María nos devastó materialmente. Trump nos insultó. Es hora de exigir de pie, no de arrodillarse con la mano extendida. Todos los presidentes imperiales actúan en función de los intereses nacionales de su país. Es la naturaleza del colonialismo. Partiendo de esa inflexible norma colonial, ante la catástrofe de María, Trump reaccionó con puño de […]
María nos devastó materialmente. Trump nos insultó.
Es hora de exigir de pie, no de arrodillarse con la mano extendida.
Todos los presidentes imperiales actúan en función de los intereses nacionales de su país. Es la naturaleza del colonialismo.
Partiendo de esa inflexible norma colonial, ante la catástrofe de María, Trump reaccionó con puño de hierro, sin cubrirlo con guante de seda.
Los grandes huracanes que nos han azotado desde la invasión norteamericana en 1898 -San Ciriaco en el 1899, San Felipe en el 1928 y María en el 2017- han tenido el efecto, por su carácter traumático, de sacar a flote el subdesarrollo, la pobreza, la fragilidad institucional, la dependencia, la falta de poderes y la prepotencia imperial. Por ello, San Ciriaco y San Felipe promovieron una toma de conciencia política que se convirtió en una actitud de reclamo y de exigencia de cambio a las relaciones coloniales. Y María no será la excepción.
Luego de San Ciriaco, cuando no existía ayuda gubernamental para desastre, desde Estados Unidos llegó ayuda de beneficencia y el gobernador militar concedió una reducción en los impuestos. Había que mantener en pie el recién adquirido bastión geopolítico militar. Al mismo tiempo, devaluaron la moneda empobreciéndonos, nos amarraron dentro de su sistema tarifario y aprovecharon la devastación para adquirir las mejores tierras a precios irrisorios, convirtiéndonos durante décadas en un latifundio cañero absentista.
Ante el reto, el Partido Unión incluyó en su Programa del 1904 la Independencia y en el 1914, siendo partido de gobierno, reclamó la Independencia como su aspiración suprema, el gobierno propio como transición a la misma y desechó la Estadidad. No obstante, esos objetivos se vieron frustrados por la oposición de los intereses cañeros y por la 1ra Guerra Mundial, que remachó el interés de dominio geopolítico y militar, llevando a la imposición de la ciudadanía americana en el 1917.
Poco después en el 1928, cuando luego de tres décadas bajo la bandera americana, la pobreza y la miseria cundían, nos azotó San Felipe, que dejó al desnudo y aceleró la crisis que ya padecíamos. El Congreso autorizó un préstamo; y, la Cruz Roja -en la práctica una rama del gobierno- participó en los esfuerzos de socorro; y, posteriormente bajo el «Nuevo Trato» se destinaron cuantiosos recursos mediante la PRAA y la PRERA. Ante la Gran Depresión, Estados Unidos necesitaba rehabilitar su industria cañera absentista y su bastión. Hitler asomaba en el horizonte, la estabilidad colonial era esencial y las aportaciones eran el precio a pagar.
Otra vez Puerto Rico respondió al desafío. Surgió un vigoroso Partido Nacionalista reprimido con puño de hierro. En el 1932 el Partido Unión reconstituido como Partido Liberal, reclamó la independencia como única solución convirtiéndose en el mayor partido. En el 1938, se fundó el PPD con sus demandas sociales y su promesa de «independencia a la vuelta de la esquina».
Pero, nuevamente, por razón de la inminente 2da Guerra Mundial y la Guerra Fría que duró casi medio siglo, se imponía el interés norteamericano de mantenernos como colonia y, tras la fundación del PIP en el 1946 y la Insurrección Nacionalista del 1950, se implantó una nueva ola de represión.
Durante ese prolongado periodo se incrementaron las aportaciones federales, la colonia pasó a llamarse ELA, se abrió la pluma de la deuda, se fomentó la emigración masiva y se multiplicó la inversión norteamericana en la industria, cobijada y estimulada por un régimen de exenciones contributivas y por el entonces exclusivo acceso al mercado norteamericano.
No obstante, para finales del siglo 20, el modelo económico colonial de la postguerra se agotaba. Como demostró Vieques, el interés geopolítico y militar era cosa del pasado; el acceso exclusivo al mercado norteamericano y las exenciones contributivas federales quedaron atrás y se incrementó masivamente la deuda y la emigración. Antes de María ya Puerto Rico llevaba más de una década de depresión. La quiebra se hizo oficial con PROMESA y la Junta de Control Fiscal.
Y llegó María, y como San Felipe dejó todo al desnudo.
Por eso, luego de María, finalizada hace décadas la Guerra Fría, con una colonia rechazada por el pueblo, desprestigiada ante el mundo, quebrada e inviable y ante una economía mundial internacionalizada, Estados Unidos ha respondido de forma muy distinta a como lo hizo en épocas anteriores. Trump lo ha hecho saber. Llegará ayuda y préstamos como a Filipinas en el 2013 y a Haití en el 2010. Puerto Rico después de todo es su colonia y en Estados Unidos votan millones de boricuas. Pero, para Estados Unidos Puerto Rico ha perdido su utilidad histórica como colonia; y nadie espere ni la PRAA ni la PRERA, ni mucho menos un Plan Marshall, salvo que fuera como parte de una estrategia diseñada para promover la autosuficiencia económica y el camino hacia la soberanía propia.
Para enfrentar la crisis del sistema colonial, muchos insisten en la Estadidad alegando que lloverían los fondos federales y se incrementaría el desarrollo, como si el Congreso fuera una agencia de beneficencia y como si en Appalachia y el Delta del Mississippi hubiera desarrollo económico. Pero, para Estados Unidos aceptar un estado latinoamericano y quebrado es un contrasentido, y María ha hecho esa realidad aún más evidente.
Los amigos de la unión permanente y del «qué nos haríamos sin ellos» han reaccionado como si el colonialismo existiera para beneficio de la colonia y no del colonizador. Baste señalar que en los últimos 30 años las compañías norteamericanas sacaron ganancias de Puerto Rico por la astronómica suma de más de medio trillón de dólares, es decir, 500 mil billones de dólares; mientras el total de las transferencias otorgadas a Puerto Rico sumaban menos de 150 billones. Además, no podemos olvidar que la importación de productos norteamericanos a Puerto Rico representa para Estados Unidos más de 700 mil puestos de trabajo ni las ganancias generadas en ese país por la imposición de la ley de cabotaje. Como si fuera poco tenemos que pagarle una deuda de más de 70 billones de dólares incurrida por administradores irresponsables para mantener su colonia a flote.
¿Quién es el que le tiene que agradecer a quién?
De otro lado, para Puerto Rico, como luego de San Ciriaco y San Felipe, se abre una oportunidad histórica.
Hay que reclamar los instrumentos para nuestro desarrollo autosostenible que solo provee la soberanía nacional; para insertarnos en un mundo interdependiente, para proteger nuestro comercio, industria y agricultura, tener acceso a diversas fuentes de capital, comprar donde más barato nos vendan y acabar con las leyes de cabotaje. Es la oportunidad para instaurar un nuevo modelo de desarrollo económico, político y social. Hoy, más que nunca, la soberanía es absolutamente necesaria para empezar a construirlo. Y, por supuesto que la misma advendrá a través de un razonado proceso de transición, llana y sencillamente porque eso es lo que le conviene a ambas partes.
Luego de San Ciriaco y San Felipe, la liberación no se dio porque era contraria a los intereses de los Estados Unidos. Ahora es la única alternativa compatible con los intereses de esa nación.
Es el momento para reagrupar las fuerzas de la descolonización, la puertorriqueñidad, la soberanía y la independencia. Basta de la sumisión que invita al desdén imperial. Jamás olvidemos que lo que se ha hecho en Puerto Rico lo hemos hecho nosotros mismos con esfuerzo y trabajo. Hay que darse a respetar exigiendo nuestra liberación.
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