Nicaragua, con un régimen político autoritario en marcha y altos niveles de corrupción, vive jornadas de enfrentamiento que recuerda otras dramáticas imágenes de la lucha contra la dictadura de Somoza. Jóvenes tirados en el piso con las manos en la nuca rodeados de policías armados hasta los dientes. Calles con las huellas de los enfrentamientos, […]
Nicaragua, con un régimen político autoritario en marcha y altos niveles de corrupción, vive jornadas de enfrentamiento que recuerda otras dramáticas imágenes de la lucha contra la dictadura de Somoza. Jóvenes tirados en el piso con las manos en la nuca rodeados de policías armados hasta los dientes. Calles con las huellas de los enfrentamientos, fogatas, saqueos y cuerpos ensangrentados. Después de años de guerra civil, 80.000 muertos y 5.000 desaparecidos, el país parece asomarse nuevamente al abismo. Las protestas han dejado 30 víctimas fatales, más de 100 heridos y la ruptura entre el poder y la sociedad. Una sociedad agraviada
Nicaragua pagó alto precio por el derecho a soñar con un destino de libertad igualdad y democracia. Ese sueño emergió de una insurrección popular que derrocó a la dictadura más longeva en esa época de América Latina, 43 años. Ese régimen familiar despótico de los Somoza, basado en una guardia a sueldo del régimen, era el dueño no solo del país, era también dueño de la vida y la muerte de cada nicaragüense. La revolución que le siguió nació de una fuerza política, el Frente Sandinista, que encarnó el proyecto político. Sin embargo, pese a su juventud y búsqueda de alternativas, terminó desgastado por la guerra civil, la penuria y un estado partido centralizado.
28 años han pasado, desde de la derrota electoral del sandinismo en 1990 que puso fin políticamente a la década revolucionaria y se inició una nueva fase en que se terminó con la guerra civil, se instauró la economía de mercado y la democracia liberal, bajo tres gobiernos de derecha. El contexto era de extrema pobreza, alta condicionalidad externa por parte de las instituciones financieras internacionales, hegemonía de las políticas neoliberales y progresiva recomposición de los grupos económicos tradicionales. El sandinismo partidario ahora a campo abierto, sin estado detrás, sin relato épico y gravemente afectado por luchas internas y procesos de corrupción perdió toda posibilidad de renovación. El FSLN vivió una progresiva descomposición política, moral y social. El partido no pudo encontrar las reservas necesarias para enfrentar las transiciones políticas necesarias a los nuevos tiempos. De 1990 a 1994 perdió la oportunidad de renovarse eliminado sucesivamente toda oposición interna.
Con total autonomía de cualquier interés social y proyecto político negoció con la derecha el reparto del país. Luego se afianzó un poder personalizado en Daniel Ortega cuya fuerza reside en federar los intereses de una clique burocrática que ascendió económica y socialmente en sumisión a Ortega, en el matonaje institucionalizado, la cooptación económica y el control partidario de las instituciones, la policía y el ejército.
El FSLN volvió al gobierno en condiciones de débil legitimidad electoral, en 2006, forzó su reelección en 2011 hasta la actualidad. Ortega lleva ahora 12 años en una presidencia fraudulenta. La incorporación de Rosario Murillo su esposa, elevada al poder, producto de un oscuro pacto de sobrevivencia cuando Daniel Ortega fue acusado por su hija de violación. Ello generó un clique bajo la sombra y al mando de una pareja obsesionada por el poder, la construcción de una apariencia orweliana de país feliz que no admitía ser contrastado con la realidad y una expansión económica y familiar que poco a poco los asimiló en el imaginario a la vieja dinastía de los Somoza.
La concentración de poder y el control institucional tomaron de rehén a toda la sociedad. A toda oposición o crítica respondieron con represión, descredito del adversario y amenaza de perder la estabilidad y la paz. El chantaje aplastó a la sociedad entera, preocupada por sobrevivir, conservar el empleo y evitar el trágico pasado de la guerra civil. Ello logró crear con el empresariado un pacto en que a cambio de neutralidad política le facilitaba los negocios, en medio del emparedado quedó como siempre la mayoría de la sociedad. Pese a todo, en diferentes segmentos de la sociedad se mantuvo la voz y la reflexión crítica, pequeños conatos de protesta mantuvieron viva la aspiración de libertad, como las mujeres, los jóvenes y sectores campesinos. La mayoría de los centros urbanos eran férreamente controlados por el poder.
La creciente y evidente corrupción, el desparpajo del poder, su impunidad y el malestar soterrado se mantenían bajo las apariencias. La masiva manifestación campesina contra la concesión canalera a una empresa china fantasma, a partir de 2013, fue quizá la primera advertencia de la saturación social. La marcha intentó llegar a la capital, fue bloqueada, pero se había quebrado la apariencia de apoyo popular y país feliz del régimen.
La más reciente protesta contra un decreto confiscatorio que pretende financiar el déficit del seguro social incrementando aportes onerosos, desató una rebelión nacional. El seguro social ha sido sistemáticamente desfalcado sin control alguno y la población ha reaccionado protestando. Durante tres días bajo el fuego de la represión, con 30 muertos, mayoría de estudiantes, un policía, un periodista, el malestar ha cristalizado contra la administración autoritaria e impune de Ortega y su aparato. La movilización de la policía, por ahora el ejército observa, y de grupos paramilitares contra los manifestaciones incrementa la violencia pero lleva en el fondo un mensaje político. Ortega sabe que si no mata la revuelta caerá.
Un antes y un después
El discurso oficial ha buscado limitar el malestar al decreto de reforma de la seguridad social y descalificar todo lo demás como actividades conspirativas y delincuenciales instrumentalizadas. En un discurso oficial han derogado el decreto pero han pasado por alto la represión y el malestar genuino de la sociedad. El gobierno se ve sobrepasado, lento, envejecido, con imágenes y discursos que no tienen eco en la sociedad y que solo buscan afirmar el poder detrás del manto de la ley y el orden. Todos sabemos que cuando la ley y el orden pierden legitimidad no sirve de nada invocarlo.
El descontento masivo y difuso afirma que es un nuevo comienzo, que debe continuar con el cambio de régimen. La épica, el sueño del cambio ha pasado del lado de la sociedad y de la juventud, Del lado del poder quedó la pesadilla y un foso de sangre. Vieja e inevitable división entre el poder desnudo y la sociedad que termina por perder el miedo.
El quiebre, con el empresariado, la iglesia, la juventud, la sociedad, con periodistas e incluso con viejos dirigentes del partido y su base militante; deja expuesto al régimen: con su ejército, policía, burócratas políticos y sindicales y todo lo que puedan cooptar y presionar.
Hasta hace poco era suficiente ahora ya no lo es. Y tampoco se sabe si el castillo del autócrata, que ha levantado el puente e inundado el foso para preservarse del asedio soportará la embestida. El desenlace es un incógnita, pero una vez más este sufrido país, que convocó tanta solidaridad, vuelve a pagar a un precio altísimo para encontrar el camino de la libertad, la democracia y la justicia.
https://www.lemondediplomatique.cl/Nicaragua-del-sueno-a-la-pesadilla.html