Traducción por S. Seguí
Un fantasma recorre Europa: el fantasma del brexit. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: Merkel y Hollande, Draghi y Juncker, los socialistas franceses y los polizontes alemanes.
¿Como sucedió? La respuesta no se encuentra en Inglaterra, que en gran medida fuera de Londres votó para brexit. Se encuentra dentro de la propia UE.
Yo he sido un firme defensor de la UE durante casi toda mi vida adulta. Sin embargo no estoy ciego a la realidad. Desde hace mucho tiempo se me ha hecho evidente que las cosas han ido muy mal.
En primer lugar, es importante disipar algunos mitos sobre la UE. En la imaginación popular euroescéptica, la UE es una burocracia remota e irresponsable con sede en Bruselas que se entromete y regula todas las esferas de la vida. Esto es una tergiversación. La burocracia de la UE es en realidad bastante pequeña y sólo tiene el poder que los gobiernos de la UE le otorgan.
John Laughland, en una reciente emisión de Crosstalk, en RT, calificó a la UE con mayor precisión como un cártel de gobiernos que conspiran entre bastidores entre sí para aprobar leyes sin necesidad de consultar con sus parlamentos elegidos democráticamente. Pero si bien ésta definición está más cerca de la verdad, no es toda la verdad. Más bien es que la UE, por lo menos en la última década, se entiende mejor como una camarilla de tres gobiernos, en primer lugar el de EE.UU. y luego el Alemania, con otro, Francia, tratado por los alemanes (aunque no por EE.UU.) como una especie de socio menor, los cuales toman en secreto decisiones que son vinculantes para todos los demás.
Soy consciente de que esta descripción de la UE provocará fuertes objeciones en algunos sectores, sobre todo, con mucho, en el más poderoso de estos gobiernos, el de EE.UU., que no es miembro de la UE. Sin embargo lo que digo es bien conocido por todos los insiders cualificados. De hecho, los hechos hablan por sí mismos y casi ni siquiera se ocultan. En cuestiones clave, la política de la UE en la actualidad se decide en discusiones bilaterales privadas entre estadounidenses y alemanes, con la frecuente participación del presidente de Estados Unidos y la canciller alemana; y más tarde los alemanes comunican a los restantes europeos lo que deben hacer.
En un reciente articulo he descrito el proceso utilizado en relación con el tema de las sanciones:
«… una fuente me ha informado que representantes de EE.UU. asisten regularmente a las reuniones del Comité de Representantes Permanentes de la UE (COREPER), aunque las actas de sus sesiones se editan para suprimir el hecho de esta presencia. No obstante, su asistencia regular a las sesiones de una institución clave de la UE -de la cual los EE.UU. no es un Estado miembro- ha sido objeto de quejas en la sala del Parlamento Europeo.
Dado que el COREPER prepara el orden del día del Consejo de Ministros de la Unión Europea (el principal órgano legislativo de la UE) y coordina el trabajo de unos 250 comités y grupos de trabajo de la UE -en la práctica, toda la burocracia de la UE- la presencia de Estados Unidos en sus reuniones da EE.UU. una voz decisiva en la elaboración de las políticas de la UE.
Desde que el Consejo Europeo decidió imponer sanciones sectoriales a Rusia, el 31 de julio de 2014, cada decisión concreta de ampliar las sanciones ha sido adoptada no por el Consejo Europeo sino por el COREPER, aunque la autoridad legal del COREPER para tomar una decisión de este tipo sea cuestionable, por decirlo amablemente.
Lo que ocurre en realidad es que el presidente Obama le dice a la canciller alemana, Angela Merkel y al presidente francés, François Hollande, que hay que extender las sanciones, la Comisión elabora la decisión, el COREPER la ratifica, y a continuación se publica sin más discusión en el sitio web Europa.
El primer ministro italiano, Matteo Renzi se ha quejado de que la canciller alemana, Merkel, comenta las decisiones relativas a la UE con el presidente francés, Hollande, y el presidente de la Comisión Europea, Juncker, que a continuación se hacen públicas, y sólo entonces él (Renzi) se entera de ellas.»
En el período inmediatamente posterior a la votación del brexit este procedimiento funcionó de nuevo. La página web de la Casa Blanca confirmó que, aparte del primer ministro británico, Cameron, el otro líder de la UE con quien habló el presidente estadounidense, Obama, después de la votación del brexit fue canciller alemana, Merkel… ¡como si fuera ésta la cabeza de la UE! La información que la Casa Blanca ha difundido sobre esta llamada muestra que estaba destinada a «tranquilizar» a Merkel y Cameron respecto del compromiso de EE.UU. con el mantenimiento de su asociación con la UE y Gran Bretaña. Otra forma de expresarlo sería decir que la llamada estuvo pensada para recordar a Merkel y Cameron el interés primordial de EE.UU. en la UE y los asuntos de Gran Bretaña, y en la preservación de su alianza con ambos.
Como ya he explicado en muchos lugares, cualquier líder político europeo que trate de resistirse a este sistema corre el riesgo de ver cómo sus objeciones son simplemente ignoradas, a la vez que se convierte en el blanco de las iras del establishment de EE.UU. y la UE. Así, en enero de 2015, poco después de llegar al poder en Grecia, el gobierno de Syriza se percató de que debía haber aceptado la prolongación de las sanciones contra determinadas personas y empresas rusas, aunque en ningún momento había hecho tal cosa. Sin embargo, cuando se atrevió a hacer públicas sus observaciones, sus líderes recibieron advertencias, a través de los medios de comunicación europeos, de que estaban siendo investigados por las agencias de inteligencia de Occidente para ver si tenían vínculos rusos. Ante una amenaza tal y atrapado en unas difíciles negociaciones de su deuda con el liderazgo de la UE, el gobierno griego se doblegó y se mantuvo la decisión de prolongar las sanciones.
Los líderes europeos que se oponen a la forma como se hacen las cosas corren el riesgo de convertirse en el blanco de campañas de difamación despiadadas en los medios de comunicación europeos, mayoritariamente atlantistas, así como de intentos de promover su separación del cargo. Para más inri, también se arriesgan a que sus países se conviertan en blanco de acosos y, en ocasiones, de pura y simple desestabilización a través de las instituciones de la UE. Así, los primeros ministros de Italia y Grecia, Silvio Berlusconi y Andreas Papandreou, fueron expulsados de sus cargos porque se oponían a algunos aspectos de las políticas económicas de la UE durante la crisis de la zona euro y, en el caso de Papandreou, porque quería poner someter a referéndum en Grecia una propuesta de rescate de la UE. El primer ministro de Grecia, Alexis Tsipras, experimentó el corte ilegal del crédito a los bancos y programas de su país -que en última instancia estaban teniendo éxito- para obligarlo a reformar su gobierno en una dirección más «aceptable»; asimismo, el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, suele ser calificado regularmente de fascista en los medios de comunicación europeos porque se ha opuesto a determinadas políticas de la UE y quiere mejorar las relaciones con Rusia.
Más allá de estas campañas, se producen amenazas -por lo general veladas- de cortar el acceso de un estado miembro a los fondos estructurales de la UE o incluso de suspender el derecho de voto en las instituciones de la UE si se niega a seguir la línea. Esto se está realizando actualmente respecto a Polonia, en relación con algunos cambios judiciales que se están promulgando allí; otro tanto se realizó durante la reciente elección presidencial austríaca, por si acaso el pueblo de Austria votaba por el «camino equivocado»; y también se llevó a cabo el pasado otoño para forzar varios estados europeos orientales a seguir la línea de la UE durante la crisis migratoria; y también -varias veces- a Grecia durante la crisis del Grexit del año pasado.
El caso más notorio de todos es, por supuesto, el hábito de la UE de hacer caso omiso de los resultados de las elecciones o referendos que van en contra de sus decisiones. Muy recientemente, Grecia y los Países Bajos han realizado referendos -en relación con el rescate de Grecia y con el acuerdo de asociación con Ucrania- que fueron dejados simplemente a un lado o ignorados.
En una situación de este tipo, donde las posibilidades de supervivencia de un líder político de y su capacidad para hacer cosas depende hasta tal punto de estar alineado con la dirección de la UE -y en última instancia de EE.UU.- en lugar de estarlo con los votantes de su propio país, no es sorprendente que la calidad de la dirección política de Europa se haya reducido en tan alto grado. En lugar de personas como De Gaulle, Adenauer, Brandt y Thatcher, los líderes políticos europeos de hoy son cada vez más técnicos incoloros distantes de sus propios votantes, dado que el sistema no permite nada más.
Alemania no es una excepción a este fenómeno. Es un error fundamental considerar a Alemania la beneficiaria del sistema. Lejos de que Alemania sea el dueño imperial del sistema tal como se afirma a menudo, este país en realidad se encuentra en la posición de ser el infeliz pagador y ejecutor de unas políticas decididas en EE.UU. y de mantener a su canciller espiada para asegurarse de que sigue las instrucciones. El resultado es que a menudo se culpa a Alemania de unas políticas que realmente se deciden en otro lugar y que -como es el caso de las sanciones impuestas a Rusia- con frecuencia son contrarias a sus propios intereses.
Tomemos el tema que, más que cualquier otro, ha cristalizado el sentimiento anti-UE en Gran Bretaña durante el referéndum del brexit: la política de la UE de inmigración interna sin restricciones, que ha dado lugar que un gran número de trabajadores migrantes de Europa del Este se hayan desplazado a Gran Bretaña.
La libertad de circulación dentro de la Unión Europea siempre ha sido un principio fundamental de la UE. Nunca fue un problema hasta que ésta se amplió para incluir a los países, mucho más pobres, de Europa del Este. Esa expansión -como se sabe- no estuvo impulsada por las propias necesidades europeas, sino, ante todo, por las estrategias geopolíticas de Estados Unidos, tendentes a anclar a la Europa del Este en el sistema de alianza occidental liderada por Estados Unidos.
A tal fin los estados de Europa del Este fueron admitidos en la UE mucho antes de que su situación económica justificara hacerlo. Con el fin de sellar el trato, se compró a sus elites mediante promesas de una silla en la mesa principal de la UE. Se les transfirió enormes sumas de dinero, principalmente por Alemania, a través de los llamados fondos estructurales de la UE (originalmente concebidos para fomentar el desarrollo en las regiones más pobres de la UE, pero cada vez más utilizados en el este y sur de Europa como una forma de soborno legalizado para cooptar a las élites locales). Por último, los jóvenes fueron ganados con la promesa de un acceso libre de visados al resto de Europa, creando así la situación migrante que ha provocado tanta ira en Gran Bretaña.
Las consecuencias nunca fueron pensadas a fondo o discutidas dentro de Europa debido a la expansión de la UE, en última instancia, siguió una agenda geopolítica de Estados Unidos en lugar de una europeo. El resultado es que a pesar de la creciente alarma en toda Europa por las consecuencias de esta política, la burocracia de la UE sigue aplicando la misma política hacia otros estados que EE.UU. quiere introducir en el sistema, como Turquía y Ucrania.
O tomemos otra cuestión: la crisis de la zona euro. La idea de la unión monetaria europea se concibió originalmente en la década de 1970 y ya estaba firmemente en el orden del día a fines de 1980. Margaret Thatcher tuvo que abandonar el poder por su oposición a la unión monetaria. La idea de que fue concebida después de la caída del muro de Berlín es incorrecta.
Lo que ha hecho la crisis de la zona euro tan difícil de resolver son sus problemas estructurales conocidos -el hecho de que una moneda única fuera creada para cubrir economías muy diferentes sin una única hacienda o sistema fiscal detrás- pero también la contradicción entre las ambiciones geopolíticas de Estados Unidos que dirigen cada vez más a la UE y las necesidades europeas, si se quiere que la zona euro sea gestionada adecuadamente.
Las condiciones económicas del sur de Europa -especialmente Grecia- indican claramente la necesidad de que al menos algunos de estos países salgan de la zona euro, un hecho bien entendido en el seno del gobierno alemán. Sin embargo, esa opción se descarta no sólo debido a la oposición dentro de la propia Europa, sino porque una vez más va en contra de los intereses geopolíticos de EE.UU., consistentes en mantener a estos países encerrados en el sistema del euro, que a su vez los vincula a la alianza occidental y, por lo tanto, en última instancia, a los propios Estados Unidos. Así, en el punto más álgido de la crisis del Grexit, el año pasado, la canciller alemana Merkel dio marcha atrás, abruptamente, en la decisión alemana previamente adoptada de apoyar salida de Grecia, a raíz de una llamada del presidente Obama de los EE.UU. quien la instruyó de que no lo hiciera. El resultado es que en vez de que la crisis griega se resolviera de una vez por todas en el interés de Europa y el de Grecia, como dijo el ministro de Finanzas alemán Schäuble que se haría, en su lugar se la ha dejado pudrir indefinidamente.
La UE es operativa -como lo fue en el pasado- cuando funciona como una verdadera comunidad de democracias libres económicamente y culturalmente compatibles, que no siempre coinciden entre sí pero que no obstante están preparados para trabajar estrechamente entre común en determinadas esferas de interés mutuo.
No puede funcionar, en cambio, como un proyecto criptoimperial de otra entidad, especialmente cuando esa otra entidad se encuentra muy lejos, al otro lado del océano y por lo tanto puede tener una idea muy limitada de lo que Europa desea y necesita.
Por consiguiente, era inevitable que, más allá de cierto punto, un proyecto criptoimperial de este tipo provocara resistencias, y es del todo sorprendente que la primera expresión de esa resistencia haya debido darse en Gran Bretaña, que siempre ha sido el país más euroescéptico de la UE, en primer lugar.
En verdad, Gran Bretaña ha venido operando desde hace algún tiempo en una situación anómala dentro de la UE. Como afirmó Wolfgang Munchau, con razón, en un artículo en el Financial Times, Gran Bretaña ha sido en realidad, en el mejor de los casos, un miembro con un pie dentro y otro fuera de la UE, siendo a la vez en teoría miembro de la UE pero negándose a comprometerse en la zona euro, donde se adoptan ahora las decisiones clave.
Gran Bretaña no es, por tanto, un miembro clave de la UE y el brexit no es el catalizador de una revuelta más amplia dentro de la UE, como algunos afirman. Más bien es un presagio de más revueltas por venir, que ya estaban en camino, y que, sin un cambio radical de enfoque, podrían producirse en el futuro, con o sin la votación del brexit. Ya hay indicios en España, Italia y Francia, y cada vez más, incluso en la propia Alemania.
Los líderes de la UE todavía tienen el tiempo y el espacio político para darle la vuelta a la situación. Hacerlo, sin embargo, requerirá un grado de valor, inteligencia e imaginación política que en los últimos años ha sido desastrosamente escaso. Por encima de todo, lo que se necesita es una renegociación de la relación de Europa con EE.UU., pasando de una relación de subordinación a una de igualdad real y asociación.
La alternativa no es probablemente la desintegración inminente de la UE, los lazos económicos y políticos que la mantienen unida lo hacen poco probable. Más bien la alternativa sea una UE sacudida por el desacuerdo y la crisis, con una población cada vez más taciturna y desafecta, y con una economía que no va a ninguna parte.
En algún sentido, éste sería un resultado aún peor -y una traición a los pueblos de Europa- que la desintegración de la UE, que, al menos, ofrecería la posibilidad de un nuevo comienzo. Como europeo, espero con devoción que no se llegue a eso; como realista, no tengo la convicción de sea así.
Fuente original: http://theduran.com/us-eu-spectre-brexit/