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Acopio de soluciones

Desmemoria, desinformación y mercado en El Salvador

Fuentes: Rebelión

Nací en San Salvador, capital salvadoreña, en diciembre de un convulsivo 1989. Ese año, en mi país se libraban muchas batallas, una de ellas, la que hurgaba en el hígado de un enemigo desgastado que gobernaba el país desde el militarismo y que dio a luz frutos que hoy no nos parecen del todo duraderos. […]

Nací en San Salvador, capital salvadoreña, en diciembre de un convulsivo 1989. Ese año, en mi país se libraban muchas batallas, una de ellas, la que hurgaba en el hígado de un enemigo desgastado que gobernaba el país desde el militarismo y que dio a luz frutos que hoy no nos parecen del todo duraderos. Aquella guerra entre el Gobierno, representante político de las oligarquías y los injerencistas estadounidenses, y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, que desde el nombre del real y no oficial personaje aglutinaba a las principales fuerzas político militares progresistas que buscaban que todas las voces reprimidas de El Salvador pudieran escucharse y tener alguna participación en el quehacer político, económico, social y cultural salvadoreño. Otros, en el interior del país o en los municipios de San Salvador, ni se enteraban.

Otras batallas se siguen luchando, como las de los familiares de las más de 70,000 víctimas mortales que la guerra se cobró entre detenidos desaparecidos, homicidios, masacres de poblados enteros. Cada madre, padre, abuela, abuelo, pareja, hijo, hija, hermano, hermana libra su propia batalla interior por sobrevivir más allá del ser amado; y ha vivido -por él- la vida que en estas circunstancias es posible vivir. Esta lucha no deja de ser digna pero la violencia es evidente.

Otra de esas batallas que mencioné arriba, tiene que ver con la información que habría abierto la reconciliación nacional y habría marcado un auténtico nuevo capítulo de nuestra historia vital. Se trata de que quienes cometieron crímenes de lesa humanidad, quienes asesinaron, quienes torturaron y reprimieron tengan los auténticos cojones para ir a los medios de comunicación y asumir el peso de sus actos: «Yo hice esto y esto porque en ese momento creí que era lo correcto». Y entonces todos los exguardias nacionales, todos los expolicías nacionales, todos los expolicías de hacienda, todos los exmilitares, todos los escuadroneros, todos ellos harían valer su hombría, en los términos machistas que ellos defienden y merecerían que se les reconozcan sus aportes a la protección de «la patria», así como exigen en los últimos años. Que nos dijeran, sin temor a ser juzgados por tribunales competentes aún no nacidos, qué hicieron exactamente por la patria. Porque si esa «patria» que arguyen pretende ser «mi patria», al menos quisiera saber por qué mi patria debe seguir fundada en crímenes horrendos.

Casi por casualidad, las demandas de estos sectores -los veteranos de las Fuerzas Armadas de El Salvador (FAES)- aumentaron en los últimos cinco años, bajo una administración de centro izquierda y no durante los veinte años de gobiernos de derecha, quienes fueron los más directos favorecidos por las masacres y la represión del pueblo. Ellos, los veteranos, los carne de cañón, los mal alimentados empleados del militarismo, siguen mal alimentados, siguen siendo carne de cañón y están tan desinformados porque creen que el pueblo les debe algo por haber ayudado a la Oligarquía a devorar a su propio pueblo. Ellos, que dedicaron probablemente los mejores años de su juventud para ver, sentir y ejecutar los horrores de la guerra, no están en la misma posición social en que sí están sus exlíderes si no fallecidos, hoy diputados, alcaldes, empresarios, analistas políticos, y otros parásitos.

Hoy, una mengana cualquiera se despierta inexplicablemente dolorida del alma; yo, una mengana de clase baja que no se graduó todavía de la única universidad nacional de El Salvador; yo, una mengana que no fue víctima durante esos doce, veinte, cincuenta años de violencia, me busco entre las miles de víctimas y en cada uno de sus nombres encuentro la letra que debería conformar mi nombre para sentirme en este momento más completa; yo, una mengana ninguneada que puede ser asesinada hoy o mañana sin que su vida haya costado un pepino, sé que las pandillas encontraron la mejor escuela de violencia, de tortura, de desaparición forzada, de masacre, de represión, de machismo, en la violencia estadounidense injerencista. También su mejor escuela yace en la violencia de Estado que ejecutó cada una de las policías del pasado, cada uno de los exmilitares involucrados, cada uno de los paramilitares que hoy se protegen en Miami, como empresarios, como políticos o como analistas políticos de derecha.

Hoy siento que algo me hace falta. Me hace falta asistir, por ejemplo, a un Museo de la Fuerza Armada de El Salvador que diga la verdad sobre el papel del ejército en la historia salvadoreña. No la historia oficial que me dice que los soldados salvaron a mi patria del comunismo; no la historia oficial que reafirma a Domingo Monterrosa como un héroe y no como un genocida; no la historia oficial que se niega a escribir -quizá por pena- los crímenes cometidos por el General Maximiliano Hernández Martínez en 1932; no la historia oficial que sigue opinando que estos aparatos de represión sirvieron para proteger a las y los ciudadanos.

O quizá las mejores frases de la historia oficial sean más realistas de lo que quisiera creer. Es posible: las y los ciudadanos siguen siendo los mismos que en la democracia griega. Quizá la ciudadanía siga siendo, después de todo, ANEP, ASI, FUNTER, ARENA, ASDER, TCS, ESEN, y otros(1), todos próximamente reunidos en el Encuentro Nacional de la Empresa Privada (ENADE 2014) para pensar en cómo volvernos altamente competitivos en el mercado. Lamentablemente el problema económico sigue pareciendo el único problema neural de El Salvador. Con algunos agregados, la clase alta y media alta de El Salvador siguen siendo, a lo mejor, la única sociedad civil con voz, veto y voto que actualmente sigue guiando el hacer y decir salvadoreño. Y yo, mengana vil, ignorante, embrutecida por la mentira y la violencia de las pandillas no tengo más esperanza que ir y venir de un trabajo a otro y esperar a que la cobardía y la impotencia de mi propia clase, expresada en las pandillas, me asalte, me amenace, me desaparezca, me torture o me mate un día como hoy. Debo conformarme además, con haber abonado a la destrucción de la juventud desde mi propia violencia. Porque al fin y al cabo, las pandillas cumplen muy bien el rol que la antigua FAES y los escuadrones de la muerte cumplían antes de los Acuerdos de Paz. Y las pandillas siguen siendo además, resultado de la más completa incapacidad de resolver las cosas sin violencia y de la incapacidad de nuestra clase de acudir a algo más fecundo que el sectarismo religioso.

Nota
1.- Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP), Asociación Salvadoreña de Industriales (ASI), Fundación Teletón Pro-Rehabilitación (FUNTER); Alianza Repuublicana Nacionalista (ARENA), Asociación de Radiodifusores de El Salvador (ASDER), Telecorporación Salvadoreña (TCS), Escuela Superior de Economía y Negocios (ESEN).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.