La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, coordina programas de protección y realiza estudios sobre apatridia y otras formas de violación de los derechos. Lo que no existe en el orden mundial vigente es un organismo capaz de impedir que los dirigentes de las grandes potencias sigan creando escenarios de guerra y […]
La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, coordina programas de protección y realiza estudios sobre apatridia y otras formas de violación de los derechos. Lo que no existe en el orden mundial vigente es un organismo capaz de impedir que los dirigentes de las grandes potencias sigan creando escenarios de guerra y coordinando el saqueo. La guerra imperialista y el saqueo centenario han sacado de sus hogares a millones de personas, creando el fenómeno que los medios de comunicación han denominado «crisis de refugiados».
Según cifras de ACNUR avaladas también por el jefe del Consejo de Europa, «unas 900,000 personas han ingresado a Europa a través del Mediterráneo en 2015, más de cuatro veces el total de personas que lo hicieron el año pasado. La mayoría de ellos provienen de Siria, Afganistán e Irak».
El éxodo se registra sobre todo en zonas castigadas por los ejércitos de las grandes potencias, y ese hecho no es casual.
Escándalo y encubrimiento
En septiembre pasado, causó horror el lanzamiento a una playa de Turquía del cadáver de un niño sirio. La sola imagen es motivo para el llanto colectivo, pero no solo Aylan Kurdi ha encontrado la muerte antes de contar con una cunita donde quedar dormido entre cuentos y canciones.
La ACNUR y la Conferencia Episcopal de Italia ofrecen cifras que nada dejan a la interpretación: «Más de 3.200 personas han muerto este año en su intento de cruzar el Mar Mediterráneo para llegar a Europa, incluidos más de 700 niños».
Rostro y nombre, colocan ante nuestros ojos aquello de lo que jamás hubiésemos querido ser testigos. El poder mediático se ocupa de dosificar estos estallidos colectivos de emoción. Para ello, se abstiene de mostrar rostros y jamás menciona los nombres de las víctimas.
«En total cinco chicos niños murieron en el naufragio de Aylan», dice una crónica. Murió la madre del chico y su hermanito Galip.
Y añade que huyeron de Kobane, Siria.
Una tía paterna residente en Canadá trató de unificar allí la familia, pero su petición fue rechazada.
Huir de Kobane es intentar escapar de las atrocidades que comete el Estado islámico, pero también de los bombardeos de las llamadas fuerzas aliadas.
Nadie devolverá la vida a Galip y Aylan. La población civil sigue bajo amenaza de los terroristas reconocidos como tales, y de las grandes potencias en la coalición encabezada de hecho por Estados Unidos.
Es obvio que el orden vigente es incapaz de preservar a esta gente, y no puede garantizarles siquiera el derecho de llorar en paz a sus hijos perdidos.
La ACNUR anuncia que Canadá recibirá a 25.000 refugiados sirios, y celebró el pasado viernes la llegada de los primeros 163. 30 países se han comprometido a recibir a unos 125.600 refugiados, pero la tragedia sigue su curso, y, sea o no fotografiado por las agencias internacionales, arroja hacia alguna playa el cuerpo de un chiquillo.
Otro mundo es necesario
En 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero el poder hegemónico había creado las condiciones para desconocer lo establecido en la misma.
«Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado», dice en su artículo 13 la Declaración. Y 67 años después la libre circulación de las personas es un mito. El capital circula libremente (a veces se abre paso a través de sucios pactos), pero la fuerza de trabajo tiene enormes restricciones.
«Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros», reza el Artículo 1 del documento.
Sucede, sin embargo, que, en lo social, esta definición se contradice con la lógica funcional de la sociedad de clases. En lo político, la ONU nació para dar fundamento legal a un esquema de dominación, no a un orden internacional igualitario y democrático.
El trabajo de organismos como ACNUR es útil y necesario, pero hace falta un mecanismo vinculante para impedir que las grandes potencias, en su afán por controlar los recursos más valiosos del planeta, pongan en riesgo millones de vidas.
La lucha contra el terrorismo es tarea de toda la humanidad, y no puede seguir siendo pretexto para que el poder estadounidense y asociaciones imperiales como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), violen acuerdos y derechos fundamentales.
Al nombrar la llamada crisis de refugiados, es preciso presentarla como derivada de la violación del derecho de vivir en paz.
La lucha contra la apatridia y la migración en condiciones de riesgo, debe orientarse hacia la creación de un mecanismo que garantice la paz e impida el saqueo… Mientras sean intocables los privilegios del poder hegemónico, toda iniciativa a favor de los sectores más vulnerables será coyuntural y de alcance limitado.
Cambiar por democracia global el esquema de dominación, es urgente y necesario… y se logra en la lucha contra el poder hegemónico. El principal organismo multilateral del mundo se ocupa por un lado de paliar los efectos de las tropelías imperialistas, y por el otro de legalizarlas. ¿Con qué derecho el poder hegemónico tortura, bombardea, entrena terroristas y saquea, además de aplicar políticas que terminan de victimizar a seres humanos a quienes se les ha negado de antemano la condición de libres e iguales a sus semejantes?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.