A un mes escaso de las elecciones generales anticipadas en España, crece la impresión de que el PP necesitará un acuerdo con VOX para conseguir mayoría parlamentaria y regresar el gobierno. Los recientes comicios autonómicos, y el celebrado previamente en Andalucía, han indicado el camino. Lo que queda por dilucidar es hasta dónde llegará esa colaboración.
Europa ofrece ejemplos de todo tipo y condición. Como en el análisis anterior sobre la participación/abstención, no me limitaré a los estados de la UE, ya que la integración económica y las responsabilidades compartidas en política exterior y de seguridad aconsejan fijarse también en las realidades de países como el Reino Unido, Suiza, Noruega o Islandia. Quedan fuera, por las razones ya expuestas en el trabajo anterior, los países balcánicos y los exsoviéticos.
El examen político de estos 31 estados ofrece una tipología de cooperación entre los partidos de derecha (conservadores liberales, liberal-conservadores o democristianos conservadores, todos ellos autoproclamados de centro-derecha) y los de extrema derecha (que deben ser identificados ideológicamente como nacionalistas ultraconservadores y/o identitarios, ajenos al discurso liberal).
He elaborado unos cuadros sinópticos que ofrecen una foto fija de las combinaciones políticas en las que intervienen los partenaires del PP y de VOX en la UE (afiliados o cercanos al Partido Popular Europeo y, en su caso al Grupo Popular del Parlamento de Estrasburgo) y en los otros países considerados.
1. Gobiernos monocolor de los partidos afiliados al PPE
En la actualidad, sólo ocurre en Grecia. El partido Nueva Democracia, liderado por Kiriakos Mitsotakis, acaba de renovar el éxito obtenido en mayo, ahora por mayoría absoluta, no debido a un incremento de sus votos, sino a los 50 escaños adicionales con que el sistema electoral prima a los ganadores.
Mitsotakis no necesita, por tanto, a la ultraderecha, que, en todo caso, se encuentra en la situación más fuerte desde el fin de la dictadura de los coroneles, hace cincuenta años. Tres partidos extremistas han conseguido un millón de votos y 35 escaños: Espartanos (13), Solución griega (12), Victoria (10). Las tres representantes corrientes diferentes del universo ultra. Espartanos es el heredero del movimiento neonazi Amanecer Dorado, que en las elecciones de enero de 2015, en plena crisis financiera llegó a conseguir 17 diputados. El fundador de Espartanos, Vasilis Stigkas, ha mostrado en reiteradas ocasiones su simpatía por Amanecer Dorado. Uno de los antiguos portavoces de esa formación neonazi, Ilias Kasidiaris, expresó su apoyo explícito a Espartanos, después de que su nuevo partido ultra, el Nacional de los Griegos, no fue autorizado a concurrir en las elecciones de este año.
Solución griega es la opción nacionalista extrema que conecta con LAOS, ANE y otras formaciones. Y, finalmente, NIKH (Victoria) representa los valores ortodoxos integristas.
Alguien puede echar de menos aquí a los tories británicos, que también gobiernan en solitario. Sin embargo, como ahora veremos, los situó, con matices, en el grupo siguiente.
2. Gobiernos monocolor de los partidos nacionalistas conservadores, homologables a VOX, reunidos en el grupo parlamentario europeo ECR (Conservadores y reformistas europeos)
A día de hoy, en dos estados de la UE gobiernan en solitario partidos que llevan a cabo políticas radicales o extremas de derecha: el PiS (Ley y Justicia), en Polonia, el FIDESZ (Alianza de Jóvenes húngaros), en Hungría. Fuera de la UE, tenemos al mencionado Partido Conservador del Reino Unido.
El PiS es por número de votos (6,5 millones, en 2019) y por su condición hegemónica en su país casi indiscutible (casi el 45% de los votos, si tenemos en cuenta a sus dos partidos satélites), el principal partido de la ultraderecha europea. La derecha conservadora moderada (Plataforma Cívica y el Partido Campesino, ambos adscritos al PPE) y los divididos y débiles liberales de Moderna Polonia, Iniciativa polaca y Unión Democrática Europea han hechos esfuerzos para para acabar con el “reinado” de Kaczynsky, pero nunca han sido capaces de forjar una coalición exitosa. La xenofobia, el recelo ante cualquier limitación de soberanía que implica el avance del proyecto europeo y un feroz sentimiento antirruso colocan al PiS y sus satélites en una esquina sombría de Europa.
En Hungría tienen a su mejor aliado de la UE. Victor Orbán ha recorrido una larga travesía hacia la extrema derecha, desde sus iniciales posiciones liberales progresistas, en los estertores del régimen comunista. El FIDESZ (Alianza de Jóvenes húngaros por la Libertad) ha residido en casi todos los campamentos políticos de la derecha al centro europeos. En las últimas elecciones, toda la oposición presentó un frente unidos, pero Orbán se sirvió de los medios y del resto de palancas institucionales para mantenerse en el poder. Compañero de viaje de los liberales hasta finales de los noventa, luego fue acogido en el PPE, a pesar de que ya apuntaba modos autoritarios. La obsesión por no perder el liderazgo hizo que los conservadores liberales europeo aguantaran los ataques a la libertad, el Estado de Derecho, la independencia judicial, la libertad de información y otros atentados al orden liberal. Hasta que, en 2021, minutos antes de ser expulsado, Orbán decidió abandonar el Grupo Popular y pasar a ese cajón de sastre de los No adscritos. Por su buena relación con Moscú, tenía difícil acomodo en el ECR, liderado por polacos desde el abandono británico, y recientemente por los italianos de Meloni. Podría haber encajado en el Grupo Identidad y Democracia, con Le Pen, Salvini y los alemanes, pero el líder húngaro se ha tomado su tiempo y madura su estrategia. La convivencia con FIDESZ durante más de veinte años es uno de los asuntos más embarazosos para los partidos del PPE.
2b. El caso híbrido del Reino Unido
A muchos puede sorprender el encaje matizado en este grupo del Partido Conservador británico. Sin embargo, su deriva política de los últimos años hacia un nacionalismo exacerbado y sus alianzas políticas continentales así lo indican. Esta formación, antes de ejecutarse el Brexit, ya no estaba alineado con el PPE en el Parlamento de los 28 de entonces, sino con el ECR. Los tories no se sentían cómodos con el europeísmo de los partidos de la derecha liberal-conservadora y los democristianos. En cambio, compartían la visión de los ultraconservadores gobernantes polacos y húngaros, recelosos del poder de Bruselas y partidarios de afianzar la preeminencia nacional en el proceso de construcción europea. De ahí que tenga sentido establecer una excepción con el Partido Conservador británico.
3. Gobiernos de coalición entre la derecha y la ultraderecha, en los que los adscritos o afines al PPE son el socio mayor y los nacionalistas conservadores y/o identitarios son el socio menor o subsidiario. Se dan dos casos en estos momentos: Croacia y Letonia.
El caso croata merece comentario. El partido gobernante, la Unión Demócrata Croata (HDZ), es el mismo que condujo el país a la independencia, con posiciones nacionalistas tan extremas como la de sus homólogos serbios, y el que alentó la destrucción de Bosnia-Hercegovina para favorecer la partición de la República y agrandar el territorio nacional con los territorios de mayoría croata. En los últimos treinta años no se ha alejado de ese nacionalismo radical y excluyente, aunque su discurso formal se haya atenuado un tanto, entre otras cosas para acceder a los fondos europeos y hacerse presentable a sus pares del Partido Popular europeo, en cuyo Grupo parlamentario está integrado. Las credenciales cristianas (en su caso, católicas) han servido también de justificación para la normalización de los nacionalistas croatas. Pero su confesionalismo es más asimilable al de los polacos del PiS que a los alemanes de la CDU.
En cuanto a Letonia, la formación hegemónica, Vienotiba (Nueva Unidad) comulga con los principios fundamentales del PPE, pero nunca le ha hecho ascos a colaborar, incluso en el gobierno, con la ultraderecha nacionalista, donde todavía perduran las influencias nazis.
4. Gobiernos de coalición entre la derecha y la ultraderecha, pero con la relación de fuerzas invertida, es decir, con los nacionalistas conservadores y/o identitarios detentando la jefatura del ejecutivo y/o la mayoría de los ministerios, mientras los partidos conservadores-liberales o democristianos mantienen posiciones secundarias. Esta situación se da en dos estados: Italia y Chequia.
Italia es el paradigma del auge ultranacionalista y xenófobo en Europa. En la coalición tripartita que domina el país desde el naufragio del centro izquierda y el escaso fuelle de las soluciones tecnocráticas, cohabitan tres partidos. Hasta la crisis financiera, el que llevaba la voz cantante era Forza Italia, una formación más populista que doctrinaria. Hubiera encajado bien con los tories de la reciente época de Johnson, pero previamente los alemanes y los españoles convencieron a Berlusconi de que se integrara en el PP europeo, que perseguía la hegemonía en la Eurocámara, a costa de rebajar lo que hiciera falta las exigencias ideológicas.
Los otros dos partidos italianos militan en las dos familias del nacionalismo conservador, encuadradas en dos grupos europarlamentarios diferentes. Los Fratelli d’Italia se alinean con los polacos del PiS, ultracatólicos y, sobre todo, antirrusos. El partido de Giorgia Meloni, mientras fue el socio menor de la triada conservadora italiana, daba rienda suelta a su xenofobia y se permitía ciertas aproximaciones a Moscú. Pero desde que ascendiera a la posición dominante del trío y ocupara la jefatura del gobierno, los Fratelli se han desprendido del equipaje retórico, más molesto. La invasión rusa de Ucrania ha diluido cualquier veleidad prorrusa.
Por el contrario, la Lega decidió asociarse con la dirigente nacionalista francesa, Marine Le Pen, cuyas relaciones con el Kremlin provocaron una controversia aún no resuelta por completo. Ambos son las cabezas del otro eurogrupo en la Eurocámara: Identidad y Democracia. Su nombre lo dice casi todo. El nacionalismo identitario que defienden y representan ha reforzado las tendencias xenófobas en Europa. Son dirigentes que pertenecen a dos de los cuatro países más importantes del continente. Aunque no han conseguido conquistar la jefatura de sus respectivos ejecutivos, han condicionado las políticas de los partidos centristas en materia migratoria. El líder leguista, Mario Salvini, alcanzó su cenit de poder en 2018, al hacerse con la cartera de Interior y pilotar la política antinmigración, en un gobierno contra natura con los populistas del Movimiento 5 estrellas, quienes han ido evolucionando hacia posiciones liberales.
El PP europeo da por perdido al grupo Identidad y Democracia, donde se integran también los xenófobos alemanes de Alternativa por Alemania (AfD), pero de cara a las elecciones del año próximo no renuncia a un pacto con los Fratelli de Giorgia Melonia, y más después de la muerte de Berlusconi, una de cuyas consecuencias podría ser la desaparición de Forza Italia. De no conseguirlo, el PPE se quedaría sin un socio en el tercer país de la UE.
En cuanto a Chequia, la derecha se ha venido agrupando desde todos sus ángulos: el liberal-conservador, el nacionalista y el populista, tanto en su vertiente empresarial como ciudadana. El factor personal ha tenido un peso determinante en la vida de estas formaciones, que huyen de las denominaciones clásicas. Domina ligeramente ahora el ODS, fundado por el que fuera primer ministro en los noventa, Vaclav Klaus, admirador entusiasta de Thatcher. A lo largo de los años, se ha mantenido próximo a los tories en los equilibrios europeos. Se le puede considerar como el más liberal de todos los que se reúnen en el grupo ECR del Parlamento de Estrasburgo.
5. Gobiernos de coalición de partidos de la derecha conservadora-liberal con partidos ultranacionalistas, pero también con la presencia de centristas (liberales progresistas o reformistas) o de centro-izquierda (socialdemócratas y ecologistas). Este caso tiene lugar en Finlandia, Lituania y, fuera de la UE, en Suiza.
El caso más significativo a destacar en este bloque es el de Finlandia. Al no conseguir la joven líder socialista, Sanna Marin, revalidar su sorprendente victoria de 2019, se perfiló una nueva coalición de derechas. El gran resultado de los xenófobos del Partido de los Finlandeses, apenas unas décimas menos que Coalición Nacional, le hacía acreedor a un puesto seguro en el gobierno. Pero las turbulencias de las experiencias anteriores auguran un difícil recorrido. Para equilibrar este deslizamiento hacía el extremo, el principal partido conservador ha conseguido incorporar al gobierno a los liberales de la minoría sueca.
Lituania y Suiza son dos casos bien diferentes. En el país báltico, la derecha conservadora clásica (conservadora y democristiana) mantiene la hegemonía. En la coalición de gobierno la presencia del partido nacionalista de la minoría nacionalista polaca se compensa con dos partidos liberales europeístas.
En Suiza, la xenófoba Unión Democrática del Centro (engañoso nombre, como en otros muchos casos análogos) se ha ido debilitando en los últimos años, por el desgaste de la acción de gobierno, pero no lo suficiente como para perder su condición de primer partido del país. Prueba de su resistencia es que los partidos de centro-derecha y centro-izquierda participan en un gobierno de coalición amplia que en poco suaviza los postulados nacionalistas de la SVP-UDC.
6. Gobierno de la derecha conservadora y liberal, con apoyo parlamentario externo y estable de la ultraderecha. Es el caso de Suecia, merced al pacto convenido hace unas semanas, tras el resultado de las últimas elecciones, que confirmaron el auge de los nacionalistas xenófobos.
Contrariamente a los ocurrido en Finlandia, conservadores y liberales suecos intentaron evitar a toda costa el estigma de gobernar con la ultraderecha. Al final, lo han conseguido, pero sólo formal o nominalmente. Los Demócratas suecos no estarán en el gobierno, pero se reservan la capacidad de hacerlo caer si le retiran su apoyo parlamentario. La cuestión migratoria será la clave del nuevo tiempo político sueco. Pero, en realidad, los xenófobos ya han conseguido que todos los partidos, incluida la socialdemocracia, asuman gran parte de sus enfoques. Lo mismo ha ocurrido en otros países, donde la ultraderecha no gobierno, ni siquiera tiene un peso tan influyente como en Suecia, Finlandia, Italia o Suiza. Incluso en países donde está sometida aún al cordón sanitario férreo, como en Alemania y Francia (y más recientemente, Irlanda), esa derecha nacionalista conservadora e identitaria ha contaminado el discurso político y obligado a gobiernos liberales y social-demócratas a endurecer sus políticas migratorias.