Más que un ciclo político natural en el que al fin del llamado ciclo progresista, le seguiría un ciclo de «gobiernos democráticos», lo que se advierte en Nuestra América es una intensificación de las luchas por la reorganización de las fuerzas del campo político interno, la recuperación del poder debilitado de las clases dominantes, y […]
Más que un ciclo político natural en el que al fin del llamado ciclo progresista, le seguiría un ciclo de «gobiernos democráticos», lo que se advierte en Nuestra América es una intensificación de las luchas por la reorganización de las fuerzas del campo político interno, la recuperación del poder debilitado de las clases dominantes, y la reconfiguración de la geopolítica regional a favor de los Estados Unidos.
El curso del proceso político en disputa
Aunque es evidente que se ha asistido -particularmente durante el último lustro- a una redefinición de la correlación de fuerzas que favorece a los sectores cuyos intereses se vieron afectados por los cambios y políticas puestos en marcha desde que se produjera la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela hace dos décadas (por cierto muy desiguales y diferenciados en cuanto a su profundidad y nivel de afectación del orden social vigente en la Región); también lo es que no se está frente a resultados definitivos respecto del curso del proceso político.
Además del margen propio de las resistencias y de las luchas sociales y de clase, los gobiernos de derecha que se han venido estableciendo en la Región, por cuenta de «golpes blandos» o a través de la contienda electoral, no gozan de la debida fortaleza y consistencia para garantizar la estabilidad de la dominación de clase en el mediano y largo plazo. El gobierno de López Obrador en México y la emergencia de lo que se ha llamado un «nuevo progresismo» en varios países de la Región muestra además que hay campo para las opciones reformistas, así éstas no se sitúen necesariamente en el nivel antisistémico. Todo ello permite aseverar que no se está frente una única tendencia con trazos definitivos, sino de cara a múltiples escenarios con vectores de trayectorias disímiles, no convergentes.
Esa relativa indefinición de la tendencia general del proceso político encarna el peligro de las salidas autoritarias de corte fascista, cuyas expresiones iniciales se encuentran en la proyección de la (extrema) derecha como la «opción democrática»; acompañadas en el caso de Nuestra América de las pretensiones de un creciente intervencionismo estadounidense. Si en los años de la década de 1970, las dictaduras militares representaron la salida impuesta por el capital para el restablecimiento de lo que se consideraba la democracia amenazada por efecto de la «avanzada del comunismo» en el contexto de la confrontación este-oeste, hoy los proyectos políticos de (extrema) derecha expresan la opción frente a lo que se conciben como las amenazas sistémicas del presente en sus múltiples creaciones: el terrorismo, la inseguridad, las drogas, la criminalidad de los pobres, la ideología de género, entre otras. Y en la trasescena, lo que evita mostrarse, el interés de garantía de un nivel adecuado para la tasa de ganancia para garantizar sin sobresaltos la reproducción del régimen de acumulación imperante y con ello del orden social vigente en su conjunto.
Democracia liberal subvertida y estrategias de derecha
Las reglas de la democracia-liberal han demostrado insuficiencia para resolver los problemas de la organización del poder y de la dominación de clase; no obstante, esta forma de democracia admite su propia subversión desde proyectos políticos de (extrema) derecha, que apelando a la vía constitucional y legal buscan construir órdenes que dicen sustentarse en el don de la legitimidad y la legalidad, emanados del procedimiento de producción de normas. En nombre del discurso democrático, el capitalismo realmente existente tiene la pretensión de producir (y viene produciendo) órdenes autoritarios y antidemocráticos.
De paso, le ha terminado imponiendo a las fuerzas democráticas y de las izquierdas una agenda política de ablandamiento de sus formulaciones programáticas, lo cual se ha venido concretando tanto en la invención (y la proyección) del «centro» como opción política, como en las políticas de gran coalición en defensa de la democracia en abstracto o con programas en extremo minimalistas (cuando los hay). En este sentido, deben admitirse las debilidades de las izquierdas, derivadas, además de su propia condición y fuerza, de debates teóricos (históricos y del presente) no resueltos, bien sea porque se evaden, o porque se ha cedido al pragmatismo y al posibilismo. En cualquier circunstancia, debe aceptarse que hay ausencia de definición de un horizonte estratégico y que las válidas preocupaciones del presente han conducido a una especie de entrampamiento de la acción política que no logra articular la política en la cotidianidad con la perspectiva de avanzar hacia la construcción de un nuevo poder. Se trata finalmente de la irresuelta cuestión de la relación entre democracia, reforma y revolución.
No es propósito de este texto analizar las causas del notorio posicionamiento de los proyectos políticos de la (extrema) derecha, en el que se conjugan factores tan variados como la utilización de diversas expresiones del descontento social, la magnificación o el ocultamiento de problemas de la cotidianidad, la formulación de respuestas simples frente a cuestiones acuciantes de la población, la producción del miedo y de la mentira, el papel de los liderazgos políticos, el rol de las iglesias pentecostales, los acumulados culturales del neoliberalismo (emprendimiento, individualismo, meritocracia), y el despliegue de estrategias comunicativas, entre otros. A todo lo cual se agregan, en el caso de los llamados gobiernos progresistas sus errores, inconsistencias e inconsecuencias.
Lo concreto es que la (extrema) derecha logró construir amplias coaliciones, que incluyen el variopinto espectro de su ideología -desde la moderación hasta el discurso fascista explícito-, con definiciones programáticas precisas en defensa del «orden y de la democracia». Sus bases sociales comprenden fuerzas tradicionales de las clases dominantes y del gran capital, así como sectores de las capas medias y de la población en condiciones de pobreza. Su accionar se caracteriza por la radicalidad y la persistencia frente a los objetivos que se ha trazado. Su estrategia se fundamenta en el ataque continuo y la invención permanente de la iniciativa política, obligando a la respuesta defensiva.
Estas consideraciones previas tienen el propósito de contribuir a situar la discusión más allá del debate sobre la democracia, y particularmente del entendimiento liberal de ella. Desde luego que éste también es importante en la coyuntura actual de Nuestra América. No parece exagerado afirmar que frente a tendencias a la crisis no resuelta de la dominación de clase, acecha el peligro del establecimiento de regímenes políticos autoritarios de corte fascista.
La perspectiva de proyectos alternativos en juego, no la «democracia»
Pero aún nos encontramos en un terreno en el que están en juego definiciones más gruesas, que a mi juicio han sido muy bien comprendidas en la estrategia de la (extrema) derecha transnacional (de Estados Unidos y de varios países de la Región) y a las que le trabajan también sectores no extremistas de las clases dominantes. Me refiero particularmente a la situación de Cuba, Venezuela y Bolivia, con trayectorias y experiencias históricas no comparables, pero representativas de expresiones bien sea de propósitos construcción de una sociedad alternativa al capitalismo (Cuba) o de reformas estructurales con diferente alcance antisistémico (Venezuela y Bolivia). Obviamente que esos casos, junto con otros que se presentaron en Nuestra América en el pasado reciente, exigen análisis complejos para hacer valoraciones adecuadas y comprender de mejor manera lo que ha venido ocurriendo. Empero, se pecaría de ingenuidad si tales análisis se reducen a los acostumbrados test sobre la democracia liberal.
Lo que está en juego en lo inmediato en Cuba y en Venezuela y estará en juego en Bolivia una vez haya más proximidad de la contienda presidencial, no es la «democracia», sino la perspectiva futura de proyectos alternativos de sociedad, en contextos de dominio mundial del régimen del capital. Y las clases dominantes trabajan de manera incesante en la coyuntura actual para que cualquier ideal o vestigio de anticapitalismo sea superado, así sea de manera transitoria, pero seguramente por un período largo.
El imperialismo sigue sin aceptar que luego de su derrota en Playa Girón en 1961, Cuba haya logrado sobrevivir al derrumbe del «socialismo realmente existente» en la Unión Soviética y Europa Oriental, superar el «período especial», sortear el más largo bloqueo contra nación alguna conocido en la historia, y tras un reciente proceso constituyente con masiva participación social y ciudadana cuente hoy con orden social estable y adecuado a las difíciles circunstancias históricas. Tampoco puede admitir que en su mejor momento la «revolución bolivariana» haya afectado la geopolítica regional como logró hacerlo, ejercido soberanía en general, sobre su recurso petrolero en particular, y en medio del mayor asedio actual subsista un gobierno adverso a sus intereses (así haya múltiples y válidas críticas frente a él). O que los pueblos originarios en Bolivia se dieran a la tarea de construir un estado soberano plurinacional, reivindicar su soberanía y edificar una economía plural propia, incluso con las críticas que se hacen a la presidencia de Evo Morales.
En suma, no es admisible que procesos, pueblos, movimientos, partidos hayan puesto y puedan poner en cuestión la dominación capitalista e imperialista. Y por eso merecen, castigo, estigmatización, injerencia e intervención militar, si fuere necesario. Todo ello, con el concurso de poderosas fuerzas políticas, económicas y sociales, que han sabido articular un proyecto político de derecha de alcance transnacional, en que resultaría ideal que fuesen fuerzas internas las que prendiesen la mecha de la inflexión política regresiva para activar a plenitud el internacionalismo del capital. De ahí que se promuevan organizaciones locales, presidentes interinos, se activen estrategias mediáticas orquestadas y sin parangón.
Urge el internacionalismo de los pueblos
Si inicialmente los mayores esfuerzos del imperialismo y la derecha transnacional se han concentrado en el propósito fallido de derrocamiento del gobierno de Maduro, para restablecer la «democracia», sea promoviendo fallidos focos insurreccionales, o fabricando el «gobierno interino» de Guaidó, o presionando al aislamiento internacional, o acentuando el bloqueo económico para forzar la «intervención humanitaria», o considerando la intervención militar estadounidense «complementaria» al accionar de grupos paramilitares organizados y entrenados en territorio fronterizo colombiano, entre tanto se está poniendo en evidencia que dicha estrategia de acciones combinadas se pretende extender a Cuba, partiendo de la falsa premisa de que el derrumbe de Venezuela o en su defecto el establecimiento de un «gobierno democrático» conduciría a una caída precipitada de la economía cubana, por la presunta dependencia de ésta frente a la de Venezuela (particularmente en lo referido al abastecimiento de petróleo).
Hoy parece existir la convicción en el gobierno de los Estados Unidos de que la fracasada política de bloqueo a Cuba, si se profundizara aún más, podría generar ahora sí efectos desestabilizadores que derivarían en el descontento de la población y en el socavamiento de la legitimidad del gobierno, para llevarlo a un ablandamiento de sus posturas y forzar una «transición democrática». A las medidas tomadas por Trump, que interrumpieron la precaria normalización de las relaciones cubano-estadounidenses durante el gobierno de Obama, se agrega ahora el mayor endurecimiento de la política imperial, anunciado el pasado 17 de abril por el Secretario de Estado Mike Pompeo, con la activación del capítulo III de la Ley Helms Burton, que permite la presentación de demandas judiciales contra entidades cubanas y extranjeras fuera de la jurisdicción estadounidense, medida dirigida a impedir el acceso de Cuba a inversión extranjera.
Desde luego que no se puede desconocer el impacto del infame bloqueo contra Cuba, que en marzo de 2018 se estimaba en 933.678 millones de dólares contablizados desde 1962. Pero de ahí considerar que por tal razón se asistirá al derrumbe de la economía y de la sociedad cubanas, es pensar con el desatino y la soberbia que han acompañado la agresiva política imperial por décadas, además de desconocer el lugar del antiimperialismo y de la dignidad en la cultura política cubana, por lo menos desde los tiempos de Martí. Sin dejar de lado la geopolítica mundial, que no solo pone en cuestión la pretensión de aplicación extraterritorial de leyes estadounidenses al chocar con los intereses de la Unión Europea y Canadá, sino con la presencia de otros países como China y Rusia.
En los meses que se avecinan se incrementarán con seguridad las noticias sobre Bolivia y la hablará de la pretensión de perpetuación de Evo Morales en el gobierno, dado que habrá comicios presidenciales el próximo 20 de octubre. En el mapa geopolítico que se pretende imponer, contribuir a orquestar una derrota del Movimiento al Socialismo – MAS es tarea central de la derecha de la Región.
Qué tan posibles son las pretensiones de la derecha transnacional en el presente político de Nuestra América, es asunto de difícil respuesta. No hay «futurología» que valga. Estamos frente a un campo de opciones abiertas, de disputa intensa por el destino de la Región, de realinderamientos complejos de las fuerzas políticas y sociales. Nos corresponde acertar en la lectura del momento, lo cual pasa por identificar la problemática principal cuando del análisis geopolítico regional se trata. Y eso incluye comprender que las mayores reservas del campo popular se encuentran hoy en Cuba, Venezuela y Bolivia, desde luego sin desconocer el potencial de resistencia y transformación que hay en el «movimiento real» de los de abajo en todos los países de la Región, y en las múltiples expresiones progresistas que disputan la escena política o que hoy constituyen gobierno. Es hora de que el internacionalismo se sienta.
Para nuestro caso, la perspectiva de la paz completa, de las condiciones propicias para la implementación del Acuerdo de paz y de los diálogos y negociaciones con el ELN, yendo más allá, de un gobierno democrático y progresista, comprende necesariamente una configuración geopolítica favorable. La derecha colombiana y sus sectores más extremistas ha entendido muy bien que el destino de su proyecto político se encuentra articulado con proyecto de la derecha transnacional. También es hora de dejar de mirarse al ombligo.
Artículo publicado en la Revista Izquierda No. 79, Bogotá: Espacio Crítico – Centro de Estudios, abril de 2019.
Jairo Estrada Álvarez, Profesor del Departamento de Ciencia Política. Universidad Nacional de Colombia
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