Después de la nefasta invasión norteamericana a Panamá, se estableció la democracia «representativa» que hoy conocemos, con todas sus limitaciones. Dos caminos se abren a veinticinco años transcurridos, uno el camino de rectificar los errores dentro de los márgenes de este tipo de democracia, otro empezar a pensar en una democracia participativa como un viraje […]
Después de la nefasta invasión norteamericana a Panamá, se estableció la democracia «representativa» que hoy conocemos, con todas sus limitaciones. Dos caminos se abren a veinticinco años transcurridos, uno el camino de rectificar los errores dentro de los márgenes de este tipo de democracia, otro empezar a pensar en una democracia participativa como un viraje a este cuarto de siglo de representatividad.
Hace poco el magistrado de la Corte Suprema de Justifica, Harley Mitchel, en la presentación de un libro sobre Cesar Quintero, señalaba que «el problema de la democracia representativa es que aquellos que representan a veces se les olvida los representados«.
Ya pasado estos veinticinco años, podemos ir caracterizando, al menos de forma general, la democracia panameña. En estos últimos años hay una marcada «intolerancia política» al sistema político, según el Barómetro de las Américas de LAPOP de la Vanderbilt University. Esto se está acentuando cada vez más, gracias al gran número de delitos de corrupción contra el erario público, que se ha hecho público en diferentes medios. Esto no tiene que ser reducida a una persona o gobierno, tiene que ser vista como el resultado de una determinada práctica que ya se ha naturalizado entre nosotros.
¿Hasta qué punto la corrupción afecta la democracia? Hay que prestarle atención al tema de la corrupción, como una cuestión sistémica, que no se reduce a una persona en particular, sino que es una práctica naturalizada en el grueso de la sociedad, esto no exime la exigencia de certeza del castigo a la persona en particular que comete actos de corrupción.
No hay democracia con gobiernos corruptos y esto no es algo que se cambie de un día para otro. Esta patología social puede ser revertida por una formación en valores cívicos y democráticos en un proceso de larga duración.
Todo esto ha traído a la palestra pública otro debate, no de menos importancia, que es el de la constituyente, ya sea paralela u originaria, independientemente por cual se apueste, hay que estar claro, que si la sociedad en general, en sus diversos sectores no está organizada, nuevamente los sectores dominantes, las élites económicas, tendrán el control del proceso constituyente, imponiendo sus intereses particulares.
Nuevamente quedará el sin sabor, ese de que en Panamá solo un pequeño grupo de no más de veinte sabe lo que pasa en el país, mientras los otros tres millones no sabemos nada.
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