Este año los medios de comunicación han mantenido un especial seguimiento al cuarenta aniversario de los que denominó el 68. Las protestas, movilizaciones y demandas que se sucedieron por diferentes partes del mundo supusieron para muchos una oportunidad de oro para «transformar el mundo». Sin embargo la mayoría de aquellas demandas transformadoras no llegaron a […]
Este año los medios de comunicación han mantenido un especial seguimiento al cuarenta aniversario de los que denominó el 68. Las protestas, movilizaciones y demandas que se sucedieron por diferentes partes del mundo supusieron para muchos una oportunidad de oro para «transformar el mundo». Sin embargo la mayoría de aquellas demandas transformadoras no llegaron a materializarse.
Las imágenes de las revueltas en Estados Unidos, donde confluyeron las reivindicaciones de los Panteras Negras, el rechazo a la guerra de Vietnam, los llamamientos a la liberación de la mujer o de la libertad sexual, entre otros. A ello se le unirían las protestas en Alemania, el movimiento obrero y alternativo en Italia y las movilizaciones del famoso mayo del 68 francés.
Sin embargo dentro de todo ese abanico de recuerdos, imágenes y declaraciones, la mayor parte de medios no ha recogido los acontecimientos que en ese año tuvieron lugar en el norte de Irlanda y que sin duda alguna sirvieron como un impulso para los posteriores acontecimientos, como señala un reciente slogan republicano, «1968-2008, la lucha continúa».
El sistema político que regía en el norte de Irlanda bajo ocupación británica y gestión unionista, era la confirmación de un estado de apartheid para la comunidad nacionalista. Durante los años sesenta se comenzará a gestar un movimiento político y social que buscará poner fin a tantos años de discriminaciones y lograr la equiparación de los miembros de ambas comunidades con los mismos derechos.
Esa alteración del status quo puso muy nerviosos a los unionistas que no dudarán en poner en marcha todos los resortes a su alcance para frenar cualquier intento de cambio y preservar de esa manera sus privilegios. Y no conviene olvidar que hoy en día buena parte de los obstáculos que ha tenido que afrontar el proceso de paz irlandés han estado motivados por esa misma postura de los dirigentes unionistas que cualquier cambio lo interpretaban como un ataque directo a sus intereses.
En enero de 1967 se va a constituir la Asociación de Derechos Civiles del Norte de Irlanda (NICRA), donde van a estar presentes buena parte de las sensibilidades políticas y sociales de la comunidad nacionalista y algunos que pertenecían a la unionista. Así, en las primeras reuniones estarían representantes del movimiento republicano, comunistas, liberales unionistas, sindicalistas de ambas comunidades, llamando la atención la ausencia del entonces poderoso Partido Nacionalista, que en poco tiempo entraría en un proceso que finalizaría con su pronta desaparición.
Las principales demandas, calificadas moderadas por algunos, se recogían en cinco puntos:
– Una persona, un voto;
– Acabar con las divisiones electorales locales, sustento de un sistema claramente discriminatorio que posibilitaba que lugares donde los nacionalistas eran mayoritarios éstos quedarán en minoría;
– Poner fin a la política de vivienda discriminatoria;
– Terminar con la discriminación en el empleo;
– Disolver los B Especiales, unja fuerza policial de reserva completamente unionista y sectaria.
La campaña puesta en marcha buscaba llamar la atención de la situación de discriminación que vivía la comunidad nacionalista, y a través de cartas y escritos a parlamentarios o con la publicación de informes intentaban corregir esa situación.
Esos fueron lo primeros pasos que darían lugar más tarde a la transformación de la misma en un movimiento de masas y a la sucesión de protestas y manifestaciones en las calles del norte de Irlanda. La primera marcha en defensa de los derechos civiles se convocó el 24 de agosto de 1968 entre Coalisland y Dungannon. Rápidamente los partidos lealistas y unionistas se movilizaron anunciando una contra manifestación y presionando con la posibilidad de que se produjeran importantes disturbios. El gobierno unionista no tardó en prohibir la marcha, pero ésta pudo celebrarse finalmente sin incidentes.
Seis semanas de octubre y noviembre de ese año serán claves para el devenir de los acontecimientos. Durante esos días cientos de personas se manifestarán en las calles de Derry principalmente y serán brutalmente reprimidos, pero lograran que esa imágenes sean captadas por diferentes medios de comunicación que las transmitirán por todo el mundo, dando a conocer de esa manera la situación que soportaban los nacionalistas en el norte de Irlanda.
El 5 de octubre se convocó otra marcha por los derechos civiles en Derry, sin duda alguna una de las mejores representaciones de la discriminación vigente. Siendo la segunda ciudad del norte de Irlanda, y con una población mayoritariamente nacionalista, el control político de la misma estaba en manos unionistas gracias a alas estratagemas electorales que existían.
Tras el anuncio de la marcha, una organización orangista, «Apprentice Boys «de Derry anunciaba la convocatoria de un desfile a la misma hora y en el mismo lugar. Con ello buscaba una vez más que el gobierno prohibiese la celebración de la marcha pro derechos civiles. La manifestación se mantuvo y la actuación de la policía, la RUC, cargando contra los manifestantes y golpeando indiscriminadamente a los manifestantes supuso el detonante de posteriores enfrentamientos, y para algunos analistas esa fecha «es el comienzo del conflicto moderno».
A partir de ahí algunos dirigentes unionistas, como Ian Paisley, encabezarán manifestaciones en contra de las demandas de la NICRA, y oponiéndose a cualquier intento reformador. Esas presiones dieron sus frutos, y las autoridades unionistas prohibieron en noviembre la celebración de todas las marchas, con la excepción de las «tradicionales», donde se recogían las llamadas marchas orangistas y otras de carácter lealista.
El ambiente en el norte de Irlanda irá caldeándose, hasta que en agosto de 1969 las tropas británicas serán desplegadas en las calles de Belfast y Derry, no tardando en mostrar su rostro más sectario en los próximos meses, con la culminación de la masacre de 1972 en Derry, el Domingo Sangriento, donde mataron a catorce civiles en una manifestación nacionalista.
La propaganda y argumentos unionistas, cargados de demagogia política y cercano al simplismo más barato (acusaron al movimiento de estar dominado por republicano y comunistas, y que impulsaban la violencia ay la subversión) sufrieron un fuerte revé con las imágenes de brutalidad captadas por los medios. No obstante, la cerrazón unionista supuso el fin de las vías pacíficas y sobre todo la reaparición en escena del IRA, al que muchos jóvenes en aquella época verán como la única alternativa válida para cambiar al situación.
Paralelo a todo ello encontraremos también la desaparición de la vieja élite nacionalista, que dará paso a una nueva generación de jóvenes decididos a poner fin a ese estado que les consideraba como ciudadanos de segunda clase. En aquellos días el slogan «París, Londres, Roma, Berlín: lucharemos, venceremos» se vio alterado con la inclusión en el mismo de «Derry».
Como señalan algunas fuentes republicanas, «en 1968 la gente se alzó» para decir basta, y puso en marcha un movimiento que ha ido logrando alterar la discriminación unionista hacia la comunidad nacionalista, y caminar hacia una sociedad más justa para toda la población del norte de Irlanda.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)