Este debate pertenece a los actos en memoria de la insurrección del pueblo obrero de Gasteiz que tuvo su punto álgido en la masacre del tres de marzo de 1976, durante la cual fueron asesinados cinco trabajadores. Con mucho acierto, se ha pensado que es necesario ubicar aquella barbarie en la dinámica capitalista que nos ha traído a la situación actual, como base para prepararnos para lo que se avecina. Como está organizado por Askapena haremos especial hincapié en los contextos, causas y efectos internacionales.
La situación en Euskal Herria y en concreto en Gasteiz era de avance múltiple de la lucha de liberación nacional de clase. Debemos insistir en el contenido de clase trabajadora porque, desde hace unos años a esta parte, se intenta por todos los medios negar el papel decisivo del proletariado en la caída de la dictadura e impedir pese a todo que la mal llamada «transición» fuera incluso más reaccionaria de lo que es: sin la lucha nacional de clase sostenida desde finales de la década de 1960 el franquismo se hubiera perpetuado con un maquillaje mucho más tenue y superficial, más burdo, que el resultante de una cobarde «transición».
El franquismo había pedido la entrada en la CEE en 1962, pero fue rechazada, lo que era visto como una señal inequívoca de su «espíritu democrático», por las fuerzas antifranquistas que habían puesto sus esperanzas en que la CEE o como se decía: «la entrada en Europa», terminaría de enterrar al dictador. Ortega y Gasset dijo aquello de que «España es el problema, Europa la solución». Poco a poco, las burguesías europeas estrechaban lazos: se había dejado atrás la Unión Aduanera de 1968, en 1973 hubo una significativa ampliación y se empezaba a pensar en las primeras elecciones al Parlamento europeo para 1979. Pero mientras tanto, el 27 de septiembre de 1975 la dictadura asesinó a cinco revolucionarios. Aunque las protestas en Europa fueron masivas, algunos Estados propusieron un aislamiento del franquismo, pero la Comunidad Económica Europea –una proto-UE– permaneció impasible y en silencio, junto con EEUU y el Vaticano, preparaba la supuesta «transición». Para el 3 de febrero de 1976 estaba claro que, como en 1945-53, el imperialismo no toleraría la libertad en una zona geoestratégica decisiva: la península Ibérica.
Desde finales de la década de 1960 Europa Occidental se enfrentaba a serios problemas: profunda crisis económica agravada desde 1973; crisis de orden y de legitimación del poder por la oleada prerrevolucionaria iniciada entonces; crisis de prestigio del eurocentrismo ante la fuerza de las guerras antiimperialista con su ejemplo ilusionador en las izquierdas europeas que también se abrían a nuevas injusticias, etc.; a esto se unía el que la URSS aún no había agravado su descomposición interna… En respuesta, la CEE avanzaba en la unificación represiva sin olvidar, desde luego, la militarización total impuesta por la OTAN para atacar a la URSS e impedir cualquier proceso revolucionario en la Europa capitalista.
La revolución portuguesa de 1973 no debía incendiar el resto de la península Ibérica y la OTAN con su brazo socioeconómico, la CEE, incluso llegaron a planear una invasión de Portugal con la ayuda española, pero no hizo falta porque la II Internacional y otras fuerzas como el PCP abortaron la emancipación, como lo volverían a hacer en el Estado español entre 1975-82. La entrega española del pueblo saharaui al feroz Marruecos, negociada por la CEE, EEUU y España, en 1976 reafirmaba la unidad de intereses del imperialismo y la planificación político-militar, que no sólo económica, en todas sus decisiones, dada la importancia del Sahara por su ubicación geográfica. Por no extendernos, fue en 1975 cuando el gobierno socialdemócrata alemán lanzó la ofensiva anti obrera monetarista, que luego sería llamada neoliberal, que se extendería por el mundo desde sus inicios en Brasil a finales de la década de 1960, y sobre todo, en Chile desde el golpe fascista de Pinochet, y en Alemania Federal.
Unido a esto, las principales burguesías europeas deseaban avanzar en una cierta unificación monetaria que les diera más autonomía con respecto al poder enorme del dólar. De hecho, el dólar había dirigido desde Walt Street buena parte del proceso europeo occidental desde 1944 y se había reforzado ese telecontrol desde 1959. O sea: dólar, OTAN y embajadas: la trilogía del poder estadounidense sobre la CEE. El detonante fue la decisión yanqui de 1973 de abandonar la paridad dólar-oro debido a la angustiosa situación de sus reservas y economía, débiles ya para sostener los crecientes gastos de la agresión salvaje al heroico pueblo vietnamita. Pero este juvenil deseo europeo no ha fructificado apenas, no sólo por las decisiones yanquis para seguir controlando las finanzas mundiales, sino por la debilidad política de la UE: el propio Banco Central Europeo ha insistido en la separación entre euro y política, y dado el poder decisivo a EEUU. Se dice que el covid-19 sí va a forzar una unificación monetaria y fiscal europea… al servicio de euro Alemania.
El pueblo trabajador no podía esperar nada de la CEE, como se demostró en el golpe de Estado 23 de febrero de 1981 supervisado a distancia por la OTAN y EEUU, y, sobre todo, desde la llegada del PSOE al Gobierno a finales de 1982 que inmediatamente lanzó cuatro ataques:
Uno, la guerra de contrainsurgencia y el Plan ZEN, los GAL y la guerra psicológica, en la que la experiencia de la OTAN y los servicios de varios Estados de la CEE fueron decisivos, junto a las mafias. Por ejemplo, las nuevas formas de tortura, la creación de la Ertzaintza y EITB como fuerzas de orden y manipulación, la dispersión de las prisioneras y prisioneros desde 1987 en adelante, la irrupción de la droga como arma de exterminio psicosomático…
Dos, la política de desindustrialización y empobrecimiento obedeciendo órdenes no públicas aún del FMI y de la CEE, pero que lo serían pocos años después, de modo que se fue destruyendo el espinazo industrial de la llamada «cultura del hierro» que había sostenido las bellas y sobrecogedoras luchas obreras y populares desde 1966 desde la histórica huelga de Bandas en adelante.
Tres, la esclavización impuesta mediante la entrada forzada en la OTAN en 1986 y la consiguiente militarización oficial del territorio, porque ya lo estaba en la práctica mediante el campo de tiro de Bardenas y los proyectos de hacer de la depresión del Ebro una gran retaguardia protegida por el Pirineo en la crisis prebélica de mediados de la década de 1980 que estuvo a punto de estallar en guerra entre la OTAN y el Pacto de Varsovia.
Y cuatro, la extinción definitiva de toda utopía de reunificación nacional entre Hegoalde e Iparralde [sur y norte del País Vasco, respectivamente] dentro de la CEE porque esta se creó, entre otros objetivos, también para defender la integridad territorial de sus Estados al margen de la suerte de las naciones que oprimen internamente. Aunque los reformismos, subpoderes y gobiernillos varios regionalistas y autonomistas dispongan de las llamadas «regiones transfronterizas», «euro-regiones», etc., para justificar su aceptación de la Unión Europea, en realidad podemos parafrasear el dicho cristiano: cada burguesía en su Estado y la OTAN en la de todos.
El rechazo canario, catalán y vasco a la OTAN mostraba lo enclenque que era el mito creado desde 1948 sobre este ejército imperialista destinado, al menos, a tres cosas: destrozar a la URSS, impedir procesos revolucionarios en Europa y aumentar el control yanqui de Europa no solo mediante sus poder económico-financiero sino también el militar. La oleada prerrevolucionaria iniciada en 1968 tuvo muy claro ya entonces que CEE y OTAN eran inseparables, como lo demostraría de nuevo la dramática experiencia italiana, por citar un ejemplo. Esta identidad era una de las razones que explicaban el euro escepticismo al alza, siendo otras el rechazo al método autoritario de avanzar en la centralización, los recortes de derechos y libertades, etc., durante la década de 1980.
La implosión de la URSS en 1989-91 y el Tratado de Maastricht de 1992-93 contrarrestaron un poco el euro escepticismo, pero enseguida volvió porque Maastricht multiplicó el ataque neoliberal interno y la ferocidad de la OTAN para destruir Yugoslavia a lo largo de una serie de guerras de extrema crueldad en las que la OTAN bombardeó la embajada de China en Belgrado: una advertencia para el futuro que ahora se entiende en su aterrador significado, como veremos. La OTAN había prometido a Gorbachov que, si la burocracia disolvía la URSS, el imperialismo cejaría en los ataques al Este que habían empezado ya en 1945. Fue una de tantas mentiras, como se vio de inmediato en la destrucción de Yugoslavia, luego en las llamadas «revoluciones naranjas» y en la estrategia de crear bases de la OTAN lo más cerca posible de Moscú. A la vez, el euroimperialismo, que no hizo nada para impedir la primera guerra contra Irak, que presionaba fuertemente a Cuba e Irán, que controlaba amplias zonas del Sahel, ayudó en el golpe de Estado de 2002 contra la Venezuela bolivariana dirigida por Chávez.
Simultáneamente y dentro de este contexto agresivo, la UE fue adaptando el Tratado de 1992-93 a las nuevas necesidades del capital europeo en 1999 en Amsterdam, en 2000 en Niza y en 2007 en Lisboa, oficializado en 2009 en plena crisis mundial que, como es lógico, impedirá que se lleven a la práctica las grandilocuentes declaraciones sobre los derechos ciudadanos, etc. Basta recordar las sucesivas movilizaciones sociales que, por poner una fecha, se recrudecen desde 1995 en Bélgica y continúan con vaivenes hasta el estallido francés de 2010. A la vez, la ofensiva hacia el Este, tomó fuerza desde 2004 mejorando las lecciones de la larga política provocadora aplicada con descaro desde la década de 1980, potenciando regímenes reaccionarios, comprándolos con euros y dólares, para que reprimieran a las fuerzas progresistas y de izquierda, y aceptasen tropas de la OTAN que la acercaran lo más posible al interior de Rusia. No olvidemos la intervención de servicios secretos y tropas camufladas europeas en la invasión yanqui de Afganistán desde 2001, en la segunda guerra contra la debilitada Irak en 2003, etc.
La crisis de 2007-08 reforzaba los ataques internos a los derechos sociales y democráticos, y el endurecimiento del euro imperialismo supervisado por EEUU. Para 2011 las duras exigencias de los occidentales estaban hundiendo en el hambre a amplios sectores del «tercer mundo», generando tensiones sociales que el imperialismo aprovechó en donde pudo para atacarlos. Lo hizo aplicando un método básico muy antiguo mejorado con las «revoluciones naranjas» y que ha recibido varios nombres: «intervención humanitaria», «guerra preventiva», «híbrida», «de cuarta generación», etc. En 2011 EEUU y la UE atacaron Libia y Siria buscando su aniquilamiento y balcanización. La primera fue destruida, pero Siria resistió salvando parte de su territorio gracias a Rusia e Irán. Los servicios secretos de la UE, siempre activos en Siria y Libia, también actúan, aunque con más disimulo contra pueblos golpeados de múltiples formas: kurdos, palestinos, yemeníes… También ayuda a mantener dictaduras como la egipcia y estudia si es conveniente y posible balcanizar Líbano, y ayuda a Marruecos en su guerra contra el pueblo saharaui. ¿Y qué decir con respecto a Venezuela, Cuba…?
Exceptuando tensiones puntuales creadas por Trump, la UE ha colaborado y colabora fielmente con EEUU en el saqueo del mundo y recibe una parte del botín. No le presiona para acabar con la asfixia a Irán, por ejemplo, y le ayuda a redoblar las sanciones a Rusia. Pero la decadencia relativa yanqui unida a la fuerza creciente de China y Rusia más los Estados que se le van sumando o acercando, todo ello en la gravedad de una crisis global nunca conocida antes, ha puesto a la UE en un serio aprieto. La OTAN se expande por el mundo, con su propio nombre en Colombia y puede que en México como puertas de entrada en Nuestramérica; con otros nombres en Oriente Medio para cercar a Irán e Irak, y en Asia para cercar a China y Corea del Norte, y vigilar Vietnam y el Mekong. Un esfuerzo gigantesco iniciado hace tiempo que exige masas inimaginables de capital. Hasta ahora la UE se ha resistido a aumentar mucho su gasto en armas, pero ya Obama y luego Trump le exigieron hacerlo. La UE utiliza al «demócrata» Biden, alias «el bombardero», para justificar su rearme a costa del empobrecimiento de sus poblaciones, al igual que Japón, Australia, Corea del Sur, etc., en el otro extremo del mundo.
En un primer momento la muerte alimenta al capital porque la industria de la matanza de hombres, como la denominaban Marx y Engels, sirve para activar al inicio la economía, pero a la larga es un despilfarro improductivo. La UE asume ese despilfarro por tres motivos: produce miedo y obediencia lo que le facilita la sobreexplotación interna imprescindible para salir de la crisis; multiplica la fuerza para la explotación externa, imperialista; y las pérdidas a medio y largo plazo las pagaran las clases y pueblos explotados, no la burguesía. La industria cultural produce en masa obras que legitiman y banalizan las violencias injustas: hay que adoctrinar a la juventud obrera para que acepte ser carne de cañón que muera por el capital y hay que amedrentar al proletariado para que no se subleve. La militarización del sistema educativo es parte sustancial de esta esta estrategia que la UE intenta mantener en secreto. Los recortes de libertades realizados con la excusa del covid-19 refuerzan la dinámica liberticida previa y generan mansedumbre ante el futuro. La tolerancia oficial frente al racismo y al fascismo, el desprestigio de toda cultura no occidental y los intentos nunca abandonados de unir los «valores cristianos» con los «valores occidentales» buscan lo mismo.
El deshielo de los Polos y el calentamiento global trastocan las doctrinas militares. La OTAN ha militarizado Noruega para bombardear Rusia por el Océano Ártico, creando un peligro más grave que el existente hasta finales de la década de 1980 y puntos de ataque desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro: de aquí la importancia vital para Rusia de Kaliningrado, Bielorrusia, Donbás y Crimea, así como la alianza con Irán y la muy difícil neutralización de Turquía. Muy recientemente, el Pentágono post-Trump ha declarado que aumentan las posibilidades de una guerra contra Eurasia. Hay una distancia entre lo posible, lo probable y lo real, pero esa distancia se acorta, hay mucho más poder de aniquilación que hace un tercio de siglo y la Gran Depresión actual es cualitativamente más grave que las anteriores y que todas las crisis precedentes.
A los enormes gastos militares hay que sumar el gigantesco endeudamiento para salir de la crisis sociosanitaria, que se suma a la deuda ya existente. El desbarajuste de la UE en la compra y reparto de las vacunas contra el covid-19 está forzando el debate sobre la necesidad de la unidad financiera, del control tributario, de una mayor centralización del poder decisorio, en definitiva. Hay intereses diferentes al respecto, según la fuerza económica de cada país, pero tarde o temprano se terminará imponiendo la ley tendencial de la concentración y centralización de capitales, proceso vital por otra parte para contener la sangría de la crisis. No hace falta decir que Alemania, con el apoyo de los llamados «países frugales», es la potencia dominante y que llegado el momento y si hiciera falta, no dudará en exigir disciplina como la impuesta al pueblo griego para que pagase la deuda contraída por su burguesía. Por tanto, que nadie crea que el BCE va a regalar euros sin intereses, algunos de los cuales no serán directamente económicos, sino políticos y hasta militares.
Las naciones oprimidas, a las que se nos impide por la fuerza el disponer de nuestro propio Estado, somos las más golpeadas por las medidas capitalistas para salir de esta tercera Gran Depresión y de la crisis sociosanitaria. El caso palestino es trágico, es inhumano, ante el cual la UE permanece pasiva para no enfadar a Israel. Los esfuerzos para ocultar al conocimiento público la calidad y baratura de las vacunas rusa, china y cubana, y las claudicaciones ante la prepotencia chulesca de la farmaindustria imperialista muestran cómo la UE supedita la vida de los pueblos a la salud del capital. Las naciones oprimidas y más sus clases trabajadoras estamos indefensas ante las prioridades que imponen los Estados y las secretas condiciones de pago de la deuda que han aceptado. La UE no se suma a la propuesta de Sudáfrica y de cada vez más fuerzas mundiales de una vacuna abierta y gratuita, y el Gobierno español, llamado «progresista», rechaza el elemental derecho de acabar con las patentes de los medicamentos y vacunas.
La UE al igual que EEUU, saben que si no quieren quedar relegadas a segundo plano, deben abrir una nueva fase histórica sostenida de acumulación ampliada de capital, lo cual es imposible sin una dura sobreexplotación, porque sólo el trabajo vivo produce valor y beneficio, y sin un conjunto de guerras regionales más o menos salvajes pero que eviten el holocausto nuclear. Esta es la ilusión de la OTAN y de la industria militar lanzada a crear armas «inteligentes», de guerra electrónica y nucleares tácticas. La militarización del espacio estratosférico es real e imparable. Pero Europa vuelve a tener miedo pánico ante una guerra que muy probablemente derive en un cataclismo total. Rusia ha advertido que mantiene la estrategia de destrucción mutua asegurada, que se activará en poco tiempo, porque sabe que la OTAN es superior en recursos a medio y largo plazo si no recibe pronto ayuda de China: de ahí el pacto militar entre ambas potencias que se necesitan mutuamente.
¿Es nueva esta situación en la historia europea? No. Salvando las distancias espacio-temporales y sus ritmos y niveles, el capitalismo europeo se ha desarrollado, además de por sus leyes tendenciales endógenas, también en base a la dialéctica entre explotación, guerra y nuevas hegemonías. O sea, la dialéctica entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción que ha tomado expresión jurídica en tres grandes reordenaciones que cerraban fases viejas y abrían nuevas, que se imponían después de tremendas guerras que a su vez respondían a las contradicciones socioeconómicas inherentes al capital, sobre todo a su ley tendencial de concentración y centralización: el Tratado de Westfalia de 1648, el Congreso de Viena de 1815, las negociaciones entre EEUU y la URSS en 1943-45, y el Tratado de Maastricht de 1992-93 y sus adecuaciones posteriores que han entrado en crisis entre otras razones porque no pudo imponerse mediante una dura guerra, sino mediante presión económica y guerras «menores».
¿Cómo será la quinta reordenación, si la hay? Dependerá de la lucha de clases en sus múltiples expresiones. ¿Cómo hacer que sea un avance decisivo hacia el socialismo, como empezó a serlo en 1917? Organizando, extendiendo y venciendo en la lucha revolucionaria. La «democrática» y maldita Europa chorrea sangre por todos sus poros, debemos acabar con tanto dolor e injusticia, con esta Europa maldita.
EUSKAL HERRIA, 25 de febrero de 2021