El diagnóstico que nos ofrece Francisco Louça sobre el momento que atraviesa la Europa postBrexit es rotundo, pero no por ello menos realista: «la Unión Europea se destruye por dentro porque es divergencia y no es Unión», «Europa está cambiando, sí, pero sus instituciones forman parte de esta deriva hacia la derecha». Un panorama que […]
El diagnóstico que nos ofrece Francisco Louça sobre el momento que atraviesa la Europa postBrexit es rotundo, pero no por ello menos realista: «la Unión Europea se destruye por dentro porque es divergencia y no es Unión», «Europa está cambiando, sí, pero sus instituciones forman parte de esta deriva hacia la derecha». Un panorama que amenaza con ir a peor porque «la pesadilla de una nueva crisis financiera está por llegar» y la pregunta solo es «cuándo llegará» y cuánto contribuirá a la descomposición de la UE tras la salida del que era su segundo mayor Estado miembro y cuando los efectos del neoproteccionismo de Trump están todavía por ver.
Ante ese diagnóstico y esas perspectivas sombrías, la receta desde arriba sigue siendo la misma: más austeridad neoliberal, pese a demostrarse que es una idea «peligrosa» (Blyth) para salir de la depresión, con una funcionalidad muy clara: «debilitar el poder de negociación de los trabajadores y de los movimientos sociales y obtener la privatización de los bienes públicos esenciales».
El Libro Blanco de Juncker
Pocos días después del inicio de este debate en Público, hemos podido conocer el Libro blanco sobre el futuro de Europa. Reflexiones y escenarios para la Europa de los Veintisiete en 2025, de la Comisión Europea, presidida por Jean-Claude Juncker. Un personaje, por cierto, sobradamente representativo del camino recorrido por el «proyecto europeo», tras haber liderado durante largo tiempo el paraíso fiscal luxemburgués y haber mostrado su beligerante rechazo a cualquier proceso participativo («no puede haber elección democrática contra los Tratados europeos») que cuestione Constitución económica de la UE y de la eurozona.
Su propósito es someter ese documento a debate con ocasión del próximo 60 aniversario de la creación de la Comunidad Económica Europea. Es significativo que empiece con la cínica reivindicación del Manifesto de Ventotene, redactado por Altiero Spinelli, Ernesto Rossi y Eugenio Colorni en junio de 1941. Un texto que, como recuerda Perry Anderson, aspiraba a forjar la unidad continental que podía haber surgido de la Resistencia antifascista y en el que «los motivos libertarios y los jacobinos se fundieron al rojo vivo para ofrecer una síntesis que testimonia la fluidez de ideas que era posible antes de la caída del Telón de Acero» (El Nuevo Viejo Mundo, p. 491).
Unos ideales federalistas distintos de las intenciones que animarían luego a personajes como Jean Monnet y Robert Schuman, ya con el apoyo estadounidense, en medio de la división de Europa en dos bloques y, sobre todo, de las que presidirían luego la fundación en Roma de la Comunidad Económica Europea en 1957, que abriría el camino hacia la hegemonía de un ordoliberalismo germánico, definitivamente instalado con la creación del euro.
Este Libro Blanco, en cambio, está lleno del neolenguaje (ahora complementado con la «postverdad»), tan en boga desde hace tiempo. Así, después de la recurrente reivindicación del «pacifismo» europeísta desde los años 50 del pasado siglo (olvidando su papel activo en la «guerra fría» y en las múltiples guerras en otras regiones del mundo en las que han participado sus Estados miembros), la Comisión no tiene más remedio que reconocer que «la UE no estuvo a la altura de sus expectativas al enfrentarse a la peor crisis financiera, económica y social de su historia desde la posguerra» y que «por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, existe un riesgo real de que la actual generación de jóvenes adultos acabe teniendo unas condiciones de vida peores que las de sus padres». Concluye, por tanto, que existe hoy «una creciente desafección por la política y las instituciones convencionales a todos los niveles» que «se manifiesta a menudo en forma de indiferencia y desconfianza hacia la actuación de los poderes públicos»: «En torno a un tercio de los ciudadanos confían en la UE en la actualidad, frente a aproximadamente la mitad que lo hacía hace 10 años».
Pero, ¿qué es lo que preocupa realmente a estos comisarios? En realidad, es la pérdida de centralidad creciente de «Europa» (o sea, del viejo y colonialista capitalismo europeo) en el mundo frente al «rápido aumento de la influencia de las economías emergentes» y al «aumento de la militarización en todo el mundo» en un «contexto mundial cada vez más tenso», o sea, en medio de la crisis de la globalización neoliberal. Ante ese panorama son la geoeconomía y la geopolítica las que mandan y para competir mejor en ambos terrenos piden que «Europa (o sea las elites político-financieras) hable con una sola voz» y que los Estados miembros asuman una mayor carga de gasto militar -dentro de la OTAN, por supuesto- porque «ser un ‘poder blando’ ya no es suficiente cuando la fuerza puede prevalecer sobre la ley».
Pese a pronosticar que Europa será la región «más vieja» del mundo en 2030 y que «las presiones que motivan la migración también se multiplicarán», ¿en dónde aparece la mención a la inmigración?: en el apartado titulado «Aumento de las amenazas e inquietud por la seguridad y las fronteras»; o sea, de nuevo, se busca una asimilación interesada de quienes luchan por el derecho a una vida digna con quienes ejercen el terrorismo y la delincuencia (salvo la financiera, claro). No puede sorprender, por tanto, que la publicación de este Libro Blanco coincida con la presentación de una iniciativa de la Comisión Europea para promover la deportación de más de un millón de «migrantes irregulares» en los próximos meses (y, mientras tanto, imponer a todos los Estados la prolongación del periodo de detención a 18 meses) con la cínica e increíble excusa de que así… podrán atender mejor a quienes demandan asilo.
Después de este breve recorrido aparentemente autocrítico, la Comisión apunta 5 escenarios para Europa en 2025: 1, seguir igual, o sea, ir a peor; 2, centrarse gradualmente en el mercado único (lo mismo que exigía Gran Bretaña); 3, que los Estados miembros que lo deseen puedan caminar hacia una mayor colaboración en ámbitos específicos mediante varias «coaliciones de voluntades» para la cooperación reforzada entre ellas; 4, hacer menos pero de forma más eficiente centrándose en un número determinado de ámbitos; 5, hacer mucho más conjuntamente en todos los ámbitos políticos, aun reconociendo que con esta opción «existe el riesgo de que se produzca el distanciamiento de sectores de la sociedad que consideran que la UE carece de legitimidad o ha sustraído demasiado poder a las autoridades nacionales».
Como era previsible, nos encontramos, una vez más, con una visión funcionalista (no por casualidad el Libro comienza con una cita de la Declaración Schuman) y tecnocrática de la Unión Europea que ha demostrado su rotundo fracaso, sobre todo tras el estallido de la crisis financiera en 2007. Hasta el grupo socialdemócrata europeo ha empezado a marcar sus distancias respecto a este Libro. Así que veremos si llega sano a la Cumbre de septiembre, pero lo que sí es evidente es que no será la Comisión Europea la que decidirá cuál de esos escenarios se puede poner en marcha.
Con todo, lo más grave es que en ninguno de esos escenarios aparecen cuestionadas las políticas austeritarias adoptadas tras el estallido de la crisis financiera y los «rescates» a la banca, responsables en realidad del aumento del gasto público y del crecimiento acelerado de una deuda pública insostenible. Tampoco hay ninguna propuesta democratizadora de las instituciones europeas, sin que aparezca mencionada siquiera una tan clave durante todo este periodo como el Banco Central Europeo.
Crisis de legitimidad de la UE y alternativas
Así que, estando en vísperas de unas elecciones en Holanda este 15 de marzo y de las que han de celebrarse a partir de abril en Francia, sin olvidar las de Alemania en octubre, no es difícil coincidir con tantos analistas en que la UE se encuentra a la deriva, pendiente del desenlace de esos procesos participativos tan temidos por Juncker y compañía, y con unos riesgos de des-integración crecientes. Una demostración evidente de que su crisis de legitimidad (por sus resultados -mayor desigualdad que antes de 2007 entre países y dentro de cada uno de ellos-, por su rápido paso del «déficit democrático» al golpe de estado financiero -la experiencia del rechazo a lo aprobado en el referéndum griego sigue estando ahí para recordárnoslo- y por su fracaso en construir una identidad europea en la que puedan reconocerse los distintos demoi de -y dentro de- los Estados miembros) parece ya irreversible en medio de la crisis de la globalización neoliberal y de la «trumpificación» de Europa. Algo ya evidente desde hace tiempo en muchos países del Este (la otra periferia) y cada vez más visible en los Estados centrales de la UE mediante el ascenso de fuerzas nacional-populistas de derechas.
No es, por tanto, difícil coincidir con Louça en que la tendencia a la polarización entre el establishment -el de la UE y los Estados miembros-, por un lado, y los distintos pueblos de Europa, por otro, va a reforzarse en los próximos años, dejando al tan deseado «centro» político con un espacio cada vez más estrecho. Por eso mismo no es tiempo de moderación ni de adaptación a los discursos de la gobernabilidad y de la estabilidad del sistema actual por parte de las fuerzas de izquierdas, sino todo lo contrario. Porque si siguiéramos ese camino, pronto veríamos aquí también el aumento de la desesperación y los intentos de desviarla buscando chivos expiatorios en quienes están más abajo, como está ocurriendo en tantos países, con el ascenso de populismos de derecha xenófobos.
Nuestro deber -y nuestra oportunidad- es convertir la «excepción española», la que desde el 15M de 2011 desafía al régimen y a la UE exigiendo una «democracia real», en ejemplo de que «sí se puede» ir sentando las bases de un sexto escenario alternativo frente a los diseñados en el Libro Blanco: el que puede ir haciendo factible un nuevo proyecto antineoliberal, basado en la reivindicación de la soberanía popular, secuestrada hoy por un despotismo oligárquico que está conduciendo a la implosión del continente. Una tarea que nos exige ya ir generando alianzas y confluencias a escala europea en torno a propuestas como las que aparecieron recientemente en el «Manifiesto para desobedecer tratados europeos injustos», del que informó Público el pasado 16 de febrero.
Fuente original: http://www.espacio-publico.com/se-abre-o-se-cierran-oportunidades-para-el-cambio-en-europa#comment-5843