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De la ilusión de la unidad al fantasma del Estado Fallido

Fuentes: Rebelión

Nadie tiene idea de las implicancias que hubieran tenido si el auto que estalló en el distrito berlinés de Charlottenburg, la mañana del 15 de marzo pasado, si hubiera llegado a destino. ¿Quiénes, y cuantos serían los muertos? Poco se ha investigado o poco se ha revelado acerca de estas investigaciones, lo que sí se […]

Nadie tiene idea de las implicancias que hubieran tenido si el auto que estalló en el distrito berlinés de Charlottenburg, la mañana del 15 de marzo pasado, si hubiera llegado a destino. ¿Quiénes, y cuantos serían los muertos? Poco se ha investigado o poco se ha revelado acerca de estas investigaciones, lo que sí se sabe es que los explosivos no eran para festejar nada, y que el hombre que condujo el auto y murió en el hecho no era una Carmelita Descalza.

¿Se hablaría de los sucesos de Charlottenburg, como hoy de los de Bélgica? Ya que los recientes ataques en Bruselas, no solo capital de Bélgica, sino la capital de la Unión Europea, han puesto en claro que el continente libra una guerra a cuyos frentes se puede llegar muy cómodamente en metro.

La estación de Maelbeek, a tiro de piedra del emblemático edificio de la Comisión Europea, en la que Jalid al-Bakraoui y su todavía innominado compañero, se estallaron llevándose a 21 pasajeros, que esa mañana no tenían en sus planes morir en una guerra, que creían, ilusamente, no era la suya.

Este nuevo fracaso de la seguridad, no es un fracaso de las autoridades belgas, es el fracaso de Europa, de todos sus servicios de seguridad e inteligencia, que por acción u omisión, reiteran errores, que no dejan de regar de muertos calles, estaciones, teatros, bares, metros y trenes a lo largo del continente.

Mientras alentados por los gobiernos y el establishment, los Medios de Comunicación occidentales insistan en hacerle creer al gran público que los ataques son «indiscriminados», persistirán y se profundizarán los atentados y las bajas en esta guerra ya desembozada que se libra en toda Europa.

Los ataques no son de ninguna manera indiscriminados, están programados para golpear, lo más hondo posible, los más vulnerable y cuantos más «inocentes» afecten mayor será el rédito.

Hoy todo europeo se ha convertido en un blanco móvil, es más, hoy cualquier flâneur, venga de donde venga, adore al Dios que adoré o tenga la piel del color que guste, será pasible del castigo correspondiente por tener trato con «infieles».

Ciudades como Paris se han convertido en un verdadero suplicio para sus vecinos y sus visitantes: retenes, cacheos, detenciones, un abrir y cerrar constante de mochilas y bolso, para entrar a cualquier local, campo deportivo, sala de espectáculos, museo, tienda o café, ya ni hablar de una institución oficial. Miles de ciudadanos pierden largas horas explicando cada día a policía con pasamontañas y el dedo demasiado pegado al gatillo, de donde le viene su piel aceitunada, sus cabellos crespos o sus ojos oscuros.

La portación de rasgo en la Europa de hoy es un hecho y cualquier actitud displicente podría ser tomada como un acto de guerra. En las grandes capitales del continente el libre tránsito en tan utópico, como el otrora Estado de Bienestar.

Apenas una hora antes del atentado en el metro de Bruselas, el hermano de Jalid, Brahimi al-Bakraoui, junto a Faysal Cheffou se habían inmolado en el hall del aeropuerto internacional de Zaventem frente a los mostradores de Brussels Airlines y American Airlines, allí quedaron otros 11 muertos y más de un centenar de heridos que pasaron a engrosar la ya larga lista de bajas de esta guerra que solo está empezando.

No es casual que los hermanos al-Bakraoui, fueran originarios de Mollenbeck, un barrio deprimido en el oeste de la periferia de la capital belga, donde las autoridades hace tiempo habían perdido el control territorial. La enorme mayoría de sus 100 mil vecinos son de origen musulmán y de allí partieron varios cientos de jóvenes que fueron a inmolarse a las guerras de Irak y Siria jurando fidelidad al Califa Ibrahim, el jefe de Estado Islámico.

Otra de las joyas del barrio es nada menos que Salah Abdesalam, igual que varios integrantes de la aventura parisina. Abdesalam, hasta ahora el ideólogo y líder de los atentados de Paris de noviembre último, fue a Mollenbeck para refugiarse después que se negó al martirio. Desde entonces fueron 125 días que se mantuvo prófugo de todos los servicios de inteligencia, hasta el viernes 18 de marzo, cuándo como suelen pasar se relajan los protocolos de seguridad y finalmente se cae. Se habla mucho de la cobertura social y familiar que recibió el prófugo y muy poco de la inoperancia de la «inteligencia».

La cuestión que el terrorismo ha golpeado muy duro en Bruselas, pero el golpe ha sido de tal magnitud que todavía sigue repercutiendo la onda expansiva y nade se sabe cuánto daño terminará produciendo, no solo en el inconsciente colectivo europeo sino en las hasta poco tiempo atrás, en las sólidas bases de la Unión Europea.

¿Un nuevo Estado Fallido?

Cuando se define a un país como Estado Fallido, obviamente se piensa en naciones como Somalia, Afganistán, Irak, Libia o Eritrea, países en muchos casos en vías de disolución. Cuyas administraciones no pueden garantizar absolutamente ninguna de las obligaciones que debe cumplir un Estado respecto a sus ciudadanos. Desde la seguridad personal de sus habitantes a la educación; del resguardo de sus fronteras y bienes, a la salud pública o la mera entrega de un documento, que le otorgue una identidad a cada ciudadano.

Conociendo las realidades de las naciones nombradas, nada extraña, lo extraño sería que algo de lo dicho funcionara, por lo que categorizar de la Unión Europea de Estado Fallido, es un tanto irreverente, pero más allá de la irreverencia, ya ha empezado a mostrar señales preocupantes, muy preocupantes de encontrase en tránsito a la disolución.

En la crisis de los refugiados la U.E. ha mostrado su perfil más débil y más allá de los pactos espurios, alambicados y casi seguro inservibles con Turquía, el fondo de la crisis continuará sin cerrase. Las guerras, ya no solo la de Siria, sino en muchas de las naciones que la alianza atlantista ha elegido para llevar la «democracia», han provocado, guerras de una violencia casi desconocida. Al momento que se escriben estas líneas, por ejemplo, se conoce de un nuevo atentado en Pakistán que ha dejado cerca de 70 muertos y 300 heridos, tras el accionar de un suicida en el parque Gulshan Iqbal, de la ciudad de Lahore, en el este del país. Este nuevo atentado terminará por decidir a muchos pakistaníes más por la opción del exilio rumbo a Europa.

El continente europeo tiene hoy cerca de un millón 200 mil refugiados a la deriva, apiñados en puntos fronterizos, albergues improvisados, campos que no son más que villas miseria como la Jungla en Calais, al norte de Francia, junto al Eurotunel, el establecido en la frontera franco-belga de Grande-Synthe a las afueras de Dunkerque; sin olvidar el más reciente e ignominioso el de Idomeni, en Grecia, junto a la frontera con Macedonia. Pululan por las ciudades y las rutas vendiendo chucherías, mendigando y quizás pronto robando.

La presencia de tanto extranjero ha servido de excusa para que una sociedad que no terminó de ajustar sus cuentas pueda reflotar los viejos fantasmas del nazismo, y la buena oportunidad de encontrar en el «extraño» todas las razones de los males que sacuden a las sociedades europeas.

Considerar seriamente la suspensión del espacio Schengen, de libre tránsito de todas las naciones miembros de la U.E., que además de un gran valor práctico tiene un gran valor simbólico que conlleva todas las aspiraciones iniciales de esta Unión, es casi darse por vencidos, en el proyecto continental.

Los graves fallos en su seguridad, el descuido de sus fronteras, sin sumar a esta lista la precarización y la pérdida del empleo, el recorte en la asistencia social, la ausencia de trabajos fijos para numerosos sectores sociales, ya no solo de inmigrantes sino de población originaria, como es el caso de España, Portugal o Grecia, pone en estado de alerta la continuidad de la U.E., muchas de las naciones miembros ya solo intentan salvar su ropa, olvidado viejas promesas.

La crisis económica que comenzó en 2008 y todavía no se apacigua, sumado al disparate del bloqueo comercial a Rusia, por la cuestión ucraniana, ha terminado de arruinar a centenares de mediados y pequeños productores agrícolas de Europa occidental. La mayor alianza política-comercial está a punto de quebrarse, la crisis se profundiza y Washington, gran beneficiario de romperse la U.E. le inventó una guerra en la frontera entre Ucrania y Rusia, que aunque encapsulada, sigue viva.

El referéndum británico que se prepara para el 23 junio, donde se decide el «brexit», la continuidad o no, de las Islas en la U. E. de ser negativa la decisión podría ser el golpe final al sueño de la Unidad y podríamos empezar a considerar a la Unión Europea, como un Estado Fallido.


Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.