Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.
Tres series de hechos han marcado el año 2015 [en Francia]. La primera limita el año con los inmundos atentados de enero y de noviembre. La segunda está constituida por unas instrumentalizaciones de la emoción pública, suscitadas en una lógica fría de real politik gubernamental: esta lógica va desde «el espíritu del 11 de enero» (1) a la privación de la nacionalidad pasando por el doble consenso sobre continuar la guerra y sobre el Estado de urgencia renovable. La tercera es una consecuencia lógica de la anterior y se traduce en la banalización de los «abusos» del Estado de urgencia, el aumento de actos islamófobos, los resultados electorales del Frente Nacional y la manifestación racista e islamófoba de Ajaccio. Al presentar las dos primeras series como unidas por un orden de causalidad, el discurso mediático y político dominante legitima el Estado de urgencia y la guerra como necesidades de la seguridad pública. Por medio del procedimiento exactamente inverso, es decir, negándose a preguntarse por las interacciones entre las dos últimas series de hechos, esos mismos discursos ocultan la responsabilidad del gobierno en el rápido desarrollo de relaciones sociales racistas en nuestra sociedad.
Una cuestión de método
Comprender una dinámica social y política supone buscar relaciones de causalidad entre unos hechos sociales y políticos. Separar lo que está relacionado, negar las relaciones de causalidad entre los hechos, es un primer error metodológico que se difunde cuando un dominante, ya sea individuo o grupo social, tiene interés en ocultar las causas reales de sus decisiones y sus prácticas.
En ese caso se destacan unas causas generales y abstractas para ocultar las verdaderas causas materiales. El campo léxico se ve entonces invadido por palabras altisonantes y así estamos en guerra para luchar contra la «barbarie» en Siria hoy o para defender el «derecho de las mujeres» en Afganistán ayer y no para controlar los recursos de petróleo y gas de la región.
Del mismo modo, la ley que prohibía llevar el velo en la escuela se aprobó en 2004 para defender la «laicidad» y no para desviar la atención de los efectos de un liberalismo económico destructor. El ascenso de la islamofobia, los resultados electorales del Frente Nacional y la manifestación islamófoba de Ajaccio resultan incomprensibles partiendo de causalidades generales y abstractas.
Estos hechos son el resultado de causalidades materiales precisas: las decisiones económicas, militares y policiales internacionales y nacionales del Estado francés. La política de guerra allí, de desregulación económica y de desvío de las cóleras sociales aquí son, en nuestra opinión, las causalidades materiales que ocultan las causalidades abstractas y generales que pone de relieve el discurso político y mediático.
Además, la búsqueda de causalidades no puede reducirse a un enfoque cronológico. Lo que precede no es automáticamente la causa de lo que viene a continuación. De la misma manera que el día no tiene por causa la noche, la aprobación del Estado de urgencia no tiene por causa los atentados inmundos de noviembre y la guerra de Siria no es la consecuencia de la existencia del Daesh.
En ese sentido se pueden observar dos procedimientos ideológicos de los mecanismos de dominación. El primero consiste en confundir pretexto y causa. Así, la invasión de Kuwait por Iraq es un pretexto que se construyó política y mediáticamente como causa para justificar la [primera] Guerra del Golfo. El segundo mecanismo clásico de los procesos de dominación es la inversión del orden de las causas y de las consecuencias.
«El espíritu del 11 de enero», «la unidad nacional» y «el Estado de urgencia» no son consecuencias lógicas e inevitables de los atentados de enero y de noviembre, sino que son el resultado de una instrumentalización de la emoción pública con unos fines políticos y económicos liberales y guerreros.
¿Teoría del complot o temporalidades diferenciadas?
Hoy en día resulta de buen tono amalgamar por una parte el esfuerzo de comprensión de las estrategias de las clases dominantes para imponer una visión del mundo conforme a sus intereses materiales y la «teoría del complot» por otra. La acusación de «conspiracionismo», de «complotismo» o de «confusionismo» se ha convertido incluso en una etiqueta infamante que se esgrime ante cualquier esfuerzo crítico. Se opera así un desarme ideológico de las contestaciones sociales al orden dominante. Se trata, en efecto, de una amalgama en el sentido de la confusión reductora entre dos fenómenos heterogéneos.
La teoría del complot presenta los acontecimientos políticamente significativos como resultado de una conspiración global orquestada en secreto por un grupo social más o menos importante. El enfoque estratégico, es decir, materialista, analiza la historia como el resultado de la lucha entre los grupos dominados (clases, minorías nacionales y/o étnicas, naciones, mujeres, etc.) y los grupos dominantes basada en una divergencia de interés material.
El primer enfoque explica la Revolución Francesa por medio de un complot masónico y el segundo por medio de la lucha entre los señores feudales, los siervos y la burguesía. El primero explica las luchas de liberación nacional de la segunda mitad del siglo XX como resultado de un complot comunista, mientras que el segundo busca la causalidad de estas luchas en los cambios de la relación de fuerzas mundial que abren nuevas posibilidades de lucha a las personas colonizadas. El primero explica la historia y sus acontecimientos por medio de la existencia de un complot judío mundial para dominar el mundo, mientras que el segundo busca los determinante históricos en las evoluciones de las relaciones de fuerza entre dominantes y dominados. El primero explica las guerras contemporáneas por medio de un complot de la sociedad de los Illuminati de Baviera, mientras que el segundo analiza estas guerras como consecuencias de la lucha por controlar las fuentes de las materias primas estratégicas.
Por lo tanto, si bien la historia no está hecha de complots, en cambio existe una historia de las teorías del complot, de los momentos de su emergencia y de su desarrollo. Estas florecen en las secuencias históricas de crisis marcadas por un temor acerca del porvenir lejano, una incertidumbre acerca del futuro cercano, el miedo al descenso de clase social, el debilitamiento de los factores de seguros sociales y la relajación de los vínculos sociales de solidaridad. Esta primera serie de factores no es suficiente. Para que las teorías del complot se desarrollen de manera consecuente hace falta además que no esté suficientemente disponible ninguna explicación creíble de esta primera serie de hechos.
En este nivel es donde aparece la responsabilidad de Hollande y [el primer ministro francés Manuel] Valls, por no hablar de la sociedad francesa. La necesidad vital que tienen de ocultar las verdaderas razones de sus decisiones políticas y económicas les orientan hacia una temporalidad de corto plazo. Las explicaciones que se dan siempre son coyunturales, de reacción a una situación, de mentira sobre los resultados lógicos de sus decisiones (las cuales, ellas sí, son efectivamente estructurales y se inscriben en la larga duración).
Explicar las guerras por medio de sus verdaderas causas, es decir, las materias primas o el control de espacios geoestratégicos, las harían impopulares. Explicar la regresión social generalizada por medio de su verdadera causa, es decir, el enriquecimiento de una minoría, la haría imposible. La pérdida de credibilidad de estas explicaciones de corto plazo lleva a la aparición de un caldo de cultivo de las teorías del complot, como lleva además a la construcción de poblaciones chivo expiatorio que sirven de base para el desarrollo de ideas y de grupos fascistas.
Por consiguiente, la instrumentalización de la realidad inmediata para hacer que sirva a las decisiones económicas y políticas estructurales de desregulación global se convierte en un imperativo de legitimación. Si «el espíritu del 11 de enero», «la unidad nacional» o el consenso sobre la guerra y el Estado de urgencia no son el resultado de un complot en el que estaba previsto el conjunto de los actos del escenario, en cambio son el resultado de la instrumentalización de los atentados y de la emoción que suscitaron.
La lepenización de los espíritus
La temporalidad de corto plazo con el fin de legitimar decisiones ilegítimas tiene otro efecto importante: el tomar prestado del Frente Nacional su vocabulario, sus lógicas de razonamiento y sus maneras de problematizar la sociedad. En efecto, se trata de intentar tranquilizar una angustia social sin atacar sus bases materiales en espera de la siguiente cita electoral. En este juego las explicaciones unívocas y simplistas del Frente Nacional siguen siendo las más eficaces aún a riesgo de matizarlas con fines de distinción . Este proceso que describieron hace ya tiempo Pierre Tevanian y Sylvie Tissoti (2) funciona desde hace varias décadas, es decir, desde la contrarrevolución liberal. De préstamo en préstamo, lo que se modifica progresivamente es el conjunto del paisaje ideológico francés.
Problematizar los hechos y crisis sociales a partir de lógicas culturalistas, incluso aceptar, matizándolas, las teorías que convierten al Islam y a los musulmanes en un problema (para la democracia, para el derecho de las mujeres, para la laicidad, etc.), retomar la temática de una «identidad nacional» en peligro por el fallo de la integración de un componente de nuestra sociedad, explicar las guerras en el sur del planeta por medio de factores únicamente religiosos y/o tribales, presentar a grupos asesinos como el Daesh como surgimiento inexplicable de la barbarie o, peor, como consecuencia lógica de una religión asesina por esencia, etc.: desde hace ya décadas la hegemonía de esta visión del mundo se refuerza por medio de préstamos sucesivos.
El resultado está a la vuelta de la esquina: el desarrollo de relaciones sociales racistas en nuestra sociedad. Lejos de ser una situación aislada, la manifestación islamófoba de Ajaccio refleja el desarrollo muy real de estas relaciones sociales en el conjunto del territorio. Semejantes manifestaciones existen potencialmente en otros lugares. Por supuesto, ni Sarkozy ni Hollande desean este resultado, pero sigue siendo la consecuencia lógica de decisiones de corto plazo tomadas para responder a las necesidades inmediatas de legitimación de sus proyectos de regresión social.
La lepenización de los espíritus es un proceso, es decir, solo se puede detener con la ruptura franca y clara con la lógica de que la contiene. Ahora bien, esta ruptura no es posible para un Partido Socialista que ha optado definitivamente por la globalización capitalista y sus necesidades, que son las guerras y la regresión social generalizada. Desemboca inevitablemente en una lepenización de los actos. Finalmente abre para el Frente Nacional una lógica de sobrepuja que no tiene razón alguna para detenerse.
El Frente Nacional no solo aprueba la propuesta del gobierno de instaurar una » privación de la nacionalidad» para las personas «binacionales» condenadas por terrorismo, sino que propone ampliarlo a otras situaciones. «Una vez que François Hollande ha rehabilitado el principio, vamos a pasar a la etapa número dos, es decir, presionar para que esta privación se aplique concretamente de manera mucho más amplia», precisa [el vicepresidente del FN y consejero de Marine Le Pen] Florian Philippot (3).
La misma lógica de sobrepuja se puede observar en otras muchas cuestiones: la islamofobia, que se extiende desde la prohibición inicial de llevar el velo en el seno de la escuela pública a una petición de extenderla a los hospitales, las empresas, la calle, etc.; la seguridad, que se traduce en una petición de armas de más consideración para los policías y después se extiende al armamento de la policía municipal y, por qué no, mañana a la venta de armas como en Estados Unidos; las condiciones que se exigen para la reagrupación familiar, que no dejan de aumentar desde hace treinta años, etc. Lo que el Frente Nacional propone acerca de todas estas cuestiones se convierte posteriormente en una realidad establecida por la derecha y/o el Partido Socialista.
La aceptación de un campo ideológico implica inevitablemente las consecuencias prácticas de este campo. La aceptación por razones de legitimación de corto plazo y/o por razones de desvío de las iras sociales y/o por razones electorales del culturalismo como interpretación del mundo lleva inevitablemente a un desarrollo de las relaciones sociales racistas concretas.
El enfoque culturalista de la nacionalidad y lógica de excepción
Los procesos culturalistas que describimos se inscriben a partir de ahora en la larga duración, esto es, se despliegan desde hace varias décadas. Sin embargo, no todas las medidas culturalistas son iguales. Algunas de ellas significan unos vuelcos cualitativos en el sentido de que marcan la destrucción de un cerrojo ideológico surgido de las luchas sociales pasadas y en particular de la lucha contra el fascismo a mediados del siglo XX y de las luchas anticoloniales de las décadas siguientes. Hacer posible la privación de la nacionalidad es una medida que significa esta ruptura cualitativa.
La colonización instaura una división legal entre ciudadanos franceses por una parte y «sujetos franceses» por otra. Según el jurista Jacques Aumont-Thiéville, crea para los indígenas una posición «intermedia entre la del ciudadano francés y la del extranjero, puesto que son sujetos franceses (4)».
Al hacerlo, funda un derecho de excepción que se aplica a algunos franceses y no a otros. Una vez instalada la lógica de excepción se extiende ineluctablemente, como atestigua la distinción entre «francés de papel» y «francés de origen» que data de la época colonial. La jerarquización de los «franceses» en función de sus orígenes afecta también a los «naturalizados», incluso europeos: «¡Compañeros de Francia! ¡Atención! ¡Martinez! – Presente. ¡Navarro! – Presente. ¡Esclapez! – Presente. ¡Napolitano! ¡Canelli! ¡Presente! ¡Presente!». En las plazas de los pueblos y ciudades de la región de Orán, los domingos por la mañana de saludo a la bandera el desfile de los nombres de los «compañeros» lanzados con el acento áspero de Orán daba una buena idea de los orígenes de aquellos a quienes los franceses «auténticos» llamaron durante mucho tiempo con desprecio «neofranceses» o, mejor aún, «franceses de 2,75 francos» (del precio del papel timbrado con el que se hacía la demandad de naturalización).
Por su parte, el decreto ley del 22 de julio de 1940 del mariscal Pétain prevé en su Artículo 1 «la revisión de todas las adquisiciones de nacionalidad francesa». Por supuesto, no estamos en ese punto, pero se trata, en efecto, de autorizar una privación [de nacionalidad] para unas personas nacidas francesas únicamente sobre el criterio de origen. François Hollande lo precisó claramente el 16 de noviembre ante el Congreso: «Debemos poder privar de su nacionalidad francesa a un individuo condenado por un ataque a los derechos fundamentales de la nación o por un acto de terrorismo, aunque haya nacido francés, digo bien, aunque haya nacido francés y, por lo tanto, se beneficie de otra nacionalidad» (5).
Por lo que se refiere a la vena ideológica de esta medida, el ministro de Justicia de Pétain Raphaël Alibert la precisa argumentando el decreto ley con un vocabulario que se podría creer contemporáneo: «Los extranjeros no deben olvidar que la calidad de francés se merece (6).»
Por supuesto, las respuestas de Manuel Valls fueron una denuncia ofuscada de la amalgama entre situaciones incomparables. Sin embargo, su argumentación no puede tranquilizarnos. Según él, esta medida no es necesaria por razones de eficacia en la lucha contra el terrorismo, sino que es de naturaleza simbólica: «Sí, es una medida simbólica». Pero, «cuando unos franceses toman las armas contra otros franceses, predican el odio a Francia y además queman su pasaporte y reniegan de todo lo que somos, puede que el Estado y la República se vean llevados a tomar varias medidas, que son a la vez simbólicas y concretas (7)».
Si la medida no tiene eficacia alguna, si es totalmente simbólica, es que se trata efectivamente de romper un cerrojo ideológico. Nunca hay que subestimar los efectos de esta ruptura, aunque se limite a una esfera ideológica. La desaparición de un cerrojo ideológico libera y autoriza, invita e incita, legitima y hace utilizables unos términos y unos conceptos, unas lógicas de pensamiento y de modos de razonamiento hasta entonces prohibidos por el estado de la relación de fuerzas. Lo que se autoriza por medio de la ruptura de la nacionalidad homogénea instaurada por la privación de la nacionalidad son unas prácticas de excepción hasta entonces prohibidas, son unos tratamientos no igualitarios legales sobre la base del origen.
Nos encontramos efectivamente en presencia de una política de la raza construida desde arriba por razones de legitimación de corto plazo, pero que en adelante impregna ampliamente a la sociedad francesa, como lo atestiguan tanto los últimos sondeos como la manifestación de Ajaccio.
El pueblo de Francia (como los demás pueblos) no es ni ha sido nunca racista por esencia. En cambio, se vuelve racista en determinados periodos históricos, cuando se conjugan unos discursos culturalistas duraderos y unas incertidumbre sociales. Este fue el caso en la época colonial y es también nuestra situación actual. La única respuesta es el desarrollo de otra explicación del presente y de otra visión del futuro. Pero para ello es necesaria una primera etapa, que consiste en romper los consensos ideológicos que tratan de imponernos. A partir de ahora la lucha contra las guerras, contra el Estado de urgencia y la islamofobia adquieren el carácter de urgencia social y política.
Notas:
1) La expresión «el espíritu del 11 de enero» la creó François Hollande tras los atentados [del 5 de enero de 2015]. Según él, los atentados debían llevar a una «unidad nacional» tras el gobierno. Así, apelaba a dejar de criticar al gobierno tanto acerca de su política de austeridad en el interior como acerca de su politica de guerra en el exterior.
2) Pierre Tevanian y Sylvie Tissot, Mots à Maux, Dictionnaire de la lepenisation des esprits, Dogorno , París, 1998.
3) OBS2111/quand-le-fn-proposait-la-decheance-de-nationalite-pour-de-simples-faits-delictuels.html,
4) Jacques Aumont-Thiéville, Du régime de l’indigénat en Algérie, citado en Olivier Le Cour Grandmaison, La découverte, París, 2010, p. 57.
5) http://libertes.blog.lemonde.fr/201…
6) Journal de débats, 24 de julio de 1940.
7) http://www.bfmtv.com/politique/pour…
Fuente: http://www.investigaction.net/De-l-esprit-du-11-janvier-a-la.html?lang=fr
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