Un solitario policía de uniforme azul monta guardia ante el jardín que rodea la residencia del primer ministro de Montenegro. No hay control de seguridad para la decena de periodistas que se entrevistan con el jefe del Gobierno, Milo Dukanovic, gracias a una invitación de la Comisión Europea. La capital, Podgorica, limpia y reluciente, parece […]
Un solitario policía de uniforme azul monta guardia ante el jardín que rodea la residencia del primer ministro de Montenegro. No hay control de seguridad para la decena de periodistas que se entrevistan con el jefe del Gobierno, Milo Dukanovic, gracias a una invitación de la Comisión Europea. La capital, Podgorica, limpia y reluciente, parece un oasis de profunda paz en medio de unos siempre convulsos Balcanes.
Ya nada recuerda que el país, ahora candidato a convertirse en el Estado número 29 de la Unión Europea, fue conocido durante buena parte de las últimas décadas como nido de contrabandistas y mafiosos.
¿Nada? ¿Tal vez Dukanovic no necesita temer a la mafia, porque se lleva demasiado bien con ella? Nadie lanza acusaciones directas. Pero tampoco nadie niega que relaciones hubo. El propio Andrija Pejovic, negociador jefe de Montenegro para la UE, es bastante franco al señalar que en los años 90, «los contrabandistas crearon vínculos con el gobierno». El primer ministro en esta década – desde 1991 – no era otro que el propio Dukanovic.
Las secuelas de aquella época siguen ahí: aún no se ha superado el reto de establecer una Judicatura realmente independiente en Montenegro. Lo reconoce Dukanovic en la entrevista: «La Unión Europea tiene razón en subrayar el problema de establecer un Estado de derecho; ha habido algunas malas experiencias. En el contexto de los Balcanes no hay mucho respeto por el imperio de la ley, eso no es nada nuevo».
Viene de antiguo, de hecho. Del embargo que la comunidad internacional impuso a Serbia y Montenegro por el rol de su presidente, Slobodan Milosevic, en la guerra de Bosnia. Empezaba a faltar de todo en el mercado. Saltarse las sanciones era una reacción natural para la población; quien lo hacía cosechaba admiración. «En esa época había mucho contrabando de drogas, y no sólo de drogas sino de todo. Pero esto cambió tras la caída de Milosevic», acota Pejovic.
Un informe de la Comisión Europea de 2006 corrobora que «el contrabando de bienes legales (tabaco, petróleo y derivados) ha disminuido considerablemente tras el fin de las sanciones y con los esfuerzos legales desde 2000», aunque subraya que sigue existiendo, sobre todo en lo que se refiere al tabaco, que ahora se distribuye a través de los países vecinos.
200 kilómetros en lancha
Sigue habiendo, reconoce también Pejovic: «Los contrabandistas son suficientemente ricos como para comprar los barcos más rápidos; la policía no puede atraparlos porque tiene embarcaciones más lentas. Hay que invertir en equipos». El negociador subraya la cooperación internacional: «Es habitual que los traficantes tengan doble nacionalidad. Ciertas detenciones han sido posibles con la cooperación de Italia y Serbia».
Italia ha sido tradicionalmente el país más perjudicado por las actividades poco transparentes de su pequeño vecino: Montenegro importaba legalmente enormes cantidades de tabaco que luego se reexpedían por lanchas rápidas hacia la costa de enfrente, una distancia de 200 kilómetros, desde donde se distribuían en el mercado negro. Desde el punto de vista montenegrino, no era exactamente ilegal, se defendían las autoridades, dado que los problemas con aduana sólo empezaban con la entrada de las lanchas en territorio italiano.
El estadounidense Center for Public Integrity cree documentado que las autoridades italianas tenían indicios de la participación del propio Dukanovic y de varios altos cargos ministeriales no sólo en el tráfico sino también en el traslado de grandes cantidades de dinero negro a Chipre para su blanqueo.
Pero todo esto es agua pasada. En marzo de 2007, Dukanovic se personó en Bari para afrontar un interrogatorio de la policía italiana. No fue acusado. Ahora, Montenegro ha elaborado un acuerdo con Italia para poder extraditar mutuamente a nacionales acusados de formar parte del crimen organizado; una medida que hará posible que traficantes montenegrinos serán juzgados en Italia. El tratado debe ser aún ratificado por Roma.
Ahora, establecer un Estado de derecho «es una necesidad interna», insiste Dukanovic. «La certidumbre de la legalidad es fundamental para la calidad de vida. También para mantener el flujo fuerte de inversiones directas. También para el turismo».
La oposición no está muy convencida. «No se puede cambiar el sistema y combatir la corrupción sin cambiar el gobierno. No creo que la misma gente que antes cometió los errores ahora esté dispuesta a hacer las cosas bien», critica Dritan Abazovic, el diputado más joven del Parlamento -tiene 28 años – , adscrito al partido Positive Montenegro.
«El país no ha cambiado de gobierno en 25 años. No ha cambiado el partido ni el dirigente del partido. Las elecciones son para cambiar. Pero si no ocurre en 25 años, es difícil decir que sean comicios de verdad. La gente no se cree que las elecciones sean libres», remacha.
«La culpa la tienen los ciudadanos», responde, airado, Obrad Miso Stanisic, diputado del Partide de Socialistas Democráticos (DPS), el partido de Dukanovic, presente en la misma reunión con la prensa. «Los votantes prefieren al DPS. Y obviamente tienen confianza en el sistema electoral: la participación es del 75-80 por ciento. Además, siempre gobernamos en coalición».
Formalmente, los últimos comicios han sido limpios. Ya las elecciones de 2006 fueron certificadas por el Consejo de Europa como «en conjunto, acorde a las normas europeas». Sin embargo, persiste la sensación entre muchos ciudadanos que pasarse a la oposición no sale gratis. «Mi padre no votó al DPS en las últimas elecciones… y fue el único del bloque que no recibió una carta de agradecimiento tras la victoria del partido», asevera una joven.
Nadie detalla cómo funcionaría ese supuesto sistema de supervisión, pero ante el comentario de que apenas se ve policía por las calles de Podgorica -no hay ni guardias jurados ante las embajadas extranjeras-, la respuesta es una risa algo cínica, como dando a entender que no hace falta ver a la policía para saber que vigila.
Tal vez sea todo cuestión de tamaño. «Es muy difícil tener un sistema eficaz de contrapoderes para equilibrar el peso del Gobierno en un país tan pequeño, donde todo el mundo conoce a todo el mundo», admiten fuentes de la Comisión Europea. Montenegro tiene apenas 600.000 habitantes y el diámetro del país no supera los 120 kilómetros.
Una judicatura ligada al poder
¿Un principado en manos de una dinastía? «Decir que Montenegro es mi negocio familiar es una acusación de mis adversarios, los mismos que se oponían a la independencia. Mi hermano ha tenido una empresa privada desde hace 25 años; espero que no sea un problema mientras no vulnere la ley. Mi hermana era la mejor estudiante en la Facultad de Derecho, ¿qué hay de malo en que luego haya sido jueza del Tribunal Supremo?» se defiende Dukanovic.
Hoy, la hermana del primer ministro, conocida bajo el nombre de Ana Kolarevic, lleva un prestigioso bufete de abogados: dejó el cargo de magistrada en 2003. Pero la sensación de que la justicia no es independiente sigue ahí. «El mayor problema es la independencia de la Judicatura. Incluso si la justicia es buena, la gente no confía», resume Marija Vuksanovic, activista de la organización cívica Cedem.
Hay motivos. «Existe el crimen organizado, pero la mitad de las condenas por esos delitos se anulan cuando se recurren, y no hay ninguna sentencia por corrupción en los altos niveles. Los procesos duran demasiado y luego la sentencia a veces no se cumple. Lo que falta es una justicia del día a día sin sesgo. Los jueces y los fiscales tienen relaciones demasiado estrechas, y la policía también», remacha Vuksanovic.
Intenta matizar Mitja Drobnic, cabeza de la Delegación de la UE en Montenegro: «El problema no es siempre que el primer ministro diga al fiscal: ‘Usted no debería investigar esto’. A menudo es simple falta de cooperación entre Judicatura, Fiscalía y Policía». La formulación de la frase permite entrever que, a juicio de todo el mundo, esta llamada para dar instrucciones a la fiscalía sí se produce a veces.
Es lógico, asegura el combativo diputado Abazovic: «La misma gente lleva 25 años en el mismo cargo: claro que se crean sinergias entre partido y Estado. Hay mucha influencia política en las instituciones estatales, como la Judicatura». De hecho, Milo Dukanovic accedió al poder en 1991, tras encabezar una especie de rebelión interna en la entonces todopoderosa Liga Comunista local. Le cambió el nombre a la formación y accedió al cargo de primer ministro -días después de cumplir 29 años- bajo las siglas del Partido Socialista Democrático (DPS). Abandonó el cargo siete años más tarde para asumir durante una legislatura el cargo de presidente del país. En 2002 volvió a ser primer ministro y en 2006 pasó el cargo a un hombre de su partido, sólo para retomar al cabo de dos años, cuando su sucesor se retiró por motivos de salud.
Repitió la misma fórmula en 2008, y finalmente volvió a ser nombrado, por cuarta vez, primer ministro tras las elecciones de 2012. En el fondo no quería, explica a la prensa, pero lo hizo por el bien del partido: «No era fácil mantener la confianza de los votantes debido a la crisis económica. Ganamos pero con un margen menor y concluimos que era necesario… incluso si era contra mis deseos personales». Queda extraño, sin embargo, que a veces se distancie de ciertos fallos de gestión económica atribuyendo los problemas a «herencias de la anterior legislatura».
Pero ahora está todo enfilado, promete. El plan para adecuar la legislación montenegrina a la comunitaria está en marcha y abarcará de 2014 a 2018. «A principios de 2019 esperamos tener todas las tareas hechas. Pero no nos obsesionan las fechas, preferimos la calidad», insiste.
Nenad Koprivica, director de Cedem, arruga la frente. «Nos llaman el «buen ejemplo» de Yugoslavia, tras Eslovenia y Croacia: efectivamente, comparado con Serbia, Macedonia o Albania no tenemos problemas. Las relaciones exteriores son buenas. Pero a nivel interior no hay voluntad política cuando se plantean reformas fundamentales. Excepto para el régimen de viajar sin visado, ahí sí hicimos reformas rápidas. En el resto, todo tarda. El mayor problema es la falta de una administración eficaz. La gente confía en los líderes pero no en las instituciones», observa.
No es que los demás partidos ayuden mucho. «La oposición que tenemos es mala», afirma Koprivica sin ambages. Y el cuarto poder está peor: «Los medios de comunicación más influyentes son los de la oposición. Pero la falta de profesionalidad es un gran problema. Los propietarios de los diarios poderosos se llaman «independientes», pero no lo son: buscan influencia política a través de los medios».
Acoso a periodistas
A esto se añaden episodios de acoso a algunos reporteros que husmean demasiado en posibles casos de corrupción: palizas, coches quemados… El último asesinato de un periodista, no resuelto, tuvo lugar en 2004. Pero los ataques menores ahora «no se investigan», denuncia Marina Bauk, también del Cedem. «Incluso si la policía encuentra a alguien que se confiesa culpable, luego resulta que éste no había sido».
¿Y la sociedad civil? Pasiva, muy pasiva, lamenta Boris Raonic, de la red Civic Alliance. «Ni siquiera la comunidad universitaria tiene una visión crítica. Tenemos tres universidades, pero no ha habido nunca protestas estudiantiles. ¿Por qué no? No hay tradición. Y la sociedad está polarizada: si protestas, no encontrarás trabajo, se cree. Los estudiantes se dedican más a su carrera y menos al debate», analiza. Pero no puede ser sólo una herencia del comunismo, reflexiona, porque «en Checoslovaquia o Hungría, la represión comunista era peor y sí hubo protestas».
Pero en el fondo nadie tiene dudas de que Montenegro acabará integrándose en la Unión Europea como un buen alumno. Es una meta compartida aparentemente por toda la población, al menos nadie ha oído voces en contra. Y tampoco hay que negar que el país ha hecho importantes avances en lo que a corrrupción y confianza en las instituciones se refiere.
Lo confirma el escritor Ognjen Spahic, por lo demás bastante crítico con el gobierno. «Hace cinco años pagábamos sobornos a la policía. Eso ha cambiado. Hoy día, nadie soborna a un agente de tráfico o un funcionario. Esto es muy diferente de lo que se sigue viviendo en Rumanía, apodado el «país de los 15 euros» por ser la ‘mordida’ estándar. En lo que se refiere a libertad de prensa o al crimen callejero, nuestra situación es mucho mejor que la de Bulgaria o Rumanía», insiste. «Hoy día, en Montenegro la corrupción está sólo presente en los niveles superiores. Al igual que en el resto de Europa».
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