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De un «invierno de nuestro descontento» a otro: para el veinticinco aniversario de la batalla de Orgreave

Fuentes: Rebelión

Camino por las calles las galerías comerciales Rostroscon las cicatrices de la batalla del consumo Pobreza sin dignidad Pobreza sin la dignidad del cuchillo de la llave inglesa del puño.Heiner Müller Este 2009 se conmemoran muchas cosas. Algunas de las que habían de celebrarse por todo lo alto necesariamente se verán obligadas a reducir el […]

Camino por las calles las galerías comerciales Rostros
con las cicatrices de la batalla del consumo Pobreza
sin dignidad Pobreza sin la dignidad
del cuchillo de la llave inglesa del puño.
Heiner Müller

Este 2009 se conmemoran muchas cosas. Algunas de las que habían de celebrarse por todo lo alto necesariamente se verán obligadas a reducir el tono triunfal con que se habían planificado. Ése será, sin duda, el caso de los sesenta años de la OTAN y el de los veinte de la caída del Muro -y, recuérdese, del fin hegeliano de la historia-, pues, ¿con qué fanfarrias hacerlo cuando el sistema que se había propuesto reemplazarlo no está en menos bancarrota que los estados policiales del llamado «socialismo real» en el momento de su desplome, justo cuando el interés por las obras de autores anticapitalistas a quienes hasta antesdeayer mismo se declaraba muertos y enterrados y hasta el término «lucha de clases» comienza a aparecer con frecuencia incluso en los diarios más conservadores? Estas conmemoraciones en verdad no habrían de interesarnos demasiado. La misión del materialista histórico, al decir de Walter Benjamin, es la de pasar por la historia el cepillo a contrapelo. Buscar así los acontecimientos relegados al olvido, que no son otros que los que protagonizaron los oprimidos en la lucha por su emancipación. Luchas que culminaron, en su mayoría, en triunfos provisionales, cuando no en estrepitosas derrotas. No es que los objetivos estuviesen mal planteados, pues desde Marx sabemos que el verdadero resultado no consiste en el triunfo inmediato, sino la unión gradual de los trabajadores. Este año se celebran veinticinco de la batalla de Orgreave. Concretamente, el próximo 18 de junio. Pocos probablemente se acuerden en el Reino Unido, así que menos aún fuera de él, aunque fuese nada menos que el mayor despliegue de una fuerza de seguridad en toda la historia de Inglaterra, utilizada en contra de los trabajadores. Pero la efémeride puede servirnos para recordar la importancia de la existencia de sindicatos fuertes, decididos y bien organizados, de la acción industrial y de, en definitiva, que los trabajadores salgan a la calle, y proporcionarnos, de paso, alguna lección para la «primavera caliente» de protestas obreras y estudiantiles que recorrerá Europa -que ya está empezando a recorrer Europa- y de la que los disturbios griegos del pasado mes de diciembre constituyeron su présago (1) . Pues quien siembra vientos, recoge tempestades.

CONVERTID ORGREAVE EN OTRO SALTLEY

  

Los ochenta fueron, como es sabido, años de contraofensiva neoliberal. «La crisis de acumulación de capital que se registró en la década de los 1970 sacudió a todos a través de la combinación del ascenso del desempleo y la aceleración de la inflación», escribe David Harvey. «El descontento se extendió -continúa- y la unión del movimiento obrero y de los movimientos sociales en gran parte del mundo capitalista avanzado parecían apuntar hacia la emergencia de una alternativa socialista al compromiso social entre el capital y de la fuerza de trabajo que de manera tan satisfactoria había fundado la acumulación capitalista en el periodo posbélico. En gran parte de Europa, los partidos comunistas y socialistas estaban ganando terrendo, cuando no tomando el poder, y hasta en Estados Unidos las fuerzas populares se movilizaban exigiendo reformas globales así como intervenciones del Estado. Esto planteaba por doquier una clara amenaza política a las elites económicas y a las clases dominantes, tanto en los países del capitalismo avanzado (Italia, Francia, España y Portugal) como en muchos países en vías de desarrollo (Chile, México, y Argentina).» (2) La victoria electoral de Margaret Thatcher en las elecciones de 1979 en Gran Bretaña supuso el comienzo del desmantelamiento de los estados del bienestar surgidos de la posguerra, cuyas consecuencias, por todos conocidas, quedaron plasmadas en algunas de las mejores películas de Ken Loach.

  

Los diez años de administración Thatcher llevaron al Reino Unido a niveles sin precedentes de malestar social. «A medida que avanzaban los ochenta el desempleo alcanzó los tres millones, y el contraste entre los acomodados que alardeaban de su riqueza -la cultura de los ‘muchapasta’ ( Loadsamoney )- y una creciente clase marginal […] alimentó los alborotos» (3)   en un país que iba adoptando las formas de un estado policial y donde los miembros de la policía podían militar libremente en el neonazi National Front (NF) y otras organizaciones racistas, lo que llevó, por ejemplo, a que los jóvenes negros tuvieran 35 posibilidades más de ser detenidos y cacheados por la policía que los jóvenes blancos. Las detenciones injustas y la segregación racial terminaron provocando disturbios en los barrios de inmigrantes de las principales ciudades del Reino Unido. En ellos los manifestantes erigieron barricadas, incendiaron automóviles y comercios, y repelieron a la policía con piedras y material de construcción. En algunos de estos enfrentamientos los policías recibieron tal lluvia de cócteles molotov que los escudos antidisturbios terminaron por derretirse. Los disturbios de Brixton se saldaron con 401 policías y 48 manifestantes heridos -el número probablemente fuese mayor, ya que muchos de ellos no acudieron a los hospitales por miedo a ser detenidos-, 257 arrestos y unos daños estimados en 4’75 millones de libras; los de Toxteth con 355 policías y 132 manifestantes heridos, 244 arrestos y unos daños estimados en 4.675 libras; los de Broadwater Farm con 163 policías heridos (siete de ellos por disparos de perdigones) un bombero y 17 manifestantes, y un policía muerto. El impacto en la opinión pública de disturbios en Brixton, Toxteth y Broadwater Farm llevaron a la aprobación de una ley en 1985, la Police and Criminal Evidence Act, que restringió el número de situaciones por las que una persona podía ser detenida por la policía, y la discriminación racial se convirtió en motivo de expulsión inmediata del cuerpo. Pero también -conviene recordarlo- la mejora del equipo y las tácticas de la policía antidisturbios, a partir de las utilizadas por la policía de Hong Kong y otras fuerzas coloniales. «La promesa de Margaret Thatcher de 1979 de traer armonía al país se convirtió en una broma» (4) . Partidos como el Socialist Workers’ Party (SWP) y organizaciones como Class War defendían abiertamente la acción directa y diseñaban las manifestaciones para enfrentarse físicamente con la policía o la extrema derecha (5) . Esta escalada de violencia culminó con los disturbios contra la poll tax en Londres el 31 de marzo de 1990, que se saldó con más de 400 heridos y un número mayor de detenidos, y cuyas consecuencias podrían haber sido todavía peores: en el 2006 el gobierno británico desclasificó unos documentos que revelaban que la policía, creyendo haber perdido el control de la situación, ordenó abrir fuego contra los manifestantes, orden que no fue efectuada por un fallo en las comunicaciones. Los historiadores concuerdan en que estos disturbios causaron finalmente la caída de Margaret Thatcher.

  

En los diez años que mediaron ambos sucesos, Thatcher «también entabló un combate de altura con su contrario ideológico, un hombre que compartía la misma visión estrecha y que, como Thatcher, pero en el otro campo armado, era idolatrado por la mayoría de sus tropas. El resultado fue una tragedia para los mineros, para las comunidades mineras y para el país.» (6) La némesis de Thatcher se llamaba Arthur Scargill y era el presidente de la National Union of Mineworkers (NUM), el sindicato nacional de la industria minera. Minero originario de Barnsley, hijo a su vez de un minero afiliado al Partido Comunista de Gran Bretaña, Scargill obtuvo la presidencia de la NUM en los 80, avalado por el éxito de su organización, durante la huelga general de 1972, del piquete de Saltley Gate, una minería de coque del West Midlands, en la que 12.000 trabajadores consiguieron detener la producción de la factoría impidiendo la entrada de los camiones encargados de transportar el carbón, después de enfrentarse a 1.000 policías. La táctica de Scargill -entonces un joven de 33 años- para superar numéricamente a los policías se basó en el uso eficaz de piquetes móviles ( flying pickets ), esto es, traídos de otros puntos del país (en ocasiones también de otras ramas de la industria) para paralizar una factoría clave en la cadena de producción y multiplicar los efectos del paro laboral. El éxito de Saltley fue clave en la victoria de la huelga general de 1972. Como recoge Ian Hernon, a «mediados de febrero, 1’4 millones de trabajadores detuvieron su actividad, las reservas de energía eléctrica fueron reducidas al mínimo y doce de las principales estaciones generadoras fueron cerradas. La NCB [National Coal Board] y el gobierno se hundieron. La magnitud de la humillación a [Ted] Heath hubo de ser admitida por una de sus jóvenes ministras, Margaret Thatcher.» (7) Dos años después, el gobierno conservador de Ted Heath, al que los sindicatos no dieron tregua, y empezando a sentir las primeras repercusiones de la crisis del petróleo del 73, convocó elecciones y las perdió. Ahora, cuando Thatcher -quien, sobre el cadáver de la administración Heath, había jurado vengarse de los sindicatos- se disponía a privatizar las grandes compañías públicas (la mayoría de las cuales, nacionalizadas con el gobierno laborista de Clement Attlee) y utilizar las crecientes colas del paro como método para mantener las demandas salariales bajas y desalentar las protestas, Scargill «creyó que su propia militancia, y la de los mineros, habían hecho caer a un gobierno tory en una ocasión y podían volver a hacerlo de nuevo.» (8)

  

Ciertamente la del carbón era una industria en declive. «Durante los 50 y los 60 el petróleo barato procedente de Oriente Medio empezó a inundar el mercado, British Rail cambió sus locomotoras de vapor por otras de diesel, los hogares cambiaron su calefacción central por una a combustible, se extraía gas en el Mar del Norte y se construyeron centrales nucleares.» (9)   A lo anterior habíanse de sumar la adquisición de grandes cantidades de carbón barato a países como Colombia (10) , un estado paramilitar donde los sindicatos son virtualmente inexistentes y sus dirigentes asesinados por sicarios. Thatcher aprovechó este contexto favorable para declarar una guerra sin cuartel a los sindicatos y liquidarlos, un plan que venía ideando desde 1975, cuando trazó un proyecto para enfrentarse a la NUM, el principal sindicato del país. «El plan incluía la acumulación de grandes stocks de carbón, alentar la contratación de conductores no sindicados de empresas de transporte, yugular las cajas de resistencia de los mineros y crear grandes unidades móviles de policías (PSUs) para aplastar a los piquetes móviles.» (11) Y eso es exactamente lo que hizo. El objetivo del plan no era otro que quebrar la columna vertebral del trabajo en el Reino Unido, pues, como afirma el ex minero David Douglass (NUM), «[n]unca se trató de una industria minera poco rentable. Teníamos la industria minera más moderna del mundo. Teníamos frentes de explotación del carbón con cinco personas en ellos apretando botones y operando maquinaria para su extracción. Sí, sucio y negro y peligroso, pero no eran las viejas unidades mineras equipadas con un pico y una pala, ésta era la industria más moderna del mundo. La mayor ironía de todo ello es que todo el equipo fue simplemente abandonado y enterrado.» (12) Scargill, por su parte, no consiguió igualar el pensamiento estratégico de su rival y «aparentemente no supo ver que una una huelga minera que empezase a finales del invierno, con montañas de reservas carbón ya apiladas, y sin ninguna votación para asegurar la unidad del sindicato, estaba condenada a fracasar.» (13)

  

Todo empezó cuando Scargill hizo públicos unos documentos filtrados de la NCB que listaban el cierre de 75 minas. «La NCB reconoció que los documentos eran auténticos, pero que no se trataban más que de un «sumario de trabajo».» (14) El encargado de ejecutar la tarea sería Ian McGregor, nombrado presidente de la NCB en septiembre del año anterior. McGregor, de setenta años, era un banquero estadounidense de origen escocés, «previamente traído por el Partido Conservador para ‘recortar pérdidas’ en otras industrias nacionalizadas: primero British Leyland, después British Steel. Su método invariablemente implicaba sustanciales pérdidas de trabajo y conflictos con los sindicatos. Tras su nombramiento en la Coal Bord inmediatamente trató de rechazar el plan de desarrollo existente para las minas y siguió con los cierres de pozos. En respuesta, mineros de todo el Reino Unido unido prohibieron en 1983 las horas extras y en marzo de 1984 comenzaron la huelga» (15) , aunque ésta, como se ha avanzado ya, no contó con el apoyo de la sección de Nottingham. En respuesta, «en Nottingham la actividad de los piquetes fue violenta, ya que huelguistas procedentes de Yorkshire y el sur de Gales trataron de imponer la huelga en una zona que estaba claramente en contra de ella. El primer objetivo, la mina de carbón de Harworth, hubo de cerrar cuando aparecieron 200 mineros, superando en número a los 12 policías de servicio. Los hombres, furiosos, votaron ir al día siguiente a desafiar a la ‘chusma de Yorkshire’, pero cambiaron de idea cuando vieron 450 mineros en huelga avanzar por la carretera hacia las puertas de su mina.» (16) Sólo en la primera semana, los piquetes móviles consiguieron que de las 83 minas abiertas al comienzo, sólo 29 operasen con normalidad. (17)

  

Thatcher ordenó movilizar a todas las unidades posibles del país para destinarlas al condado de Nottinghamshire. También ordenó que se le enviase un informe diario detallando todas sus operaciones. Mientras tanto, más y más piquetes iban llegando a la zona. Y, en «un ejemplo de poder estatal nunca antes visto en tiempos de paz, la policía detuvo y retuvo autobuses y automóviles sospechosos de transportar huelguistas a pozos mineros distantes. Incluso el tráfico del túnel Dartford bajo el Támesis fue interrumpido. Partes enteras de Nottinghamshire se convirtieron en zonas prohibidas, con los visitantes siendo detenidos por la policía en los controles de carretera.» (18) Por su parte, la «determinación de los mineros fue fortalecida por la magnitud desproporcionada de la operación policial. Veían a la policía como un ejército de ocupación. Agentes de todo el Reino Unido fueron movilizados a una escala paramilitar y hasta 4.000 hombres acomodados en barracones locales. La huelga les proporcionó la primera oportunidad, fuera de Irlanda del Norte, de probar las nuevas tácticas de orden público y el material antidisturbios que les habían proporcionado tras los disturbios en Brixton. Durante dos años la mayoría de los cuerpos policiales habían enviado a sus hombres a entrenarse en campamentos militares y algunos oficiales han admitido la subida de adrenalina que suponía estar en una unidad paramilitar con prácticamente un cheque en blanco para imponer su voluntad sobre ‘el enemigo’.» (19) Durante el entrenamiento para Orgreave, se dijo a los policías que los mineros «no podían lanzar piedras con los brazos rotos» y aunque «no lo dijeron, […] dieron a entender que no nos preocupásemos demasiado sobre las acusaciones de agresión que pudiesen hacer en contra nuestro», según ha relatado Mac McLoughlin, antiguo policía del condado. (20) En efecto, como escribe Naomi Klein, «Thatcher proyectó el enfrentamiento como una continuación de la guerra contra Argentina que requería de una solución similarmente brutal. En unas famosas declaraciones, Thatcher dijo: «Tuvimos que luchar contra el enemigo exterior en las Malvinas y ahora tenemos que luchar contra el enemigo interior, que es mucho más difícil de combatir pero que resulta igualmente peligroso para la libertad.» […] Según documenta Seumas Milne, periodista del Guardian , en su relato definitivo de la huelga, The Enemy Within: Thatcher’s Secret War against the Miners , la primera ministra presionó a los servicios de seguridad para que intensificaran la vigilancia que realizaban sobre el sindicato y, en concreto, sobre su militante presidente, Arthur Scargill. El resultado fue «la operación de contravigilancia más ambiciosa jamás organizada en Gran Bretaña». En el sindicato se infiltraron múltiples agentes e informadores y se instalaron micrófonos ocultos en todos sus teléfonos, en los domicilios privados de sus dirigentes e, incluso, en el establecimiento de fish and chips que éstos frecuentaban para almorzar. […] Nigel Lawson, ministro de Economía británico durante la huelga, explicaría más tarde que el gobierno Thatcher consideraba que el sindicato era su enemigo. «Era como si nos armáramos para hacer frente a la amenaza de Hitler a finales de los años treinta», dijo Lawson una década después.» (21)

  

La huelga fue recrudeciéndose. Los esfuerzos de la NUM por extender la huelga a la industria acerera se encontraron con la negativa de su sindicato. Entonces Scargill pensó en repetir Saltley. Su objetivo sería paralizar, pues, la producción de la planta de coque de Orgreave, concentrando a todos los piquetes procedentes de Nottingham en la población. Otros sindicalistas mostraron sus reticencias a la apuesta de Scargill a una sola carta, pero terminaron aceptando. «Convirtamos Orgreave en otro Saltley» ( Turn Orgreave Into Saltley ) fue la consigna. Orgreave, como recuerda Douglass, «se convirtió en el campo de batalla. Cuando empezó la batalla y la gente empezó a ser herida y el tío de al lado llegaba con la cabeza abierta, por supuesto nos metimos en Orgreave más y más cada día que íbamos allí.» (22) «Los primeros convoys llegaron el 23 de mayo -relata Ian Hernon- y durante tres semanas reinó el caos. Desde el punto de vista de los huelguistas el principal problema era la localización de Orgreave en pleno campo. Las carreteras llegaban a él desde dos direcciones diferentes y había espacios abiertos ideales para aparcar y reunir vehículos. El principal acceso era por carretera o atravesando un puente que la policía podría fácilmente sellar. Y había una gran presencia policial. Scargill cometió el error más elemental de liderazgo.» (23)

  

El desplazamiento de los piquetes hasta las zonas en que habían de actuar fue vigilado de un modo propio de un estado policial. Según el antiguo minero Johnny Wood, «con el tiempo, tratar de coger a los piquetes se convirtió en el juego del ratón y el gato, por eso nuestra primera inversión era un buen mapa de carreteras, de modo que pudiésemos llegar por carreteras secundarias. Los ‘titheads’ [literalmente: ‘cabezas de teta’, por la forma del casco de los bobbies ] siempre estaban en las carreteras principales, así que iríamos a Nottingham por carreteras secundarias. Pero muchos de los compañeros continuarían empleando las principales autopistas, así que los ‘titheads’ no sabían cuántos de nosotros iban llegando, ¡lo que les mantenía muy ocupados! […] Después, durante la huelga, solíamos conducir al objetivo con nuestros propios coches. Si había controles de carreteras cuatro o cinco millas antes de llegar a la mina, nos agachábamos en la parte trasera de los coches o de las furgonetas de manera que sólo el conductor pudiese ser visto por los ‘titheads’, o íbamos a montar el piquete por la tarde, para mantener a la policía ocupada.» (24)

  

El primer enfrentamiento serio tuvo lugar el 28 de mayo, cuando «1.800 huelguistas se enfrentaron a 1.500 policías. Se produjo un auténtico caos. La policía usó perros y caballos, cargas con porras y escudos antidisturbios. Los huelguistas utilizaron todo tipo de proyectiles y desplegaron verjas de hierro a través de la carretera para impedir el avance de los caballos de la policía. Treinta y cinco camiones llegaron a la planta para cargar carbón. Los huelguistas se avalanzaron hacia ellos, cubiertos por una cortina de misiles y petardos. La policía cargó contra ellos con porras largas y escudos. El convoy consiguió atravesar el piquete. Cuando los camiones regresaron para cargar por segunda vez, la policía dispersó a los huelguistas por los campos adyacentes. Sesenta y cuatro personas resultaron heridas y 84 detenidas […] Al día siguiente llegaron 3.000 manifestantes. Un poste telegráfico fue utilizado como rudimentario ariete contra la policía. Se tendieron cables a lo largo de la carretera para obligar a la policía a descender de sus caballos. Una caseta prefabricada fue primero utilizada como barricada y después incendiada. […] Enfrentamientos constantes en los cuales se incendió una cabaña, se lanzaron piedras a la policía y a los camioneros, se lanzó rodando un poste telegráfico contra las líneas de la policía, y en los que otras tácticas fueron empleadas con escasa fortuna, no consiguieron detener ni a un solo camión de Orgreave. Scargill planeó el mayor piquete de masas para la disputa el 18 de junio. Toda su reputación estaba en juego.» (25)

   

LA BATALLA

  

Orgreave amaneció el 18 de junio con toda una demostración de fuerza por parte de los obreros, cuando «a las tres de la madrugada […] 50 huelguistas demolieron muros y lanzaron ladrillos contra la planta. Un desguace fue registrado en busca de materiales para construir barricadas. Cientos de ellos dejaron sus autobuses en la ciudad de Sheffield y marcharon a pie hasta Orgreave. A las nueve de la mañana había 10.000 huelguistas enfrentándose a 8.000 agentes de policía, más hombres de los que jamás habían pertenecido a una misma fuerza en la isla, a excepción de Londres.» (26) Más o menos por esa hora Scargill fue encontrado en una barricada en llamas, sujetándose la cabeza en claro estado de shock . Fuese cual fuese la razón -Scargill dijo haber sido golpeado con un escudo antidisturbios por un policía, ésta sostuvo que se resbaló, algunos testimonios afirman que recibió una piedra procedente de su propio campo-, el suceso enfureció todavía más a los mineros: «Se utilizaron coches para el desguace, rocas y una pesada viga para construir una barricada para detener a los camiones. Stan Orme, presidente del Partido Laborista Parlamentario, dijo: «Me recordaba a Enrique V, con las líneas de los ejércitos a ambos lados de la colina.»» (27)   David Douglass, curiosamente, también coincide en la metáfora militar: «en términos estratégicos era como la escena de La carga de la brigada ligera , con la caballería a este lado, los caballos a su lado, y filas y filas y filas de personas con los escudos antidisturbios largos, y los grupos de policías cuyo objetivo es detener a los alborotadores ( snatch-squads ) detrás de ellos y toda la cosa preparada.» (28) 

Durante dos horas se mantuvieron esas posiciones y se cruzaron los insultos: algunos policías cantaron canciones como Arthur Scargill pays our Mortgage ( Arthur Scargill paga nuestra hipoteca ) (29)   y se referían a los mineros como «basura» ( scum ), «comunistas hijos de puta» ( communist bastards ) y «el enemigo» ( the enemy ) (30) . Los mineros, por su parte, respondieron a estas provocaciones y a las primeras cargas policiales con todo lo que encontraron a mano. Según el testimonio de Mac McLoughlin, «en Orgreave, a nosotros -la Policía- nos lanzaron piedras, ladrillos, rocas, botellas, patatas atravesadas con clavos (o con cuchillas de afeitar dentro), nos arrojaron rodando un poste telegráfico y un neumático de camión en llamas. Algunos intentaron lanzarnos cócteles molotov, nos lanzaron bengalas y también diferentes tipos de petardos y cohetes y fuegos artificiales. En un par de veces incluso fuimos disparados con fusiles de aire comprimido por hombres con pasamontañas. (Estaba seguro de que antes o después iban a utilizar una ballesta.) A medida que pasaron los días, todo esto creció en intensidad.» (31) 

Anthony Clement, al mando de la policía en Orgreave, hizo desplegar las unidades de escudos largos, pero cuando llegaron los primeros camiones para recoger el carbón los mineros se lanzaron en masa al grito de «HERE WE GO! HERE WE GO! HERE WE GO!» contra el cordón policial para atravesarlo. «Si un minero tenía la desgracia de ser arrestado y arrastrado tras las líneas policiales, a menudo recibía bofetadas y patadas en el culo mientras era llevado sujetándole la cabeza hasta el edificio que se empleaba como centro de procesamiento.» (32) Tras varios intentos, la policía decidió ordenar la carga de los caballos contra los manifestantes, seguida de la de la policía antidisturbios, forzando a los mineros a retroceder hasta el puente. La policía golpeaba sus escudos mientras avanzaba, tras las sucesivas cargas de caballos, como si de guererros zulú se tratasen. Muchos de los mineros, en su huída, cruzaron las vías del ferrocarril en dirección al pueblo, sin que nadie resultara miraculosamente herido. Otros, más cerca de los suburbios, consiguieron abrir un garaje, sacar tres vehículos e incendiarlos para formar una barricada (33) . Poco podían hacer los mineros, que habían llegado al lugar sin la intención de enfrentarse abiertamente a la policía y vistiendo camisetas y pantalones vaqueros, frente a miles de policías antidisturbios bien pertrechados y entrenados. «Los mineros no son soldados, no siempre hacen lo que se les dice y se comportan de una manera bastante espontánea según cómo se sienten. Así que cuando volvíamos para intentar traerlos y que hicieran la parte que les tocaba, no querían hacerlo. Así que en vez de eso, todos se fueron hacia las puertas y se arrojaron contra los escudos de la policía y lucharon en la batalla campal más heroica y sangrienta ante la puerta trasera. Allí hubieron de luchar mucho más duramente de lo que lo hubieran hecho de haber estado donde les dijimos que estuviesen. Por alguna razón no les gustaba estar en la parte de atrás, se sentían mejor y más cómodos luchando a su manera a campo abierto. Se fue convertiendo en algo más parecido a una lucha de tipo guerrilla. Los piquetes de masas nunca volvieron a ocurrir después de Orgreave.» (34) Clement decidió ordenar la entrada de la policía a caballo en Orgreave, la cual, fuera de control, arremetió contra mineros y habitantes por igual. 

Al finalizar el día, «hubo 93 arrestos. Setenta y dos policías resultaron heridos, pero la estimación de que había habido 51 heridos en el otro campo resultaba del todo punto risible.» (35) No se consiguió detener la producción: Scargill se lo había jugado todo a una carta y perdido. Los medios de comunicación trataron a los mineros, trabajadores honrados que luchaban por sus puestos de trabajo, de meros alborotadores. Según Tony Benn, miembro del parlamento por el Partido Laborista (del cual constituye su ala izquierda, o ‘Old Labour’) entre 1984 y el 2001, los empleados del equipo técnico de la BBC recibieron la orden de montar al revés el material de archivo de Orgreave para presentar la brutalidad policial como una respuesta al lanzamiento de piedras, cuando éste tuvo lugar sobre todo como respuesta a las sucesivas cargas. La BBC pidió, muchos años después, oficialmente disculpas por carta el 3 de julio de 1991, aunque atribuyó el fallo en el montaje a un fallo humano. 

Perdida la batalla de Orgreave, en la que la NUM tantas esperanzas había depositado, comenzó una penosa marcha hacia la derrota. Scargill trató de reducir el radio de acción de los piquetes, buscando forzar una negociación con el gobierno. No sirvió de nada. El agotamiento de las cajas de resistencia empujó a muchos mineros a votar en contra del mantenimiento de la huelga. Los piquetes en activo se sumieron en la tragedia de los grupos militantes cuya actividad no tiene ninguna incidencia práctica en la realidad social y se vuelca hacia su interior, y que a la postre sólo consigue alimentar la represión policial sobre el conjunto de fuerzas de izquierda. «Cerca de Silverwood un convoy de cuidadores de perros fue emboscado, dos furgonetas volcadas, y un policía quedó inconsciente de un golpe. Su perro se trastornó, atacando a los piquetes y a la policía por igual. […] En los piquetes de todo el país los mineros que regresaban al trabajo fueron recibidos con una orgía de violencia. Los piquetes entraban en los edificios de la mina, rompían todo el lugar, arrojaban gasolina en las carreteras, talaban árboles y postes eléctricos, arrancaban cables de electricidad e incendiaban vehículos.» (36) También los ataques a los esquiroles se volvieron más violentos: «Michael Fletcher, un minero que siguió trabajando en Airedale, West Yorkshire, fue perseguido hasta su hogar por una banda de enmascarados y brutalmente golpeado con bates de béisbol en su comedor, mientras su mujer embarazada y sus dos hijos pequeños se acurrucaban en las habitaciones de arriba, oyendo sus gritos. La peor acusación, la de asesinato, se produjo tras la muerte, el 30 de noviembre, de David Wilkie, conductor de un minitaxi que llevaba a un minero a la mina de Merthyr Vale cerca de Aberfan. Un bloque de cemento arrojado desde el puente de una autopista por dos huelguistas atravesó el cristal y el techo de su vehículo. Los culpables fueron acusados de asesinato y sentenciados a 20 años de prisión.» (37) El resto de sindicatos, incluso los que habían respaldado hasta aquel momento a la NUM, retiraron su apoyo, asqueados por la espiral de violencia en que había entrado la huelga, y que aún hubo de ser superada por la de la policía: en una manifestación en Manchester los policías atravesaron la casa de más de un particular, rompiendo muebles y ventanas y persiguiendo a los piquetes hasta los jardines traseros en los que se refugiaron (38)

Hacia finales de noviembre «se habían efectuado 8.460 detenciones, 7.100 personas habían sido acusadas, y 2.740 habían sido condenadas en los 3.483 juicios que se celebraron. Scargill fue multado con 250 libras, más 750 libras por dos cargos de obstrucción a la policía.» (39) La huelga estaba completamente perdida (en marzo el 95% de los mineros había vuelto al trabajo) y la división del sindicato se hizo más profunda (meses después se consumaría una escisión), pero prosiguió hasta 1985. No hubo amnistía para los 700 mineros con cargos. «No habría libertad ni orden en el Reino Unido si permitiésemos la violencia.», declaró cínicamente Margaret Thatcher (40) . Los costes de la huelga, con todo, habían sido mayúsculos: 

«En términos económicos, el coste para la nación había sido elevado. El canciller Nigel Lawson reveló que la huelga había aumentado el gasto público 2’75 mil millones de libras, sumado pérdidas de 1’85 mil millones a la NCB, empeorado la balanza de pagos 4 mil millones, y reducido la producción de la economía británica un 1%. El coste para otras industrias nacionalizadas también fue considerable: British Steel, 30 millones de libras; British Rail, 250 millones de libras, y la industria eléctrica, 2’2 mil millones de libras. Las multas y los costes por embargos y suspensión de pagos costaron a la NUM más de 1’4 millones de libras. La actuación policial durante la huelga había costado casi 240 millones de libras. Policías de 42 cuerpos habían trabajado un total de cuarenta millones de horas extra. El despliegue medio diario fue de 3.000 agentes, aumentando hasta los 8.000 diarios durante el punto álgido de la huelga. Los policías heridos alcanzaron los 1.392, de los cuales el 10% precisó tratamiento hospitalario y 85 de ellos fueron diagnosticados como graves. […] La NUM recibió un mejor trato en los tribunales. Durante la huelga hubo 8.810 detenciones, pero sólo 4.318 condenas por penas que iban desde el asesinato hasta la embriaguez. De los cargos inicialmente presentados, 4.170 fueron por quebrantamiento del orden, 1.682 por obstrucción y 1.019 por daño criminal. Pero la fiscalía se vio en serios problemas para convencer a los jurados del comportamiento ilegal de los mineros. Trece de ellos, acusados de disturbios en las afueras de la sede de la NUM en Yorkshire en junio de 1984, fueron absueltos por un jurado de Sheffield. La Corona retiró su acusación contra 14 mineros de Yorkshire acusados de disturbios y reunión ilegal en Orgreave. La acusación de 87 mineros más fue retirada poco después. En Nottingham, un jurado absolvió a ocho hombres acusados de alteración del orden público en la mina de Mansfield, y los casos contra 135 más fueron retirados después de que la mayoría aceptase quedar bajo apercibimiento durante un año. Fue un pequeño consuelo.» (41)

 Las consecuencias eran predecibles. El cierre de minas continuó (la propia planta de Orgreave, cuyos trabajadores habían decidido no secundar la huelga, fue clausurada y demolida poco después) y superó los peores pronósticos de Scargill, y no cesó hasta el último gobierno de John Major. La NUM se desplomó. Y con ella los demás sindicatos, pues «si Thatcher había estado dispuesta a todo con tal de hundir la moral de los mineros del carbón -de quienes dependía la iluminación y la calefacción del país-, los sindicatos menos poderosos de otros sectores que no producían bienes y servicios tran cruciales se suicidarían directamente si decidían enfrentarse al nuevo orden económico de la primera ministra. […] Thatcher se valió de sus victorias sobre los argentinos y sobre los mineros para imprimir un gran salto adelante a la aplicación de su programa económico radical. Entre 1984 y 1988, el gobierno privatizó, entre otras empresas, British Telecom, British Gas, British Airways, la British Airport Authority y British Steel, y vendió su participación en British Petroleum.» (42) Ken Wyatt, que entonces trabajaba como asistente sanitario en una ambulancia en Orgreave, describe la degradación socioeconómica de las zonas mineras:   

«El desempleo empezó a crecer y crecer por toda la zona minera de South Yorkshire. Algunos pueblos debían toda su existencia a la mina local. Antes de que se abriesen las minas, nada existía en estas áreas salvo la actividad agrícola. Las compañías mineras construyeron casas, proporcionaron instalaciones deportivas, ayudaron a financiar clínicas y clubs para el bienestar de los mineros y de sus agentes. En cierto modo, estas comunidades se convirtieron en feudos de los propietarios de las minas y, tras su nacionalización, de la National Coal Board. Los hijos de los mineros tradiconalmente se convertían ellos mismos en mineros. Después de los cierres, un gran número de casas fueron vendidas a menudo a dueños absentistas, con frecuencia de ultramar. Otras propiedades quedaron en manos de sus inquilinos, que se encontraron con que el mantenimiento de sus propios hogares se había convertido en una carga. Se construyeron muchas casas con métodos y materiales inadecuados, que después se clasificaron como defectuosas y no hipotecables. Algunas necesitaron un enorme trabajo para ser restauradas, mientras que otras hubieron de ser demolidas. Los clubs de bienestar de los mineros comenzaron a sufrir cuando sus ingresos desaparecieron con el cierre de minas. Se dejó que las comunidades mineras se derrumbasen, vivieran en casas que se derrumbaban y con una salud que también se derrumbaba. Ningún otro estado moderno económicamente desarrollado hubiera permitido que el principal foco de una gran zona de actividad laboral fuese arrancado de aquel modo sin tener nada para reemplazarlo. ¿Dónde estaban las estrategias para la recolocación, la diversificación, la reestructuración, el apoyo social y de la comunidad? Algunas personas dedicadas realizaron nobles esfuerzos, pero no hubo suficientes recursos para afrontar la enorme tarea que se les presentaba. Que comenzase una espiral descendiente de exclusión social era inevitable, especialmente entre los más jóvenes, cuyas perspectivas de conseguir un trabajo se convirtieron en escasas. Con el cierre de las minas vino la recesión en la industria metalúrgica, los recortes en los servicios públicos y una actividad reducida en el sector industrial y servicios. El aprendizaje se convirtió en algo tan raro como la fabricación de mecedoras.» (43)

Lo cual lleva también a Douglass a preguntarse retóricamente: «Todos aquellos esquemas de regeneración de los yacimientos, inversiones europeas para el acero y el carbón, inversiones procedentes de la Lotería y todo eso… ¿dónde está?» (44)

Como afirma Ian Hernon, «el ladrillo y el cóctel molotov no deberían nunca, al menos en teoría, ser el sustituto de una protesta legítima o de la democracia parlamentaria. Pero tampoco la porra y los cascos de los caballos deberían ser una herramienta legítima de gobierno. Los disturbios, no obstante, han sido un motor del cambio social» (45)   incontestable. No sólo en Europa occidental: países del sureste asiático como Corea del Sur (46) pueden atestiguarlo. Sólo en el Reino Unido se cuentan por varios los ejemplos. La batalla en Cable Street (47), Londres, de 1936, en la que socialistas, comunistas y obreros judíos levantaron barricadas en el East End y se enfrentaron, bajo la consigna de NO PASARÁN, a unos 3.000 camisas negras de la British Union of Fascists (BUF) y a la policía que los protegía, consiguió que el gobierno aprobase una ley prohibiendo las camisas negras y uniformes en manifestaciones, los discursos que incitasen al quebrantamiento de la paz y el entrenamiento de fuerzas paramilitares, contribuyendo decisivamente al viraje antifascista de la opinión pública y la derrota electoral de la BUF en 1937. Los disturbios en Brixton, Toxteth y Broadwater Farm hicieron que la discriminación racial en la policía se considerase motivo suficiente para la apertura de un expediente disciplinario al agente. La revuelta contra la poll tax (48) terminó con la derogación de la ley.

Aquel «invierno de nuestro descontento» no se tornó en verano con el sol de York. ¿Lo hará ahora?

   

NOTAS

  

(1) Peter Popham, «Preguntas y respuestas en torno a la gran cuestión: ¿va camino de agravarse la incipiente protesta político-social de las poblaciones trabajadoras europeas?», Sin Permiso, 1 de febrero del 2002 < http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2327 >

(2) David Harvey, Breve historia del neoliberalismo (Madrid, Akal, 2005) , p. 20

(3) Ian Hernon, Riot! Civil Insurrection From Peterloo to the Present Day (Londres, Pluto Press, 2006), p. 211

(4) Ibid., p. 218

(5) Véase la comparación de Tony Cliff entre la francesa SOS Racismo y la británica Anti-Nazi League en El marxismo ante el milenio , capítulo 8: «L’agost del 1977 el NF organitzà una marxa a Lewisham, una localitat del sud-est de Londres amb una gran població negra. El SWP hi dugué 2.000 dels seus militants i mobilitzà localment uns altres 8.000 obrers i joves, principalment negres, amb els quals trencaren el cordó policial i aturaren físicament la marxa feixista. […] La nostra política de combatre el feixisme era bidireccional: atacar les rates i atacar les clavegueres on les rates es multipliquen. […] Així doncs, com explicar la diferència entre els destins del FN i del NF? Hom ha de mirar-se l’element subjectiu. A Gran Bretanya tenim l’ANL. A França la principal organització contra els nazis ha sigut SOS Racisme. Aquesta organització és la cua del Partit Socialista. El seu dirigent, Harlem Desir, es contrari a la «confrontació» amb el FN, ja que això «jugarà en favor de Le Pen». S’adreça a l’opinió pública per desarrelar el racisme i espera una contribució igual de les organitzacions d’esquerres que les de dretes. Tot i que SOS Racisme convoca manifestacions, aquestes no es dissenyen per enfrontar-se físicament al FN.» < http://www.marxists.org/catala/cliff/2000/millenium/chap08.htm >. Para una historia de Class War en castellano, Stewart Home [1988], El asalto a la cultura. Corrientes utópicas del letrismo a Class War (Barcelona, Virus, 2002), cap. 17

(6) Ian Hernon, op. cit., p. 218

(7) Ian Hernon, op. cit., p. 220

(8) Ibid.

(9) Ibid., p. 218.

(10) Jeremy Deller, The English Civil War – Part II: Personal accounts of the 1984-85 miners’ strike. (Londres, Artangel, 2001), p. 18 (11) Ian Hernon, op. cit., p. 220

(12) Jeremy Deller, op. cit., p. 19

(13) Ian Hernon, op. cit., p. 236

(14) Ibid., p. 222

(15) Jeremy Deller, op. cit., p. 110

(16) Ian Hernon, op. cit., p. 224

(17) Ibid., p. 224

(18) Ibid., p. 225

(19) Ibid.

(20) Jeremy Deller, op. cit., p. 58

(21) Naomi Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre (Barcelona, Paidós, 2007), p. 187

(22) Jeremy Deller, op. cit., p. 11

(23) Ian Hernon, op. cit., p. 227

(24) Jeremy Deller, op. cit., p. 71

(25) Ian Hernon, op. cit., pp. 227-228

(26) Ibid., p. 228

(27) Ibid., p. 229

(28) Jeremy Deller, op. cit., p. 12

(29) Jeremy Deller, op. cit., p. 93

(30) Ibid., p. 48

(31) Ibid., pp. 50-51

(32) Ibid., p. 50

(33) Ian Hernon, op. cit., p. 230

(34) Jeremy Deller, op. cit., p. 18

(35) Ian Hernon, op. cit., p. 230

(36) Ibid., p. 232

(37) Ibid., p. 233

(38) Ibid., p. 231-232

(39) Ibid., p. 233

(40) Ibid., p. 234

(41) Ibid., pp. 234-235

(42) Naomi Klein, op. cit., p. 188

(43) Jeremy Deller, op. cit., pp. 98-99

(44) Ibid., p. 22

(45) Ian Hernon, op. cit., p. 267

(46) < http://es.youtube.com/watch?v=R1dsomoX2Bg >; < http://es.youtube.com/watch?v=5YDZ5PwokfE >; < http://es.youtube.com/watch?v=7qsdvTaFskc (47) < http://es.youtube.com/watch?v=-AQDOjQGZuA >; < http://es.youtube.com/watch?v=4FuXR2wFHA0 >

(48) < http://es.youtube.com/watch?v=R3nYGoppmoA >