El año 2009 va a ser decisivo para el socialista Die Linke (La Izquierda), en el que parte del electorado desilusionado con el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) y con los Verdes ha depositado sus esperanzas al considerarlo una alternativa desde la izquierda.
La izquierda faltaba desde 1998, cuando los Verdes formaron un bipartito con los socialdemócratas, conformando un «nuevo centro» que, encabezado por el entonces canciller Gerhard Schröder (SPD) y su vicecanciller Joseph Martin Fischer (Verdes), involucró a Alemania en dos guerras (Yugoslavia, en 1999 y Afganistán, en 2001) y abrió la puerta a la privatización neoliberal de muchos sectores industriales y sociales.
Ante esta traición de valores sociales y pacifistas muchos buscaron una alternativa que se materializó en 2005 con la creación de Die Linke. Bajo esta denominación se fusionaron el Partido del Socialismo Democrático (PDS), que era sucesor del germanooriental Partido Socialista Unificado de Alemania (SED), y la WASG, formada por ex socialdemócratas, sindicalistas y grupos izquierdistas afincados en el oeste alemán. Fue el primer partido alemán que se fundó, tras la unificación alemana en 1990, en base a la igualdad entre sus dos integrantes y no a la anexión de la parte oriental por la occidental, tal y como ocurrió con las otras cuatro fuerzas políticas con representación en el Parlamento alemán.
Ante este fondo histórico y la actual crisis económica, Die Linke es muy atractivo para aquellos que buscan una alternativa política que se sitúa entre el SPD y la izquierda no institucionalizada. La formación la lideran conjuntamente el germanooriental Lothar Bisky, principal candidato a las elecciones europeas, y el germanooccidental Oskar Lafontaine, quien fuera presidente del SPD y podría ser el futuro ministro-presidente del País de Sarre.
Rumbo ideológico
Ahora Die Linke ha de demostrar lo que quiere, si mantener el actual sistema con las reformas que hagan falta o iniciar el camino hacia un fundamental cambio político y social. En su rumbo ideológico van a influir, además de la habitual presión mediática y política por otros actores, tres acontecimientos: las elecciones europeas (y algunas municipales) del 7 de junio, los comicios regionales del País de Sarre que tendrán lugar el 30 de agosto y las elecciones generales del 27 de setiembre.
La cita del 7-J es importante porque cada punto que sume por encima de los 6 logrados en los comicios europeos de 2004 fortalece su posición de cara a la siguiente cita con las urnas y frente a sus principales adversarios, el SPD y los Verdes. Además, las elecciones municipales en el País de Sarre van a avanzar si Lafontaine tiene posibilidades de reconquistar su antiguo feudo en agosto, lo que supondría que por primera vez Die Linke gobernaría un land en el oeste alemán. La debacle o la victoria influirán, asimismo, en su relación con el SPD, porque atendiendo a la aritmética, y según las encuestas más recientes, un tripartito que sume también a los Verdes podría acabar con el Gobierno de la canciller Angela Merkel.
Dos métodos de doma
Sin embargo, los poderes fácticos aún no han dado su visto bueno a semejante experimento al considerar «radicales» algunas de las posturas del Linke. El Estado alemán dispone de dos métodos para domar a sus enemigos: la represión -que ya vivieron quienes optaron por la lucha armada en las décadas de los 70 y 80- y la asimilación. Esta última se llevó a cabo generando un debate interno en el partido entre las alas «fundamentalista» y «realista». El primero de estos sectores defiende ciertos valores, mientras que el segundo opta por el posibilismo y espera prebendas del sistema. Eso sucedió con los Verdes, que durante una década se «autopurgaron» y fueron eliminando a los «fundamentalistas» hasta que el sistema consideró a los «realistas» aptos para gobernar el país junto con el SPD.
En esta misma coyuntura se halla Die Linke. El sistema le hace pasar por el aro, niega lo positivo que tenía la Alemania socialista e, incluso, se adhiere a la «solidaridad incondicional con Israel», olvidándose de que la RDA defendía a los palestinos. Los poderes fácticos lo toleran, porque es la única formación que podría retirar a las tropas de Afganistán sin poner en peligro la estabilidad política. Lo mismo ocurre con respecto a los «cambios sociales», necesarios para evitar revueltas causadas por el aumento del paro y la pobreza. En esta situación, Die Linke sigue declarándose pacifista y socialista, diciendo «no» al Tratado de Lisboa, defendiendo un salario mínimo que en Alemania no existe, y exigiendo la disolución de la OTAN. Pero lo que atrae por encima de todo es su mensaje social, sobre todo en el País de Sarre y en el Este alemán, las zonas más pobres de la República Federal.
No obstante, un buen resultado el 7-J no debe ocultar la compatibilidad de personas y estrategias políticas existente entre Die Linke, SPD y Verdes. La eurodiputada del Linke Sylvia-Yvonne Kaufmann se afilió al SPD tras la decisión de su partido de no nombrarle de nuevo candidata. En el Parlamento regional de Berlín una diputada verde se pasó a la bancada socialdemócrata, mientras que otra del SPD lo hizo en la dirección contraria. Kaufmann podría convertirse en un caso parecido al de Otto Schily, un destacado verde, defensor de presos políticos, que fichó por el SPD y fue nombrado ministro de Interior.