mecanismo económico fundamental proviene de la relación exportación-importación. Así, aunque la plusvalía se obtenga dentro de la economía, se realizará en el mercado exterior, mediante la actividad exportadora. Es decir, el excedente capaz de ser invertido sufre la acción directa de los factores externos, y la plusvalía realizada en la esfera del comercio mundial pertenece principalmente a los capitalistas extranjeros, dejando a las burguesías locales (en la economía nacional) sólo una parte de esta plusvalía.
Estas pérdidas, sin embargo, fueron compensadas por las burguesías latinoamericanas mediante el aumento del valor absoluto de la plusvalía, lo que significa la mayor expropiación y sometimiento de los trabajadores, fenómeno que Marini (2017) denominó “sobreexplotación de la fuerza de trabajo”, y que constituye, en palabras del autor: “el principio fundamental de la economía subdesarrollada, con todo lo que ello implica en términos de bajos salarios, falta de oportunidades de empleo, analfabetismo, desnutrición y represión policial”. En resumen, la compensación a nivel de la esfera de circulación es un mecanismo que opera a nivel de la producción interna en los países latinoamericanos y la sobreexplotación del trabajador está ligada a las fuerzas productivas de estas economías fundamentalmente debido a que la actividad económica más importante está sujeta a la producción de bienes primarios (MARINI, 1990).
Esta compleja formación económica y social, basada en el latifundio y la tendencia al monocultivo, contó siempre con el apoyo y las ganancias de las clases dominantes, socios locales minoritarios de los capitalistas de las naciones poderosas. Son sectores burgueses que se beneficiaron de los intercambios desiguales y actuaron como intermediarios y representantes del capital internacional. Identificar esta particular dinámica de dominación impuesta a los países latinoamericanos es fundamental para buscar construir un verdadero movimiento de emancipación: sin la superación del capitalismo y del imperialismo, que se aprovecha de las bases fundadas en la herencia colonial, no hay posibilidad de garantizar condiciones mínimas de acceso a los bienes comunes y a la riqueza producida socialmente.
Fue en la profundización de las contradicciones generadas por el avance del poder estadounidense sobre los países de América que se desarrollaron las luchas y reflexiones marxistas sobre el imperialismo y las particularidades del capitalismo latinoamericano. La identificación del imperialismo estadounidense como un especial enemigo de los demás pueblos de América ya era evidente en las primeras décadas del nuevo siglo. No ocurrió lo mismo, sin embargo, en relación con el carácter deletéreo de las “»burguesías internas” (antes equivocadamente llamadas “burguesías nacionales”). Y aquí está una de las cuestiones más polémicas de los debates teóricos de las primeras décadas del siglo XX, un debate en el que destacan los grandes marxistas que interpretaron de forma auténtica las cuestiones nacionales de sus países (e incluso de América Latina en su conjunto), como el peruano José Carlos Mariátegui, el cubano Julio Antonio Mella y el brasileño Caio Prado Júnior, entre otros pensadores.
Cabe destacar que en estas primeras décadas, además de la ya mencionada Revolución Rusa (1917) y de otros importantes avances en la organización de los trabajadores de la ciudad y del campo –como la Reforma Universitaria de Córdoba (1918), la organización sindical, la creación de nuevos partidos políticos y las alianzas obrero-campesinas–, también se resalta el impacto de la Revolución Mexicana (1910), proceso que propició el intercambio político e ideológico entre los pueblos de América.
Las burguesías domésticas antinacionales de América Latina
Desde una perspectiva ligada a la praxis revolucionaria, además del problema del imperialismo, otra cuestión fundamental para los pueblos de América es la necesidad de comprender objetivamente la acción política limitante operada por las “burguesías internas” latinoamericanas, una clase dominante que nunca ha sido “nacional”, como pensaron ciertos teóricos críticos sobre todo en la primera mitad del siglo XX, sino siempre una aliada subordinada de las burguesías de los países centrales del capitalismo. Clases, por tanto, “antinacionales”.
Considerando que el proceso de emancipación política está en el origen de la nación, las secuelas de este movimiento implican las particularidades socio-históricas de los sectores que componen las clases sociales aquí generadas. El problema, que involucra directamente la cuestión nacional, está vinculado a temas recurrentes y fundamentales de la tradición marxista, como son: las formas y relaciones sociales que se organizan en nuestros países, la sociedad y el Estado (IANNI, 1995).
La reflexión sobre la “cuestión nacional” se remonta al siglo XIX, época en la que en Europa se produce un intenso debate sobre el significado de “nación”. En este periodo, “naciones” como Serbia, Irlanda y Chequia –pueblos con su propia etnia y lengua– estaban bajo la ocupación de las potencias imperialistas de la época (HOBSBAWM, 1991). El concepto de que la “nación” se caracterizaba por la “unidad” etnolingüística cobró fuerza y, por tanto, cada una de estas unidades debría reunirse políticamente en un único Estado.
Este problema, discutido en el contexto del comunismo internacional por Lenin y Rosa Luxemburgo, impone la necesidad no sólo de recuperar la consolidación de las instituciones políticas que conducen a la dirección y organización del Estado, sino también de tratar los aspectos que explicitan el orden desigual y opresivo dominado por las naciones imperialistas.
Para ilustrar cómo la cuestión nacional fue un tema decisivo en el contexto que condujo a la Revolución de Octubre, Rosa Luxemburg llama la atención sobre el programa del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) y sus legítimas preocupaciones al respecto. En el programa del POSDR, el líder de los espartaquistas mostró lo importante que era la supresión de los Estados y la completa igualdad de derechos para todos los ciudadanos, sin diferencia de “sexo, religión, raza o nacionalidad”, y también proclamó las premisas de que la “población de la nación debe tener el derecho de asistir a escuelas libres y autónomas que enseñen el idioma nacional”, y “usar su idioma en las asambleas, así como en todos los cargos estatales y públicos” (LUXEMBURGO, 1988).
Entre los exponentes de los partidos comunistas en Alemania y Rusia, es Lenin quien demuestra, además de la lucha de clases dentro y fuera de los territorios nacionales, la existencia de la lucha entre las “naciones opresoras” y las “naciones oprimidas”, que también debe ser estudiada dentro del horizonte de clase de la correlación de fuerzas y de las condiciones sociales, políticas y económicas que definen las estructuras de una determinada clase social. En un intento de defender la posición de los comunistas en relación con las luchas nacionales contra el imperialismo, el intelectual y dirigente bolchevique reconoce que “hasta ahora, nuestra experiencia común sobre este tema no es muy grande, pero poco a poco iremos reuniendo una documentación más y más abundante”, identificando la cuestión nacional como un elemento decisivo para la consolidación de las “necesidades revolucionarias” (Lenin, 1971).
Esta discusión había impuesto, desde el siglo XIX, grandes debates y desacuerdos en el seno del movimiento socialista: la propia Rosa Luxemburgo estaba en desacuerdo con Lenin, debido a la idea del “origen burgués de las polémicas nacionales” (LUXEMBURGO, 1988). Más tarde, la cuestión se incorporó a los debates sobre el programa del POSDR. Lenin, como uno de los líderes del partido, siempre tuvo el tema en la agenda. Sus afirmaciones a este respecto indicaban que en Rusia no sería posible que la revolución socialista triunfara sin prestar especial atención a la cuestión nacional: pues la ideología estatal del nacional-liberalismo pretende salvaguardar “los privilegios estatales de la gran burguesía rusa” (Lenin, 1986).
La polémica con Rosa Luxemburg se debe a que Lenin entendía que la revolucionaria alemana no había visto lo fundamental que es la cuestión nacional para la autonomía de las naciones, y por tanto su importancia para el proyecto revolucionario. Para Rosa, la defensa de la cuestión nacional por parte de Lenin tendría como resultado la reestructuración del Estado nacional burgués. Sin embargo, es importante señalar aquí que tal apreciación no se corresponde con las afirmaciones de Lenin, para quien la autodeterminación de las naciones debía ser una de las exigencias del programa del partido revolucionario, que como tantas otras sólo podría aplicarse plenamente cuando la revolución socialista fuera victoriosa.
Es notable el esfuerzo de Lenin por elaborar algunas tesis sobre la cuestión nacional, sin quitar del horizonte el “asalto al cielo”, como objetivo central dentro del orden capitalista y la consiguiente lucha de clases que enfrenta el POSDR. La particularidad esbozada es entender que la lucha de clases se desarrolla en un “terreno nacional”, adquiriendo un “carácter internacional”. La lucha de la clase obrera contra la explotación exige una firme solidaridad y una estrecha unidad de los trabajadores de todas las naciones, al igual que la resistencia a la política “nacionalista burguesa” es independiente de la nacionalidad. Así, es necesario comprender el carácter clasista de la cuestión nacional para que no genere ilusiones y confusión entre la clase obrera, evitando así, como bien señala Lenin: “dividir para el placer de la burguesía”; “la negación del derecho de autodeterminación significará, en la práctica, el apoyo a los privilegios de la nación dominante” (Lenin, 1986).
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Cuando examinamos el caso de América, pronto se hace evidente que esta noción de “nación”, a diferencia de la de los europeos e incluso los asiáticos, no se ajusta a nuestros pueblos. No podemos pensar en nuestras naciones mestizas predominantemente en términos étnicos, y mucho menos lingüísticos (dadas nuestras lenguas impuestas por las metrópolis). Estos formatos prefabricados de interpretación que nos llegaban (y siguen llegando) desde la realidad europea, perturbaron la autenticidad de muchos análisis de la tradición crítica, sobre todo hasta mediados del siglo XX.
Para entrar en este debate, es necesario primero darse cuenta –como muestra Caio Prado (2000)– de que nuestros países se constituyeron a partir de la expansión mercantil de las fronteras europeas. Esta condición nos sitúa en la “periferia” del capitalismo, este sistema cuya consolidación se basaría no sólo en la riqueza material, sino también en el conocimiento indígena (CASTRO, 1951).
Tales discusiones fueron centrales en aquellos tiempos de formación de una auténtica reflexión sobre las realidades nacionales, dando lugar a una problemática polarización: en un extremo, los marxistas de concepción mecanicista o dogmática, que intentaban encajar artificialmente nuestras realidades en el modelo europeo (entonces considerado “universal”); en el otro extremo, los intelectuales progresistas, a veces cercanos al marxismo, pero excesivamente relativistas, que se desviaban de la tradición crítica totalizante, al exagerar las supuestas “especificidades regionales” de sus pueblos (LÖWY, 2006).
A partir de estas dos concepciones defectuosas, los errores de interpretación histórica darían lugar a graves malentendidos políticos. En el campo de las ideas revisionistas destaca el pensamiento nacionalista-ecléctico de Haya de la Torre –de la Alianza Popular Revolucionaria Americana. Se trata de una posición procedente de la pequeña burguesía, y que daría lugar a una especie de indigenismo “filantrópico” (MARTINS-FONTES, 2018).
Haya visitó la URSS y fue un admirador de Lenin, pero no del Lenin total –intelectual y hombre de acción– sino del gran líder que movilizaba a las multitudes. Además, absorbió ciertas ideas antiimperialistas (HAYA DE LA TORRE, 2017); pero sólo en la medida en que interesaba al paternalismo aprista burgués-nacional, con sus pretensiones de gran vanguardia libertaria.
En el otro polo de estos equívocos, el error del marxismo vulgar (de matriz eurocéntrica) deriva del intento de elaborar los problemas de América dentro de esquemas que, si bien pudieron ser acertados en el caso de los pueblos europeos, no fueron adecuados para nuestros pueblos, impidiendo la elaboración de una visión más justa que pudiera tener eficacia práctica. Este problema tuvo su “resolución” histórica, como sabemos, en la dura derrota sufrida por el movimiento socialista en muchos de nuestros países a partir de la década de 1960, con la instalación de regímenes militares contrarrevolucionarios “bonapartistas” (RAGO FILHO, 2001).
Entre las cuestiones fundamentales de estos debates estaba la idea de que el colonialismo en nuestras naciones había conformado modos de producción “feudales”, y que esto había dejado huellas después de la independencia, por lo que era necesario llevar a cabo una “revolución burguesa” previa. La consecuencia de esto sería la orientación estratégica que defendía la alianza de los comunistas, de forma sumisa, con fracciones de las clases dominantes (partes de la burguesía que se creían con intereses “nacionales”).
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A partir de las vastas consecuencias sociales y teóricas de la Revolución Rusa, se crearía la Internacional Comunista, organización en cuyo seno se profundizarían las discusiones marxistas sobre la realidad de los pueblos de América. En estos nuevos debates, grandes pensadores críticos de América vendrían a jugar un papel protagónico, aportando certeras interpretaciones histórico-dialécticas de nuestras cuestiones nacionales, conceptos que convergen en la necesidad de un movimiento obrero independiente (reuniendo campo y ciudad) –lo que, aunque establezca alianzas puntuales de urgencia, no se someta a supuestas parcelas burguesas “nacionales” (inexistentes).
Hoy, en un contexto de agravamiento de la crisis estructural del sistema, con el consiguiente aumento de la violencia capitalista (actualmente en forma neoliberal), vemos el verdadero rostro de la burguesía latinoamericana: entreguista, antinacional y hasta fascista, cuando siente amenazado su poder.
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Notas
* Este ensayo es una versión revisada de la primera parte del artículo “Pensamento crítico e questão nacional na América Latina do entre-guerras”, capítulo del libro A dimensão cultural nos processos de integração entre países da América Latina (Prolam-USP/ FFLCH-USP, 2021).
Sobre los autores:
Yuri Martins-Fontes es doctor en Historia Económica (USP-Brasil/CNRS-Francia), con estudios posdoctorales en Ética y Filosofía Política (USP) e Historia, Cultura y Trabajo (PUC-SP); escritor, filósofo y coordinador del Núcleo Práxis da USP.
Solange Struwka es doctora en Psicología Social (USP); profesora adjunta de grado y postgrado en la UNIR (RO); miembro del Movimento de Mulheres Camponesas (Brasil) y coordinadora del Núcleo Práxis da USP.
Paulo Alves Jr. es doctor en Sociología (Unesp); profesor asistente de Historia en la Unilab (BA); coordinador del Núcleo Práxis da USP y miembro del Centro Integrado de Investigação Transdisciplinar ‘Cultura, Espaço e Memória’ de la Universidad de Oporto.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.