Se veía venir… Seis años de terquedad política neoliberal de un partido llamado socialista, seis años especialmente belicosos contra los derechos de millones de asalariados y de precarios que, en gran parte, le habían confiado su voto, no podía sino terminar en una catástrofe electoral: la de la recandidatura de José Sócrates por el Partido […]
Se veía venir… Seis años de terquedad política neoliberal de un partido llamado socialista, seis años especialmente belicosos contra los derechos de millones de asalariados y de precarios que, en gran parte, le habían confiado su voto, no podía sino terminar en una catástrofe electoral: la de la recandidatura de José Sócrates por el Partido Socialista (PS) en las elecciones legislativas portuguesas, adelantadas al 5 de junio después de la dimisión del gobierno que él mismo presidía. El PS, que, después de su primera experiencia de mayoría absoluta parlamentaria ya había perdido medio millón de votos en septiembre de 2009 (bajando del 45% de 2005 a un magrísimo 36,6%), ha cedido ahora otro medio millón de sufragios: se queda en un 28,1%, representando a 1,6 millones de votantes. Los partidos de la derecha, los liberales engañosamente llamados socialdemócratas, PSD (38,7%), y el CDS/Partido Popular (11,7%), ambos miembros del Partido Popular Europeo, ganaron en conjunto 565,000 votos en relación con las anteriores legislativas, con un apoyo, pues, de 2,8 millones de electores (subiendo del 39,5% al 51,4%), y conquistaron una amplia mayoría parlamentaria (132 escaños de un total de 230 en el parlamento unicameral portugués, la Assembleia da República). Aun sin haber llegado el PSD y el CDS/PP a un acuerdo para constituir una coalición preelectoral, resultó siempre obvio a lo largo de la campaña que, como ocurrió en el pasado (1979-83, 2002-05), no obteniendo el PSD la mayoría absoluta, los dos partidos formarían coalición de gobierno, como así ha sido.
El resultado no fue insustancial: de las 14 elecciones legislativas democráticas convocadas desde la Revolución Democrática de 1974, ganadas seis veces por la derecha, esta es la tercera vez que la derecha supera el 50% del voto emitido; las dos anteriores (1987 y 1991) corresponden a victorias de un Cavaco Silva -el primer gran líder carismático de la derecha portuguesa desde la muerte de Salazar-, que, despues de presidir al Gobierno durante 10 años (1985-95), pasó a ocupar la Presidencia de la República desde 2006. El PS, a su vez, vuelve a sus peores resultados (por debajo del 30%), coincidentes, justamente, con los períodos en los que sus electores le castigaron por adoptar políticas de austeridad negociadas con el FMI (1977-78 y 1983-85). Sus pérdidas son consistentes en todo el territorio nacional, sin grandes variaciones, aunque conserve una gran parte del voto de las capas populares que, pese a las medidas brutales que el gobierno Sócrates tomó para recortar gasto y derechos sociales, entendieron ser preferible votarle de nuevo que enfrentar, como tendrán que hacer, un gobierno de la derecha todavía más hostil.
La oposición a la izquierda del PS no se benefició, si leemos los resultados de sus dos principales componentes en conjunto, del castigo electoral de los socialistas. Es cierto -y seguramente relevante a escala europea- que la Coligação Democrática Unitária (CDU), que reúne, desde 1985, a comunistas (PCP) y Verdes (PEV), resistió el generalizado giro a la derecha, mejorando ligeramente su representatividad (de 15 a 16 escaños, más de 440 mil votos, 7,9%), lo que le permitió volver a superar holgadamente al Bloco de Esquerda (BE), que cedió todo el terreno electoral conquistado en los últimos años, perdiendo 270 mil votos (de 9,8% a 5,2%, perdiendo el equivalente al 48% de los votos obtenidos en 2009 y pasando de 16 a 8 escaños). La CDU, víctima también ella en las regiones donde su arraigo social es más fuerte (el Sur rural, el Área Metropolitana de Lisboa, donde perdió entre 0,5% y 3% de los votos) del voto útil hacia el PS para intentar impedir la mayoría de derecha, o, sobre todo, del desánimo de miles de electores de las capas populares, que prácticamente tiraron la toalla ante el tsunami socioeconómico que les está cayendo encima, consiguió compensar esa caída atrayéndose a nuevos electores en las zonas más deprimidas del Norte (Área Metropolitana de Porto, el Miño industrial) o entre los electores más jóvenes de las ciudades y de las zonas de gran concentración del terciario (por ejemplo, el Algarve, en donde sacó un diputado más), un grupo de sufragio entre el que, precisamente, el BE había cosechados buenos éxitos en elecciones anteriores. El BE habrá perdido una parte de su voto hacia la CDU, una gran parte hacia el PS, pero también hacia la abstención, el voto blanco o hasta fenómenos perfectamente marginales como la emergencia del Partido pelos Animais e pela Natureza (PAN), que reunió, en su primera comparecencia electoral, 58 mil votos (1%).
Crisis de la democracia
El comportamiento del electorado portugués muestra dos aspectos relevantes en la articulación entre procesos políticos electorales y coyunturas socioeconómicas:
1. Por una parte, se amplía la crisis del sistema representativo. La participación electoral se reduce cuanto más se profundiza la crisis económica, mientras el discurso del poder económico y mediático describe como sin alternativa las políticas económicas consensuadas entre las fuerzas políticas que se turnan en el poder. Votar se vuelve objetivamente inútil, ya que, aparentemente, no permite corregir ningun aspecto esencial de la vida cotidiana. Al contrario de lo que proponen algunos observadores, usando argumentos históricamente equivocados, las crisis económicas no suelen reforzar inmediatamente a los movimientos sociopolíticos críticos del sistema capitalista, sobre todo en coyunturas históricas de reflujo de la conciencia de clase y de la capacidad movilizadora de las clases trabajadoras, como es el caso de las sociedades europeas y norteamericanas desde hace dos o tres décadas. El mejor ejemplo histórico de este tipo de coyunturas es el de la anterior gran crisis del capitalismo internacional, la Gran Depresión, que favoreció, sobre todo en sus primeros años, el triunfo del fascismo, y tuvo en el nacionalsocialismo y en la derrota de la izquierda obrera de la Alemania de Weimar el ejemplo más evidente.
Oficialmente, la participación electoral se desplomó hasta el 58,1%, la más baja en cualquiera de las elecciones legislativas portuguesas en 37 años de democracia. De hecho, sin embargo, ponderando el 1,5 millón de electores fantasma que el censo electoral portugués irregularmente conserva (ciudadanos que han muerto ya y siguen censados, u otros que están censados en más de un lugar por incompetencia de la administración electoral), la participación, aunque claramente decreciente, no debe ser inferior a los 2/3. A eso se añaden formas marginales de protesta como el récord de votos blancos y nulos (4%, 1% más que en la anterior elección) desde 1975-76 (es decir, desde las primeras elecciones realizadas en una sociedad en la que el sufragio universal acababa de implantarse, y justo después de 48 años de dictadura). La incipiencia y la inconsistencia política de movimientos sociales como el de la Geração à Rasca, pese a su amplísima, sorprendente y efímera capacidad de convocatoria (manifestaciones masivas del 12 de marzo), tal vez ayudan a comprender porqué no desempeñaron papel alguno en el proceso electoral.
2. En el mismo sentido, sigue desvirtuándose de manera casi irreversible el significado básico de las elecciones legislativas, travestidas de presidenciales-bis: a gran parte de los ciudadanos les parece inútil participar en la elección entre aquellos que los medios les presentan como los dos únicos candidatos a la presidencia del Gobierno, uno representando al PS y otro al PSD, aparentemente acompañados cada uno de ellos de 229 segundones que se comportan como claque… Si la desfachatez política y moral de los últimos tres primeros ministros -Durão Barroso (PSD, 2002-04), Santana Lopes (PSD, 2004-05) y Sócrates (2005-11, PS)- produjo la inversión de esa tendencia, por primera vez desde 1985, hacia la bipolarización PS/PSD (los dos partidos reunían 79% de los votos en 1991, 78% en 2002, pero bajaron a 65,7% en 2009 y a 66,7% en 2011), lo cierto es que el sistema electoral, formalmente proporcional, sigue penalizando (aunque bastante menos que en el terrible caso español) a las candidaturas que reúnan a menos del 10% del sufragio de un país en que 230 diputados se distribuyen por 20 circunscripciones electorales.
3. Por otra parte, si los electores a la derecha del PSD, que votan al CDS, saben que su voto es siempre útil cuando el PSD acaba formalizando coaliciones gubernamentales con el CDS, los electores a la izquierda del PS (un millón en 2009, 730 mil en 2011), en cambio, tienen demasiados motivos para pensar que su voto, pese a que sigue siendo el más representativo en toda Europa (13,1%), no consigue cambiar un proceso de derechización del PS que dura desde… 1975. La revisión de la historia reciente confirma lo obvio: el PS jamás se planteó colaboración política alguna con fuerzas a su izquierda en ninguna de las coyunturas en las que el conjunto de las izquierdas disponían de mayoría parlamentaria; ni cuando el PCP monopolizaba la representación parlamentaria a la izquierda del PS (en 1976-79, con 14,4% de los votos, o en 1983-85, 18%, o en 1995-99, 8,6%), y los socialistas justificaban su rechazo de convergencia de la izquierda con argumentos típicos de la Guerra Fría, aunque ésta hubiese ya terminado; ni cuando el PS pasó a disponer a su izquierda de dos posibles socios, el PCP y el BE (1999-2002, los dos reuniendo un 11,4% desde 2005): siempre han rechazado esa convergencia tanto con uno como con el otro.
En este sentido, el BE acabó pagando un precio incomparablemente más alto que el que pagó el PCP. Si los comunistas, pese a conservar su fuerza, no consiguieron atraerse el voto de centenares de miles de asalariados que, sin embargo, fueron capaces de movilizarse en las manifestaciones multitudinarias que la central sindical CGTP (de mayoría comunista) convocó en contra de la política económica de Sócrates a lo largo de los últimos años, y que culminaron en la huelga general del 24 de noviembre de 2010, los bloquistas perdieron el voto de casi 300 mil electores que hace un año y medio creyeron que, votando al BE, podrían forzar a una convergencia BE/PS.
La estrategia algo ambigua del BE habrá ayudado a este equívoco. La dirección bloquista ha hecho todo tipo de intentos de ampliación de su espacio político a lo largo de los últimos años, tomando iniciativas que acabaron revelándose desastrosas. El BE se apresuró a apoyar, hace meses, al candidato presidencial socialista (Manuel Alegre), quien, después de haber compartido con el BE críticas a la política neoliberal de Sócrates, no consiguió atraer el apoyo de la gran mayoría de los electores del BE y no dudó en aceptar integrar la dirección del PS por invitación del mismo Sócrates; invitó al independiente Fernando Nobre para mandatário (portavoz honorífico) de la lista del BE a las elecciones europeas de 2009, sin prever que Nobre se presentaría como candidato independiente a las presidenciales de enero de este año y que acabaría nº 1 de la lista del principal partido de la derecha, el PSD, por el círculo de Lisboa…; uno de los tres eurodiputados del BE, el independiente Rui Tavares, que, columnista de la prensa diaria, había sido invitado a integrar la candidatura bloquista, acaba de aprovechar el pretexto de la derrota en las legislativas para pasarse al grupo Verde en el Parlamento Europeo con el que flirteaba desde hacía tiempo.
Después de diez años multiplicando su voto y presentándose como el gran protagonista de la modernización de la izquierda portuguesa, la verdad es que el BE ha terminado por revelarse como un banal partido de electores, con la volubilidad electoral típica de movimientos de baja identidad ideológica, manifiestamente ahogado por el esquema de razonamiento típicamente táctico de un gran número de electores: en un momento en el que se demostró irrecuperable la distancia política entre un PS que había firmado el acuerdo con la troika FMI/UE/Banco Central Europeo y un BE que rechazó siquiera presentarse a las reuniones con ella, una gran parte de los que habían votado al BE en 2009 prefirieron votar ahora directamente al PS, pese a la repulsión hacia Sócrates documentada por todos los sondeos realizados: más de los dos tercios de los encuestados los rechazaban.
Los voceros de la ligereza mediática (algunos de los cuales navegaban hasta hace poco en la periferia radicaldemocrática del mismo BE) se apresuraron a decretar el acta de defunción del BE. El argumentario es, curiosa e irónicamente, semejante al que se usó durante los últimos 20 años con el PCP: el agotamiento de su papel histórico. El PCP habría perdido su utilidad política sencillamente al caer el Muro de Berlín y al confirmarse, según ellos, la modernización liberal de la sociedad portuguesa; la del BE, a su vez, habría desaparecido hace muy poco con la consagración legal del derecho al aborto (2007) y al matrimonio de personas del mismo sexo (2010), reduciendo la identidad política del BE a las mal llamadas causas de civilización que, es cierto, le atrajeron el apoyo de un gran número de ciudadanos urbanos y jóvenes entre los que se encontrarán muchos de los electores poco politizados que retiraron al BE su apoyo.
Un largo (¿y rápido?) camino hacia atrás…
El circo electoral se cerró. Como era previsible, la campaña se desarrolló con un cinismo se campanillas: los tres partidos (PS, PSD y CDS/PP) que habían firmado eunacuerdo con la troika FMI/UE/BCE que habrá de traer consigo el más terrible ataque a los derechos de los trabajadores y a las políticas sociales del Estado desde 1974, representaron su tradicional teatrillo de la renovación plástica de las caras y los discursos que todo turnismo presupone, evitando, naturalmente, detallar las medidas de la llamada austeridad que pretenden aprobar durante el verano, y que culminan y agravan diez años de recortes sociales, de crecimiento de la pobreza y de recesión o quasi-recesión económica (la llamada década perdida). El nuevo gobierno, presidido por Pedro Passos Coelho (PSD), anuncia una oleada de privatizaciones que amplía el largo listado que Sócrates había presentado en distintos momentos del último año, empezando por las muy rentables TAP (compañía aérea), ANA (aeroportuaria), CTT (correos), la aseguradora del grupo financiero público Caixa Geral de Depósitos (equivalente al conjunto de las cajas españolas) y lo que queda de público en las eléctricas (EDP y REN), y las menos rentables CP (ferroviaria), las empressa públicas de transorte de Lisboa y de Oporto o la televisión pública (RTP)…
No hay que esperar de los socialistas ninguna resistencia en este campo, ni siquiera en lo que se refiere a la descapitalización de la Seguridad Social -resultante de la bajada de la Taxa Social Única (incluida en la masa salarial)- que se acaba de proponer en el programa del nuevo gobierno y que el PS había ya aceptado cuando negoció con la troika. Ni queda más que decir sobre el abaratamiento del despido, propuesto antes de las elecciones por la ministra de Trabajo de Sócrates, una exsindicalista de UGT… Queda por ver cómo reaccionará el PS ante las propuestas de reforma de la Constitución barajadas por la derecha, que incluyen desde la eliminación de la condición jurídicamente demostrable de causa justa para el despido, hasta la reforma del sistema político (para reforzar los poderes presidenciales e introducir un sistema electoral mixto mayoritario-proporcional que favorecería todavía más a los dos partidos más votados), aunque su comportamiento en las reformas anteriores realizadas bajo mayorías parlamentarias de la derecha no auguran nada positivo para los legítimamente preocupados por legado democrático de la Revolución de 1974.
Tenemos por delante un verano pesado y angustioso. En septiembre, los portugueses nos podemos ver metidos en la vía griega hacia la catástrofe. Dentro de uno pocos años, si la resistencia social no prospera, los grandes grupos económicos, en alianza con la banca internacional, habrán conseguido destruir lo que la difícil y tardía democracia republicana portuguesa construyó en décadas y décadas de luchas.
Manuel Loff, colaborador habitual de SinPermiso para Portugal, es profesor de historia en la universidad de Oporto.